JUAN GUZMÁN OJEDA, Ing. técn. forestal
¿Imaginan a un drago dando sombra a un dinosaurio?
Hablar de árboles de
Canarias es hablar de aquellos cuyas semillas llegaron espontáneamente
hasta nuestras islas, ya fuera volando libremente o cautivas dentro
del extracto digestivo de las aves. La diferencia máxima de edad geológica
entre las islas más antiguas, Fuerteventura y Lanzarote, respecto a la
más joven, El Hierro, resulta de 19 millones de años. A buen seguro, las
islas orientales hicieron de puente dispersor, albergando todos los
árboles que luego fueron colonizando el resto del Archipiélago. Pero,
¿cuántas especies de árboles hay en Canarias?
Aunque la respuesta pueda parecer fácil, hay que hacer ciertas consideraciones para llegar hasta el número de 30. En efecto, hay muchas especies que claramente lo son, pero otras quedan en una difusa frontera. Consideramos a la palmera canaria y a nuestros dragos como árboles, aunque sustituyan la dura madera por la flexible fibra. Vegetales como el brezo, el peralillo o el tarajal tienen por lo general un carácter arbustivo, pero en muchos casos se desarrollan con gran vitalidad adquiriendo el tamaño y la fisonomía propia de un árbol. En Garajonay podemos observar altos brezos con portes torcidos hacia los resquicios de luz, mientras que en algunos barrancos majoreros la dinámica torrencial aún arrastra restos de tarajaleras hasta el mar.
Gran parte de los árboles salvajes de Canarias también habitaron en el área mediterránea hace millones de años, finalmente fue en las islas donde encontraron un refugio estable y benigno ante las variaciones climáticas europeas. Esta es la razón de que muchas veces se adjetiven como “fósiles vivientes” que convivieron durante el Jurásico con los grandes reptiles que poblaron el continente europeo. ¿Imaginan la estampa de un descomunal drago dando sombra a un dinosaurio? Sin duda nos acerca a las leyendas de la Sangre del Dragón.
La exclusividad de nuestros árboles queda de manifiesto en el apellido “canariensis”, que se repite hasta 10 veces en sus nombres científicos. Con cada nueva revisión suele aparecer la referencia geográfica local dentro del nomenclátor botánico. A su vez, una gran parte de los árboles que conforman los “bosques de lauráceas” comparten su hábitat con otros archipiélagos macaronésicos.
Unos son abundantes y otros, muy raros
En general, podemos dividir la presencia de los árboles canarios en dos grupos: el primero formado por los más abundantes y conocidos, y el segundo por los más escasos y desconocidos (incluso para muchos profesionales forestales). Dentro del grupo de los extraños o raros se encuentran especies como el delfino, el aderno, el naranjero salvaje, el sauco o el marmulano, cuya presencia no llega a ser abundante en ninguna isla. ¿Se trata quizás de eslabones perdidos en la evolución? En cualquier caso, a día de hoy la acción humana ha desequilibrado esta posible evolución o regresión natural. Dentro del cajón de las rarezas extremas encontramos dos subespecies: el barbuzano negro en La Gomera y la faya romana en El Hierro.
Seguramente el árbol con el dorsal número uno, la primera especie que como formación boscosa empezó a crear sombra y suelo en las islas, debió de ser el pino canario. Este portento adaptativo ya traía marcado en su ADN diversos mecanismos de resistencia frente a los incendios y aunque, evidentemente, esto no le salvaba de sucumbir ante los episodios volcánicos, normalmente los pinares más alejados de los epicentros eruptivos se verían menos afectados ante los ocasionales incendios.
