"Quién hubiera dicho que estos poemas de otros iban a ser míos, después de todo hay hombres que no fui y sin embargo quise ser, si no por una vida al menos por un rato..." Mario Benedetti.
A los amantes de los árboles,... localización, poesía, cuentos/leyendas, etc.
CLEMENTE ÁLVAREZ, en "El País" Hayedo de Zilbeti: un ‘guernica’ forestal
Hace ocho años, vecinos de Valle de Erro, en Navarra, cargaron un
generador eléctrico en un tractor y lo llevaron al hayedo de Zilbeti.
Allí, de noche, enchufaron un proyector con una imagen del cuadro del Guernica
y dirigieron la luz contra los árboles. La genial obra de Picasso
apareció así en mitad del bosque, diseminada por una treintena de hayas,
en un valioso monte que iba a ser arrasado para abrir una cantera de la
empresa Magnesitas Navarras. “Nos dijeron que teníamos que salir en la
prensa, que había que conseguir que esto se viera”, cuenta Edurne Errea
(Aurizberri/Espinal, 1987), que sin tener mucha idea de dibujar subió al
hayedo varias gélidas noches para pintar el Guernica:
“Para nosotros representaba la supervivencia en medio de la
destrucción”. Primero dibujaron el contorno de la imagen proyectada
sobre los troncos y luego numeraron cada fragmento de la obra según el
color que debía llevar. Cuando lo tuvieron listo, unos cuantos días
después, llamaron a más gente de los pueblos, repartieron pinceles y se
pusieron todos a colorear los árboles.
En pleno otoño de 2020, este bosque caducifolio del Pirineo navarro
huele a tierra mojada y en el paisaje empiezan a aparecer los primeros
amarillos; pronto irán encendiéndose todavía más las hojas,
multiplicándose las pinceladas de ocres, rojos, naranjas. Aunque la
mayoría de esta masa forestal está formada por hayas, también se pueden
encontrar arces, robles, castaños, alisos, avellanos, bojes… Una selva
de tonalidades en la que los musgos y acebos aguantarán verdes aun
cuando el resto de hojas muden de color y caigan al suelo. El hayedo de
Zilbeti se salvó tras una sentencia del Tribunal Supremo de 2017
que tumbó el proyecto minero para extraer magnesita. Aunque los
promotores defendían que la cantera afectaba directamente solo a un
0,25% de las más de 9.000 hectáreas de la Zona Especial de Conservación
Monte Alduide, el fallo destacaba que de llevarse a cabo se incumplirían
la mayoría de los objetivos del plan de gestión de este valioso espacio
protegido de la red europea Natura 2000. Del Guernica ya sólo
quedan hoy restos descoloridos en algunos troncos, pero estos árboles se
han convertido en un símbolo de resistencia. Con sus pinceles, los
vecinos rebeldes de un valle de apenas 800 habitantes, consiguieron que
su bosque saliera en los periódicos y que la gente viniera a verlo.
Tuvieron que repintarlo de nuevo dos veces más, por la lluvia y por las
pintadas encima a favor de la cantera.
El hayedo de Zilbeti, al norte de Navarra, donde hace ocho años
una iniciativa ciudadano-artística salvó el bosque de una tala masiva. JUAN MILLÁS
“En estos valles, el bosque es una parte muy esencial de la vida de las
personas”, incide Errea. Cada año, en estos pueblos se reparte a cada
casa un lote de árboles, cuatro o cinco ejemplares, unas 10 toneladas de
madera. “Las familias tienen que tirarlos y partirlos, pues será con lo
que se calienten en invierno”, explica esta vecina de Espinal (250
habitantes), que añade: “Aparte de los árboles y los animales, el hayedo
representa un espacio de ocio y nos da hongos en otoño, pero sobre todo
nos hace ser quienes somos, vivimos en un bosque, es nuestra esencia”.
El proyecto de la cantera surgió en plena crisis económica, cuando más
se necesitaban los puestos de trabajo, por eso hubo mucha tensión en los
pueblos cuando una parte de los habitantes salió en defensa del bosque.
