07 abril 2011

THÉOPHILE GAUTIER (1811-1872)
 Le pin des Landes

On ne voit en passant par les Landes désertes,
Vrai Sahara français, poudré de sable blanc,
Surgir de l'herbe sèche et des flaques d'eaux vertes
D'autre arbre que le pin avec sa plaie au flanc ;

Car, pour lui dérober ses larmes de résine,
L'homme, avare bourreau de la création,
Qui ne vit qu'aux dépens de ce qu'il assassine,
Dans son tronc douloureux ouvre un large sillon!

Sans regretter son sang qui coule goutte à goutte,
Le pin verse son baume et sa sève qui bout,
Et se tient toujours droit sur le bord de la route,
Comme un soldat blessé qui veut mourir debout.

Le poète est ainsi dans les Landes du monde;
Lorsqu'il est sans blessure, il garde son trésor.
Il faut qu'il ait au cœur une entaille profonde
Pour épancher ses vers, divines larmes d'or!


EL PINO DE LAS LANDAS

No se ve, al pasar por las Landas desiertas,
Auténtico Sahara francés, empolvado de arena blanca,
Brotar de la hierba seca y de los charcos de verdes aguas
Otro árbol que el pino con su herida en el flanco;

Pues para robarle sus lágrimas de resina,
El hombre, avaro verdugo de la creación,
Que vive sólo a expensas de aquéllos a quienes asesina,
En su dolorido tronco abre un ancho surco.

Sin lamentar su sangre que corre gota a gota
El pino derrama su bálsamo y su savia que hierve,
Y se mantiene siempre erecto al borde del camino,
Como un soldado herido que quiere morir de pie.

El poeta está en las Landas del mundo;
Cuando carece de herida, conserva su tesoro.
Le es preciso tener en el corazón una profunda grieta
Para derramar sus versos, divinas lágrimas de oro.

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03 abril 2011

LAMENTO POR EL CIPRÉS DE SILOS
José Mª Manrique

                                          Para el P. Quintiliano con
                                                                       admiración
                                             porque siempre admiro
                                                                        la bondad.

Desde un ángulo perdido,
en un claustro misterioso,
te veo alzarte hasta el cielo
en el silencio nocturno
y acariciar una estrella.

Yo no sé viejo ciprés,
lo que sientes cuando el día
va llegando poco a poco
y cuando la luz que nace
mata a la luz de tu estrella.

Pero creo adivinar
entre el campo de los pájaros
y entre el rumor de la fuente
un silencioso lamento
porque tu estrella se fue.

Después, tal vez, tu esperanza
sueña, ansiosa, con la noche.
Con ella vuelve tu estrella,
la acaricias tiernamente,
pero la sientes lejana.

Y hallas frío en su sonrisa,
y ves hielo en su mirada,
y tú quisieras llorar
como la fuente en el alba,
pero ya no tienes lágrimas.

Luego, otro día, otra noche...
tú piensas: “Quizá mañana”.
Y en la estrella que acaricias
no hallas fuego ni alegría,
sólo frialdad lejana.

Quisieras llorar, ciprés,
y ya no te quedan lágrimas...
Sólo el llanto de la fuente
te consuela, y tristemente
tú piensas: “Tal vez mañana”...

28-8-1966

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30 marzo 2011

JOSÉ BERGAMÍN (Madrid, 1895-1983)
Rimas

Vosotros los más altos,
estremecidos árboles:
almezes, olmos, álamos...
choperas, cipresales.

Vosotros, los altísimos
señores del paisaje:
rectos, erguidos troncos,
apretado follaje.

Buceando en la tierra
raíces infernales
sois de la luz urdimbre,
de los cielos, raigambre.

Le dais su voz al viento;
a la niebla, hospedaje.
Cobijo es vuestra sombra
de oscuras soledades.

Al rumor de  las aguas
dormido en el boscaje
interpretáis los sueños
de las nubes distantes.

Vuestras ramas, penachos
altivos, blandos, frágiles
dedos de verdes hojas,
acarician el aire;

pulsan en el silencio
melodioso, la sangre
que arrebuja en el nido
su latido entrañable;

y señalan al vuelo
perdido de las aves
los abiertos caminos
que nunca siguió nadie.