El árbol que mejor resiste junto al mar es el tarajal, mientras que el que mejor tolera los rigores de las cumbres es el cedro canario. Sobre esta especie se cree que existieron pequeños bosques a gran altitud. En todo caso, la especial orografía de cada isla y sus particulares avatares forestales, han dado como resultado una distribución irregular de las especies, lo que también genera dudas sobre posibles presencias en determinadas islas. Por ejemplo, para ver mocanes hay que ir a El Hierro (merece la pena aprovechar la visita para ver sabinares y compararlos en belleza con los de La Gomera), para ver hijas hay que desplazarse hasta Anaga, en Tenerife, y si lo que nos atraen son los acebuchales, Gran Canaria es el destino. Quizás ya hayas descubierto, estimado lector, el ser vivo más grande y posiblemente más anciano de Canarias, en caso contrario te invitamos a que lo visites en la siguiente coordenada: 28º 9´54.5´´ N y 16º 38´ 13´´ W.
Entre los árboles oriundos también encontramos parientes muy cercanos a clásicos frutales: el aguacate es un primo hermano del viñátigo, mientras que el lentisco y el almácigo son muy próximos al pistacho. Otros como el acebuche son tan parecidos al olivo, que se han usado como patrón para la producción local de antiguas variedades, destacando la verdial de Huévar, de la que se obtiene un aceite de excelente calidad.
En el número 30 encontramos el último árbol que se descubrió en Canarias hace apenas quince años: el drago de Gran Canaria. Tal vez la causa de que se tardara tanto en identificar esta especie es que ni uno solo de sus individuos salvajes resulta accesible a pie. A su vez, los estudiosos de la flora de Fuerteventura tienen localizados a los “últimos mohicanos” de árboles como el marmulano o el paloblanco, testigos mudos de otras épocas y que, tras siglos de presión ganadera, presentan serios problemas para fructificar. Tal vez el puesto 31 habría correspondido al árbol de Santa María, especie del monteverde que llegó a citarse en La Orotava, pero que a día de hoy sólo localizamos en Madeira.
Como podemos deducir, conocer los árboles canarios es toda una aventura, ni siquiera dentro de la misma especie hay dos árboles iguales, los clones en la naturaleza no existen. Son vegetales admirables de gran plasticidad, variedad, belleza y resistencia y además forman parte de nuestro acervo cultural y patrimonial. Si bien es cierto que el hombre prácticamente ha abandonado la vida en la naturaleza, la relación hombre-árbol continúa siendo muy estrecha. Por el bien de nuestra especie, todos los que también poblamos estas paradisíacas islas, deberíamos adaptarnos a sus necesidades.
¿Imaginan a un drago dando sombra a un dinosaurio?
Ilustración de Mary Anne Kunkel |
Aunque la respuesta pueda parecer fácil, hay que hacer ciertas consideraciones para llegar hasta el número de 30. En efecto, hay muchas especies que claramente lo son, pero otras quedan en una difusa frontera. Consideramos a la palmera canaria y a nuestros dragos como árboles, aunque sustituyan la dura madera por la flexible fibra. Vegetales como el brezo, el peralillo o el tarajal tienen por lo general un carácter arbustivo, pero en muchos casos se desarrollan con gran vitalidad adquiriendo el tamaño y la fisonomía propia de un árbol. En Garajonay podemos observar altos brezos con portes torcidos hacia los resquicios de luz, mientras que en algunos barrancos majoreros la dinámica torrencial aún arrastra restos de tarajaleras hasta el mar.
Gran parte de los árboles salvajes de Canarias también habitaron en el área mediterránea hace millones de años, finalmente fue en las islas donde encontraron un refugio estable y benigno ante las variaciones climáticas europeas. Esta es la razón de que muchas veces se adjetiven como “fósiles vivientes” que convivieron durante el Jurásico con los grandes reptiles que poblaron el continente europeo. ¿Imaginan la estampa de un descomunal drago dando sombra a un dinosaurio? Sin duda nos acerca a las leyendas de la Sangre del Dragón.
La exclusividad de nuestros árboles queda de manifiesto en el apellido “canariensis”, que se repite hasta 10 veces en sus nombres científicos. Con cada nueva revisión suele aparecer la referencia geográfica local dentro del nomenclátor botánico. A su vez, una gran parte de los árboles que conforman los “bosques de lauráceas” comparten su hábitat con otros archipiélagos macaronésicos.
