08 octubre 2009

RICARDO CODORNÍU Y STÁRICO (Cartagena, 1846-1923)
El árbol aislado
"el apóstol del árbol"

A Juan de la Cierva Codorniu

     Un fruto, provisto de esas delgadas membranas que, poéticamente, llaman alas los botánicos, aunque sólo sirven para retrasar la caída de la semilla y para que el viento la pueda arrastrar lejos de la planta que le dio origen, se desprendió de un árbol. Adviértase que el hecho de ser ligero y alado un fruto, indica que la planta futura no ha de necesitar en sus primeros años que la copa del árbol padre la proteja contra el sol.
     Cayó en lugar despejado, un caballo lo pisó sin aplastarlo y, como el suelo estaba mullido se halló en el fondo del hoyito hecho por la pezuña. Después, una lluvia otoñal lo llenó de agua y lo cubrió con tierra y así, la semilla halló humedad suficiente para que se despertase su, hasta entonces, latente vida.
     Primero se desarrolló el piquito de la semilla, formando el principio de la raíz central con la materia de los dos gajos, que eran la despensa de que había provisto la naturaleza para que pudiese vivir en la primera época, y que al quedar vacíos y adelgazados, se mostraron al exterior constituyendo el primer par de hojas y sirvieron para que la plantita pudiera empezar a vivir por sí misma, fabricando la sustancia necesaria para su desarrollo; mas al llegar el invierno se detuvo su labor. Fijaos bien en que los arbolitos y las plantas en general, a la inversa que los estudiantes y los diputados, disfrutan en invierno un periodo de vacaciones, mas no imitan a los que viven en perpetua holganza.
     En la siguiente primavera reanudó el arbolillo su trabajo y continuó su dicha; las raíces se extendían por doquier, ya que era único en disfrutar de tanto terreno que estaba a su alcance, como del aire para su ramaje, cual si fuera el verdadero rey del lugar, pero rey sin parlamento ni limitaciones constitucionales. Se debió, sin duda, al goce de vida tan próspera, que se hiciese algo caprichoso.
      Por ello no creció mucho, temiendo que la altura le obligase a gastar gran energía en la labor penosa de elevar no pocos metros los jugos que absorbían las raíces. En tanto el tronco se encorvaba engrosando, como se encorva y hace voluminoso el vientre de las personas que comen demasiado y trabajan poco corporalmente.
     Sin embargo, aunque viviendo el árbol con cierta esplendidez, no se mantenía ocioso. Resultaba interesante apreciar el afán con que trabajaban a la luz del sol los microscópicos granos de clorofila, a quienes deben las hojas su verde color, pues descomponían sin cesar el ácido carbónico del aire y con el carbono así obtenido y otras materias de la savia ascendente, fabricaban la dulce glucosa, empleada en su propio crecimiento. Mas cuando alguna parte de ella resultaba sobrante, era transformada en granitos de almidón, que guardaba cuidadosamente en las celdillas, ejercitando así una prudente economía.
     Luego, al aproximarse el invierno y estimar llegada le época de desprenderse de sus hojas, antes que las desgarraran los fríos, empezaban por retirar el almidón almacenado en ellas, conduciéndolo a los depósitos de reserva del tallo y luego, al pie del peciolo de la hoja, formando una capa de corcho para cicatrizar de antemano la herida que al desprenderse se hubiera podido producir. Al caer la hoja estaba bien guardado lo que merecía guardarse, que los árboles sólo derrochan belleza, salud y vida.
     Mucho disfrutaba el árbol durante el verano, cuando hacia el mediodía, los ganados acudían a buscar su fresca sombra para sestear, y le pagaban el beneficio recibido haciendo más fructífera la tierra. Pero se estremecía si dos amantes se sentaban bajo sus ramas, para formar planes relativos a un porvenir encantador, porque en ocasiones sacaban una navajita y grababan sus nombres en el tronco, probablemente con objeto de que, si ellos llegaban a olvidar sus promesas, las cicatrices del árbol las recordasen... al árbol mismo, que de tal modo recibía ¡una vacuna de amor!
     Todo acaba en el mundo, y también terminó la vida del árbol, en ocasión en que una terrible tormenta recorrió el paraje, y probablemente, por ser el único de los alrededores, recibió un rayo, que le dio la muerte.
     Como su tronco no era recto ni alto, se le carboneó juntamente con las ramas no muy delgadas; el carbón fue empleado ya en preparar manjares, ya en las estufas para suavizar los fríos del invierno y luego se enterró la ceniza con objeto de que fecundase la tierra de un bello jardín.

