"Quién hubiera dicho que estos poemas de otros iban a ser míos, después de todo hay hombres que no fui y sin embargo quise ser, si no por una vida al menos por un rato..." Mario Benedetti.
A los amantes de los árboles,... localización, poesía, cuentos/leyendas, etc.
02 julio 2018
JOSÉ ZOILO en... "Padre Mario: Sanaciones desde el cielo" habla del "Lapacho" Este es un pasaje en el que Zoilo describe al lapacho, seguido de una poesía que no sabemos si también es del mismo autor. El lapacho, del género Tabebuia, comprende alrededor de un centenar de especies de árboles nativos de la zona intertropical de América hasta el centro-norte de Argentina y Paraguay.
(...) Es un árbol que crece lento. No tiene apuros. Sabe esperar en la fidelidad de sus ciclos, viviéndolos uno a uno con intensidad, tanto en sus desnudeces invernales como en sus derroches de vida. Su madera se va haciendo lentamente por eso logra ser tan resistente. No necesita ser descortezado como el quebracho su resistencia le llega hasta la piel. Cuando se entrega, se entrega entero.
Cuando los antiguos misioneros jesuitas construían sus iglesias monumentales, iban a los montes y arrancaban los lapachos con sus raíces enteras, transportándolos con su terrón de tierra colorada adherida a ellas. Y así los volvían a plantar en el suelo, constituyéndolos en columnas que sostendrán toda la estructura del edificio. Las paredes eran de esa misma tierra colorada apisonada en un encofrado de madera que luego se retiraba. Toda la resistencia del edificio, que aguantó siglos, se fiaba a las columnas. Por supuesto para esta misión había que despojarlo de sus ramas. Pero eso le sucede a todo árbol que tiene que cumplir una misión distinta a la de ser simplemente planta. En San Ignacio Guazú y en muchos otros lugares de tierra guaraní, donde estuvieran antiguas y hermosas iglesias, hoy sólo quedan en pie parte de esos troncos de “taye”, trozos de columna aún clavadas junto a su montículo de tierra colorada que constituían las paredes. Su madera no se pudre. Poco a poco va saltando en astillas que regresan a la tierra madre, uniéndose al humus fértil que alimenta la vida nueva que nace a sus pies (...) Alerta vigía de septiembre, ternura de fiesta quinceañera, se estrella el invierno entre sus flores, cubriendo de rosa las veredas. Mil soles te diron fortaleza, mil noches te dieron su frescura; es tuyo el misterio de las selvas, del viento y del indio en su espesura. Tenés corazón que no se pudre, lapacho de flores sonrosadas, pudor virginal que se arrebola guardando tu savia acumulada. Son parcas las ramas de us gestos, que sólo en la copa se te ensancha, dejando que el tronco surja recto, igual como surge la confianza. Tayé, te llamaron los antiguos, y el nombre, por gracia, ha perdurado, volviendo a endulzarlo el acmoatí que busca la miel entre tus labios. Imagen del alma de los curas -rara conjunción de tierra y gracia- columna sacada de los montes y luego de pie crucificada. Sacado con todas sus raíces trajiste contigo tu pasado, bravo imaguaré de los antiguos, Retá con color de sangre y barro. Hoy quedas de pie sobre las ruinas, cual mudo testigo del pasado, e invitas a todos los que llegan a ver, a pensar y dar la mano.
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30 junio 2018
LOS ÁRBOLES DE BUENOS AIRES La ciudad tiene la cantidad mínima de árboles sugerida por persona, de parabuenosaires.com
El árbol es el amparo
para compartir un mate o leer un libro, refugio del sol y del
calor o escondite de ese canto del pájaro que anuncia el amanecer. Estas
y más funciones son las que tiene el árbol urbano, ese que a veces no
se observa ni se valora, pero que nos aporta el oxígeno necesario para
vivir. Las ciudades, con todo su cemento y desarrollo tecnológico,
también dependen de ellos. En Buenos Aires, por caso, hay unos 372.000
ejemplares en las calles, casi uno cada ocho habitantes.
Esa relación es la mínima recomendada por la
Organización Mundial de la Salud (OMS) para los ambientes urbanos, pero
resulta mejor que las registradas en Bogotá, Nueva York o Barcelona. “El árbol es el elemento que, sumado uno a uno, conforma el bosque
urbano, con capacidad de mitigar muchos de los efectos adversos que
genera el crecimiento de las ciudades por falta de planificación y
conocimiento”, explicó Carlos Anaya, ingeniero agrónomo y arborista
certificado por la International Society of Arboriculture.
El experto agrega además algo que, muchas veces, se desconoce: “El
árbol urbano no sólo es el plantado en las veredas, espacios públicos y
semipúblicos, sino también los ejemplares ubicados en sitios privados.
