RICARDO CODORNÍU Y STÁRICO (Cartagena, 1846-1923)
El árbol aislado
"el apóstol del árbol"
Un fruto, provisto de esas delgadas membranas que, poéticamente, llaman alas los botánicos, aunque sólo sirven para retrasar la caída de la semilla y para que el viento la pueda arrastrar lejos de la planta que le dio origen, se desprendió de un árbol. Adviértase que el hecho de ser ligero y alado un fruto, indica que la planta futura no ha de necesitar en sus primeros años que la copa del árbol padre la proteja contra el sol.
Cayó en lugar despejado, un caballo lo pisó sin aplastarlo y, como el suelo estaba mullido se halló en el fondo del hoyito hecho por la pezuña. Después, una lluvia otoñal lo llenó de agua y lo cubrió con tierra y así, la semilla halló humedad suficiente para que se despertase su, hasta entonces, latente vida.
Primero se desarrolló el piquito de la semilla, formando el principio de la raíz central con la materia de los dos gajos, que eran la despensa de que había provisto la naturaleza para que pudiese vivir en la primera época, y que al quedar vacíos y adelgazados, se mostraron al exterior constituyendo el primer par de hojas y sirvieron para que la plantita pudiera empezar a vivir por sí misma, fabricando la sustancia necesaria para su desarrollo; mas al llegar el invierno se detuvo su labor. Fijaos bien en que los arbolitos y las plantas en general, a la inversa que los estudiantes y los diputados, disfrutan en invierno un periodo de vacaciones, mas no imitan a los que viven en perpetua holganza.
En la siguiente primavera reanudó el arbolillo su trabajo y continuó su dicha; las raíces se extendían por doquier, ya que era único en disfrutar de tanto terreno que estaba a su alcance, como del aire para su ramaje, cual si fuera el verdadero rey del lugar, pero rey sin parlamento ni limitaciones constitucionales. Se debió, sin duda, al goce de vida tan próspera, que se hiciese algo caprichoso.
Por ello no creció mucho, temiendo que la altura le obligase a gastar gran energía en la labor penosa de elevar no pocos metros los jugos que absorbían las raíces. En tanto el tronco se encorvaba engrosando, como se encorva y hace voluminoso el vientre de las personas que comen demasiado y trabajan poco corporalmente.
Sin embargo, aunque viviendo el árbol con cierta esplendidez, no se mantenía ocioso. Resultaba interesante apreciar el afán con que trabajaban a la luz del sol los microscópicos granos de clorofila, a quienes deben las hojas su verde color, pues descomponían sin cesar el ácido carbónico del aire y con el carbono así obtenido y otras materias de la savia ascendente, fabricaban la dulce glucosa, empleada en su propio crecimiento. Mas cuando alguna parte de ella resultaba sobrante, era transformada en granitos de almidón, que guardaba cuidadosamente en las celdillas, ejercitando así una prudente economía.
Luego, al aproximarse el invierno y estimar llegada le época de desprenderse de sus hojas, antes que las desgarraran los fríos, empezaban por retirar el almidón almacenado en ellas, conduciéndolo a los depósitos de reserva del tallo y luego, al pie del peciolo de la hoja, formando una capa de corcho para cicatrizar de antemano la herida que al desprenderse se hubiera podido producir. Al caer la hoja estaba bien guardado lo que merecía guardarse, que los árboles sólo derrochan belleza, salud y vida.
Mucho disfrutaba el árbol durante el verano, cuando hacia el mediodía, los ganados acudían a buscar su fresca sombra para sestear, y le pagaban el beneficio recibido haciendo más fructífera la tierra. Pero se estremecía si dos amantes se sentaban bajo sus ramas, para formar planes relativos a un porvenir encantador, porque en ocasiones sacaban una navajita y grababan sus nombres en el tronco, probablemente con objeto de que, si ellos llegaban a olvidar sus promesas, las cicatrices del árbol las recordasen... al árbol mismo, que de tal modo recibía ¡una vacuna de amor!
Todo acaba en el mundo, y también terminó la vida del árbol, en ocasión en que una terrible tormenta recorrió el paraje, y probablemente, por ser el único de los alrededores, recibió un rayo, que le dio la muerte.
Como su tronco no era recto ni alto, se le carboneó juntamente con las ramas no muy delgadas; el carbón fue empleado ya en preparar manjares, ya en las estufas para suavizar los fríos del invierno y luego se enterró la ceniza con objeto de que fecundase la tierra de un bello jardín.
