03 octubre 2022

La magnolia de Xubia, del narrrador de historias

TOMÁS CASAL PITA
La Magnolia de Xubia - Narón - A Coruña
Esta es la bicentenaria Magnolia grandiflora de Xubia (Ayuntamiento de Narón, en A Coruña) la más antigua de Galicia y posiblemente de España. Su tronco tiene más de 6,5 metros de perímetro. Tiene una altura aproximada de 14 metros, con un tronco de 2 metros de largo, que pronto se ramifica y soporta una copa de 23 m x 22 m. 
     Las magnolias están entre los árboles más antiguos, sólo superadas por las coníferas. Las de esta especie (grandiflora) son originarias del sureste de Estados Unidos y la primera que llegó a Europa fue traída en 1737. Si bien no es frecuente un tronco de este diámetro, si lo es que lleguen a ser más altas, hasta 25 metros. Son de hoja perenne y grandes flores blancas, de hasta 25 cm de diámetro, que llegan a durar cuatro días antes de caerse. Las flores fecundadas dan lugar a un fruto en forma de piña que guarda las semillas, de color rojo, que cuando maduran cuelgan por fuera de la piña como de un hilo. En su zona de origen, donde hay bosques enteros de este árbol, se aprovecha su resina para hacer un tipo de incienso, su corteza, por sus propiedades medicinales, y su madera, pese a que es poco resistente. 
     Precisamente en Xubia, en ramas secas, puede verse madera apolillada y cortes grandes con muy mala cicatrización, recuerdo de épocas pasadas, cuando aún no era “Árbore Senlleira” de Galicia, (categoría otorgada en el año 2007, siendo el Nº 58 A de este catálogo). Aunque hay otras antiguas en el país, ninguna lo es tanto. 
     ¿Qué tiene este árbol que le haga especial? Básicamente, su edad y tamaño. Según los datos que se conservan, fue plantado en la década de 1790 por un matrimonio de origen francés, Mathias Dufoire y Josefa Bucau, que poseían por aquel entonces una casa con huerta de unos 1200 m2 en la desembocadura del río Jubia y a donde llega el agua salada. Desde siempre es conocido en la zona que la magnolia vino en maceta de un país extranjero, traída por un embajador, siendo la primera de esta especie en llegar a Galicia.      
     ¿Quién la trajo? Probablemente Eugenio Izquierdo y Lazaún, un personaje ilustrado, casi de leyenda. Navarro de naturaleza, estudió y viajó por toda Europa, fue profesor y jefe de estudios en el Real Colegio de Francia, (donde conoció a Lavoisier y al sucesor de Tournefort al frente del jardín del Rey), y creó una fundición de cobre en Francia con otros socios. Fue el segundo director del Real Gabinete de Ciencias Naturales (actual Museo de lo mismo) y en 1790 llega a Xubia, donde compra casa y se establece, para crear una fábrica de cobre y donde oficialmente permanece hasta 1803. Sólo oficialmente, puesto que debía estar más tiempo viajando que parado: en 1798 es detenido por espionaje en Francia (era amigo personal de Godoy) y debe intervenir el mismo rey Carlos IV para lograr su liberación; en 1800 nombra heredera a una hija natural que tiene en Madrid. La fábrica de cobre por él fundada, pasará a ser durante la guerra de la independencia, fábrica de armas y luego de moneda hasta la época de Isabel II. Vendida por el estado durante el sexenio revolucionario, pasó a ser fábrica textil y así continúa a día de hoy.
     Volviendo al fundador, Izquierdo, en 1804 es miembro honorario del Consejo Supremo de Guerra. En 1805 se instala de nuevo en París y se le nombra “embajador plenipotenciario” y trata directamente con Napoleón. Interviene en asuntos de deuda nacional y se le nombra Consejero de Estado para firmar la paz con Inglaterra, luego de la batalla de Trafalgar, cosa que finalmente no se hizo. En 1807 firma con Napoleón la entrada de las tropas francesas “camino de Portugal”, que daría origen a la Guerra de la Independencia. Cuando se produce el motín de Aranjuez y Carlos IV es obligado a abdicar, Napoleón llama a Izquierdo y durante cinco horas están reunidos. No se sabe lo que allí se habló, pero desde ese día Izquierdo profesa un odio mortal a Napoleón, tan patente a todo el mundo, que la policía imperial lo pone bajo vigilancia. Carlos IV le nombra Secretario de Estado del gobierno en el exilio e Izquierdo, mientras vivió no sólo acompañó a los reyes durante su permanencia en territorio francés, también procuró defender los bienes del monarca e incluso le ayudó con dinero de su propio bolsillo. En 1813 fallece y deja como heredera a su hija, que nunca recibió nada. Entre sus cosas, un par de miles de libros (muchos de botánica) y dos herbarios. 
     Volviendo ahora al árbol, este fue plantado en la huerta de aquella casa de franceses, a medio camino entre la fábrica de cobre y la propia casa de Izquierdo. Seguramente les uniría la amistad y el recuerdo de Francia, por lo que Izquierdo debió de hacer del recuerdo traído, un obsequio. En 1795, muere Mathías Dufoire y la casa pasa 25 años deshabitada (y la magnolia, posiblemente creciendo a su aire). Luego la casa es vendida a la familia que aún hoy es propietaria, que la alquila durante más de un siglo a diversos inquilinos. Posiblemente el aprecio original que tuvieron los compradores y la obligación de los inquilinos a respetarla, garantizaron su supervivencia, junto a las labores y abonos del campo. 
     A mediados del siglo XIX, ya con siglo y medio encima debía ser un árbol notable, del que se dice que fue admirado por la reina Isabel II. En realidad quién allí estuvo fue su hermana Luisa Fernanda y su marido Antonio de Orleans (Duques de Montpensier). Cuando un árbol como este llega a esa edad, los hechos y las circunstancias se desdibujan y dan lugar a nuevas historias. Que a cien metros del árbol pasase sus últimos años el cartógrafo que levantó el primer mapa de la Islas Filipinas, da lugar a que se atribuya también el origen de la magnolia a una llegada desde Filipinas… A principios del siglo XX, también recibió las miradas de la reina María Cristina de Habsburgo y su hijo Alfonso XIII, que junto a ministros, obispos y militares de alto rango se veían en la obligación de pasar a su lado de camino a los astilleros y la base naval de Ferrol. 
      Durante la Segunda Guerra Mundial, debido a su proximidad de dicha base, sucedió una circunstancia poco clara y la magnolia sirvió de improvisado refugio antiaéreo, o más bien de ocultación que de refugio. A finales del siglo XX las casas adyacentes fueron derruidas para mejorar el entorno de la carretera y, aunque sigue siendo de propiedad privada, la parcela de la magnolia está anexa al paseo marítimo municipal.

