Junihonyasu



"Quién hubiera dicho que estos poemas de otros iban a ser míos, después de todo hay hombres que no fui y sin embargo quise ser, si no por una vida al menos por un rato..." Mario Benedetti. A los amantes de los árboles,... localización, poesía, cuentos/leyendas, etc.
Centinela del bosque, el arrendajo
advierte a toda la Naturaleza
tu llegada.
Ese grito,
que desgarra como una cuchillada
herrumbrosa el silencio, significa
que un intruso está entrando en este espacio
puro.
Tú que no eres
puro, tú que no eres hermano de los robles,
de las piedras musgosas,
de las aves que pían en ramas ignoradas,
del agua que, secreta, halaga las raíces,
no mereces vivir en este mundo;
tú no tienes derecho a entrar a la armonía
mientras no haya armonía dentro de ti. Detente;
vuelve a tu vida; deja en ella todo
lo que crees saber; busca de nuevo
la infancia, aquella luz
del corazón.
Con ella, acaso algún día
puedas volver al bosque
sin que se sobresalte el arrendajo.
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XOSÉ ALFEIRÁN
El metrosidero de A Coruña
El historiador Xosé Alfeirán analizó en una charla en Tribuna Pública, en A Palloza, la historia del árbol metrosidero de Orillamar, las hipótesis que existen sobre cómo llegó a la ciudad y el misterio que le rodea.
¿Cuál es ese misterio?
Que los botánicos no tienen capacidad para determinar la edad de este metrosidero. Se supone que tiene entre 200 y 300 años. Pero la llegada a Nueva Zelanda del explorador James Cook ocurrió en 1769 y eso fue hace 250 años, de ahí la intriga de los botánicos e historiadores. Nos preguntamos qué hace un metrosidero en A Coruña que es casi anterior a la presencia de los ingleses en este país.
¿Qué datos analiza para determinar su origen?
Hay que estudiar los viajes que se hicieron a Nueva Zelanda, cuándo se extendió por Europa el gusto por los parques y jardines y a quién pertenecía esa parcela. Hoy es de la Policía Local, fue hospitalillo de enfermedades contagiosas y antes, hasta 1818, fue una fábrica de jabón propiedad de Camilo de Gamboa.
De los viajes a Nueva Zelanda, ¿cuál le parece que está más relacionado con este árbol?
En el siglo XVI partieron desde A Coruña exploraciones hacia el Pacífico, pero no hay constancia de un viaje concreto a Nueva Zelanda. Ahí pudo haber algún explorador desconocido pero sería muy raro. Más importantes son las exploraciones del siglo XVIII, realizadas por ingleses e italianos, como Malaspina, que además estuvo preso en el castillo de San Antón, y la finalidad era botánica. Me quedo con esta hipótesis. Es la más probable. Pudo comprarlo Gamboa a un mercader, por ejemplo. Además, el metrosidero tiene un hijo en Pontedeume y ahí fue diputado Gamboa. Quizá regaló una semilla. Aun así, el misterio sigue porque no hay certeza.
¿Le gusta que se mantenga esa intriga?
Por supuesto. Es espectacular para los coruñeses y también para los neozelandeses porque es una cuestión sentimental. Es curioso que el árbol más antiguo de la ciudad sea de Nueva Zelanda y eso que hay árboles por todas partes en A Coruña. Este metrosidero es un extranjero que ha sobrevivido a todo. Además, se ve que se encuentra muy a gusto. Cumple el lema de que nadie es forastero.
¿Pasa desapercibido por la ubicación en la que está?
La verdad que sí. Es un gigante enclaustrado. Es una pena que la gente no pueda disfrutarlo. Esa gran copa que tiene, los filamentos que caen de las ramas... De todos modos, tuvo suerte de estar protegido por un cuartel y un hospital. Además, desde el punto de vista sanitario, se consideraba que su olor contribuía a la salud de la gente, así que estoy seguro de que los médicos de hace dos siglos estaban encantados de que estuviera el metrosidero en el patio. Sería interesante difundirlo aunque lo cierto es que fue un botánico neozelandés el que lo descubrió en 2001.
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Tomás Casal Pita habló de este árbol aquí
ALFONSO ANDRADE
El pohutukawa de Orillamar
Siempre que paso al lado del viejo metrosidero de
Orillamar, cautivo en su calabozo arrabalero, me acuerdo de los ents,
los gigantescos árboles pastores del bosque de Fangorn en la Tierra
Media de Tolkien. Parece que en cualquier momento sacará del suelo sus
poderosas raíces, como pies, para ganar su libertad saltando de un
brinco la tapia que lo retiene en el patio de la comisaría de policía.
Le pregunto qué edad tiene, pero el árbol recata su respuesta como
presumido y discreto gentleman de un tiempo lejano mientras se cimbrea
mecido con suavidad por el aire de la tarde. Poco queda ya para asistir a
la deslumbrante eclosión cromática del neozelandés de Monte Alto.
Cuando suelte el cielo su luz estival en el solsticio sanjuanero, el
metrosidero sacará del armario su traje escarlata, y entre los delicados
estambres de la inflorescencia estampada agitará la brisa su follaje
rumoroso con un murmullo que acaricia el alma.
Así es el pohutukawa, que en maorí significa árbol de
fantasías rojas que crece junto al mar. No soy el único que le pregunta
por su edad. Sus paisanos de las antípodas vienen de vez en cuando e
insisten en descubrirla. Pero el dandi de los pohutukawas coruñeses se
empeña en perpetuar el misterio. El asunto tiene su miga. Se supone que
el holandés Abel Tasman fue el primer occidental en llegar a Nueva
Zelanda, en 1642, pero algunos investigadores creen que ya antes pudo
haber allí presencia española. Si nuestro árbol fuese anterior a 1642,
habría que replantear la historia de ese país. Para eso debería tener al
menos 377 años, pero ¿cómo averiguarlo?
Cuenta el biólogo Ignacio García, del departamento
de Botánica de la Universidade de Santiago, que incluso se han extraído
muestras de una rama, para concluir que el árbol «no forma anillos» de
crecimiento. La trepanación del tronco, además de peligrosa para el
espécimen, sería perfectamente inútil, así que nuestro gentil hidalgo
del patio de la policía persiste en su coquetería y sigue sin revelar su
edad.
Nos queda la especulación: un ejemplar de Te Araroa
(norte de Nueva Zelanda) considerado el dinosaurio de los metrosideros,
con 800 años, se levanta veinte metros del suelo, dos más que su primo
de A Coruña. Un clavo al que agarrarse... si obviamos que los primeros
árboles neozelandeses llegaron a Europa en 1768, recogidos por el
botánico Daniel Salander durante la expedición del Endeavour de James
Cook.
Nada está muy claro… Y hasta es preferible que así
sea. Tan distinguido ejemplar merece mejor ocaso que la trepanación del
tronco. Quizá al llegar su momento, como los ents andarines de Tolkien,
alcance en un par de pasos el San Amaro de los ilustres que contempla
cada día desde sus frondosas ramas, para descansar eternamente junto a
Pondal y sus rumorosos.
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Tomás Casal Pita ya habló de este pohutukawa aquí...