Unos son abundantes y otros, muy raros
En general, podemos dividir la presencia de los árboles canarios en dos grupos: el primero formado por los más abundantes y conocidos, y el segundo por los más escasos y desconocidos (incluso para muchos profesionales forestales). Dentro del grupo de los extraños o raros se encuentran especies como el delfino, el aderno, el naranjero salvaje, el sauco o el marmulano, cuya presencia no llega a ser abundante en ninguna isla. ¿Se trata quizás de eslabones perdidos en la evolución? En cualquier caso, a día de hoy la acción humana ha desequilibrado esta posible evolución o regresión natural. Dentro del cajón de las rarezas extremas encontramos dos subespecies: el barbuzano negro en La Gomera y la faya romana en El Hierro.
Seguramente el árbol con el dorsal número uno, la primera especie que como formación boscosa empezó a crear sombra y suelo en las islas, debió de ser el pino canario. Este portento adaptativo ya traía marcado en su ADN diversos mecanismos de resistencia frente a los incendios y aunque, evidentemente, esto no le salvaba de sucumbir ante los episodios volcánicos, normalmente los pinares más alejados de los epicentros eruptivos se verían menos afectados ante los ocasionales incendios.
El árbol que mejor resiste junto al mar es el tarajal, mientras que el que mejor tolera los rigores de las cumbres es el cedro canario. Sobre esta especie se cree que existieron pequeños bosques a gran altitud. En todo caso, la especial orografía de cada isla y sus particulares avatares forestales, han dado como resultado una distribución irregular de las especies, lo que también genera dudas sobre posibles presencias en determinadas islas. Por ejemplo, para ver mocanes hay que ir a El Hierro (merece la pena aprovechar la visita para ver sabinares y compararlos en belleza con los de La Gomera), para ver hijas hay que desplazarse hasta Anaga, en Tenerife, y si lo que nos atraen son los acebuchales, Gran Canaria es el destino. Quizás ya hayas descubierto, estimado lector, el ser vivo más grande y posiblemente más anciano de Canarias, en caso contrario te invitamos a que lo visites en la siguiente coordenada: 28º 9´54.5´´ N y 16º 38´ 13´´ W.
Entre los árboles oriundos también encontramos parientes muy cercanos a clásicos frutales: el aguacate es un primo hermano del viñátigo, mientras que el lentisco y el almácigo son muy próximos al pistacho. Otros como el acebuche son tan parecidos al olivo, que se han usado como patrón para la producción local de antiguas variedades, destacando la verdial de Huévar, de la que se obtiene un aceite de excelente calidad.
En el número 30 encontramos el último árbol que se descubrió en Canarias hace apenas quince años: el drago de Gran Canaria. Tal vez la causa de que se tardara tanto en identificar esta especie es que ni uno solo de sus individuos salvajes resulta accesible a pie. A su vez, los estudiosos de la flora de Fuerteventura tienen localizados a los “últimos mohicanos” de árboles como el marmulano o el paloblanco, testigos mudos de otras épocas y que, tras siglos de presión ganadera, presentan serios problemas para fructificar. Tal vez el puesto 31 habría correspondido al árbol de Santa María, especie del monteverde que llegó a citarse en La Orotava, pero que a día de hoy sólo localizamos en Madeira.
Como podemos deducir, conocer los árboles canarios es toda una aventura, ni siquiera dentro de la misma especie hay dos árboles iguales, los clones en la naturaleza no existen. Son vegetales admirables de gran plasticidad, variedad, belleza y resistencia y además forman parte de nuestro acervo cultural y patrimonial. Si bien es cierto que el hombre prácticamente ha abandonado la vida en la naturaleza, la relación hombre-árbol continúa siendo muy estrecha. Por el bien de nuestra especie, todos los que también poblamos estas paradisíacas islas, deberíamos adaptarnos a sus necesidades.
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