Todos ellos conforman el bosque urbano que aporta su beneficio a la
ciudad”. Según el censo de arbolado urbano, realizado hace tres años, en las
veredas porteñas hay 372.625 ejemplares, que se suman a unos 53.000
plantados en espacios verdes. En tanto, el 5% del total corresponde a
los plantados por los vecinos.
“En la ciudad estamos bien, pero hay que seguir mejorando. Prevemos
aumentar en 70.000 la cantidad de árboles durante los próximos cinco
años. Debemos diseñar y establecer dónde estará cada plantera y, además,
acordar con las comunas en qué lugares”, indicó María Inés López Lo
Celso, directora general de Espacios Verdes porteña.
Según el censo, el ficus es el preferido de los vecinos. El censo
indicó que hay 23.707 plantados por los residentes, aproximadamente el
5% de la población total. Lo siguen el pindó, el palo borracho, el palto
y el níspero.
Cuidado
“Hay que tener mucho cuidado con los ficus porque siempre buscan la
humedad. Hay casos en que las raíces llegan hasta las cañerías. Es un
buen árbol para estar en el centro de un jardín amplio”, indicó la
funcionaria.
Ana Guarnaschelli, profesora adjunta de dasonomía de la Facultad de
Agronomía de la UBA, indicó: “El árbol cumple una función ambiental muy
importante. Está capturando gases que no son saludables para la vida
humana, filtrando partículas en suspensión, atenuando ruidos; representa
barreras de protección. Los espacios verdes los mejora, incluso desde
el punto de vista psicológico tiene un efecto favorable, genera ámbitos
más agradables, y también contribuye a la valoración de las
propiedades”.
Según la experta, “Buenos Aires tiene una particular problemática que
data de muchos años atrás: se han plantado árboles muy grandes en
muchas veredas para los espacios de crecimiento que ellas ofrecen. Por
ejemplo, plátanos en calles muy angostas. El ejemplar no tiene capacidad
para desplegar todo su potencial. Los árboles grandes se deforman e
interfieren en las edificaciones, y para conducirlos han sido sometidos a
podas muy drásticas (a menudo, realizadas en las épocas del año
incorrectas); por eso, muchos árboles quedan mal conformados y presentan
podredumbres”.
Respecto de la cantidad de árboles la ciudad, “está en niveles
intermedios. Creo que debería haber más. Pero hay que elaborar un plan
de forestación”, sostuvo Guarnaschelli.
Para Anaya, es fundamental tener en cuenta las características
propias de cada urbe. “Hay un viejo dicho que afirma que el mejor
momento para plantar un árbol es 20 años atrás y el segundo mejor
momento, ahora. Es muy importante estudiar y planificar el nuevo
arbolado como consecuencia del cambio climático global. Cuáles son las
especies adecuadas para cada sitio en función de, por ejemplo, la
problemática de cada barrio: contaminación por ser una zona de alto
tránsito vehicular, zona fabril, cuenca de un río ligada al riesgo por
inundaciones”.
El censo de 2012 determinó que la Capital cuenta con 420.000 espacios
para plantar árboles, lo que significa que hay lugar para 47.300
ejemplares para oxigenar a la metrópolis. Los casi 25.000 extras que
planea plantar el gobierno deberán encontrar un lugar.
En las vastas tierras del oeste y sur de Australia, las formaciones
de eucaliptos nativos ocupan miles y miles de hectáreas. Científicos de
la Agencia Nacional de Ciencia Australiana, junto con otros socios, han
descubierto que las hojas de algunas especies de eucaliptos contienen
pequeñas concentraciones de oro que aparecen de forma natural. Los
resultados del estudio han sido publicados en la revista Nature.
La sorpresa que se llevaron dichos científicos fue descomunal.
Rápidamente, comenzaron a trabajar para darle explicación a este
fenómeno.
El sistema radicular de los eucaliptos puede alcanzar hasta los 30
metros de profundidad. En muchas ocasiones pueden llegar al sedimento
que se encuentra depositado justo por encima de la roca madre. En los
casos que este sedimento contenga partículas de oro, las raíces del
eucalipto actúan como una bomba hidráulica absorbiendo el agua que
contiene dichas partículas. Este metal en realidad es tóxico para la
planta, por eso el eucalipto lo mueve hacia las hojas para expulsarlo.
De esa manera, en la superficie de estas hojas se puede encontrar oro.
Ya se sabía que las plantas tenían la posibilidad de absorber oro en
condiciones de laboratorio. Este es el primer caso que se reporta de que
este hecho ocurra en la naturaleza.