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30 septiembre 2022

CÉSAR VALLEJO (Perú, 1892-1938)
El libro de la Naturaleza

 

Profesor de sollozo —he dicho a un árbol—
palo de azogue, tilo
rumoreante, a la orilla del Marne, un buen alumno
leyendo va en tu naipe, en tu hojarasca,
entre el agua evidente y el sol falso,
su tres de copas, su caballo de oros.

Rector de los capítulos del cielo,
de la mosca ardiente, de la calma manual que hay en los asnos;
rector de honda ignorancia, un mal alumno
leyendo va en tu naipe, en tu hojarasca,
el hambre de razón que le enloquece
y la sed de demencia que le aloca.

Técnico en gritos, árbol consciente, fuerte,
fluvial, doble, solar, doble, fanático,
conocedor de rosas cardinales, totalmente
metido, hasta hacer sangre, en aguijones, un alumno
leyendo va en tu naipe, en tu hojarasca,
su rey precoz, telúrico, volcánico, de espadas.

¡Oh profesor, de haber tánto ignorado!
¡oh rector, de temblar tánto en el aire!
¡oh técnico, de tánto que te inclinas!
¡Oh tilo! ¡oh palo rumoroso junto al Marne!


The book of nature           (Translated by Calyton Eshlman)

Professor of sobbing — I said to a tree —
staff of quicksilver, rumorous
linden, at the bank of the Marne, a good student
is reading in your deck of cards, in your dead foliage,
between the evident water and the false sun,
his three of hearts, his queen of diamonds.

Rector of the chapters of heaven,
of the ardent fly, of the manual calm there is in asses;
rector of deep ignorance, a bad student
is reading in your deck of cards, in your dead foliage,
the hunger for reason that maddens him
and the thirst for dementia that drives him mad.

Technician of shouts, conscious tree, strong,
fluvial, double, solar, double, fanatic,
connoisseur of the cardinal roses, totally
embedded, until drawing blood, in stingers, a student
is reading in your deck of cards, in your dead foliage,
his precocious, telluric, volcanic, king of spades.

