YURI MILLARES
Secretos del bosque canario y sus árboles
Lo cierto es que los gobiernos españoles empezaron a tomar sus primeras medidas por esa época, enviando a conservadores de montes en una labor muy poco eficaz que el antropólogo, también francés, René Verneau explicaba porque el campesino, que “se queja de la sequía”, sigue talando “los maravillosos bosques del país en las propias barbas de los guardas”.
Monumento a la bombona
La primera mitad del siglo XX, con sus guerras mundiales y la propia guerra civil en España, no hizo sino agravar la situación de los bosques. Con el comercio portuario bajo mínimos, los escasos recursos forestales eran lo único de que disponía la población para tener leña y carbón con la que cocinar, o los puertos para suministrar a los barcos. “A la bombona había que hacerle un monumento, porque cuando vino el gas butano la gente dejó de hacer los cortes clandestinos”, solía decir Jaime O’Shanahan, figura clave en el inicio de las grandes repoblaciones forestales que dieron la vuelta a esta dramática situación a partir de 1951.
Secretos del bosque canario y sus árboles
El cuadro 'Pinar quemado' de Lucas de Saá, acrílico y óleo sobre lienzo, creado para el proyecto Nisfade de identificación y protección de los pinos singulares de El Hierro.| FOTO: JAVIER PÉREZ MATO |
El archipiélago
canario tiene, en este siglo XXI por el que ya nos adentramos, 130 mil
hectáreas de bosque y aún dispone de capacidad en su suelo para albergar
otras 90 mil hectáreas más. Y aunque el ritmo de las repoblaciones
varía de año en año (en función de las posibilidades presupuestarias de
las administraciones públicas en cada ciclo económico), técnicos
forestales consultados por PELLAGOFIO estiman que “esas 90 mil hectáreas
las podríamos conseguir en 70 años”, algo que, en cualquier caso,
“deberíamos intentar acortar, haciendo un esfuerzo en los próximos 30 ó
40 años para repoblarlas con ayuda del proceso natural que está en
marcha”.
La mayor parte de los bosques canarios son pinares (unas 70 mil
ha.), siendo el monteverde (nuestra exuberante y relicta laurisilva) el
que ocupa el segundo lugar en extensión (unas 25 mil ha.) y el bosque
termófilo el tercero en este ranking, con los palmerales, que tienen sus mayores extensiones en Gran Canaria y La Gomera.
Pinar de Pilancones, en Gran Canaria.| FOTO: TATO GONÇALVES |
Estas cifras contrastan con la realidad de cien años atrás (por
ejemplo, los bosques de Gran Canaria apenas tenían a principios del
siglo XX una superficie de 6 mil hectáreas). Ya a finales del XIX el
navegante, naturalista y explorador francés Dumont d’Urville (Viaje pintoresco alrededor del mundo)
escribía entre alarmado y sorprendido:
“El mayor error de la
administración española es no haber velado por la conservación de los
bosques, que son para estas islas el gran alambique de la destilación
pluvial. (…) Hoy en día la expansión de este suelo pelado es tan fuerte
que la nubes no hacen más que pasar sobre las islas”.
Lo cierto es que los gobiernos españoles empezaron a tomar sus primeras medidas por esa época, enviando a conservadores de montes en una labor muy poco eficaz que el antropólogo, también francés, René Verneau explicaba porque el campesino, que “se queja de la sequía”, sigue talando “los maravillosos bosques del país en las propias barbas de los guardas”.
Monumento a la bombona
La primera mitad del siglo XX, con sus guerras mundiales y la propia guerra civil en España, no hizo sino agravar la situación de los bosques. Con el comercio portuario bajo mínimos, los escasos recursos forestales eran lo único de que disponía la población para tener leña y carbón con la que cocinar, o los puertos para suministrar a los barcos. “A la bombona había que hacerle un monumento, porque cuando vino el gas butano la gente dejó de hacer los cortes clandestinos”, solía decir Jaime O’Shanahan, figura clave en el inicio de las grandes repoblaciones forestales que dieron la vuelta a esta dramática situación a partir de 1951.
