11 diciembre 2013

EL OMBÚ DEL PARQUE RIVADAVIA (Buenos Aires)
La planchadora de la Quinta del viejo Lezica 
Publicado en "Creer o reventar"

       El Parque Rivadavia, ubicado en el centro del barrio porteño de Caballito, no siempre fue cuna de entretenimientos. En ese terreno, antes de convertirse en el lugar ideal para juegos de niños y compra-venta de productos usados (revistas, monedas, discos, fotos antiguas, libros, marquillas de cigarrillos), se hallaba de pie la Quinta del viejo Lezica.
      Durante las vacaciones de verano de 1861, Candelaria Lezica de Serantos, una bella adolescente, se instaló en la quinta de su bisabuelo. La joven disfrutaba mucho de los
Parque Rivadavia, ombú nº 3
martes, cuando a las cuatro de la tarde su madre, aprovechando la ausencia masculina ya que todos salían por negocios, abría las puertas para brindar fiestas de té y baile a los hombres de apellidos importantes con el objetivo de emparejar a su hija con el más rico del barrio. La señora indicaba a la servidumbre qué tareas cumplir y les ordenaba que atendieran con una gran cordialidad. Además, le exigía a la encargada de planchar que se quedara en el patio trasero para no ser vista por los invitados que conocían su reputación de buena amante en la cama. Ella se retiraba con la plancha y los canastos de ropa, se paraba al lado del ombú y protestando repetía: “La negra planchadora bajo el ombú se queda, planchando trajes y enaguas, para que no la vean”.
       Esa tarde, un muchacho apuesto pero desconocido, se hizo presente en la reunión vestido de punta en blanco desde su sombrero chato hasta sus zapatos de charol recién lustrados. Sin perder mucho tiempo, se acercó a la alegre Candelaria y la sacó a bailar un vals. La madre de la joven, indignada por la intromisión del extraño que alborotó el ambiente, entre gritos lo echó y encerró a su hija en su habitación.
       Hasta el otro día nadie vio a la planchadora y creyeron que Candelaria la habría despedido enojada tras encontrarla con uno de sus amantes. Pero llegado el mediodía, el jardinero de la quinta entró espantado a la cocina y contó haberla encontrado sin cabeza recostada al lado del ombú. Allí mismo la enterraron y días más tarde descubrieron que su muerte fue a causa de un crimen pasional, ya que ese martes por la noche no quiso atender a uno de sus amantes y por celos, éste la degolló con el filo de un hacha, dejando su cuerpo ensangrentado sobre el pasto y huyendo con la cabeza de la mujer arrastrándola de sus rulos morochos.
      Años más tarde, en 1927, el nieto de la ya fallecida Candelaria, le vendió la Quinta del viejo Lezica al Estado y el presidente Marcelo T. de Alvear inauguró allí el Parque Rivadavia demoliendo la casa, pero conservando el enorme ombú. Desde entonces, están quienes aseguran que cada martes por la noche, la planchadora se pasea sin cabeza por el parque, con su plancha al rojo vivo y cuelga harapos desde las ramas del ombú mientras protesta: “La negra planchadora bajo el ombú se queda, planchando trajes y enaguas, para que no la vean”.

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08 diciembre 2013

EZEQUIEL MARTÍNEZ ESTRADA (Argentina, 1895-1964)
Radiografía de la pampa
Fragmento

   (...) El viajero nunca vuelve la mirada, si no es de temor, y lo que le atrae es algo que está más adelante del horizonte: el punto de llegada. Lo que recuerda: el punto de partida. Todo hombre de llanura es oriundo de otro lugar. El árbol de esta llanura, el ombú, tampoco es oriundo de ella. Es un árbol que solo concuerda con el paisaje por las raíces; esa raíz atormentada y en parte descubierta, dice del viento del llano. Las ramas corresponden al dibujo de la selva. Bien se ve que es de tierra montuosa, quebrada. Ha venido marchando desde el norte, como un viajero solitario; y por eso es soledad en la soledad. Se vino con un pedazo de selva al hombro como un linyera con su ropa. Lo que rodea al ombú se expresa en signos de otro idioma; grande y sin igual, necesita del desierto en torno para adquirir su propia extensión. Acaso esa marcha del árbol hacia el sur, le haya sido impuesta por la exigencia de extender sus raíces; pues tanto pudieron éstas haberse fortalecido por el pampero, que soplaba en contra, como haber sido la voluntad heroica que lo lanzó contra él. La raíz habría hecho de este árbol un ejemplar ascético. Pero sabemos bien que un viento menos fuerte lo diseminó y que se detuvo al borde de mi clima. Un poco más al sur hubiera muerto. Ahí echó raíces extensas y poderosas como el viento. Quedó convertido en pulmón, bajo un cielo inmenso de aire sutil y de luz.
      El ombú es el árbol que sólo da sombra, como si únicamente sirviera al viajero que no debe quedarse y que reposa. Su tronco grueso, recio y bajo, es inútil, esponjoso, de bofe. Perfecto órgano del aire, respira la tierra por su parénquima vegetal. No se extrae de él la madera, y Virgilio no lo hubiera cantado en las Geórgicas. No puede hacerse de él vigas para el techo, ni tablas para la mesa, ni mangos para la azada, ni manceras para el arado. No tiene madera, y más que árbol es sombra; el cuerpo de la sombra. Sus hojas son tosigas, pero la raíz que es la tierra, suele ofrecer cavidades de gruta y asilo al que va huyendo. El ombú es el símbolo de la llanura, la forma corporal y espiritual de la pampa (...)

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04 diciembre 2013

BARTOLOMÉ MITRE (1821-1906)
A un ombú en medio de la pampa

   Aquí estás ombú gigante,
a la orilla del camino,
indicando al peregrino
no siga más adelante
en la llanura sin fin.
Tu señalas las barreras
que dividen el desierto,
y oyes el vago concierto
que lanzan las auras ligeras
de la pampa en el confín.
   Eres la verde guirnalda
de la cabaña pajiza,
que vas marchando de prisa
con el pasado a tu espalda
y a tu frente el porvenir.

Donde huye el indio salvaje
y el cristiano se adelanta,
tu cabeza se levanta
susurrando tu ramaje:
"El rancho llegó hasta aquí."
   Eres lo último que muere
de la morada del hombre,
y sin registrar un nombre
estás contando al viajero
memorias de hoy y de ayer.
Al proseguir tu carrera
por la llanura extendida,
sobre tu cima florida
hoy alzas en la frontera
el pendón de nuestra fe.
   ¿Qué ves más allá? ¿La pampa
que en contorno se dilata,
el arroyuelo de plata,
el toldo en que el indio acampa,
o el inmenso pajonal?
Tú miras allá a lo lejos
al trasponer aquel monte
en el remoto horizonte,
como en mágicos espejos
lo que es y lo que será.
   Miras la pampa argentina
de ciudades matizada,
y por mil naves surcada
la laguna cristalina
que hoy cubre verde juncal;
miras la pobre cabaña
que en palacio se transforma.
Y que al tomar nueva forma,
con nuevas luces se baña
su contorno natural.
   Miras al indio tostado,
que lanzando un alarido,
va huyendo despavorido
por el llano dilatado.
En pavoroso tropel;
seguido del tigre fiero
que abandona su dominio,
hoy teatro de exterminio,
y tras él, el jornalero
que las transforma en vergel.
   No pases más adelante,
que más lejos, abatido,
marchito y descolorido
verás al ombú gigante
hoy de la pradera rey:
y en su lugar la corona
verás alzarse al pino,
que unido al hierro y al lino
sirve al hombre en toda zona
para dar al mundo ley.
   Ese destino te espera,
árbol, cuya vista asombra,
sin dar al rancho madera,
ni al fuego una astilla dar;
recorrerás el desierto
cual mensajero de vida,
y, tu misión concluida,
caerás cual cadáver yerto
bajo el pino secular.

Foto de Pablopol
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01 diciembre 2013

ARANJUEZ
Un tesoro verde 

Este libro de 56 páginas y cinco planos, es un magnífico y silencioso acompañante para cuando deseemos recorrer estos hermosos jardines.
Nos encontraremos con 26 árboles singulares de la Comunidad de Madrid. Diecinueve árboles están en la zona libre y 7 en la zona restringida del Jardín del Príncipe. Quien desee sumergirse en auténticos túneles de vegetación lo tendrá muy fácil.



No os engañéis. En la profundidad del corazón de un bosque de olmos, cada árbol tiene una historia oculta, legendaria y mágica que contar; y sólo la relatará a quien comprenda que en su madera, sus raíces y sus ramas, que parecen siempre buscar el cielo, late la vida de un ser majestuoso. 

(Escrito griego que inicia el libro)






Calle de la Reina, donde el plátano es el rey, aunque el tráfico es un mal compañero



 
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23 noviembre 2013

LUPO HDEZ. RUEDA (Rep. Dominicana, 1930)
Definición del árbol


I

     Es natural que el árbol abandone su cuerpo.
Mariposa de tránsito, venturoso existir
de la hebra pura,
el árbol que yo canto es una débil llama,
un alma vegetal que se elabora apenas.

Herida por el goce la savia,
donde habita,
desnuda la corriente de su madera toda
para que un mar posible de sombras la sitúe.

El árbol sabe entonces,
que la raíz de aire de sus ramas
asciende, sostenida en atinada claridad de sombras,
                            de otra raíz oculta.


II

     Canto el árbol a solas
en la sangre,
el árbol que se escapa
por la herida del cuerpo.


Canto el árbol azul de la ignorancia
que me recorre entero,
árbol de sombras sólo,
de oscuridad exacta.

Canto para cantarme,
para cantar el árbol en que habito,
la dulce morada solitaria
del cuerpo que me tiene.

Canto porque deseo,
porque quiero vivir, amar,
andar libre,
sin peso por el árbol.


III

     Cuando ama el árbol se deshace, huye,
proclama su levedad de hojas,
publicación de verdes regalados o canción diluida,
deleite de su rama carnal,
de su escondrijo de azuladas raíces en espera.

Cuando ama el árbol se diluye
en alegre corriente de la madera dulce.
Cuando ama el árbol del amor...

Hueco de soledad que te pronuncia a solas,
quizás, el árbol del amor duerme en olvido,
en apretada soledad más pura.
Porque el oro de mi risa no basta para llenar su límite,
se abre como un sol
para ofrecerse entero cuando ama,
el árbol del amor.


IV

     Hay almas que no mueren en las hojas del canto
aunque no encuentren otra manera posible de escapar,
aunque no exista otro refugio,
apetecido vaso, ardido recipiente,
olorosa unidad de carne viva que ocupe su lugar,
su desmedido espacio, porque una muerte existe
en cada hoja vacía de sustancia,
y una huidiza llama.

Hay almas que se pudren en las hojas del
                        (cuerpo por su origen oscuro,
porque después, pudiendo libertarse,
darse a todos, sin interés ni esfuerzo,
asumen la condición de pájaros comunes.

Hay almas que se nutren a la sombra de todos
con los apetecidos metales de la sangre,
de cuantos, humanamente sanos, confiados,
se acercan a su espacio
para entregarse solos a su gran apetencia.


V

     Es posible que el árbol sepa entonces
que atado definitivamente al mar de soledad que habita
carece de toda libertad
para decir las cosas que humanamente vive repitiendo.

Es posible, oh Dios, crecer cada domingo en
                      (desmedido arroyo de alabanzas.

Es posible, oh vida, que el árbol de la sangre se derrame
y el universo todo de mi isla sea pequeño para
                     (su inacabado límite.

Es posible, oh sangre, que dolorosas hebras
formulen una noche más honda que la nuestra.
Pero también, oh libertad, es posible
que el árbol conmovido, tomando agudas fuerzas,
-no sé de dónde-, acierte en una furia libertada
y con ello motive su justo crecimiento.


VI

     Porque las raíces de los árboles todos
pululan en lo oscuro,
en el vientre crecido de la tierra.
Porque una lluvia de hombres se traduce
en finísimo polvo,
la tierra estará llena de raíces amargas,
de inacabados ríos de lágrimas.

La alegría de los frutos,
la rosa regalada,
la humedad de los huertos,
la fiesta de oro de los días alegres
ignoran la raíz,
su propiedad de abeja,
porque la raíz es un árbol de sombras,
es un árbol de sombra rodeado de oscuro.

Pero todas las humanas raíces se aúnan
                   (en un río de trabajo
en la noche completa del árbol.
Y la madre de todas, las amorosas madres
esperan una muerte,
una ola de savia en fruto consumada,
su semejante amando, que respire unidad
en un río subterráneo interminablemente largo,
como una noche más en la noche de todos.

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