Oh professor, from having been so ignorant!
oh rector, from trembling so much in the air!
oh technician, from so much bending over!
Oh linden, oh murmurous staff by the Marne!
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27 septiembre 2022

MARY GAGEN, en National Geographic, fotos de Unding Jami
Un equipo de científicos trepa a uno de los  candidatos a ser el árbol más alto del mundo, Borneo, Malasia
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En los últimos años, se han descubierto muchos merantis amarillos -(Shorea faguetiana)- altísimos en Saba, un estado malayo en la isla de Borneo. El récord de altura pasó de 88 a 94,1 metros en 2016, cuando se descubrió una arboleda entera de merantis amarillos de más de 90 metros. Ese récord se vio eclipsado cuando un equipo liderado por las universidades de Nottingham y Oxford, en colaboración con South East Asia Rainforest Research Partnership, anunció el hallazgo de un gigante de 100,8 metros en los bosques de Saba. (...)
     Se trata del primer árbol tropical de cien metros (y la angiosperma más alta) documentado en el mundo. Si lo colocaran sobre el suelo, sería más largo que un campo de fútbol. El equipo llamó al árbol «Menara», que significa «torre» en malayo. Estiman que pesa 81.500 kilogramos sin contar las raíces, o más del peso máximo de despegue de un Boeing 737-800.
     Estos gigantes del bosque tropical se han descubierto en el área de conservación del valle de Danum, en el centro de una de las superficies de bosque tropical de llanura mejor protegidas y menos perturbadas que quedan en el Sudeste Asiático. Danum protege de la extinción al emblemático orangután de Borneo, a la pantera nebulosa y a los elefantes de bosque. Resulta que Danum también sirve como refugio a los árboles tropicales más altos del mundo.
     Estos árboles de récord pertenecen, por ahora, a la misma especie: meranti amarillo. Está en grave peligro de extinción y la UICN lo incluye en su lista roja, ya que se ha talado durante décadas. Aunque el bosque tropical primario está protegido, la tala de merantis amarillos aún continúa en otras partes de Borneo, normalmente para elaborar moldes para echar hormigón y madera contrachapada barata. Estos árboles increíbles, cada uno un punto caliente de biodiversidad porque albergan hasta mil insectos, hongos y otras especies de plantas, pueden quedar reducidos a tablones en un aserradero en cuestión de minutos.
     Los encontraron escaneando el bosque con láser desde un avión en 2018. Crearon imágenes tridimensionales de la cubierta forestal y, poco a poco, surgió un gigante en la imagen. Cuando el escaneado láser revela un árbol de altura excepcional, se recopilan pruebas de su altura real con un método no muy tecnológico: alguien trepa al árbol con una cinta métrica.
     La tarea de escalar los árboles más altos del mundo con una cinta métrica recae en Unding Jami, arbolista y ayudante de investigación en el South East Asia Rainforest Research Partnership. Trepar árboles es peligroso y difícil, y exige una mente tranquila y un alto nivel de forma física. El equipo del valle de Danum afina esas habilidades trabajando en bosques tropicales primarios a diario y jugando partidos de bádminton y fútbol en su tiempo libre, con temperaturas tórridas y humedad alta.
     El 6 de enero de 2019, Unding Jami trepó el que acabaría siendo el árbol más alto de los trópicos y quizá uno de los árboles más altos que quedan en pie en el mundo. (Los árboles más altos son las secuoyas de California, que miden hasta 115,7 metros.) Entrevisté a Unding en dos ocasiones, primero cuando él y su equipo recibieron la noticia del nuevo competidor y planificaron su próxima expedición para medir su altura, y de nuevo tras haberlo trepado en enero.


Háblame del nuevo árbol gigante, avistado en un valle cerca del centro de campo del valle de Danum.

Cuando supimos de la existencia del nuevo árbol, treparlo me puso nervioso. El lugar es bastante escarpado, se llama Rhino Ridge. Cerca hay un valle y una cascada. En línea recta, no está lejos del centro de campo, pero tuvimos que abrir nuevos senderos y es difícil de encontrar. Es un camino empinado. El avión determinó que medía 99 metros y yo medí 115 metros desde el pie del árbol con un visor láser cuando fui a pie. Antes de treparlo pensé que ssu altura estaría entre esas dos medidas.
     El nuevo árbol sobresale en la cubierta forestal, en una hondonada pequeña y empinada. El equipo científico cree que su altura de récord se debe a la hondonada, que aporta suelos húmedos, y a una cordillera cercana, que lo protege del viento. Las teorías actuales sobre la cantidad de estrés por viento que los árboles pueden resistir y cuánto pueden bombear agua y azúcares hasta sus copas llevan al equipo a creer que Menara está cerca de la altura máxima posible para una angiosperma en la Tierra.