Las
leyes que, por esa época, se dictaron en España tuvieron su efecto
sobre las reforestaciones emprendidas en Canarias, aunque no exentas de
sus controversias. “La ley estatal decía que todas las superficies por
encima de los 900 metros debían ser forestales. En Canarias, por encima
de esa altura, había agricultura y pastoreo y supuso un cambio radical
en el uso del territorio. Y por eso, de alguna forma, hoy todavía se
mantiene esa aversión a los pinos”, señala uno de los técnicos
forestales consultados. “Pero, objetivamente –añade–, las Canarias
necesitaban bosque. Gran Canaria especialmente”.
El progresivo abandono de algunas actividades tradicionales, “como el
pastoreo intensivo o la siega de monte de forma superficial”, tuvo como
resultado que a partir de los años 70 del siglo XX, el territorio
entrase en un proceso que los técnicos forestales llaman “de
cicatrización”: se produce una regeneración natural tanto de los
antiguos pinares, como de los relictos de monteverde e, incluso, de los
palmerales. “Ayudados por el viento y sobre todo por las aves
(especialmente el mirlo), las semillas viajan fuera de la superficie
ocupada por el bosque, incrementando de una forma considerable la
superficie forestal”, que se extiende por territorios en los que se ha
abandonado la agricultura o ya no se practica el pastoreo.
Frutales forestales, también
Las repoblaciones forestales refuerzan notablemente esa regeneración y ampliación de los bosques canarios que, aunque en los años 50, 60 y 70 eran mayoritariamente con pino (sobre todo Pinus canariensis, pero también insigne, halepensis y pinea), a partir de los años 80 se añaden a las repoblaciones otra serie de especies: palmeras, laurisilva e incluso frutales forestales, “que es importantísimo, porque son mucho más aceptados por la población rural”, reconocen los técnicos. Se refieren a castaños, nogales, álamos negros (olmos, como son más conocidos popularmente), higueras… “Toda esa lista de especies la Administración también los ha fomentado, sabiendo que es una forma de crear ecosistema porque la fauna los necesita”, añaden.
Llegados a este punto del artículo, puede que al lector le asalte la pregunta: ¿para qué tanto pino en vez de frutales? Los técnicos forestales lo tienen claro: “No hay que plantearse qué nos genera el pinar, sino ¿qué pasaría si no estuviese ese pinar? Es uno de los mejores usos del territorio, porque si hay un incendio el pino canario rebrota otra vez; en zonas accesibles nos produce una madera de muy buena calidad (tenemos que ser pacientes y esperar 200 años hasta que nos produzca tea, pero es un factor importante); también produce leña y pinocha (para cama de ganado, para hacer estiércol)”.
Son unos beneficios que, hasta hace poco, habían estado muchas veces vetados, de ahí esa aversión de la población rural al no permitírsele pastorear, disponer de leña o ni siquiera recoger pinocha. Incluso se multaba por cortar pasto.
Las multas: “leyenda urbana”
Eso es hoy algo impensable (“Hace 15 años que no se tramita una multa. Lo que queda son leyendas urbanas”, aseguran en el Cabildo de Gran Canaria), pues todos reconocen ya que esas son labores (junto a los tratamientos selvícolas para sanear el bosque, con talas selectivas) que benefician al propio bosque y evitan incendios: “El pastoreo controlado es un uso sostenible muy adecuado, porque mantiene el sotobosque a raya y allá donde crece el pino muchas veces no te crece otra cosa. Lo que no tiene sentido es plantar pinos donde podemos plantar laurisilva, castaños u olmos”, reconocen hoy los técnicos que cuidan nuestro patrimonio forestal.