Restos del Guernica pintado hace ocho años en el hayedo de Zilbeti (Navarra) tal y como están en la actualidad. JUAN M.
El hayedo de Zilbeti suena a agua y madera. Dentro de este
bosque mágico se escuchan el rumor del río y las gotas de lluvia al caer
sobre las hojas. Pero sobre todo sorprende el repiqueteo de los pájaros
carpinteros contra los troncos. Con unos 25 centímetros de tamaño y un
llamativo plumaje negro y blanco, el pico dorsiblanco es uno de los
carpinteros más escasos del país y una de las razones de que los
tribunales pararan la cantera. Esta ave en peligro de extinción vive
acantonada en unos pocos bosques del Pirineo navarro, resonando su
alegre tamborileo en la misma zona donde estaba proyectado el agujero de
la mina a cielo abierto. “¿Acaso el pájaro carpintero no tiene alas
para volar si se abriese una cantera?”, llegó a decir el alcalde de
Valle de Erro, Enrique Garralda, para defender el proyecto minero. Así
figura en un artículo de 2015 recogido en el álbum de recortes del que
va pasando las hojas Juan Luis Martínez Sagardía en su casa de Zilbeti,
una localidad en la que apenas viven 30 personas todo el año. “Esta vez
ha salido bien, pero no es lo habitual que se salve el bosque”, señala
el presidente de la coordinadora en defensa del monte Alduide, que
reclama más apoyo para la gente que queda en los pueblos.
Madera de haya para el uso de los vecinos. JUAN MILLÁS
Mientras
tanto, Magnesitas Navarras ha comenzado los trámites para abrir otra
cantera en el paraje de Artesiaga, ahora en el valle de Baztán, pero
también dentro de la ZEC Monte Alduide. “Hoy nos quedan de siete a ocho
años de mineral en el yacimiento que estamos explotando en Eugi y la
alternativa es el proyecto en la zona de Artesiaga”, afirma Javier
Creixell, director general de esta empresa. “En Zilbeti el proyecto era
técnicamente impecable, pero es cierto que nos llevamos un buen
varapalo, de ahí hemos aprendido”, subraya. “No supimos explicarlo”. La
empresa tuvo entonces todos los apoyos de las administraciones locales,
pero se topó con este puñado de vecinos rebeldes, ayudados por la
organización SEO/BirdLife. “Ahora siento el bosque como más nuestro”,
comenta Edurne Errea, que asegura que el Guernica no se volverá a
pintar a pesar de las peticiones. “Ya con la sentencia, el hayedo tiene
que volver a su ser, que es la idea de todo esto, nosotros nos nutrimos
del bosque mientras vivimos aquí y luego lo dejamos para que puedan
seguir usándolo las futuras generaciones”.
El pueblo de Zilbeti, donde viven apenas 30 personas. JUAN MILLÁS
CLEMENTE ÁLVAREZ, en "El País" Pinar de los Belgas, ¿árboles en peligro?
Pinar de los Belgas desde la caseta de vigilancia de Cabeza Mediana, en la vertiente madrileña de la sierra de Guadarrama. JUAN MILLÁS
[URGENTE: Desde el día 3 de Diciembre de 2021 este paraje ya pertenece al Estado Español ] Nos adentramos en las historias y los sonidos de tres bosques que fueron salvados y que hoy se enfrentan a nuevas amenazas, como la despoblación o el cambio climático. Su realidad podía haber sido muy diferente. Pero estos tres enclaves naturales extraordinarios en la Sierra de Guadarrama, el Pirineo navarro y los Montes de Toledo sobrevivieron gracias al empeño de personas que supieron apreciar y defender su valor ecológico.
Al
final de una empinada escalera de metal con 23 peldaños de subida se
llega a una solitaria caseta de vigilancia en lo alto de una loma, cerca
del pueblo madrileño de Rascafría. Es el Pinar de los Belgas, un bosque único, justo fuera de los límites del parque nacional.