¿Cómo fue la experiencia de escalarlo?

Sabía que me sentiría muy expuesto, como si estuviera colgando en el aire. Había vientos muy fuertes y un nido de colugo (lémur volador). Estaba pululando alrededor mientras intentábamos lanzar la cuerda al árbol.
     Hice 15 intentos para colgar la cinta en los 86 metros, las ramas más bajas. La verdad es que estuve a punto de rendirme. Fue suerte en conseguir colocar la cuerda en la rama más baja. Cuando colocamos la cuerda tardé casi una hora en trepar esos 86 metros. Y después tardé otras dos horas hasta llegar a la copa para medirlo. Durante las dos últimas horas, el viento era muy intenso y llovía, eso me ralentizó.

¿Cómo te sentiste cuando llegaste a la copa?

Tenía miedo, pero la verdad es que las vistas desde la cima eran increíbles. No sé qué decir, solo que fue alucinante. Después de medirlo, esa noche no pude dormir.
     “Crecí viendo a mucha gente cazar en el bosque, cortar los árboles y pensé que quizá algún día podría trabajar para evitar que la gente dañara el bosque”

¿Cómo se escala un árbol de cien metros?

Utilizamos un sistema llamado funambulismo. Se catapulta la cuerda hasta una rama baja y se ata a un árbol cercano. Después usamos un arnés y ascensores direccionales para subir por la cuerda, paso a paso, como si subieras unas escaleras. Enganchas la cinta métrica al arnés, trepas y compruebas la medida cuando llegas a la copa e intentas no dejar caer la cinta. No es sencillo. A 80 metros de altura, estás solo en la cubierta forestal. Ya no puedes escuchar [a nadie] que esté en el suelo. Así que nos mandamos mensajes.

¿Es muy difícil?

 
Los escaladores se toman un descanso para sacarse un selfi y documentar su progreso. Los principiantes tardan tanto en ascender que Unding Jami lleva una hamaca y duerme en la copa mientras espera.

    No es un trabajo fácil. Yo trepo lentamente, comprobando cada metro del tronco por si hay ciempiés, serpientes y cosas así. Si hay nidos de aves, abejas o avispas, eso puede ser un problema. Si veo uno desde el suelo, trepo por la noche, cuando están menos activos y no atacan. Da menos miedo trepar de noche, porque no lo puedes ver todo.
     Si te quedas inconsciente al trepar, el arnés impide que te coloques en una posición segura, con la cabeza más baja que el corazón. Un escalador inconsciente en esa posición solo tiene tres minutos para sobrevivir, por lo que el equipo sobre el suelo tiene que bajarlo rápidamente mediante una cuerda de emergencia.

He oído que una vez tuviste problemas con abejas mientras trepabas.

(Se ríe) Sí, podría decirse que sí. Estaba trepando un árbol del género Dipterocarpaceae en flor y esos lo atraen todo: abejas, avispas y todo tipo de insectos. Casi a la mitad, vi un enjambre de abejas que pasaba volando.
     Supe que tenía que bajar enseguida. Las abejas de la selva pueden ser agresivas y peligrosas, si una te pica entonces la colonia lo siente y puede atacarte todo el enjambre.
     El problema era que tenía que cambiar el equipo de ascenso por el de descenso en el arnés para poder descender en rápel. Estaba intentando hacer eso cuando vi tres abejas que volaban muy cerca de mi cara. Dos pasaron volando y pensé, vale, ya está. Pero entonces la tercera se me metió en el casco y, claro, me picó porque estaba atrapada.
     Y eso desató al enjambre entero. Recuerdo que pensé que tenía que taparme la cara, así que me puse la camiseta por encima de la cabeza, cerré los ojos y empecé a cambiar al descendedor guiándome por el tacto. Pero siguieron picándome por todas partes. Mis colegas en el suelo podían ver lo que ocurría porque tenía una camiseta roja y se había vuelto negra porque estaba cubierto de abejas. Empecé a preocuparme porque tenía que descender rápidamente para alejarme de ellas, pero no pude comprobar el equipo visualmente. Así que mantuve los ojos cerrados y pensé: pues ya está. Me solté y bajé.
     Y de repente me detuve tras unos pocos metros de caída. Me había olvidado de que tenía un lanyard de seguridad que detendría una caída si algo iba mal. Eso es malo porque, con el lanyard puesto, si me quedaba inconsciente por las picaduras, el equipo no podría bajarme al suelo. Y llegado a ese punto tenía muchísimas picaduras.
     Algunos escaladores desconfían de llevar un cuchillo, pero mi instructor siempre me obligaba a llevar uno. Justo en ese momento recordé que lo tenía, corté el lanyard y descendí en rápel lo más rápido que pude para volver al suelo del bosque.
     Cuando llegué al suelo, tenía 200 picaduras. Recuerdo pensar que tenía que mantenerme consciente para que el equipo y yo pudiéramos alejarnos de la colonia, porque todas las abejas habían bajado conmigo. En el suelo me mantuve consciente unos minutos, pero las picaduras empezaron a actuar. Estuve inconsciente unos 40 minutos. Me desperté y recuerdo que mis compañeros estaban alterados porque no sabían si seguía vivo. Me colocaron de lado y tuvieron que correr e intentar ahuyentar a las abejas.