Y sean de pinos o de cualquier otra especie, los bosques son –más allá de un recurso paisajístico para disfrute de la población urbana, o de un sostenedor de actividades rurales tradicionales– una necesidad para el territorio y su clima. Entre las funciones fundamentales del bosque están la producción de agua, la protección de suelos y, especialmente, la fijación de CO2 tan necesaria ante el uso y abuso de combustibles fósiles como el petróleo y el carbón. “Tenemos que pertrecharnos contra el cambio climático, y la mejor defensa es tener mucha superficie arbolada porque mejora el microclima y podemos hacerle frente, de forma mucha más óptima, al desgraciado cambio climático que nos espera”, insisten.
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NOTA
*El contenido de esta página se basa en entrevistas con los técnicos forestales Carlos Velázquez, Alejandro Melián y Juan Guzmán, además de la consulta de diversa documentación a la que PELLAGOFIO ha tenido acceso y datos de investigaciones propias.
Frutales forestales, también
Las repoblaciones forestales refuerzan notablemente esa regeneración y ampliación de los bosques canarios que, aunque en los años 50, 60 y 70 eran mayoritariamente con pino (sobre todo Pinus canariensis, pero también insigne, halepensis y pinea), a partir de los años 80 se añaden a las repoblaciones otra serie de especies: palmeras, laurisilva e incluso frutales forestales, “que es importantísimo, porque son mucho más aceptados por la población rural”, reconocen los técnicos. Se refieren a castaños, nogales, álamos negros (olmos, como son más conocidos popularmente), higueras… “Toda esa lista de especies la Administración también los ha fomentado, sabiendo que es una forma de crear ecosistema porque la fauna los necesita”, añaden.
Llegados a este punto del artículo, puede que al lector le asalte la pregunta: ¿para qué tanto pino en vez de frutales? Los técnicos forestales lo tienen claro: “No hay que plantearse qué nos genera el pinar, sino ¿qué pasaría si no estuviese ese pinar? Es uno de los mejores usos del territorio, porque si hay un incendio el pino canario rebrota otra vez; en zonas accesibles nos produce una madera de muy buena calidad (tenemos que ser pacientes y esperar 200 años hasta que nos produzca tea, pero es un factor importante); también produce leña y pinocha (para cama de ganado, para hacer estiércol)”.
Son unos beneficios que, hasta hace poco, habían estado muchas veces vetados, de ahí esa aversión de la población rural al no permitírsele pastorear, disponer de leña o ni siquiera recoger pinocha. Incluso se multaba por cortar pasto.
Las multas: “leyenda urbana”
Eso es hoy algo impensable (“Hace 15 años que no se tramita una multa. Lo que queda son leyendas urbanas”, aseguran en el Cabildo de Gran Canaria), pues todos reconocen ya que esas son labores (junto a los tratamientos selvícolas para sanear el bosque, con talas selectivas) que benefician al propio bosque y evitan incendios: “El pastoreo controlado es un uso sostenible muy adecuado, porque mantiene el sotobosque a raya y allá donde crece el pino muchas veces no te crece otra cosa. Lo que no tiene sentido es plantar pinos donde podemos plantar laurisilva, castaños u olmos”, reconocen hoy los técnicos que cuidan nuestro patrimonio forestal.
Y sean de pinos o de cualquier otra especie, los bosques son –más allá de un recurso paisajístico para disfrute de la población urbana, o de un sostenedor de actividades rurales tradicionales– una necesidad para el territorio y su clima. Entre las funciones fundamentales del bosque están la producción de agua, la protección de suelos y, especialmente, la fijación de CO2 tan necesaria ante el uso y abuso de combustibles fósiles como el petróleo y el carbón. “Tenemos que pertrecharnos contra el cambio climático, y la mejor defensa es tener mucha superficie arbolada porque mejora el microclima y podemos hacerle frente, de forma mucha más óptima, al desgraciado cambio climático que nos espera”, insisten.
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NOTA
*El contenido de esta página se basa en entrevistas con los técnicos forestales Carlos Velázquez, Alejandro Melián y Juan Guzmán, además de la consulta de diversa documentación a la que PELLAGOFIO ha tenido acceso y datos de investigaciones propias.
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