JUAN GUZMÁN OJEDA, Ing. Téc. Forestal
Mil y un nombres de los pinos canarios (y3)
Los ‘Pinus canariensis’ con nombre propio por causa y efecto de diversos hechos o casualidades históricas integran la tercera parte de este artículo que, en anteriores entregas, abordó los nombres que reciben por razones religiosos o por su forma. Es el caso del Pino del Negro que hay en el valle de la Orotava, aquí fotografiado por Vicente F. Rodríguez García.
Tras presentar a nuestra conífera aciculada por su conexión con el culto religioso, así como con su arquitectura forestal y el extenso grupo de los “pino-topónimos” locales de las dos entregas anteriores, nos queda un pequeño pero interesante grupo que responde, en esencia, a hechos o sucesos acaecidos al pie de estos árboles singulares.
Aunque podamos explicar o recuperar algunos nombres por su causa y efecto, lo cierto es que, dada la cuasi extinción de nuestro patrimonio oral-forestal, algunos resultan de difícil asociación mientras que otros ya se han perdido en la noche de los tiempos. No obstante determinados calificativos invitan a imaginar algunas teorías, surgiendo la duda sobre todo cuando la certeza juega con distintas posibilidades.
Antes era costumbre que los grandes especímenes de Pinus canariensis que se ubicaban sobre puntos de mayor cota, constituyeran puntos de referencia ya fuera para el descanso, el encuentro o incluso la pernocta obligada. No en vano buena parte de estas rutas sirvieron para el intercambio de productos locales, especialmente cuando escaseaban o abundaban en uno u otro extremo. Por ejemplo, el Pino de la Mesa, hito entre los municipios de La Orotava y Arafo (Tenerife), que sirvió de punto de encuentro para el trueque de varas y horquetas para la viña, por garrafas de vino blanco madurado al sur insular. Se dice que junto al mismo se construía una mesa para realizar el intercambio de viandas o útiles. También el Pino Piletas fue otro gran ejemplar bajo cuya sombra garafianos y sauceros (La Palma) compartieron gratos momentos, mientras permutaban ñames para el potaje por sacos de nutritivas y dulces almendras.
En el pinar de Vacíaborracha
No hace mucho existió en La Palma un ejemplar conocido como Pino de la Bota, uno de los máximos exponentes del denominado pinar de Vacíaborracha, allá por el camino que baja de cumbres hacia Garafía. Ambos topónimos guardan una estrecha correlación: al parecer en el Pino de la Bota los pastores y transeúntes del pinar colgaban las “pellejas de cabra” tratadas para guardar el vino; debía ser un lugar bien orientado, fresco y visible. La vacía también fue un sinónimo para señalar las pellejas o botas para conservar el vino.
Por su parte, tanto en Gran Canaria como en Tenerife encontramos dos pinos de etimología muy cercana, en la primera el Pino del Mulato (Tejeda) y en la segunda el Pino del Negro (La Orotava). Ambos epítetos responden a la presencia de alguien de color en la zona, circunstancia que debió de llamar mucho la atención de los lugareños de la época. Del primero podemos decir que se trató del ejemplar más alto conocido de Gran Canaria, medía 46 metros y su fallo mortal, debido a la gran herida causada en su base, se produjo en junio del pasado año 2012. De su historia poco conocemos salvo que creció cerca de un antiguo manantial concediéndole un soberbio crecimiento. Del segundo se dice que el terrateniente Arroyo, en uno de sus viajes a África, trajo consigo un nativo que puso a vigilar sus fincas de la entrada de ganado. Según la tradición oral, este fiel servidor, que vivía en el monte, solía cobrarse en reses ajenas su manutención hasta que los enojados pastores, muy cerca del Pino del Negro, decidieron tomarse la justicia por su mano.
Pero también los pinos han servido para marcar tiempos y distancias, así, el Pino de la Hora, que vivió cerca del antiguo secadero de piñas de Ñameritas (Gran Canaria) marcaba la hora de camino que hay entre las casas forestales de Inagua y de Pajonales. Sobre el Pino de la Medida (Tenerife), no hemos logrado descubrir su nombre tan extraño como directo.
Más bien sacado del cancionero popular encontramos al Pino del Lugar donde el Buey Habló (Garachico). Este chocante nombre se asocia a la fábula en la que un buey cayó agotado mientras trabajaba, siendo azotado por el dueño, entonces el buey que le acompañaba, cual personaje de Walt Disney y para sorpresa del arriero, exclamó: “Aguante compañero, que si no nuestro dueño se verá perjudicado”.
Malsonante
Aunque resulte algo malsonante, no queremos olvidar al Pino de la Mierda (Vilaflor). Este individuo de escatológico nombre recibió tal denominación porque durante la segunda mitad del pasado siglo, cuando las cuadrillas de las repoblaciones forestales se dirigían a diario a las cumbres, si alguien se veía en la necesidad solía desviarse hasta él para realizar tan placentero acto.
También como parte del anecdotario forestal, en El Hierro aparece el conocido Pino Piloto. Este nombre viene a referirse al apellido de un intrépido de La Restinga que, movido por el hambre, escaló al árbol para capturar cuervines, pero acabó siendo víctima de una severa caída. Curiosamente el apellido encuentra gran casualidad con el vuelo libre que protagonizó este pobre desdichado. En la misma isla vivió hasta finales del pasado siglo el conocido como Pino Guásimo, individuo vegetal que recibió tal adjetivo por la nada desdeñable utilidad de ser una mini-alberca natural de agua potable.
Sobre otros ejemplares conocidos como el Pino de la Pelota, Pino de la Quilla, Pino del Consuelo, Pino de las Mujeres, Pino del Mediodía, Pino del Guirre, Pino del Ahorcado o Pino Marinero no hemos logrado contrastar sus etiquetas. En cualquier caso, dejamos este espacio misterioso bien a la fantasía forestal de cada uno o bien al encuentro casual y propicio con nuestros expertos de monte, esos sabios y científicos del pinar, gente afable que en vez de bata suelen lucir cachorra, mostacho y cigarro apagado.
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