¿Cómo acabaste en esta profesión?

Vengo de una familia muy pobre. Nací en un campamento de tala en Saba y mi difunto padre trabajó como leñador. Crecí viendo a mucha gente cazar en el bosque, cortar los árboles y pensé que quizá algún día podría trabajar para evitar que la gente dañara el bosque. Mis padres no pudieron permitirse mandarme a mí y a mis tres hermanos a la escuela, así que solo fui durante dos años. La dejé con nueve años. Con 13 años, conseguí un trabajo en uno de los programas de reforestación, plantando árboles jóvenes para regenerar el bosque talado. Desde entonces, he trabajado en la conservación forestal con Sabah Biodiversity Experiment y después con SEARRP, como ayudante de investigación forestal. Poco a poco, a medida que trabajaba con estos grupos, empecé a comprender por qué el bosque es tan importante para todo el mundo y por qué necesitamos protegerlo.
     Los animales del bosque me inspiran, los gibones me inspiraron a aprender a trepar a los árboles. Son unos escaladores brillantes y perfectos, saltando de árbol en árbol, saltando por todas partes. Ojalá pudiera trepar como ellos, solo con las manos.

¿Cómo nos ayudan estos árboles de récord a comprender el bosque y garantizar que esté protegido?

Este tipo de expediciones son beneficiosas para nuestra comunidad y para la conservación de los bosques tropicales. Y también tiene que ver con la amistad. Conseguir trepar a un árbol no es el logro de una sola persona, sino que se necesita un equipo hábil.
     Es importante saber que la conservación del bosque tropical primario funciona. Algunos de estos árboles gigantes y singulares aún están ahí fuera, no los hemos perdido. Espero que mis tres hijas pequeñas y las generaciones futuras puedan ver estos árboles en pie.

En la expedición para trepar al árbol tropical más alto del mundo participaron Jamiluddin Jami (Unding Jami); Fredino John; Azwan Tamring; Azlin Sailim; Ahmad Jelling; Sabidee Rizan; Fyenlyvicy Thomas; Mohd Fadil Karim; Elizabath Rusili; Johnny Larenus; Dedy Mustapa; representantes de Danum Valley Management y del Yayasan Sabah Group.
La entrevista se ha resumido por razones de longitud y claridad. Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

 
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24 septiembre 2022

ROBER NASI, en "El País"
Las maravillas forestales de África y las amenazas a las que se
enfrentan


Camino de baobabs en Morondava, Madagascar

Los bosques de África son una de las grandes maravillas naturales del mundo. Al ser una persona que lleva décadas estudiando la ecología y la gestión de los ecosistemas forestales, aquellos que son exclusivos del continente no dejan de sorprenderme.
      Es muy probable que algunos de ellos sean desconocidos para el público en general y, sin embargo, son muy fascinantes e importantes para hacer frente a los problemas actuales a los que se enfrenta el mundo en materia de biodiversidad y clima. Empezando por el noroeste y terminando por el sureste, me gustaría compartir los que son especiales para mí. Se trata de una selección totalmente personal. Otras personas habrían elegido otros, pues hay muchas opciones. Pero ¿durante cuánto tiempo?
      Los bosques africanos, como muchos otros, se ven amenazados por la sobreexplotación, la conversión a otros usos del suelo y el cambio climático. Es probable que muchos desaparezcan o se degraden hasta tal punto que lleguen a un punto de inflexión en el que pierdan la valía que tienen ahora.
      Espero que este viaje a través de África contribuya a despertar el interés e inste a conservar y gestionar mejor estos ecosistemas únicos.

