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A. Pavolini, vestido con
su uniforme de jerarca fascista
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ALESSANDRO PAVOLINI (Italia, 1903-1945)
De... "Nuovo Baltico"(*)
Este magnífico y trágico texto está tomado de:
http://transeuntenorte.blogspot.com.es/search/label/bosques
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Paisaje característico de la Finlandia centro-oriental.
(Foto www.teije.nl
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El más allá de los árboles
Desde hace un mes, en el Báltico veo abedules. Estoy dulcemente obsesionado por los bosques.
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Bosque de abedules cerca de Kouvola (sudeste de Finlandia).
(Fuente: http://onnila.wordpress.com/tag/kouvola/)
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Anoche no conseguía dormir y salí al bosque, entre los abedules, bajo un cielo sin estrellas, no por la oscuridad, sino por el resplandor. No esperaba, por supuesto, toparme con un reno, ni oír algún aullido, como la Novia del Lobo sobre la que escribe Aino Kallas [1]. Mis fantasías eran más bien vegetales.
Acariciaba los troncos, duros, vivos, fríos; miraba las ramas que se
sumergían en las tenues sombras. Los abedules permanecían inmóviles, con
su aspecto ensoñado y meditativo.
En su vida, anclada a un único punto preciso de la tierra –pensaba yo–,
los árboles quizá presientan otra vida, probablemente sueñen con ese más
allá que les espera como lo contrario de su existencia en el bosque. Lo
mismo que los hombres cuando imaginan el Paraíso.
La existencia del árbol es sumamente lenta, sin cambios de ritmo ni acontecimiento alguno. Esta es su primera característica. La segunda es el no poderse mover, el estar sujeto para siempre al mismo metro cuadrado. Y la tercera es esa pesadumbre, que tan bien se advierte por las noches, de no poder compartir su vida con la de ningún semejante, no poder fundirse en un abrazo con otro ser vivo hasta la ilusión amorosa de hacerse unidad. Los árboles apenas se tocan, rozan sus hojas, se acarician levemente con esos dedos ciegos, sufren la desazón del deseo sin poder alcanzarse del todo. Una maldición los mantiene aislados y sedentarios.
Algún día, sin embargo, tú, abedul, que no has experimentado nada más
que tu simple existencia, sentirás que algo ocurre en tu base. Algo
brusco, rápido, indiscutible. Serán los golpes del hacha de un leñador
finés. Se te presentará de este modo la muerte liberadora como lo
opuesto de la vida: según tus presentimientos de esta noche y de muchas
otras noches, cuando yo me acuesto y tú permaneces en pie.
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Abedules cortados para la industria madedera.
(Foto © Victor Sagaydashin)
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Toda la vida te has mantenido inmóvil en tu lugar, centinela de ti
mismo. A partir de aquel momento entrarás en tu más allá, empezarás a
moverte y sentirás la voluptuosidad divina de la horizontalidad. Y ya
desnudado de ramas, hojas y raíces, reducido a tu esencia, al tronco,
empezarás a viajar horizontalmente arrastrado por la corriente de un
río, y durante ese viaje no te detendrás.
Viajar, fluir eternamente: el paraíso de quien tuvo raíces. Los grandes
ríos gélidos atraviesan raudamente los bosques arrastrando troncos
migrantes. Los conducen hacia el golfo de Finlandia, hacia el golfo de
Botnia, según el camino que trazó el Gran Hielo cuando arrasó Finlandia
y, a su paso, fue dejando cicatrices en forma de lagos y corrientes de
agua. Si te encallas en un lago, abedul, unos hombres subidos a una
balsa te empujarán para devolverte al curso de agua. (Pero, ¿será un
lago o el recodo de un río? Es más difícil contar los lagos en Finlandia
que las estrellas en el cielo: éstas son más numerosas, pero más
fáciles de localizar. Quien pretende censar los lagos finlandeses no
sabe cómo distinguir entre los que se enlazan entre sí por brazos de
agua y los recodos de los ríos; entre los lagos salpicados de islas y
los ríos que se bifurcan a partir de una isla. Y no salen las cuentas:
cincuenta mil, sesenta mil, sesenta y cinco mil…)
Flotas y así prosigues tu camino… A veces te aflige una peligrosa
sensación, una mezcla de placidez y temor, como la que sienten los
hombres en la nuca al notar que el suelo se hunde bajo sus pies. Es
cuando te precipitas en la vorágine de alguna cascada o sientes el
trueno de unas cataratas. (He venido a Imatra para ver “la mayor cascada
de Europa”, como me enseñaron en la escuela. Pero ya no puede verse,
pues la ha aprisionado una gigantesca central hidroeléctrica. [2])
Los rápidos son los momentos líricos de la lenta y solemne épica de los
ríos. El tronco salta en medio de aquella violencia inmóvil, de aquel
fragor eterno y compacto, y en ese momento se purifica su corteza.
