24 diciembre 2011

SNORRI STURLUSON, principios del siglo XIII Islandia
El engaño de Gylfi, GYLFAGINNING

XVI - (EL FRESNO)

Entonces dijo Gangleri:
     “¿Qué otras maravillas pueden decirse del fresno?”
     Hár dice:
     “Mucho hay que decir. Un águila se sienta sobre las ramas del fresno, y es muy sabia; entre sus ojos se sienta un halcón que se llama Vedrfölnir. Una ardilla, llamada Ratatosk*, sube y baja corriendo por el fresno y lleva habladurías entre el águila y Nidhögg. Y cuatro ciervos corren por las ramas del fresno y mordisquean el borrajo; se llaman así: Dáinn*, Dvalinn, Duneyr, Durathrór. Y en Hvergelmir hay tantas serpientes que no hay lengua que las pueda contar.
     “Se dice también que las nornas que viven en la fuente de Urd toman agua de la fuente todos los días, y el lodo que hay en torno a la fuente, y rocían el fresno para que no se resequen o se pudran sus ramas. Pero el agua es tan sagrada que todas las cosas que llegan a la fuente se vuelven tan blancas como eso que llamamos clara, que está dentro de la cáscara del huevo.
     “El rocío que cae de él sobre la tierra lo llaman los hombres rocío de miel, y de él se alimentan las abejas. Dos aves se alimentan en la fuente de Urd, se llaman Cisnes, y de esas aves viene la especie de aves que así se llama”

*”Diente raedor”
**Dáin: “muerto”, Dvalinn: “que permanece”, Duneyr: “el que camina con estrépito sobre la grava”, Durathrór (es dudoso su significado).

Textos mitológicos de las Eddas
-----

20 diciembre 2011

100 años de la muerte de Joan Maragall

JOAN MARAGALL (Barcelona, 1860-1911)
La fageda d'en Jordá


Saps on és la fageda d'en Jordà?
Si vas pels volts d'Olot, amunt del pla,
trobaràs un indret verd i profund
com mai cap·més n'hagis trobat al món:
un verd com d'aigua endins, profund i clar;
el verd de la fageda d'en Jordà.
El caminant, quan entra en aquest lloc,
comença a caminar-hi a poc a poc;
compta els seus passos en la gran quietud:
s'atura, i no sent res, i està perdut.
Li agafa un dolç oblit de tot lo món
en el silenci d'aquell lloc profund,
i no pensa en sortir, o hi pensa en va:
és pres de la fageda d'en Jordà,
presoner del silenci i la verdor.
Oh companyia! Oh deslliurant presó!

Octubre de 1908

-----

19 diciembre 2011

CARMEN CONDE (Cartagena, 1907-1996)
De Devorante arcilla, 1962

Se dice árbol, y no es.
Se dice árbol despojándose de hojas doradas y bellísimas,
y tampoco es.
Se diría, gritándolo: ¡Es el otoño en los jardines,
en los bosques amarillos y verdes,
en los quietos estanques, en los arroyos, en la cordillera...!
Y no. No. Tampoco es.

¿Cómo se diría, para decirlo, esto que se ve
en mitad del mundo de octubre?

¿Qué suma de palabras únicas, recién nacidas,
haría posible que ese árbol
con su lluvia de oro viejo cabe el tronco, mientras la cima
es verde aún, alegre, bulliciosa,
fuera el árbol único también, el inesperado
árbol recién revelado a las criaturas
que no saben gritar la hermosura sin márgenes?

Árbol, otoño, lluvia de hojas... ¡Oh, no!
No es eso. No es así.
-----

15 diciembre 2011


PETICIONES CREADAS POR... 

Friends of the Gualala River



LUIS SEPÚLVEDA (Chile, 1949-2020)
El árbol

De "La lámpara de Aladino"
A Lucas Chiape, el hombre del bosque

     En la isla de Lenox hay un árbol. Uno. Indivisible, vertical, terco en su terrible soledad de faro inútil y verde entre la bruma de los dos océanos.
     Es un alerce ya centenario y el único sobreviviente de un pequeño bosque derribado por los vientos australes, por las tormentas que hacen risible la idea cristiana del infierno, por la implacable guadaña de hielo que siega el sur del mundo.
     ¿Cómo llegó hasta ese lugar reservado al viento? Según los isleños de Darwin o de Picton, transportado en el vientre de una avutarda, como semilla germinada y emigrante. Así llegó, llegaron, se abrieron camino entre las grietas de la roca, hundieron las raíces y se alzaron con la verticalidad más rebelde.
     “Eran veinte o más alerces”, dicen los viejos de las islas, que no tienen la mitad de los años del árbol sobreviviente ni llevan más de unos pocos en ese mundo donde el viento y el frío susurran: “Vete de aquí, sálvate de la locura”.
     Fueron cayendo uno tras otro con la lógica de las maldiciones marinas. Cuando el viento polar doblegó al primero y su tronco se partió con un rumor terrible, y que sólo se escuchará de nuevo -dicen los mapuches- el día en que se rompa el espinazo del mundo, empezó la condena del último árbol de la isla. Mas el camarada caído tenía en sus ramas el vigor de todos los vientos sufridos, de todos los hielos soportados, y su memoria vegetal fue sustento de los otros.
     Así se hicieron fuertes, continuaron el desafío de tocar el cielo bajo de la Patagonia con las ramas, y así fueron cayendo, uno tras otro, de forma definitiva. Sin doblegarse en vergonzosas agonías, esos árboles azotaron, desde la copa a la raíz, a las rocas, y a los vientos victimarios dijeron: “He caído, es cierto, pero así muere un gigante”.
     Uno quedó sobre la isla. El árbol. El alerce que apenas se vislumbra al navegar por el estrecho. Rodeado de muertos que son suyos, impregnado de memoria, y temporalmente a salvo de los leñadores, porque su soledad no compensa el esfuerzo de atracar la nave y subir por las escarpadas rocas a tumbarlo.
     Y crece. Y espera.
     En la estepa polar, otros vientos afilan la guadaña de hielo que ha de llegar hasta la isla, que inexorablemente ha de morder su tronco, y, cuando llegue su día, con él morirán definitivamente los muertos de su memoria.
     Pero mientras espera el inevitable fin, sigue vertical sobre la isla, altivo, orgulloso, como estandarte imprescindible de la dignidad del Sur.

---Fin---