Los árboles de argán de Marruecos

No muy lejos de Agadir, en la costa atlántica marroquí, crece el árbol de argán (Argania spinosa). Es el único miembro de la gran familia Sapotaceae que crece en el hemisferio norte, la única especie de su género y es endémica de un área de unas 800.000 hectáreas.

Árboles de argán en Agadir, Marruecos

El ser humano lleva más de tres mil años explotándolo y gestionándolo para obtener aceite de argán. Este es el aceite más caro del mundo, con un coste de hasta 275 euros por litro en un mercado de 450 millones de euros. El aceite de argán es, quizás, el que más se usa como hidratante y se suele encontrar en productos como lociones, jabones y acondicionadores para el cabello.
     Además, el árbol de argán es también una fuente de madera para cercas, así como una fuente de carbón vegetal y de forraje para las cabras. Es verdaderamente polivalente, y resulta esencial sobre todo para el sustento de las mujeres.
     Por desgracia, a pesar de ser reserva de la biosfera de la UNESCO, está muriendo lentamente a causa del sobrepastoreo, la deforestación y el cambio climático. Esperemos que el auge de su aceite ayude a conservar y restaurar este ecosistema forestal único.

La selva tropical de la cuenca del Congo

     Si volamos hacia el sureste, sobre el desierto del Sáhara y las sabanas sahelianas, llegamos a la selva tropical de la cuenca del Congo.
     El congoleño es la segunda área verde tropical más grande del mundo (después del Amazonas). Es el hogar de muchos gigantes, como el sipo o el moabi. Estos y otros son el origen de la preciada madera, pero también de importantes recursos para la población local, como alimentos y medicinas. También es el hogar de animales como elefantes, búfalos y gorilas de tierras bajas.
     En lo más profundo de la cuenca del Congo se encuentra el mayor bosque pantanoso de turba del mundo. Descubierto recientemente por la ciencia, este lugar era conocido por la comunidad aka, que lo habita con la creencia de que es el sitio por el que vagaba Mokele Mbembe, un mítico monstruo del tamaño de un elefante que se asemeja a un dinosaurio.
     Nadie lo ha visto nunca, pero en la actualidad se sabe que este territorio almacena más de 30.000 millones de toneladas de carbono. Su tala haría que se liberase todo el carbono y, si esto ocurre, habremos desencadenado un monstruo mucho peor que el Mokele Mbembe.

Río Loya, en el este de la República Democrática del Congo

     Afortunadamente, debido a su lejanía y dificultad de acceso, este espacio ha estado protegido de forma natural hasta ahora, pero, si no permanecemos atentos, pronto podría verse amenazado por las prospecciones petrolíferas.

Los bosques afromontanos de África oriental

     En la frontera oriental de la cuenca del Congo se alzan las montañas Ruwenzori, en cuyas laderas yacen los últimos bosques afromontanos, que conforman el hábitat del árbol más alto de África, un Entandrophragma excelsu. Escondido en un remoto valle del Kilimanjaro, posee la sorprendente altura de 81,5 metros.
     Estos bosques albergan un alto nivel de endemismo –lo que quiere decir que muchos de estos árboles solo pueden encontrarse en este lugar– y biodiversidad. También actúan como depósitos de agua, regulándola y proporcionándola a las tierras bajas y a sus habitantes.

Lago Bjuku y monte Stanley, cordillera de Rwenzori, Uganda

     Estas frondas afromontanas almacenan más carbono por hectárea que la selva amazónica. Lamentablemente, en los últimos 20 años se han perdido 0,8 millones de hectáreas a causa de la agricultura. La mayor parte se encuentra en la República Democrática del Congo, Uganda y Etiopía. Esto ha provocado la emisión de más de 450 millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera.

Bosques de miombo

      Si continuamos nuestro viaje hacia el sur, pronto llegamos a la inmensa zona de los bosques de miombo. Se calcula que abarcan una superficie total de unos 2,7 millones de kilómetros cuadrados: desde Angola, en el oeste, a Tanzania, en el este, y hasta el extremo septentrional de Sudáfrica.
     Más de 65 millones de personas dependen de estos ecosistemas para su subsistencia, ya que hacen uso de recursos como la leña, la madera, la producción de carbón vegetal, las frutas, la miel, las setas, las plantas medicinales y el pienso para el ganado.
     Solo una especie arbórea conforma todo el paisaje: el Colophospermum mopane.
     Es un ecosistema importante para la diversidad y la biomasa de los grandes mamíferos de África meridional, incluidas algunas de las poblaciones más importantes que quedan de rinoceronte negro, elefante, rinoceronte blanco, hipopótamo, búfalo, jirafa y kudú mayor. 

