viernes, 31 de diciembre de 2010

2011 Año Internacional de los Bosques

Felices Árboles del 2011, que vosotros hagáis que los bosques se cuiden para el futuro

El 20 de diciembre de 2006, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la resolución (A/RES/61/193) por la que se declaraba 2011 Año Internacional de los Bosques. Esta celebración resultará útil para tomar mayor conciencia de que los bosques son parte integrante del desarrollo sostenible del planeta debido a los beneficios económicos, socioculturales y ambientales que proporcionan.

martes, 28 de diciembre de 2010


HELEN HUNT JACKSON (EE.UU, 1830-1885)
The Fir-Tree and the brook


The Fir-Tree looked on stars, but loved the Brook!
"O silver-voiced! if thou wouldst wait,

My love can bravely woo." All smiles forsook
The brook's white face. "Too late!
Too late! I go to wed the sea.
I know not if my love would curse or bless thee.
I may not, dare not, tarry to caress thee,
Oh, do not follow me!

The Fir-Tree moaned and moaned till spring;
Then laughed in manic joy to feel
Early one day, the woodsmen of the King
Sign him with a sign of burning steel,
The first to fall. "Now flee
Thy swiftest, Brook! Thy love may curse or bless me,
I care not, if but once thou dost caress me,
O Brook, I follow thee!

All torn and bruised with mark of adze and chain,
Hurled down the dizzy slide of sand,
Tossed by great waves in ecstsy of pain,
And rudely thrown at last to land,
The Fir-Tree heard: "Oh, see
With what fierce love it is I must caress thee!
I warned thee I might curse, and never bless thee,
Why didst thou follow me?

All stately set with spar and brace and rope,
The Fir-Tree stood and sailed and sailed.
In wildest storm when all the ship lost hope,
The Fir-Tree never shook nor quailed,
Nor ceased from saying, "Free
Art thou, O Brook! But once thou hast caressed me;
For life, for death, thy love has cursed or blessed me;
Behold, I follow thee!"

Lost in a night, and no man left to tell,
Crushed in the giant iceberg's play,
The ship went down without a song, a knell.
Still drifts the Fir-Tree night and day,
Still moans along the sea
A voice: "O Fir-Tree! thus must I possess thee;
Eternally, brave love, will I caress thee,
Dead for the love of me!"
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viernes, 24 de diciembre de 2010

TAO YAO - Dinastía Chou (1122-570 a. JC.)
Melocotonero lozano
Colección de Shih Ching

El melocotonero luce su lozana juventud.
En sus flores reverbera la luz sus esplendores.
Estas doncellas van a celebrar sus bodas.
El melocotonero luce su lozana juventud.
Sus ramas están cuajadas de frutos.
Estas doncellas van a celebrar sus bodas.
Perfectamente preparadas para esposas y para el hogar.
El melocotonero luce su lozana juventud.
Verdea brillante su tupido follaje.
Estas doncellas van a celebrar sus bodas.
Perfectamente se adaptarán a sus nuevos parientes.

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lunes, 20 de diciembre de 2010

GUERAU DE LIOST (Barcelona, 1878-1933)
Pollancreda

Quan s'ajoca el rupit a l'obaga,
la tenebra que puja el barranc
a mig aire cenyeix, embriaga,
la cintura de cada pollanc.
Si la fosca, de baix, els apaga,
els flagella, la posta, de flanc.
Sobreneden capçanes en vaga
com espatlles viades de sang.
Una boira peí sot es propaga
com un drap tenuíssim i blanc,
i la lluna, clement i manyaga,
amb el drap els eixuga la sang.

Ja la nit endomassa l'altura
i les serres hi broda subtil
i, amb esteles arran de motllura,
en precisa l'eteri perfil.
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jueves, 16 de diciembre de 2010

NOCTURNO EN SILOS
Ángel Velarde (fragmento)

Por el claustro en silencio un monje marcha.
En la huerta los legos, a la espera,
trabajan en los toques de la siembra,
mientras en el silencio el yantar llega.
En el jardín del claustro
el gran ciprés se puebla:
son los alados huéspedes que llegan.
Sus píos de inquietud la lucha cantan
por el abrigo que su follaje presta;
más que las hojas de sus viejas ramas
son los pequeños cuerpos que él alberga,
y al compás de la luz que se atenúa
la paz renace en la sin par colmena.
La campana ha sonado en toque triste
como la humanidad que se lamenta.
Sin andar se deslizan…

Semana Santa 1947 

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sábado, 11 de diciembre de 2010

MAURICE FOMBEURE (France, 1906-1981)
Mon portrait
                               
Je suis de bois, mes mains et mon visage.
De bois je suis, oui, de dur coeur de chêne,
Oeuvre gauche d'un sculpteur malhabile
Mais les forêts frémissent dans mon coeur.
                                   