Transporte fluvial de madera talada en el sur de la Carelia finlandesa.
(Foto © Hubert Stadler / Corbis)
Cada vez más blanco, más del color del alma, el abedul alcanza su
nirvana de árbol. De tanto en tanto siente el esfuerzo del salmón al
remontar las aguas, o el topetazo con otro abedul. De este modo tiene
lugar, al fin, el encuentro de tronco con tronco. Rozándolo, se dispone a
abrazarlo, a confundirse con él en la unidad.
Sin
embargo, la fábrica de celulosa espera con sus fauces abiertas. Surge
de repente en el tiempo, aislada en el espacio. Hasta ayer fue bosque y
es bosque lo que la rodea.
Fábrica de celulosa, de pasta de madera, de cartón y papel: industria
natural y sana como una planta, aquí, entre bosques y cascadas, en esa
inmensa abundancia de madera, de vapor, de electricidad. […] Fábrica que
funciona sin interrupción, con fuegos y luces permanentemente
encendidos: en las nocturnas jornadas invernales, en medio de la nieve
congelada; en las clarísimas noches estivales, entre prados verdes y
rapados como los campos de golf de Escocia. […]
Cuando, lejos de su bosque natal, el abedul llega a la fábrica, pasa del
río a un canal y a una cinta dentada que lo trasporta hacia su
Purgatorio. Se ve sumergido, y con él millones de árboles, en un
malebolge [3] giratorio donde
los troncos saltan y se entrechocan mientras se purgan, bajo el
incansable hierro, de los residuos de su corteza. Allí sienten por
última vez el aliento de la lluvia, del viento, de los hongos y de los
arándanos. El tronco, mondo, blanco, vuelve a salir. Ahora será cuando
las cuchillas eléctricas den cuenta de él.
Traducción del italiano de Albert Lázaro-Tinaut
(*) La primera edición de Nuovo Baltico
de Alessandro Pavolini fue publicada por el editor Vallecchi de
Florencia en 1935. El texto que se reproduce (pp. 113-118)
han sido tomados de la edición al cuidado de Massimiliano Soldani
publicada por la Società Editrice Barbarossa de Milán en 1998.
[1] Aino Kallas (1878-1956) fue una
destacada narradora y poeta finlandesa muy vinculada a Estonia, donde
vivió y ambientó sus principales obras, entre las que sobresale la
novela Sudenmorsian (‘La novia del lobo’, 1928), cuya acción se desarrolla, precisamente, en la isla estonia de Hiiumaa.
[2] En la localidad de Imatra, en la
Carelia del Sur (al sudeste de Finlandia, junto a la frontera rusa), se
encuentra, en efecto, una gran central hidroeléctrica. La presa de
Imatrankoski, construida en 1929, aprovecha los rápidos del río Vuoksi,
que antes formaban una de las cataratas más grandes y bellas de Europa.
[3] El Malebolge es el octavo círculo del “Infierno” de la Divina Comedia
de Dante. Se divide en diez fosos circulares y concéntricos, cada uno
de los cuales se dedica al castigo de una especie de fraudulentos (véase
“Infierno” XVIII, 1-18).
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