El gusano Mopane vivo se ve en los árboles en la zona rural de Kezi antes de que se cosechen a mano el 7 de abril de 2021 en Bulawayo

     Este lugar es también la única fuente de un animal menos emblemático, pero muy relevante: el gusano mopane. Gonimbrasia belina, por su nombre en latín, es una fuente estacional de proteínas muy valiosa para las poblaciones que viven cerca
     Por desgracia, la disminución de la densidad de los árboles de mopane, las precipitaciones más bajas de lo habitual y las temperaturas más altas de lo normal han afectado considerablemente a la disponibilidad del gusano y a los casos de brotes, amenazando los ya precarios medios de vida de las poblaciones locales.

 

El bosque espinoso de Madagascar

     Cruzando el canal de Mozambique llegamos a Madagascar. En el suroeste de la Grande Ile crece el bosque espinoso. Se trata de un paraje como ningún otro en la Tierra, donde rarezas endémicas como el árbol pulpo (Didierea madagascariensis) y otros extraños miembros de la familia Didieraceae crecen mezclados con baobabs hinchados (Adansonia rubrostipa) y otros árboles botella (Pachypodium geayi).
     El bosque espinoso está habitado por animales aún más extraños, como lémures blancos y fantasmales que son inmunes a las espinas, pájaros que cantan en comunidad y un camaleón que pasa la mayor parte de su vida en forma de huevo.
     Por desgracia, al igual que las otras maravillas únicas de África, esta superficie se ve amenazada por la sobreexplotación para la producción de carbón vegetal, dado que los productores locales se han visto fuera del negocio debido al clima cada vez más imprevisible, y no tienen muchas otras oportunidades en el empobrecido y seco suroeste de Madagascar.
     Hemos llegado al final de nuestro viaje por África. Nuestras elecciones son subjetivas y podríamos haber presentado otras maravillas forestales, pero esperamos que esto sea suficiente para convencer a los lectores de la importancia de estos ecosistemas y de que se encuentran amenazados por culpa de nosotros, los humanos. Deberíamos protegerlos y gestionarlos mejor, pues dependemos de ellos para sobrevivir.

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21 septiembre 2022

La industria artesanal en torno al 'abrigo' del alcornoque es negativa en huella de carbono

Eloi Madrià
JOSÉ A. GONZÁLEZ
El milagro ecológico del corcho


«¡Chsss! ¡Escucha! Él nos dirá si está listo», asegura Eloi Madrià, sacador de corcho. «No os preocupéis le voy a hacer una pequeña intervención quirúrgica», apunta con una sonrisa mientras rodea un alcornoque catalán centenario. Un golpe de hacha sobre la hendidura de la corteza del árbol y su piel se rasga. «Hemos acertado hoy», añade.
     Así comienza la saca del corcho, justo cuando las hogueras de San Juan se apagan, «le quitamos el abrigo al alcornoque», responde Madrià. Un desviste que dura hasta San Jaime, justo un mes después. «Pero, no pasa nada, porque le vuelve a salir el abrigo, ¿eh?», confirma el veterano sacador mientras deja reposar en el suelo una de las planchas de corcho extraída.
     Un breve paseo por el Macizo de Les Gavarres (Gerona) deja ver que el ‘cirujano’ Madrià ha comenzado sus intervenciones. «Esto no causa ningún impacto negativo», asegura. «El corcho es un material natural renovable», le añade Albert Hereu, director de la Fundación Institut Català del Suro (corcho en catalán).
     Este trabajo artesanal «tiene una huella de carbono negativa», advierte Hereu. «Desde su sacada hasta que se convierte en tapón», apostilla. La extracción de este «abrigo» es un «oficio», responde Madrià. Un hacha y poco más es su utensilio diario. Si se tiene en cuenta todo el ciclo de vida del tapón de corcho, se confirma que la producción ayuda a retener 234 gramos de dióxido de carbono.