Desde aquí arriba, a unos 1.680 metros de altura, se abre una vista
espectacular: un agitado mar de árboles cubre de verde las montañas,
entre las cumbres de la sierra de Guadarrama. Es el Pinar de los Belgas,
un bosque único, justo fuera de los límites del parque nacional. A esta
misma atalaya, pero sin escalera, subía trepando por la roca en los
años ochenta el escritor y naturalista Julio Vías (Madrid, 1957), cuando
de joven trabajaba en verano como guarda para controlar los incendios.
Pasaba en este puesto de vigía 10 horas al día, sin hablar con nadie,
solo pendiente del bosque. Eran unas interminables jornadas en las que
los sonidos del pinar se mezclaban con música clásica y canciones de
Alaska y Dinarama. Ver de pronto a pocos metros un águila real o un
buitre negro era la recompensa. “Haber trabajado siete veranos aquí es
algo que se lleva en la mochila toda la vida”, afirma más de tres
décadas después en la misma caseta. Pocos conocen estos pinos tanto como
su antiguo guarda.
Hace unas semanas, un grupo de
científicos, académicos y conservacionistas —entre los que se incluye
Vías— lanzaron un manifiesto pidiendo al Gobierno que compre este pinar
para incorporarlo al parque nacional. Es un bosque de propiedad privada,
una circunstancia bastante común en España, donde esto ocurre con el
69% de la superficie forestal arbolada. Lo que no resulta tan habitual
son las extraordinarias cualidades del lugar. Este espacio de 2.054
hectáreas, en el que ya crecían pinos en el siglo XIV, primero
perteneció a la Comunidad de la Ciudad y Tierra de Segovia en tiempos de
la Reconquista y luego a los monjes del cercano monasterio del Paular.
Pero en 1840, tras la desamortización de Mendizábal, fue adquirido por
un grupo de empresarios y banqueros belgas que constituyeron la Sociedad
Belga de los Pinares del Paular, compañía maderera con sede en Bruselas
que explota desde entonces este bosque. Se considera que durante todo
este tiempo la gestión forestal del pinar fue modélica: extraían la
madera de forma selectiva y no repetían las cortas en una misma zona
hasta pasado más de un siglo. Como destaca Vías, otros lotes de los
pinares del Paular comprados en la misma época por propietarios
españoles fueron talados a matarrasa, sin dejar nada en pie, para
conseguir beneficios inmediatos. A comienzos del siglo XX, el entonces
director de la sociedad, Henri Dubois, salvó el pinar al rechazar
cuantiosas ofertas de Francia por grandes cantidades de madera para
reconstruir ciudades destruidas en la Primera Guerra Mundial. Sin
embargo, las dificultades actuales por las que pasa el negocio de la
madera, un material mucho menos usado que antes, han complicado la
gestión del enclave. De ahí, la alerta lanzada ahora. “Este es un bosque
en venta”, incide el naturalista, que asegura que ya no se está
cuidando como antes.
El escritor y naturalista Julio Vías, que trabajó aquí de guarda, camina entre los árboles silvestres del Pinar de los Belgas.
La historia de este pinar se concentraba en un árbol colosal escondido en una recóndita ladera. Sostiene Vías que tenía cerca de 500 años y que era el pino silvestre más viejo de la sierra de Guadarrama.
El antiguo guardabosques trató de salvarlo con unos amigos colocando
mortero para consolidar el tronco, inclinado y afectado por la
pudrición, pero acabó desplomándose en las duras tormentas del invierno
de 1996. Aunque el bosque perdió a aquel patriarca, ganó a otros
gigantes. En la actualidad, uno de los sonidos típicos es el de los
buitres negros cuando pasan volando cerca con sus enormes alas
desplegadas, como si fueran buques que hacen silbar el mar. Estas
rapaces se han multiplicado en las últimas décadas, formando una de las
mayores colonias de la Península. Son una prueba más de la riqueza del
Pinar de los Belgas, junto a sus más de 700 variedades de plantas y el
centenar de especies de aves nidificantes. “El valor de un bosque así es
incalculable. Durante mucho tiempo las arboledas se valoraban solo por
la madera, pero hoy se sabe que cumplen unas funciones esenciales, como
la conservación de la biodiversidad, la protección del suelo frente a la
erosión o el mantenimiento del ciclo del agua”, dice Vías. Tal es así
que, a menos de dos kilómetros de la caseta de vigilancia, canturrea el
arroyo que luego se convertirá en el río Lozoya, el principal suministro
de agua de la ciudad de Madrid.
