PUBLIO OVIDIO NASÓN (Italia, 43 a. C. - 17 d. C)
"Somos dioses, y esta comarca impía va a pagar el castigo que merece", dijeron; "a vosotros se os concederá quedar a salvo de esta catástrofe; abandonad al punto vuestra morada, seguid nuestros pasos y venid con nosotros a lo alto de la montaña". Obedecen ambos y, precedidos por los dioses, ayudan con sus bastones a sus miembros, y, despaciosos por sus ancianos años, se esfuerzan en avanzar por la interminable cuesta. Distaban de la cima tanto como puede alcanzar de una vez una flecha disparada: volvieron la mirada y advirtieron que todo había quedado sumergido bajo una laguna a excepción de su casa, que era lo único que estaba a salvo; y mientras se maravillan de aquello y lloran la destrucción de sus vecinos, aquella vieja choza, pequeña hasta para sus dos dueños, se convierte en un templo: el lugar de los soportes ahorquillados vinieron a ocuparlo columnas, la cubierta de paja empieza a amarillear, y resulta un techo de oro, unas puertas esculpidas y un suelo recubierto de mármol. Entonces el Saturnio con plácido semblante pronunció estas palabras: "Decid, justo anciano y mujer digna de su justo esposo, qué es lo que deseáis".
Metamorfosis de Filemón y Baucis - Libro VIII
Traducción: Antonio Ruiz de Elvira 1994
Allí se presentó Júpiter en figura mortal, y, acompañando a su padre, el Atlántida portador del caduceo, que se había quitado las alas. A mil casas se dirigieron en busca de alojamiento para descansar; mil casas les fueron atrancadas con cerrojos; una en cambio los recibió, pequeña en verdad, cubierta de paja y de cañas del pantano, pero en ella la piadosa anciana Baucis, y Filemón, de la misma edad, habían estado juntos en los años de la juventud, y en aquella cabaña envejecieron, e hicieron llevadera su pobreza confesándola y soportándola de buen grado; y sería inútil buscar allí señores o criados; la casa entera está constituida por dos, y son los mismos los que obedecen y los que mandan. Y así, cuando los celestes alcanzaron aquel humilde hogar, y pasaron, inclinando la cabeza, por la exigua puerta, el viejo les invitó a dar descanso a sus miembros preparándoles asiento; sobre éste extendió Baucis, solícita, una tosca funda, y apartando en el fogón la ceniza tibia, atiza el fuego de la víspera, lo alimenta con hojas y corteza seca, y con su soplo de anciana lo acrecienta hasta producir llamas, y bajando del tejado teas muy astilladas y ramitas secas, las desmenuzó y acercó a un pequeño caldero, y descabezó, despojándolo de las hojas, un repollo que su esposo había traído del bien regado huerto; él, con una horquilla de dos puntas, alcanzó en vilo un lomo ahumado de cerdo colgado de una viga ennegrecida, y corta un trocito de su curada y añeja carne, y una vez cortado lo cuece en el agua hirviente. Mientras tanto entretienen con su charla las horas que faltan y les impiden darse cuenta de la espera. Había allí una artesa de madera de haya, colgada de un clavo por su sólida asa: es llenada de agua tibia y recibe los miembros de los viajeros para tonificarlos; en el centro de la choza hay un colchón de blanda juncia sobre un lecho de armadura y patas de sauce. Lo cubren de ropas que no solían extender más que en días de fiesta, pero incluso esta ropa era mísera y vieja, no impropia de un lecho de sauce. Recostáronse los dioses. La anciana, temblorosa y con la ropa recogida, coloca la mesa, pero de las tres patas de la mesa una cojeaba: un tiesto la equilibró, y una vez que, calzado, eliminó la inclinación, unas matas de verde menta limpiaron la mesa ya nivelada. Es servido allí el fruto bicolor de la casta Minerva, y cerezas de cornejo del otoño cubiertas de líquidas heces de vino, y escarola y rábano y queso fresco y huevos ligeramente pasados por un rescoldo no muy fuerte, todo ello en cacharros de barro. Y después ponen un barreño cincelado en plata de la misma clase, y copas hechas de haya, embadurnadas de rubia cera por su parte cóncava; poco hubo que esperar hasta que el fuego del hogar les mandó la comida bien caliente, y se trajo un vino de no mucha antigüedad, el cual fue a continuación retirado por breve tiempo para ceder su lugar al segundo plato; consistió éste en nueces, higos mezclados con arrugados dátiles, ciruelas,fragantes manzanas en anchos cestos, y uvas recogidas de un viñedo ya de color púrpura; en el centro hay un panal resplandeciente; a todo ello se añadían rostros amables y una buena voluntad que no era inútil ni pobre. Entretanto ven que el cratero del que tantas veces se había sacado licor se está volviendo a llenar por sí mismo, y que el vino sube de nivel por propia iniciativa. Tanto Baucis como el medroso Filemón quedan espantados, atónitos ante lo inaudito del suceso, y con las manos levantadas pronuncian plegarias y piden perdón por la insignificancia de la colación y del servicio. Tenían un solo ganso, que era el guardián de la humildísima granja; se dispusieron sus dueños a sacrificárselo a los dioses que eran sus huéspedes; el animal, veloz por sus alas, cansa y burla durante largo tiempo a los ancianos, lentos por su edad, y al fin pareció que se refugiaba junto a los dioses mismos: los celestes prohibieron que se le matara.

Filemón habló brevemente con Baucis, y a continuación manifestó a los celestes la unánime decisión de ambos: "Pedimos ser vuestros sacerdotes y guardar vuestro santuario, y, puesto que hemos pasado juntos y en paz nuestros años, que una misma hora nos lleve a los dos, que no vea yo nunca la tumba de mi esposa y que tampoco tenga ella que enterrarme a mí". La petición es atendida y realizada: fueron ellos la custodia del templo mientras se les dio vida; y ya exhaustos por los años de la ancianidad, encontrándose un día delante de la sagrada escalinata, hablando de sucesos que la ocasión les evocaba, vio Baucis que a Filemón le salían hojas y el viejo Filemón vio que le salían a Baucis.
Y cuando la copa arbórea iba creciendo e invadiendo ya los dos rostros, se dirigían la palabra mutuamente mientras aún podían, y al mismo tiempo dijeron los dos "adiós, consorte" y al mismo tiempo la vegetal corteza cubrió e hizo desaparecer sus bocas.
Todavía los nativos de Bitinia enseñan allí dos troncos vecinos que salen de un doble tocón. Esto es lo que me contaron ancianos nada frívolos, y no había motivo para que tuvieran intención de engañar. Y desde luego yo vi unas guirnaldas colgadas de las ramas, y yo mismo puse otras nuevas diciendo: "Los que son objeto de la solicitud de los dioses, dioses son, y reciban culto los que lo rindieron"...
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