Pino de la Finca de La Laja, un árbol que respira café
En el año 2005, mientras se realizaba una excavación para la construcción de la Urbanización de Las Candelarias, en Agaete (Gran Canaria), la maquinaria conectó dos épocas históricas al toparse de repente con restos arqueológicos. Al poco, los expertos pudieron identificar el hallazgo como los restos del que se cree que fuera uno de los primeros ingenios azucareros que se construyeran en Europa. La conquista de Gran Canaria se fecha en 1483, solo tres años después entró en funcionamiento este ingenio. El azúcar que aquí se refinaba no fue un producto cualquiera, la venta de la misma sirvió de motor económico para que el hidalgo andaluz, Alonso Fernández de Lugo, obtuviera la economía necesaria para culminar la Conquista de Canarias, finiquitándola con la ocupación de La Palma (1493) y de Tenerife (1496).
El ingenio de Agaete supuso uno de los primeros núcleos de deforestación hispánica, alimentándose tanto de las leñas de la mezcla de pinos canarios y bosquetes termófilos del valle de Agaete, como del agua que bajaba desde las cumbres. Sólo en Gran Canaria llegaron a funcionar más de 20 centrales azucareras, siempre necesitadas de biomasa forestal. Se sabe que el de Agaete fue de los pocos que consumían madera del pinar, seguramente por su abundancia y cercanía. Los ingenios azucareros fueron las primeras empresas forestales de las islas Canarias –muy lejanas al concepto de la sostenibilidad–, teniendo en plantilla leñadores e incluso esclavos propios o alquilados, cuadrillas que también se desplazaban entre las islas.
El punto de mira de este artículo nos sitúa a 5 kilómetros, valle arriba, del antiguo complejo industrial, sobre una ladera alta de la denominada Finca de La Laja. Esta finca ocupa una gran parte de la zona fértil del valle de Agaete, en la parte de San Pedro, justo a la salida del sendero que desciende desde la Finca de Samsó, en Tamadaba. La Finca de La Laja es una de las cuatro particiones principales de predio matriz que acabara al borde del mar. La antigüedad de sus viviendas solariegas es tal que ni siquiera se tiene constancia o datación de las mismas.
Por otro lado, Agaete es hoy la única zona de un país europeo donde se cultiva café, un hecho considerado como una auténtica rareza y excepcionalidad. La historia nos recuerda que en 1788 fue Carlos III quien dictó un decreto para establecer plantíos en Tenerife, enviando plantas y semillas desde América y Asia. Poco después, desde el Jardín de Aclimatación de La Orotava llegaron las primeras plantas al valle de Agaete. La variedad Arabica typica –originaria de Etiopía– es muy apreciada por su baja productividad en contrapunto a su exquisito sabor.
Difícil de capturar
Pero en esta tranquila y atractiva finca, además de ser cafetal y bodega, así como contar con otra extensa orla de frutales, también coexisten varias especies arbóreas canarias como son el almácigo (Pistacia atlantica), el acebuche (Olea cerasiformis), la palmera canaria (Phoenix canariensis) y, cómo no, el pino canario (Pinus canariensis). El Pino de la Finca de La Laja es uno de esos portentos vegetales difíciles de capturar o encuadrar con la cámara.
Detrás de la bodega de La Laja, bajo los impresionantes riscos que salvan hasta 800 metros con las cimas de Tamadaba, encontramos antiguas terrazas y, al pie de éstas, tres pinos alineados. Es justo el que se encuentra más a la izquierda (28º 04 28¨N y 15º 40´ 09¨W) el que ofrece unas enormes proporciones. Curiosamente, la fisionomía de este árbol no es la más típica del Pinus canariensis, de hecho, a cierta distancia parece más bien un gran eucalipto.