Arboreto de El Villar-Huelva
La utilidad del descubrimiento
Es posible que muchos de nosotros estemos pensando en plantar
eucaliptos para hacernos ricos. Está claro que no va a ser la solución a
nuestros problemas. Para lo que si puede resultar útil el
descubrimiento es para encontrar concentraciones de oro en profundidad.
De hecho, ese ha sido el principal uso que los propios autores del
artículo han reportado.
De alguna manera, haciendo análisis de las hojas de los eucaliptos se
podría saber si bajo ellos existen depósitos de oro. Incluso también
cuál es la magnitud de los mismos. Una manera mucho más económica de
buscar oro que las prospecciones de gran impacto que se hacen hoy en
día.
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26 junio 2018
DAVID FERNÁNDEZ GUERRERO, en "El País" La deforestación reduce la capacidad del mar para retener dióxido de carbono
Bahía de Oyster (Australia), principios del siglo XX:
Las praderas de algas crecen entre aguas poco profundas, cubriendo buena parte de la
ensenada. Ochenta años más tarde, la presencia de estas plantas es
testimonial. La capacidad del ecosistema para capturar dióxido de
carbono se ha reducido sustancialmente. Todo ello a causa de la
deforestación y la llegada de tierra erosionada al fondo marino, según
un estudio publicado en la revista Global Change Biology.
¿Qué sucedió? El estudio sitúa el inicio de la historia a principios del siglo XIX, con la fundación de la ciudad de Albany por los colonos europeos. Con ellos llegó la agricultura y la deforestación de los bosques circundantes. El suelo erosionado se acabó depositando en el estuario. “[Con los sedimentos] aumenta la entrada de nutrientes y partículas en suspensión en el agua. Si hay mucha más materia en suspensión no llega suficiente luz al ecosistema, y los organismos que viven más arriba absorben los nutrientes”, explica Pere Masqué, investigador del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona. Un equipo de científicos de este centro y la Edith Cowan University de Australia, liderado por el profesor Óscar Serrano, realizó el estudio. También se filtraron al mar residuos de la actividad agrícola como el fósforo y el potasio, en concentraciones excesivas para las praderas marinas; de 150 a 350 miligramos de fósforo por gramo de materia entre 1900 y 2012; y de 500 a 900 miligramos de potasio por gramo de materia durante el mismo período.
Pese a los cambios en su entorno, los bosques de algas pudieron adaptarse sin demasiados problemas hasta 1960. Entre ese año y
1980 el 80% del área cubierta por estas plantas –entre 6,1 y 6,7
kilómetros cuadrados– desaparece a causa del aumento de la
contaminación. En los últimos años, sin embargo, un proyecto de
replantación ha permitido recuperar parte de la masa vegetal perdida
Para estudiar la historia de las praderas marinas, los
científicos clavaron tubos de plástico en el subsuelo marino. Con ellos
obtuvieron muestras de fondo marino de varias decenas de centímetros de
profundidad. Lo suficiente para llegar hasta 600 años de antigüedad,
aprovechando que los sedimentos más antiguos se encontraban más abajo.
“Una vez extraído, lo seccionamos con una sierra circular y tomamos las
muestras para el estudio”, explica Serrano, investigador de la Edith
Cowan University. ¿Qué implicaciones tienen los hallazgos para el cambio
climático? Por un lado, las plantas de posidonia -endémica del Mediterráneo- retienen el dióxido de
carbono en mayor medida que las plantas acuáticas de menor tamaño, como
el fitoplancton. Por otro lado, “del orden del 50% del carbono queda
retenido en la propia planta, y una vez esta muere queda enterrado [en
el subsuelo marino]”, explica Masqué. Esto permite a las praderas
marinas retener el gas de efecto invernadero “durante cientos de años o
milenios”. Una capacidad de almacenamiento
superior a la de los bosques, como explicó Carlos Duarte, catedrático de Ciencias Marinas en la Universidad King Abdullah de Arabia Saudí.
Si los bosques marinos decaen, no solo
disminuye su capacidad para absorber el gas de efecto invernadero. “Todo
este carbono puede quedar remineralizado [al volver a entrar en
contacto con el agua], pasando a formar parte del CO2 atmosférico”, avanza Masqué.
Es posible recuperar estos ecosistemas. De hecho, la propia
bahía de Oyster Harbour es el escenario de un proyecto de replantación.
Sin embargo, las praderas submarinas requieren un cierto tiempo de
recuperación –cerca de 20 años, según un estudio publicado en la revista Journal of Ecology– para volver a su estado anterior.