Je suis léger jusqu'au bout de mes branches,
Mal équarri du torse et lourd de tronc.
Mais des oiseaux y peuplent mes dimanches,
Les vents y font virer leurs escadrons.
                                   
Arbre perdu dans les futaies humaines
Où la cognée bat parfois sourdement,
Arbre pleurant ses lyres incertaines,
Arbre immobile en la forêt dormant,
                                  
Ecartelé d'incessantes tempêtes,
Indifférent au souffle chaud des bêtes,
Aveugle et sourd aux sources dans la mousse,
Déjà prêt pour sa chute ténébreuse,
Déjà paré pour son éternité.
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martes, 7 de diciembre de 2010

EL JACARANDÁ - América 
Cuento popular argentino

     Cuando los españoles empezaron a poblar Corrientes, trayendo consigo sus familias, vino a habitar este suelo un caballero que traía consigo a su hija. La bella jovencita de escasos dieciséis años, de tez blanca, ojos azul oscuro y negra cabellera.
     Se instalaron en una zona no muy retirada de la ciudad de las Siete Corrientes, en una reducción donde los jesuitas cumplían una misión evangelizadora y civilizadora, enseñando no sólo el amor a Cristo sino también a cultivar la tierra a los guaraníes.
     Entre los jóvenes de esa reducción se distinguía Mbareté, un mocetón veinteañero alto y fornido, que trabajaba la tierra con tesón, como queriendo arrancar de sus entrañas toda su riqueza y sus secretos.
     Una tarde en que Pilar -la joven española- salió a caminar en compañía de una doncella que la servía, vio a Mbareté y fue verlo y prendarse de su apostura. El indio también la observó con disimulo al principio, con desenfado después, y admiró su blanca piel, su negro cabello y el color de sus ojos.
     El encuentro fue fugaz. Tan sólo intercambiaron una mirada. Pero Mbareté la siguió con la vista hasta que la joven desapareció entre unos arbustos.
     El indio buscó la forma de que el jesuita le asignara tareas cerca de las casas y, en silencio, hurgaba por cuanta abertura había, para poder ubicar a la joven.
     Pilar, entre tanto, no podía borrar de su retina la imagen del joven aborigen. No podía olvidar lo hermoso que le pareció su torso desnudo, cubierto de gotas de sudor que le parecían chispas del sol que se le pegaban al cuerpo, al estar realizando su rudo trabajo.
     No pasó mucho tiempo y un día Pilar y Mbareté se encontraron. Esta vez las miradas fueron largas y profundas. Tan profundas que -sin palabras- se adentraron en el espíritu de ambos, mutuamente.
     Mbareté pidió al sacerdote que los instruía que le enseñara el castellano. Y aprendió rápido todas aquellas palabras que le sirvieran para expresarle a Pilar que la amaba desde el primer día en que se conocieron. Y buscó la forma de encontrarla a solas y poder hablarle.
     Y esa oportunidad la tuvo el día en que halló a la joven rodeada de indiecitos a quienes les enseñaba el catecismo. El joven se acercó al grupo y sin musitar palabra permaneció observándola hasta que los niños se fueron. Entonces, Mbareté caminó junto a ella y, ante su asombro, le habló en español -balbuceante al principio- para confesarle su amor. Pilar se ruborizó, se sintió confundida, quiso ocultar sus sentimientos, pero sus hermosos ojos azules y su cálida sonrisa la traicionaron y el joven pudo comprobar que era correspondido.
     Los encuentros se repitieron. Mbareté le propuso huir juntos, lejos, donde su padre no pudiera encontrarlos. Le habló de construir una choza, junto al río, para ella y allí unir sus vidas.
     Pilar aceptó y, cuando la choza estuvo construida, amparados en las sombras de una noche en que Yasy les brindó su complicidad, escapó con su amado.
     A la mañana siguiente, el caballero español buscó infructuosamente a su hija, hizo averiguaciones y alguien de la reducción le comentó que la habían visto frecuentemente en compañía de Mbareté y que éste también había desaparecido.
     Furioso, el padre convenció a varios compañeros para que lo ayudaran a encontrar a la pareja y, fuertemente armados, comenzaron la búsqueda. Pasaron varios días hasta que descubrieron la choza junto al río.
     Sigilosamente tomaron posiciones para observar a sus moradores. Así vieron llegar a Mbareté en su canoa con el producto de su pesca, y vieron también salir a Pilar a recibirlo.
     El padre de la joven no resistió la visión de la tierna escena de los amantes abrazados y salió de su escondite gritando el nombre de su hija y apuntando con su arma al indio. La joven vio el fuego del odio en los ojos de su padre y comprendió lo que cruzaba por su mente. Trató de evitarlo, de explicarle su actitud, pero el español siguió avanzando con el dedo en el disparador. Pilar se interpuso entre los dos hombres en el preciso instante en que la carga fue lanzada y cayó con el pecho teñido de rojo, fulminada por el propio padre. Al ver esto, Mbareté quedó atónito, tieso, sin atinar a defenderse.
     Fue entonces cuando otro disparo le dio en plena frente y el joven se desplomó sobre el cuerpo de su amada.
     El padre, dolorido e indignado, no se acercó siquiera a los cuerpos yacentes e instó a sus compañeros a volver a la reducción.
     Esa noche, la imagen de su hija no pudo apartarse de su mente, y con las primeras luces del alba, inició el camino hacia el lugar donde tan tristemente terminara ese amor tan grande que motivó que los jóvenes se olvidaran de sus diferencias de raza.
     Cuando llegó a la choza, el español no halló restos de la tragedia y en el lugar donde la tarde anterior yaciera la pareja -sin que existiera ningún rastro de sangre allí derramada- se erguía un hermoso árbol de tronco fuerte, cubierto de flores azul oscuro que se mecían suavemente con la brisa.