Este árbol arranca como un gran cilindro de más de 4 metros de diámetro y a 4,5 metros se transforma en varias ramas de gran calibre, hasta el punto de que el diámetro principal llega a incrementarse de forma notoria en este engrosamiento. La razón de este aspecto poco común pudiera ser la pérdida de la guía terminal en su época juvenil. La altura del ejemplar no se ha podido calcular técnicamente, pero se estima entre los 30 y los 35 metros. La proyección del diámetro de su copa es muy amplia, abarcando más de 300 metros cuadrados.
La primera parte del árbol se encuentra sumergida en un invernadero que hoy hace las veces de almacén y trastienda, ya que tal y como nos comenta el propietario “debajo de los pinos no crece bien la huerta”. En la encrucijada donde se dividen las grandes ramas todavía se ubica una pequeña urna –con instalación eléctrica y todo– donde se mantuvo una talla de la Virgen del Pino hasta hace pocos años. Ahora esta imagen se encuentra en la capilla que se construyó junto a la bodega.
Para amarrar bestias
El hecho de que los tres pinos se encuentren alineados hace pensar que los mismos fueron plantados, si bien el de en medio es de menores dimensiones. A priori parece que los tres tienen diferentes edades, pero solo un estudio dendrocronológico sería capaz de despejar esta incógnita. Otra hipótesis es que el pino de mayores dimensiones pudiera ser de origen espontáneo y que el resto fuera plantado, ya que antiguamente siempre se libraba de la tala algún árbol para “poder amarrar a las bestias y garantizar una buena sombra para el descanso”, tal y como nos cuenta el propietario, Inocencio Lugo.
En cualquier caso, se trate o no de un pino contemporáneo y superviviente al ingenio de Agaete, es un bello y a la vez extraño ejemplar digno de admiración. Por ello, es recomendable retirar el invernadero y adecuar el entorno para que este ejemplar pueda lucir en toda su magnitud, toda vez que se realicen labores de extracción de “cores” que permitan hacer un conteo de los anillos fisiológicos. Esta práctica, ejecutada profesionalmente, no supone ningún daño para los árboles.
Esperemos que estas labores puedan llegar a realizarse, así como que nos depare alguna agradable sorpresa. Sería realmente interesante descubrir si el árbol, cuya sombra sigue mezclando aromas del pinar con el tueste del café natural, fue testigo o no del sudor de los esclavos aborígenes que no tuvieron otro remedio que entregar su trabajo al sometimiento de otras islas hermanas.
El ingenio de Agaete supuso uno de los primeros núcleos de deforestación hispánica, alimentándose tanto de las leñas de la mezcla de pinos canarios y bosquetes termófilos del valle de Agaete, como del agua que bajaba desde las cumbres. Sólo en Gran Canaria llegaron a funcionar más de 20 centrales azucareras, siempre necesitadas de biomasa forestal. Se sabe que el de Agaete fue de los pocos que consumían madera del pinar, seguramente por su abundancia y cercanía. Los ingenios azucareros fueron las primeras empresas forestales de las islas Canarias –muy lejanas al concepto de la sostenibilidad–, teniendo en plantilla leñadores e incluso esclavos propios o alquilados, cuadrillas que también se desplazaban entre las islas.
El punto de mira de este artículo nos sitúa a 5 kilómetros, valle arriba, del antiguo complejo industrial, sobre una ladera alta de la denominada Finca de La Laja. Esta finca ocupa una gran parte de la zona fértil del valle de Agaete, en la parte de San Pedro, justo a la salida del sendero que desciende desde la Finca de Samsó, en Tamadaba. La Finca de La Laja es una de las cuatro particiones principales de predio matriz que acabara al borde del mar. La antigüedad de sus viviendas solariegas es tal que ni siquiera se tiene constancia o datación de las mismas.
