En el resto de Japón la imagen resulta extraña. En la periferia de la ciudad de Osaka,
no. Desde el noveno piso del edificio que hay frente a una estación de
tren, esta parece rematada por un brócoli gigante. En realidad, se trata
de la copa de un árbol del alcanfor (alcanforero, Cinnamomum camphora) , de 700 años de antigüedad, 20 metros de alto y siete de diámetro. En la base del gran Kusunoki , como se conoce a este ejemplar, hay un pequeño santuario. Neyagawa
es una localidad dormitorio de la prefectura de Osaka, al noreste de
esta gran urbe japonesa de más de 2,5 millones de habitantes. Kayashima es su estación de tren. Como todas las demás estaciones, tiene máquinas expendedoras de helados y bebidas, cubos de basura para reciclar y
varias tiendas. También se oyen por megafonía la voz aguda del personal
de la compañía comunicando las incidencias de la red ferroviaria y los
trinos de unos pájaros que sirven para orientar a las personas ciegas.
Por un momento el pasajero puede tener la sensación de estar en un
bosque y no esperando o tratando de entrar o salir de los atestados
trenes de la línea Keihan que comunican Osaka y Kioto.
Hay japoneses que creen que las divinidades o kami moran en las montañas, cascadas, ríos y en el interior de los árboles más longevos. Son los goshinboku ,
árboles sagrados que se preocupan por la seguridad, salud y felicidad
del espíritu que hay en su seno y que se alzan en los santuarios
sintoístas. Se les identifica por las gruesas cuerdas que rodean sus
troncos, como serpientes blancas enroscadas. Los devotos que acuden a
Neyagawa
Neyagawa
estos templos muestran sus respetos al ujigami , la deidad protectora de ese lugar.
En el andén entre las vías 3 y 4, inusual hábitat para la vegetación,
se eleva un poderoso tronco de árbol protegido por una mampara de
cristal. Sus ya mencionadas dimensiones hacen que Kayashima parezca una
estación liliputiense. Gracias a que una parte de la estructura del
techo está abierta, las ramas del alcanforero se pueden estirar igual
que si fueran tentáculos desperezándose. Algunas de ellas han sido
cortadas y selladas, como para evitar que se produzca una hemorragia. En
el exterior, el recinto luce su verde copa a modo de corona.
La estación de tren de Kayashima funciona desde 1910. Pero el árbol
lleva ahí plantado unos 700 años. En 1972, la población aumentó
rápidamente en paralelo al crecimiento económico de Japón. Y el
gobierno local se puso a manos a la obra para evitar el hacinamiento de
las personas y descongestionar el tráfico rodado. Se decidió ampliar la
estación y elevar el paso de los trenes sobre la calzada. Kusunoki y el santuario tenían las horas contadas. Pero a los vecinos esa solución no les convenció.
No solo es que el alcanforero llevase ahí mucho tiempo, sino que
talarlo y derribar el pequeño templo podía acarrear una serie de
desgracias que ninguno de ellos quería experimentar. Esta idea se
transmite de generación en generación, según cuenta el joven Tatsunobu
Morikawa, que reside cerca de Kayashima. Hace 45 años, las leyendas e
historias comenzaron a aflorar: se narraban episodios en los que hombres
que se liaron a hachazos con el tronco morían o padecían fiebres altas.
Enojar al vetusto ejemplar no era buena idea, les hacían saber los
miembros de la comunidad a los funcionarios del gobierno y oficiales de
la compañía Keihan. Luego, el amor por la naturaleza no solo consiguió
cambiar los planes originales de la obra; el argumento del miedo y la
superstición también caló.
La ampliación se llevó a cabo, pero la estación de Kayashima se
construyó alrededor del árbol. El joven Keita Tsujimura (28 años de
edad), directivo medio de una de las compañías ferroviarias que operan
en Osaka, explica que para salvar al alcanforero hubo que desviar la
ruta, lo que incrementó los costes. Pero el nuevo diseño, finalizado en 1980, capturó la atención de los
medios de comunicación y en 1983 recibió el Premio de Arquitectura por
el estímulo paisajístico en la ciudad de Osaka. Tomando la salida Oeste de la estación se llega al santuario de
Kayashima, en la base del alcanforero. Hay que cruzar una puerta
decorada con siete linternas blancas de papel y recorrer un camino
asfaltado con piedras a los lados. El torii no podía faltar. Es
una especie de portal que, teóricamente comunica el mundo profano con
el sagrado. En el pequeño recinto hay un cartel (con dibujos) que
explica cual es el protocolo a seguir para honrar a la deidad que aquí
reside. Primero hay que lavarse las manos. Purificarse. Luego se hace
una reverencia, se aplaude dos veces y se vuelve a realizar otra
reverencia. Hay quien deposita monedas (en general de unos dos euros). A
continuación se hace sonar una campana tirando de dos cuerdas. El
ritual no lleva más de dos minutos.
Una señora se ofrece a facilitar el acceso a lo alto del edificio en el que vive para tener una buena perspectiva del gran Kusunoki
en todo su esplendor. En las escaleras exteriores del bloque de
viviendas, a la altura de un noveno piso, uno se pregunta cómo es
posible que todavía siga en pie. Mientras tanto, los trenes no dejan de
pasar.
Árboles y santuarios protegidos El Gobierno nacional y los gobiernos municipales son los que se
encargan de preservar y conservar los árboles designados como tesoros
naturales. Cada uno de ellos está amparado por la ley y/o regulaciones
legales del gobierno pertinente. Los que forman parte de ese patrimonio
natural común, normalmente son viejos, de gran tamaño y crecen junto a
templos y santuarios sintoístas o en un entorno natural protegido, por
ejemplo las rutas de Kumano Kodo en la prefectura de Wakayama. Entre
ellos hay cedros, cipreses y alcanforeros, como es el caso del árbol de
la estación de Kayashima.
De los cerca de 82.000 templos que existen en Japón, 800 se
encuentran en Osaka. La gran reducción de los mismos y con ella la tala
masiva de árboles que los custodian, se produjo en 1906. En la Era Meiji
(1868-1912) se consideró el sintoísmo como algo más espiritual que
religioso y el Gobierno pasó a encargarse de todos los santuarios. El
número de templos se redujo hasta 130.000 para facilitar las tareas de
organización y aligerar los costes de su mantenimiento. Esta medida se
consumó con mayor eficacia en ciudades próximas al Gobierno, como era el
caso de Tokio y Osaka, por ejemplo. Sin embargo, en la ya citada región
de Kumano, un excéntrico ambientalista hizo frente a las autoridades
locales. Minakata Kumagusu se movilizó contra la tala de árboles (por su
incidencia negativa en el medio) en una zona en la que la naturaleza y
las creencias se dan la mano. Con su acción salvó a unos antiquísimos
cedros (800 años de antigüedad), los cuales custodian el santuario de
Tsugizakura. Después de la Primera Guerra Mundial los santuarios
volvieron a mantenerse cada uno por sus propios medios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario