24 agosto 2013

MANUEL CORNEJO GLEZ. (Sevilla, 1930) 
A la olvidada higuera

La torcida higuera
de enferma esperanza,
la del huerto humilde
por fea olvidada,
coqueta sonríe
aún con viejas ramas.

Suspira entre dicha
llena de arrogancia,
igual a otro árbol
ha sido admirada.

Perdió la tristeza
y el goce la embarga,
al compás del viento
parece que canta,
parece que ríe
llena de prestancia
porque una poeta
la versificaba.

Recogió el piropo
que siempre anhelaba
porque nunca, nunca,
la llamaron "GUAPA",
y en la umbría huerta
creció desolada.

Hoy sin esperarlo
fue piropeada
y un ramo de verso
su tronco abrazaba.
“Hermosa le han dicho
y gozo derrama”
¡La rugosa higuera,
de contenta estalla!
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20 agosto 2013

JOSÉ FRANCO (Panamá, 1936) 
El Guayacán y el Niño

El niño mira a los cielos
bajo un celaje encendido,
la belleza lo conmueve,
las luces de los racimos,
parecen que fueran de oro
salidos del paraíso.

El niño interroga al árbol
que lo escucha conmovido,
¿De qué te asombras?, pregunta.
¿De qué te asombras cariño?
¡De tan hermoso ramaje
que te viste de amarillo!
¡Ja, Ja, Ja!, el árbol ríe
y así le contesta al niño

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Durante los meses de julio y agosto del trópico, y sólo por unos días, este árbol estalla en un chispazo amarillo.

16 agosto 2013

COSTA RICA, Premio al Árbol Excepcional

Se han cumplido diez años desde que el Instituto INBio creara el “Premio al Árbol Excepcional”, con el fin de destacar la importancia de los árboles y los bosques, así como su significado en la vida de las personas y comunidades. Cada año se selecciona una especie para premiar.
Este galardón busca destacar los árboles excepcionales presentes en el territorio costarricense para promover su conservación. El premio se concede cada año el 15 de junio en el Día Nacional del Árbol.
Estos han sido los árboles premiados a lo largo de estos diez años:

Año 2004, se premió por primera vez al gran jícaro o totuma (Crescentia cujete) ubicado en el centro de Ciudad Colón, en San José, por sus características naturales y su importancia para la comunidad.
(Mas información)

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Año 2005, se reconoció no sólo la amplitud de copa de este guanacaste ( Enterolobium cyclocarpum), sino también su relevancia para la ciudad de Liberia, pues bajo él sestearon carreteros provenientes de Nicaragua, Santa Cruz y Nicoya.

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Año 2006, se premió a un árbol de ceiba (Ceiba pentandra), árbol sagrado para los indígenas, que se encuentra en la Finca La Ceiba S. A., en Nuevo Arenal de Tilarán, provincia de Guanacaste.

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Año 2007, le correspondió a un árbol de almendro de montaña (Dipterix panamensis), localizado en el Hotel Selva Verde en Sarapiquí, provincia de Heredia.

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Año 2008, el premio correspondió a un árbol de cedro amargo (Cederla odorata), localizado en la Finca El Abuelo Danilo, en Escobal de Atenas


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Año 2009, se premió a un higuerón (Ficus cotinifolia), localizado en Cabuya, distrito de Cóbano en la provincia de Puntarenas Cabuya.

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Año 2010, se premió a un roble (Quercus bumelioides), localizado en el Hotel Savegre, distrito de San Gerardo provincia de San José.

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Año 2011, por sus características naturales, sus impresionantes medidas y su valor para la conservación, un majestuoso cenízaro (Samanea saman), de apróximadamente 30 metros de altura, y un diamétro de 10.85 metros, ubicado en la zona de Abangares


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Año 2012, se premió el Espavel (Anacardium excelsum) de Guácimo, un árbol sobreviviente en un área que sufrió importante deforestación, en la provincia de Limón.

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Año 2013,  un Cedro Dulce (Cedrela tonduzii), ubicado en Cartago, específicamente en Tres Ríos de la Unión, fue elegido por su gran valor histórico.

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Situación aproximada de la ubicación de los árboles
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12 agosto 2013

GERMÁN PARDO GARCÍA (Colombia 1902-1991)
Estrofas a los árboles

BIENAVENTURADOS los que son como los árboles,
porque de ellos es el reino de la tierra.

Cuando un ciprés señala constelaciones hondas;
cuando un fresno se mece delante del crepúsculo
y un roble se humaniza por íntimos desiertos,
todo lo que hay en mí de universal: la sangre
secreta de los pulsos; la voz elemental;
el tacto fiel que entiende la oscuridad del barro;
el color de la piel semejante al centeno
cuando el sol de las parvas generoso lo entibia,
todo lo que hay en mi de universal y palpa
perímetros de rocas, se mueve como un árbol
y con sed de luceros a los ríos se inclina.