---Fin---

06 octubre 2009

ALFONSINA STORNI (Suiza, 1892-1938)

Paz

Vamos hacia los árboles… el sueño
Se hará en nosotros por virtud celeste.
Vamos hacia los árboles; la noche
Nos será blanda, la tristeza leve.
Vamos hacia los árboles, el alma
Adormecida de perfume agreste.
Pero calla, no hables, sé piadoso;
No despiertes los pájaros que duermen.

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03 octubre 2009

GUERAU DE LIOST (Barcelona, 1878-1933).
Pomera



L’herba dallada novament rebrota
els prats vestint d’una altra primavera.
Carregada de fruita, la pomera
s’hi aixeca al mig, esquarterant-se tota.
Com prolífica mare, consumida,
d’aspres en forza s’arrepenja lassa,
en fruites prodigant la vida escassa
amb una hermosa profusió de vida.
I la corona el devessall de pomes,
impregnant-la de rústiques aromes,
i criden per ses branques els aucells
disputant-se les fruites ja madures,
i somniant maternitats futures,
mor la pomera quan la diesen ells.
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30 septiembre 2009

GEORGES DUHAMEL (Paris, 1884-1966) 
Ma solitude


Comme deux arbres bien semblables
Tournés vers le même horizon,
Nous partageons les nourritures
Et plions sous les mêmes souffles.

Serai-je encore seul sur la terre
Maintenant que je t'ai nommée?
Ai-je abdiqué la solitude
Pour t'avoir prise entre mes bras?

Comme deux grands arbres voisins
Nous mêlons feuilles et racines,
Et la brise qui nous traverse
N'en a qu'une âme et qu'une odeur.

Je te prends dans ma solitude!
Elle est si profonde et si calme
Que le bruit de nos deux haleines
Est trop faible pour l'émouvoir.

Comme deux arbres vigoureux
Nous poussons dans un ciel limpide
Deux jets de sève parallèles
Eternellement exilés.

Pourtant, dès que le vent s'élève,
De nos frondaisons confondues,
Il chasse une musique unique
Qui ne trahit qu'un seul désir.

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24 septiembre 2009

RICARDO CODORNÍU Y STÁRICO (Cartagena, 
1846-1923) -"el apóstol del árbol"-
El árbol en maceta
A Carmen Hernández-Ros y Codorníu

(Este es el primer cuento que dedicó a uno de sus nietos)