En caso de que la mano humana no intervenga para reparar
aquello que alteró, la capacidad de recuperación depende en buena medida
del entorno. Otro organismo puede colonizar la zona, absorbiendo los
nutrientes y la luz solar, dificultando la vuelta de las plantas. Por
otra parte, los bosques de posidonia retienen el fondo marino con sus
raíces. Y, como con cualquier entorno desertizado, la ausencia de masa
vegetal conduce a la erosión del terreno. Así que si “el ecosistema se
erosiona [en exceso], la planta no puede echar raíces en este lugar”,
concluye Masqué.
JUAN GUZMÁN OJEDA, Ing. Técn. Forestal Mil y un nombres de los pinos canarios (1)
Desde la
conquista hay referencias a ‘Pinus canariensis’ con nombre propio. En la
primera parte de este artículo, aquellos con nombres históricos y
religiosos (como el de la imagen sobre estas líneas: el Pino de la
Virgen en el camino de Las Vueltas cuando atraviesa El Paso,
fotografiado a finales del s.XIX).
Tenemos el convencimiento de no errar al afirmar que Pinus y Phoenix, seguido del gentilicio canariensis,
nuestro pino y nuestra palmera, han dado lugar a buena parte de la
toponimia regional. Sin embargo, existen y existieron muchos pinos con
nombre o historia propia, aunque no así es el caso la palmera. Y es que
aunque ambas especies son señas de identidad, lo cierto es que la
longevidad es la marca la diferencia, permitiendo al pino canario un
mayor grado de polimorfismo y singularidad.
Los pinares, hoy tranquilos y solitarios, presentaron un aspecto muy
diferente hasta la primera mitad del pasado siglo. Antaño sirvieron de
rutas de intercambio entre poblaciones, de peregrinación hacia el
santuario, de mudanzas de los enseres e incluso de traslado de los
difuntos hasta el camposanto. Pero sobre todo los pinares fueron muy
transitados por ser fuente de sustento a través de diversos usos, desde
el constructivo al energético, pasando también por el agrícola y el
medicinal. Todavía hoy tras los incendios, cuando asoma la desnudez del
suelo, sorprenden las múltiples sendas que de repente emergen, caminos
que aparentemente no llevan a ninguna parte, salvo a los rincones del
propio pinar.
Y es así que a través de los años, en todas las islas de pinar,
fueron surgiendo mil y un nombres específicos para designar y relacionar
diversos pinos padre con las vicisitudes, imaginación y opiniones de
errantes, trabajadores y moradores locales. En el presente artículo
queremos recopilar y rescatar algunos de estos apodos, en la certeza de
que muchos ya se han extinguido o pudiera que no resulten del todo
ciertos.
Comenzando por los pinos relacionados históricamente, conviene citar
al menos dos: el Pino de Tanausú junto al sendero que lleva desde la
Cumbrecita hasta El Riachuelo, en El Paso (La Palma) y el Pino de la
Victoria en La Victoria de Acentejo (Tenerife). Del primero se cree que
en ese lugar fue capturado el bravo líder benahorita, mientras que junto
al segundo se celebró una misa el día de Navidad de 1495, para
conmemorar la definitiva conquista castellana.
Por su parte, son muchos los pinos concernientes al culto religioso,
en especial por encontrarse junto a las ermitas o basílicas, o en los
caminos marianos hacia las mismas. La mayor parte de estos ejemplares
destacan por sus grandes portes y es que, no en vano, el carácter
sagrado fue un factor que, más allá de la protección divina, ayudó a su
respeto general.
Tan solo en La Palma se cuentan hasta tres con el nombre de Pino de
la Virgen: en El Paso, Puntagorda y Fuencaliente, aunque el del
municipio sureño también es conocido como Pino de Santo Domingo. Hace
mucho tiempo ya que desapareció el Pino Santo de Teror (Gran Canaria),
donde el topónimo invertido releva a la patrona canariense, más conocida
como Virgen del Pino.
De costumbre hispánica, asimismo, era instalar una campana sobre el
pino antes de construir la ermita, de ahí el Pino Campanario en Las
Vegas, en Granadilla de Abona (Tenerife), sobre cuyas ramas oscila una
campana verde y mimetizada, aún en uso.
La construcción de templos católicos, también estuvo precedida por la
colocación de imágenes, marcos y ornatos en los huecos del propio pino,
espacios que había que mantener a golpe de hacha para que la madera no
engullera estos objetos. Aun así no sería extraño que alguna imagen,
colocada sobre algún pie alejado y olvidado, acabara por integrarse
definitivamente en la madera. Otros pinos, como el enorme Pino de la
Cruz en El Pinar (El Hierro) o el Pino del Buen Paso en Icod de Los
Vinos (Tenerife) presentan el hito de la cruz cristiana junto a sus
bases.
Mención aparte lo constituye el denominado Pino del Señor en el
antiguo cementerio de Arafo (Tenerife), singular ejemplar que es el
centro de su propia capilla.