“Dentro
de la gestión privada, la sostenibilidad tiene que ser también
económica. No estoy hablando de ganar mucho, sino de cubrir las
nóminas”, comenta Nicolás Lecocq, actual director de la Sociedad Belga
de los Pinares del Paular, que defiende el manejo que se hace del
bosque. “El contexto del mercado de la madera es difícil, el valor
forestal de los montes se ha devaluado”, especifica el responsable de la
compañía, que se muestra dispuesto a sentarse con la Administración si
surge alguna oferta de compra. Sin embargo, otras voces rechazan esta
opción. “Para que no se especule con el precio libre, la figura más
adecuada es una expropiación forzosa”, opina Nuria Hijano, jurista
especializada en medio ambiente y guía en estas montañas, que cree que
este bosque debía haberse incluido desde el principio dentro del parque
nacional: “El Pinar de los Belgas y la Cinta de Cabeza de Hierro quizá
sea lo que tiene más valor ambiental de toda la sierra de Guadarrama”,
recalca.
En
las largas guardias, a cada hora Vías debía coger la emisora y, si no
había ocurrido nada, repetir el mismo aviso: “Atención, Rascafría; aquí,
Cabeza Mediana, sin novedad”. Ahora sí hay problemas. Mientras camina
bajo los pinos silvestres de corteza anaranjada, pisando una crujiente
alfombra de acículas y piñas secas, a cada rato mueve la cabeza y señala
un árbol muerto, un esqueleto gris todavía en pie. “Antes esto era
impensable, en cuanto empezaba a cambiar de color, se bajaba la madera
para evitar que se propagaran plagas”, destaca el profesor, que asegura
que los pinos se están muriendo a un ritmo inusual, debilitados por las
sequías. “Esto está relacionado con el cambio climático, si tuviera
hijos me preocuparía; yo no los tengo, mis hijos son estos pinos”.
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Como dato adicional que no se mencionaba en el artículo sobre la compra cabe decir que el Estado ha pagado casi 19 millones de euros, algo mas de 9.000€ por Ha.
Y para quien no quiera entenderlo: "El Pinar de los Belgas tiene una importancia fundamental como bosque
protector de la principal cuenca abastecedora de agua de la Comunidad de
Madrid, que es la cuenca alta del Lozoya y todos los embalses", dice Julio
Vías en elDiario.es
Para medir la edad de algunos árboles, en ocasiones se practica un barreno, (ya lo mencionamos en el ártículo anterior) con un aparato adecuado (barrena de Pressler) al objeto de extraer una muestra de los anillos de crecimiento y poder así datarlo. Ver artículo
En los tejos muy antiguos lo habitual es que el corazón del árbol esté podrido, putrefacción que rara vez se aprecia antes de los 400 años, al menos exteriormente, pero a partir de los 700 pocos tejos presentan un tronco sin oquedades. En el caso de tejos muy viejos, como el Tejo de Fortingall el tronco pasa a ser una masa que ocupa una superficie de 16 x 7 metros y de la que aparentemente brotan “nuevos troncos”. Otro intento de datación ha sido por medio del carbono 14, aplicado a los restos podridos del interior de algunos viejos troncos, pero también este método ha sido desechado porque sus conclusiones nunca fueron claras. El tejo es capaz de rebrotar y sacar nuevas raíces desde la madera vieja, y usar ésta como abono, con lo que nunca hay certeza de que la muestra se corresponda con la edad original del árbol. En el caso del tejo, lo único que podemos es obtener una edad aproximada, calculada sobre la base de la comparación con otras plantas de la misma especie y mediante las estimaciones de crecimiento.