     El hombre no tardó en comprender que Dios había sentido misericordia de los enamorados y había convertido a Mbareté en ese árbol, y que los ojos de su hija lo miraban desde todas y cada una de la azules flores del Jacarandá.
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viernes, 3 de diciembre de 2010

José Pascual - El árbol de la música de Soria

PEPE PASCUAL, Soria
EL ÁRBOL DE LA MÚSICA DE SORIA
Texto y fotos: Pepe Pascual

El árbol con el kiosco de la música era una de las sorpresas que recibíamos cuando de críos íbamos a Soria capital al dentista o algo así. De estudiantes vivimos los paseos veraniegos por la dehesa y el espectáculo de los músicos, uniformados y con gorra, subiendo por la escalera con los soportes para las partituras y los instrumentos. Para nuestro asombro todos cabían. Atendían a la dirección de don Francisco García Muñoz (don Paco, nuestro profesor de música en Magisterio). Numeroso público esperaba pacientemente el inicio del concierto al mediodía. La atención era tan grande como largos  los aplausos posteriores. Un intermedio para el descanso y segunda parte. El público recibía con fruición una de las interpretaciones: la "sanjuanera" del año, sobre todo si era el día de la presentación, unas semanas antes de las fiestas. Llegadas estas, tras el pregón, allí, en aquella explanada tenía lugar un baile público muy concurrido, aunque hubiera otros en varias plazas más. Pese a ser jóvenes concedíamos gran valor a ese olmo y a otros dos que guardaban línea con él y que duraron algo más en el tiempo: sus troncos eran descomunales. Al secarse el olmo, la música pasó a situarse en el suelo, junto a una de las fuentes y un sauce llorón, también de hermoso porte.
Este gran olmo había sido plantado, junto a 150 compañeros, en 1611 y fue talado en 1988, tras morir por grafiosis.
     "En Soria había un árbol. O mejor, en la Dehesa de Soria había un árbol muy viejo, lleno de nudos y de cuya corteza salía una resina densa, imposible de quitar de los trajes de los domingos. Olía a campo, a sol del mediodía, a corte de vainilla del quiosco de al lado, a pradera y a la arena del camino por el que sobresalían sus raíces que se enredaban en las piernas de los niños que, a menudo, iban a caer a sus pies. Tenía un tronco ancho, que se bifurcaba en tres ramas poderosas, capaces de convertirse en miles de hojas que dejaban pasar la luz como el colador deja pasar el agua. Esos puntos de luz se movían al compás de su música porque ese árbol era capaz de sacar, directamente de su copa, música. Lo descubrí de pequeña y, todavía, recuerdo el asombro que me causó. Levanté la vista y arriba, muy arriba, había muchos señores sentados, de uniforme y muy serios, tocando algo que olvidé. Me quedé hipnotizada, mirando lo que, por aquel entonces, me pareció un milagro. Estaban todos sentados entre el verde, con las partituras pegadas a los instrumentos. El director de la orquesta, igual que el Barón Rampante de Calvino, permanecía de pie y su cabeza quedaba escondida entre el follaje.
Por eso decidí que yo también quería ser como él y que, algún día, me subiría a ese árbol para convertirlo en música. Nunca lo hice pero, desde aquel descubrimiento infantil, cuando escucho música clásica miro hacia arriba, porque es en lo alto, entre las nubes, donde me parece que reside."  Ayanta

     El Heraldo de Soria menciona que un soriano, escultor, pintor, etc. que vive hace 20 años en Irlanda (Kilkenny), localizó en Soria, por casualidad, junto a un irlandés y un escocés, los restos de los tres últimos olmos. Solicitó al Ayuntamiento permiso para poder llevar a cabo un plan llamado "OLMO/ LEAMHÁN/ ELM", en relación con el centenario de la llegada de Machado a Soria (1907-2007), que consistió en convertir los tres troncos en figuras humanas, escaleras, extrañas formas policromadas que pudieron ser contempladas por el público soriano y, luego, por el de Kilkenny.

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