     En cierto hermoso bosque de Asia, un árbol silvestre, cubierto de frutos maduros, servía de punto de reunión de las aves, que allí cantaban rebosando placer, y era entonces su repostería preferida.
     Pasó un jardinero de los imperiales palacios, y recogió no pocos de los frutos, con gran disgusto de la multitud alada, que veía disminuidas sus golosinas.
     Fueron colocadas las semillas en macetas con tierra, a las que se había mezclado algún mantillo, y recibían con regadera el agua necesaria. Germinaron las plantitas y al principio su vida fue fácil y grata, porque pasaban el estío en el umbráculo del jardín, defendidas del ardor de los rayos solares y la estación helada en el invernadero, donde no les molestaban los fríos, ni el viento les imprimía dolorosos vaivenes.
     Sin embargo, llegó un día en que las inocentes plantitas sufrieron la pena impuesta a los grandes criminales, pues fueron decapitadas... para injertarlas. Al pronto creyeron morir, mas se salvaron al fin, porque las raíces dieron agua y jugos de la tierra a las yemas del injerto, y además disponían de algunas substancias orgánicas, de esas que los arbolillos depositan a prevención en las celdillas de su tronco, para la época de escasez.
     Así se transformaron las yemas en ramillas con hojas, y éstas preparaban substancia vegetal, que enviaron a las raíces, para que pudieran ramificarse, producir nuevos pelos absorbentes y tomar más savia para las hojas.
     Pronto las raíces llegaron a la impenetrable barrera de tierra cocida que forma las macetas, y se vieron obligadas, muy a pesar suyo, a rodear las paredes, a manera de ovillo, lo que no dejaba de serles molesto.
     Desde entonces empezaron a sufrir escaseces; apenas se les proporcionaba agua y el alimento indispensable para que no se mustiasen los pobres vegetales, ya que vivían contrahechos, pues el objeto del jardinero era que permanecieran siempre enanos.
     A pesar de su pequeñez, uno de ellos llegó a producir algunas flores, lo que halagó su vanidad, y luego se regocijó más cuando se transformaron en bellos frutos. Ésto satisfizo al arbolillo, porque esperaba que acaso alguno de los huesos se desarrollaría al aire libre, produciendo una planta que no tuviera que soportar los tormentos y estrecheces de su progenitor, primero degollado, siempre medio emparedado y con el disgusto además de no ser un árbol, sino dos medios árboles porque a la mitad superior no agradaban los jugos que le daba la otra mitad, ni a las raíces los manjares preparados para ellas por los granos de clorofila de las hojas, que son las cocinas de las plantas, aunque otros, con más propiedad sin duda, los llaman pulmones y estómagos de los vegetales.
     Una tarde de otoño, poco tiempo después de ponerse el sol y cuando mas tranquilamente dormía el arbolillo su primer sueño, le despertó una desagradable impresión de frío, debida a que una joven de amarillenta tez y ojillos inclinados, lavaba su tronquito, sus ramas, hojas y frutos, con una esponja rebosando agua. Luego revistió la maceta con sederías bordadas y fue llevada por un palanquín... ¡al palacio del emperador!
     La pusieron en el centro de la mesa preparada para la comida oficial, en un salón cuya claridad era deslumbradora, y el arbolito empezó a absorber el anhídrido carbónico del aire, cual si fuera pleno día. Luego comenzó la música y el banquete, y la planta se hallaba gratamente entretenida, contemplando deslumbradores uniformes de los diplomáticos y palaciegos, cuando llegaron los postres.
      Entonces ¡qué gran sorpresa y mayor dicha! El mismo emperador, el hijo del sol, de la luna y de todas las estrellas del firmamento, extendió sus soberanos brazos, arrancó uno de los frutos, lo comió mostrando vivo placer y luego, cogiendo los demás, obsequió con ellos a la emperatriz y a los príncipes, sus hijos. Tan gran honra compensó al arbolito del dolor que le produjo el desgarre de sus frutos, mientras los cortesanos le envidiaban, pues con gusto hubieran sufrido que su majestad imperial arrancase una de sus orejas, si le vieran comérsela con la misma sonriente faz y alegres ojillos con que había saboreado el fruto.
     Después fue regalado el arbolito, como recuerdo, al primer ministro, y llevado al salón de su excelencia. Se le colocó en la mesa central, cuyos pies mostraban dragones admirablemente tallados, destacándose sobre rojo fondo de laca. Allí pasó algunos meses, casi adorado por la familia y por los visitantes; pero la falta de agua y, principalmente, la del sol hizo que se mustiara. Un servidor demasiado listo lo sustituyó por otro arbolito de la misma especie, sin que nadie advirtiese la superchería, y mientras los visitantes dirigían miradas codiciosas al sustituto, el auténtico entraba en putrefacción en un corral.

---Fin---