                                    * * *

BIENAVENTURADOS los que son como los árboles,
porque de ellos es el reino de la vida.

Lo digo, porque toda la aridez de unas lágrimas
ha secado las órbitas y esculpido mi rostro.
Porque he tenido sed infinita y sin calma.
Porque mi soledad ha sido como un hálito
de estepas que devora los amarillos huesos,
y con jugos amargos de las sienes se nutre.
Porque he negado y soy salobre como un llanto
capaz de sostener las negaciones mismas.
Porque mi dura fuerza me aísla en los destierros
de un continente solo que flota en el vacío.
Y, sin embargo, lleno de vigor como un árbol
que surge de la entraña terrible de la noche,
mostrando sus cortezas con húmedas heridas,
he podido sentir el calor del verano;
recibir en mi seno la bondad de las lluvias;
amar como los árboles y alzar como los árboles
las consteladas ramas vestidas de oropéndolas.

                                  * * *

BIENAVENTURADOS  los que son como los árboles,
porque de ellos es el reino de los hombres.

Lo digo, porque en todas las noches yo desciendo
a visitar los muertos por unas galerías
insomnes que se pierden en selvas ignoradas.
Mi espíritu se cubre de estrellas funerales
y polvo de sayal y luto de cilicio.
Avanzo por las criptas del tiempo y leo nombres
amados sobre piedras estériles escritos.
Oigo correr los ríos de la nada y dialogo
con sombras de unos seres que están en las orillas.
Sus rostros me contemplan; sus manos me saludan
y de nocturno musgo corono su sigilo.
Cuando surjo del fondo de aquellas catacumbas,
hay círculos de acero debajo de mis ojos.
Mis pies, como raíces, conducen las señales
de bosques silenciarios y tierras ateridas.
Afuera, torres cándidas, caminos verdaderos
y un soplo de salud que pasa por la cumbre.

                                 * * *
AMANECE y el día con aromas frutales
difunde mi estupor y lava mi sudario,
como el capullo ciego que dejan las crisálidas,
convertidas en flor que deslumbra la atmósfera.
Las campanas un coro de liturgias envían
a la tierra que siente primaveras triunfales.
Los barbechos arados y los surcos recientes
apresuran en grupos la esmeralda del trigo.
Del monte sube el humo de hogares vigorosos,
y el cordero vellones paternales orea.

Amanece y reclino la crueldad de la noche
en el tronco de un árbol redentor, que, humanado,
como un cáliz eterno la ventura recibe.
Agítanse los brazos como ramas adultas.
Las hostias del amor purifican los seres.
El corazón se muestra sobre los tabernáculos
de la naturaleza.
                                         Y al pie de sus llanuras,
pirámides azules y cúpulas erijo,
mientras los grandes arboles, los admirables árboles,
los bienaventurados árboles se dilatan
y en límites de sol el vivo cielo tocan,
porque de ellos es la fuerza de los cielos.
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08 agosto 2013

JORGE ROJAS (Colombia, 1911-1995)
El salmo de los árboles


Si quieres acercarte más a mi corazón
rodea tu casa de árboles.

Y sentirás el júbilo de la flor incipiente
mientras menos lograda más lejos de la muerte.

Escucharás las cosas pequeñas que yo escucho
cuando cae la tristeza sobre los campos húmedos.

El grillo que devana su pequeña madeja
de soledad y extiende su música en la hierba.

Y verá tu pupila la aventura del vuelo,
la fatiga del ala bajo el plumaje trémulo.

Planta delgados álamos, donde sus sombras midan
el césped silencioso y el agua cantarina,

y el quieto surtidor verde de los saúces
para que la tristeza caiga en tus ojos dulces.

El huso de los pinos donde la sombra crece
que hile la blandura de los atardeceres.

Y cuando esté maduro el silencio del bosque
pártelo como un fruto, pronunciando mi nombre.

Que sostengan los árboles la lluvia entre sus ramas
con la misma dulzura con que se toca un arpa.

Y hasta en la oscura noche, cada tallo en aroma
te entregue la delicia de las futuras pomas.

Y las redondas bayas —madurez y deseo—
pendan de los flexibles gajos de los ciruelos.

Y decoren de plata sus hojas las acacias
como si amaneciera la luna entre las ramas.

Que la flor del magnolio, al alto mediodía,
un loto te recuerde bajo la luz tranquila.

 Y la savia palpite si grabas en los robles
el contorno perfecto de nuestros corazones.

El laurel, aun sin frente que aprisionar, recuerde
a tus manos la ausente materia de mis sienes.

Y el mimbre que se doble tierno sobre el estanque
como si en él quisiera ver el vuelo de un ave.

Despertarán entonces al vaivén de las ramas
más pájaros que cantos caben en la mañana.

Y la luz será lira sostenida en el aire,
iniciación del alba, límite de la tarde.

Acércate al rumor del viento entre los árboles,
amada, y sentirás el rumor de mi sangre.

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