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26 marzo 2011

PLUVIO OVIDIO NASÓN (Roma, 43 a. C. - 17 d. C)
Metamorfosis de Cipariso en ciprés - Libro X


Traducción de Antonio Ruiz de Elvira - 1994

        Había una eminencia, y sobre la eminencia una meseta extensa y absolutamente llana, matizada de verde por una alfombra de césped. No tenía sombra paraje; cuando el artista hijo de dioses se sentó en aquel lugar e hizo vibrar los sonoros hilos, vino a él la sombra: no faltó el árbol de Caon, no el bosque de las Heliades, no la carrasca de alto follaje, ni los blandos tilos, ni el haya, así como el virginal laurel y los frágiles avellanos y el fresno usado para jabalinas y el abeto desprovisto de nudos y la encina que se inclina por el peso de las bellotas y el delicioso plátano y el arce de variados colores, y a la vez los sauces habitantes de los ríos y el loto acuático y el boj que siempre está verde y los delgados tamarices y el mirto bicolor y el sauquillo azul oscuro por sus bayas. También vinisteis vosotras, hiedras de dobladas patas, y con vosotras las vides sarmentosas y los olmos cubiertos de vides y los quejigos y los pinos silvestres y el madroño, cargado de rojo fruto, y las palmas flexibles, galardón del vencedor, y el pino carrasco de remangada fronda y velluda copa, favorito de la madre de los dioses, puesto que Atis, el amigo de Cibeles, se desnudó de la naturaleza humana cambiándola por la de aquel árbol, y en su tronco se endureció.
        Entre aquella multitud se encontraba el ciprés que tiene forma cónica, árbol ahora, muchacho antes, amado por ese dios que armoniza la cítara con las cuerdas y también con las cuerdas el arco. En efecto, existía un enorme ciervo, sagrado para las Ninfas que habitan los campos de Cartea, y que con el amplio despliegue de sus cuernos proporcionaba a su propia cabeza profunda sombra. Los cuernos resplandecían de oro, y de su torneada garganta colgaba, bajando hasta las espaldillas, un collar de piedras preciosas. Sobre el testuz le oscilaba una medalla de plata, sujeta con pequeñas correas y de la misma edad que él. De entrambas orejas le caían refulgentes perlas, ciñéndole las huecas sienes. El animal, libre de temor y exento de la medrosidad que tiene por naturaleza, acostumbraba a frecuentar las casas y a dar a acariciar su cuello a manos incluso desconocidas. Pero más que por nadie era querido por ti, oh el más bello de la raza de Ceos, Cipariso: tú conducías el ciervo a nuevos pastos, tú a las ondas de una fuente cristalina, tú le enguirnaldabas los cuernos con flores diversas, y otras veces, montado como un jinete en su grupa, lo gobernabas gozoso haciéndole ir de un lado para otro con riendas de púrpura que sujetaban su blanda boca. Era verano y mediodía, y con el ardor del sol hervían las pinzas curvas del ribereño Cangrejo. El ciervo cansado dejó caer en la herbosa tierra su cuerpo, y de la sombra de los árboles obtenía fresco. El muchacho, Cipariso, por imprudencia, atravesó al animal con una aguzada jabalina, y cuando lo vio moribundo por causa de la cruel herida, tomó la resolución de morir voluntariamente.

        ¡Qué frases consoladoras no le dijo Febo! ¡Cómo le recomendó que su dolor fuera moderado y proporcionado a su objeto! Sigue él gimiendo, aun así, y pide a los dioses, como última gracia, guardar luto por todos los tiempos. Y cuando ya toda la sangre se le había derramado en sus interminables llantos, sus miembros empezaron a cambiarse en un color verde, y los cabellos que poco antes le colgaban de la nívea frente a convertirse en una erizada maraña, y después de adquirida una complexión rígida, a contemplar con una delgada copa el estrellado cielo. Profirió el dios un quejido y dijo apesadumbrado: "Yo te guardaré luto a ti, y tú lo guardarás a otros y acompañarás a los que están en duelo".

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22 marzo 2011

ANGEL GONZÁLEZ (Oviedo, 1925-2008)
Bosque

Cruzas por el crepúsculo.
El aire
tienes que separarlo casi con las manos
de tan denso, de tan impenetrable.
Andas. No dejan huellas
tus pies. Cientos de árboles
contienen el aliento sobre tu
cabeza. Un pájaro no sabe
que estás allí, y lanza su silbido
largo al otro lado del paisaje.
El mundo cambia de color: es como el eco
del mundo. Eco distante
que tú estremeces, traspasando
las últimas fronteras de la tarde.

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