Para dar idea de las dimensiones del árbol, se emplea la medida del perímetro del tronco, tomado a una altura aproximada a la altura del pecho de una persona. Cuando no es posible la medida del diámetro a la altura normal, deberá indicarse la altura a la que fue tomada dicha medida. Quienes más empeño han puesto en la labor de medir el perímetro de los troncos de tejo, referenciando esta medida con la edad de los mismos, han sido los ingleses. En Inglaterra, el tejo, es un árbol relativamente abundante, varios de ellos incluso milenarios, y de los que en ocasiones se conservan documentadas sus correspondientes fechas de plantación.
Del estudio de ejemplares centenarios Swanton publicó en 1958 un estudio titulado “Los tejos de Inglaterra”, en el que distingue cuatro etapas en la vida del árbol. La que él llamó la etapa de juventud, cuya duración estima que llega hasta que el árbol mide 12 pies de perímetro (366 cm), el autor calcula como necesarios aproximadamente 248 años, con un crecimiento medio de 1,47 cm/año. Más recientemente Allan Mitchell, considerado en vida el mayor experto en árboles del mundo, clasificó 100.000 árboles monumentales, y dio vida al Registro de los árboles de las Islas Británicas, llegó a la conclusión de que los crecimientos eran más lentos y no distinguía las fases que marcaba Swanton, pero según sus estimaciones para llegar a los 12 pies (366cm) un tejo necesita 300 años, a una media de 1,22 cm/año. Un investigador más actual, Allen Meredith, dedicado por completo a los tejos y miembro de la asociación inglesa de los tejos viejos (Ancient Yew Group), también llegó a las mismas conclusiones para una edad temprana, aunque sus conclusiones han ido variando con el paso de los años. En 1985 opinaba así: “La historia individual de un tejo es la única forma de autentificar la edad, al margen de cualquier estudio científico detallado”. ¿Por qué llega Meredith a esta conclusión? Porque las consideraciones teóricas, en ocasiones, se daban de bruces con los hechos reales. Veamos algunos ejemplos:
Tejo del cementerio de la Iglesia de Wateringburg (Inglaterra) del que se sabe, fuera de toda duda, que fue plantado en 1597. Tiene en la actualidad 335 cm de perímetro. [335 cm/424 años = 0,79cm/año]
Tejo del Padre Saracha (Monasterio de Santo Domingo de Silos, Burgos) plantado por el segundo boticario de la abadía (Isidoro Saracha 1723-1803) en el último cuarto del siglo XVIII, ¿hacia 1780, */- 200 años?, tiene 244 cm de perímetro. [224cm/ 200 años= 1,12cm/año]
Tejo de Santibáñez (Aller-Asturias), situado al pie de una ermita construida en 1638, se supone que es coetáneo de la misma. Mide 358 cm de perímetro y está declarado monumento natural del Principado de Asturias. [358cm/383años= 0,93cm/año]
Tejos de la Iglesia de Carballido (A Fonsagrada, Lugo). Se les estima siglo y medio de vida, o tal vez algo más pero sin llegar a los dos siglos. Son tres ejemplares con perímetros de 400 (a 50 cm de altura), 414 y 450 cm. [400cm/ 150años = 2,66 cm/año]
Tejos del Pazo de Mariñan (Bergondo, A Coruña). Su fecha de plantación exacta se desconoce aunque podrían ser de la segunda mitad del siglo XVIII o entre el segundo y tercer cuarto del XIX. Miden 395 cm el menor y 425 cm el mayor, medido este a 25 cm del suelo, ya que luego el tronco se divide en dos. [400cm/170años = 2,35 cm/año]
Tejos del Pazo de Arenaza (Oleiros, A Coruña) Coetáneos del Pazo, su antigüedad puede cifrarse en siglo y medio. Miden 374 y 420 cm. [390cm/150 = 2,6 cm/año]
De aquí se desprende que Meredith lleva razón: tejos de la misma edad pueden tener uno el doble del perímetro que el otro, aunque los que crecen en el mismo lugar tienen mayor uniformidad en sus medidas. De los registros antes citados, fácilmente podemos observar que la relación perímetro/edad no se puede considerar constante en los tejos y la única manera de conocer su edad es conociendo su fecha de plantación.