Por otro lado, Agaete es hoy la única zona de un país europeo donde se cultiva café, un hecho considerado como una auténtica rareza y excepcionalidad. La historia nos recuerda que en 1788 fue Carlos III quien dictó un decreto para establecer plantíos en Tenerife, enviando plantas y semillas desde América y Asia. Poco después, desde el Jardín de Aclimatación de La Orotava llegaron las primeras plantas al valle de Agaete. La variedad Arabica typica –originaria de Etiopía– es muy apreciada por su baja productividad en contrapunto a su exquisito sabor.
Difícil de capturar
Pero en esta tranquila y atractiva finca, además de ser cafetal y bodega, así como contar con otra extensa orla de frutales, también coexisten varias especies arbóreas canarias como son el almácigo (Pistacia atlantica), el acebuche (Olea cerasiformis), la palmera canaria (Phoenix canariensis) y, cómo no, el pino canario (Pinus canariensis). El Pino de la Finca de La Laja es uno de esos portentos vegetales difíciles de capturar o encuadrar con la cámara.
Detrás de la bodega de La Laja, bajo los impresionantes riscos que salvan hasta 800 metros con las cimas de Tamadaba, encontramos antiguas terrazas y, al pie de éstas, tres pinos alineados. Es justo el que se encuentra más a la izquierda (28º 04 28¨N y 15º 40´ 09¨W) el que ofrece unas enormes proporciones. Curiosamente, la fisionomía de este árbol no es la más típica del Pinus canariensis, de hecho, a cierta distancia parece más bien un gran eucalipto.
Este árbol arranca como un gran cilindro de más de 4 metros de diámetro y a 4,5 metros se transforma en varias ramas de gran calibre, hasta el punto de que el diámetro principal llega a incrementarse de forma notoria en este engrosamiento. La razón de este aspecto poco común pudiera ser la pérdida de la guía terminal en su época juvenil. La altura del ejemplar no se ha podido calcular técnicamente, pero se estima entre los 30 y los 35 metros. La proyección del diámetro de su copa es muy amplia, abarcando más de 300 metros cuadrados.
La primera parte del árbol se encuentra sumergida en un invernadero que hoy hace las veces de almacén y trastienda, ya que tal y como nos comenta el propietario “debajo de los pinos no crece bien la huerta”. En la encrucijada donde se dividen las grandes ramas todavía se ubica una pequeña urna –con instalación eléctrica y todo– donde se mantuvo una talla de la Virgen del Pino hasta hace pocos años. Ahora esta imagen se encuentra en la capilla que se construyó junto a la bodega.
Para amarrar bestias
El hecho de que los tres pinos se encuentren alineados hace pensar que los mismos fueron plantados, si bien el de en medio es de menores dimensiones. A priori parece que los tres tienen diferentes edades, pero solo un estudio dendrocronológico sería capaz de despejar esta incógnita. Otra hipótesis es que el pino de mayores dimensiones pudiera ser de origen espontáneo y que el resto fuera plantado, ya que antiguamente siempre se libraba de la tala algún árbol para “poder amarrar a las bestias y garantizar una buena sombra para el descanso”, tal y como nos cuenta el propietario, Inocencio Lugo.
En cualquier caso, se trate o no de un pino contemporáneo y superviviente al ingenio de Agaete, es un bello y a la vez extraño ejemplar digno de admiración. Por ello, es recomendable retirar el invernadero y adecuar el entorno para que este ejemplar pueda lucir en toda su magnitud, toda vez que se realicen labores de extracción de “cores” que permitan hacer un conteo de los anillos fisiológicos. Esta práctica, ejecutada profesionalmente, no supone ningún daño para los árboles.
Esperemos que estas labores puedan llegar a realizarse, así como que nos depare alguna agradable sorpresa. Sería realmente interesante descubrir si el árbol, cuya sombra sigue mezclando aromas del pinar con el tueste del café natural, fue testigo o no del sudor de los esclavos aborígenes que no tuvieron otro remedio que entregar su trabajo al sometimiento de otras islas hermanas.
Número 3 de Gran Canaria
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