El árbol aislado
"el apóstol del árbol"
A Juan de la Cierva Codorniu
Un fruto, provisto de esas delgadas membranas que, poéticamente, llaman alas los botánicos, aunque sólo sirven para retrasar la caída de la semilla y para que el viento la pueda arrastrar lejos de la planta que le dio origen, se desprendió de un árbol. Adviértase que el hecho de ser ligero y alado un fruto, indica que la planta futura no ha de necesitar en sus primeros años que la copa del árbol padre la proteja contra el sol.
Cayó en lugar despejado, un caballo lo pisó sin aplastarlo y, como el suelo estaba mullido se halló en el fondo del hoyito hecho por la pezuña. Después, una lluvia otoñal lo llenó de agua y lo cubrió con tierra y así, la semilla halló humedad suficiente para que se despertase su, hasta entonces, latente vida.
Primero se desarrolló el piquito de la semilla, formando el principio de la raíz central con la materia de los dos gajos, que eran la despensa de que había provisto la naturaleza para que pudiese vivir en la primera época, y que al quedar vacíos y adelgazados, se mostraron al exterior constituyendo el primer par de hojas y sirvieron para que la plantita pudiera empezar a vivir por sí misma, fabricando la sustancia necesaria para su desarrollo; mas al llegar el invierno se detuvo su labor. Fijaos bien en que los arbolitos y las plantas en general, a la inversa que los estudiantes y los diputados, disfrutan en invierno un periodo de vacaciones, mas no imitan a los que viven en perpetua holganza.
En la siguiente primavera reanudó el arbolillo su trabajo y continuó su dicha; las raíces se extendían por doquier, ya que era único en disfrutar de tanto terreno que estaba a su alcance, como del aire para su ramaje, cual si fuera el verdadero rey del lugar, pero rey sin parlamento ni limitaciones constitucionales. Se debió, sin duda, al goce de vida tan próspera, que se hiciese algo caprichoso.
Por ello no creció mucho, temiendo que la altura le obligase a gastar gran energía en la labor penosa de elevar no pocos metros los jugos que absorbían las raíces. En tanto el tronco se encorvaba engrosando, como se encorva y hace voluminoso el vientre de las personas que comen demasiado y trabajan poco corporalmente.
Sin embargo, aunque viviendo el árbol con cierta esplendidez, no se mantenía ocioso. Resultaba interesante apreciar el afán con que trabajaban a la luz del sol los microscópicos granos de clorofila, a quienes deben las hojas su verde color, pues descomponían sin cesar el ácido carbónico del aire y con el carbono así obtenido y otras materias de la savia ascendente, fabricaban la dulce glucosa, empleada en su propio crecimiento. Mas cuando alguna parte de ella resultaba sobrante, era transformada en granitos de almidón, que guardaba cuidadosamente en las celdillas, ejercitando así una prudente economía.
Luego, al aproximarse el invierno y estimar llegada le época de desprenderse de sus hojas, antes que las desgarraran los fríos, empezaban por retirar el almidón almacenado en ellas, conduciéndolo a los depósitos de reserva del tallo y luego, al pie del peciolo de la hoja, formando una capa de corcho para cicatrizar de antemano la herida que al desprenderse se hubiera podido producir. Al caer la hoja estaba bien guardado lo que merecía guardarse, que los árboles sólo derrochan belleza, salud y vida.
Mucho disfrutaba el árbol durante el verano, cuando hacia el mediodía, los ganados acudían a buscar su fresca sombra para sestear, y le pagaban el beneficio recibido haciendo más fructífera la tierra. Pero se estremecía si dos amantes se sentaban bajo sus ramas, para formar planes relativos a un porvenir encantador, porque en ocasiones sacaban una navajita y grababan sus nombres en el tronco, probablemente con objeto de que, si ellos llegaban a olvidar sus promesas, las cicatrices del árbol las recordasen... al árbol mismo, que de tal modo recibía ¡una vacuna de amor!
Todo acaba en el mundo, y también terminó la vida del árbol, en ocasión en que una terrible tormenta recorrió el paraje, y probablemente, por ser el único de los alrededores, recibió un rayo, que le dio la muerte.
Como su tronco no era recto ni alto, se le carboneó juntamente con las ramas no muy delgadas; el carbón fue empleado ya en preparar manjares, ya en las estufas para suavizar los fríos del invierno y luego se enterró la ceniza con objeto de que fecundase la tierra de un bello jardín.
---Fin---
No hay comentarios:
Publicar un comentario