La historia del mal uso de la barrena Pressler, aquí
Tronco del tejo de la Iglesia de Viladonelle (Neda)
Para medir la edad de algunos árboles, en ocasiones se practica un barreno con un aparato adecuado (barrena de Pressler) al objeto de extraer una muestra de los anillos de crecimiento y poder así datarlo. Naturalmente, como sucede con cualquier herramienta, es preciso saber cómo usarla y tener una cierta práctica, de lo contrario te encontrarás con problemas tales como que se tuerce, y al final no avanza ni retrocede, como ya le ha sucedido a alguno, que terminó cortando el árbol (hay ocasiones en las que un doctorado en ciencias no soluciona ciertos problemas prácticos). Estos métodos dendrocronológicos ofrecen lo que se denomina una edad calculada (que habría de hacerse al menos dos veces, para evitar errores) pero cuyo uso también está restringido por los adecuados permisos, las características propias del árbol y el riesgo que conlleva esta agresión, como posible vía de entrada de patógenos, y más aún en el caso de árboles monumentales.
En el caso concreto de los tejos, este método no es de aplicación, por diversos motivos, entre otros la dureza de su madera y el diámetro de los troncos, además sus anillos de crecimiento suelen estar poco marcados siendo en ocasiones preciso el uso de un microscopio para verlos. En ocasiones se han encontrado casos de más de treinta de estos anillos de crecimiento en tan sólo un centímetro, con lo que su grosor sería de décimas de milímetro. También se ha comprobado múltiples veces, que el crecimiento no es uniforme y en ocasiones, el tejo permanece años en un aparente estado de reposo absoluto, sin crecer nada y sin crear anillos en su tronco, con lo que el recuento de estos sólo lleva a engaño. Una complicación adicional es el carácter multitronco que presentan los tejos, bajo una sola corteza no es infrecuente que existan diferentes núcleos de crecimiento, como si fuesen ramas que se han ido englobando en el tronco principal, que rara vez es cilíndrico.
En los tejos muy antiguos lo habitual es que el corazón del árbol esté podrido, putrefacción que rara vez se aprecia antes de los 400 años, al menos exteriormente, pero a partir de los 700 pocos tejos presentan un tronco sin oquedades. En el caso de tejos muy viejos, como es el Tejo de Fortingall, al que se le calculan entre 2.000 y 5.000 años, el tronco (más bien la raíz o la base que ocupó en su momento el árbol) pasa a ser una masa que ocupa una superficie de 16 x 7 metros y de la que aparentemente brotan “nuevos troncos”.
La conclusión definitiva a la que se ha llegado es que resulta imposible datar un tejo, a menos que se conozca la fecha de plantación, claro. Todas estas precisiones, que ya formaban parte de otras publicaciones mías, tanto digitales como sobre papel, vienen al caso de la presentación por parte del gobierno turco de un tejo que se encuentra en la meseta de Karatepe de la ciudad de Gümeli en Zonguldak, y al que otorgan una edad de ¡más de 4.000 años! Naturalmente podría ser, pero la precisión manifestada: 4115 años, la forma de medirla: en un laboratorio de la Universidad Técnica de Karadeniz, mediante un microscopio y tras haber sacado una muestra del árbol y la escasez general de datos, junto a la forma de presentar la noticia hacen pensar más en una tomadura de pelo que en otra cosa. Se han suministrado algunas fotos, pero ha sido difícil conseguir una medida del tronco. Según las fuentes tiene una altura de entre 23 y 26,6 metros y un perímetro de 7,7 metros, lo cual es notable, pero tampoco se sale de lo extraordinario, puesto que existen algunos más gruesos. Sea como sea, resulta extraña la precisión turca, y más siendo un país donde la leyenda dice que los tejos antiguos contienen en su interior un tesoro de oro o plata y con frecuencia son perforados en su búsqueda.