     Y es que la respuesta está en el alcornoque, «es un árbol muy generoso», defiende Madrià. Plantas centenarias con una captación de CO2 superior a la media y «que multiplica la fijación tras la extracción del corcho», apunta el director de la Fundación Institut Català del Suro.
     Sin embargo, este acto de servicio milenario cada vez es más complicado por la situación de los bosques. «Vivimos un mal momento», denuncia Madrià. «Hay que gestionarlos», apostilla Hereu. Uno de cada cuatro hectáreas de alcornocal está en España, un total de 506.000 hectáreas.
     Los incendios y la falta de lluvias dejan una cicatriz cada vez más persistente en los paisajes de los alcornocales por toda la Península Ibérica. «El fuego se apaga en invierno y eso ya no se hace», deja caer el sacador catalán.
     Estos bosques son sistemas forestales únicos y muy exclusivos, sólo siete países cuentan con estas plantas: España, Portugal, Francia, Italia, Argelia, Marruecos y Túnez. Sus gustos por los climas calientes y húmedos del Mediterráneo y la influencia atlántica hacen que la Península Ibérica sea su terreno preferido, aunque «se están adaptando bien al cambio climático», asegura Madrià.
     Estos árboles son un freno a la desertización, gracias a la capacidad de retener el terreno en sus raíces al mismo tiempo que con sus copas frenan la intensidad de la lluvia, reduciendo la escorrentía del agua y evitando la erosión del terreno.


De bellota a tapón

     De los alcornocales españoles salen todos los años más de 1.000 millones de tapones de corcho, además de placas aislantes y otros materiales. Solo España, concretamente Andalucía, Extremadura y Cataluña, representa el 30% de la producción de corcho a nivel mundial.
     Una industria puntera, junto con la portuguesa, pero que tiene sus propios tiempos. «Ahora estamos trabajando el corcho del año pasado», explica Joan Enric de Maria, responsable de compras y producción de 'De María Taps’, una empresa corchera con sede en Gerona.
     Trescientos sesenta y cinco días de reposo marcados por el CIPR (Código Internacional de Prácticas Corcheras por sus siglas en inglés) «para que el logre una estabilización óptima». Un descanso que se puede hacer en el propio bosque, durante el periodo de saca es habitual verlas apiladas cerca de los alcornocales o también se pueden almacenar en las propias fábricas. «El tiempo nunca puede ser inferior a seis meses», señala este reglamento. Pero, «el corcho tiene más tiempo», advierte Madrià.

Placas de corcho apiladas. / José A. González

     Las explotaciones de alcornoques suelen tener una duración de 200 años, «si se gestiona bien», apostilla el sacador catalán. El clima, las lluvias, las plagas y la acción humana son los factores que pueden arrancar años de vida a estas plantas, pero «bien trabajadas dan mucho», añade.
     Así el corcho que llega a las botellas de vino de las mesas españolas pueden tener un ‘padre’ centenario. «Los alcornoques del Mediterráneo tienen un corcho más denso, porque viven en un clima más seco y su primer descorche se hace a los 25 años», explica Madrià. Esa cifra se reduce en los alcornocales portugueses, extremeños y andaluces que «suele ser a los 8 o 9 años», puntualiza.
     Esta primera saca, «no es válida para los tapones de vino», apunta Hereu. Su uso es para paneles aislantes o pavimentos. Una década después llega el segundo descorche con el «corcho segundero que tampoco vale para tapones», explica Hereu. Es en la tercera saca, cuando el árbol tiene entre 40 y 50 años, y posteriores, cuando se obtiene con las propiedades adecuadas para la producción de tapones de calidad. «Cuenta el tiempo que pasa entre que cae la bellota al suelo, crece el alcornoque y podemos hacer un tapón», cuenta Madrià.
     Es este el momento que los expertos del sector llaman «corcho de reproducción». Desde ese instante, «el alcornoque dará unas 14-15 sacas», revela el sacador catalán. «Tardan en regenerar su abrigo unos 9-14 años y que quede claro que no se tala ningún alcornoque», aclara. «El proceso de envejecimiento del alcornocal es largo y costoso. Muchos no le ven rentabilidad, pero si entendieran todo el proceso la cosa sería distinta», responde de María.

80.000 tapones diarios

     Tras su periodo de reposo, las planchas se «sanean, porque han estado mucho tiempo a la intemperie», detalla Alicia de Maria, responsable de administración y finanzas de 'De María Taps’. Luego se le dan varios hervidos, varios secados para quitar la humedad y listos para tapar botellas. «Nosotros nos dedicamos a vinos no espumosos», revela la responsable de esta compañía catalana.

Tapones de corcho. / José A. González

     Un trabajo mecanizado que al día produce entre 70.000 y 80.000 tapones, «al año son entre quince y veinte millones», asegura Joan Enric. «Y no desperdiciamos nada», asegura su hermana Alicia. En toda la cadena se aprovecha hasta el último gramo de corcho, «los recortes y los restos no aprovechables se reutilizan como biomasa», apostillan.
     La asignatura pendiente está en el reciclaje tras su uso. El tapón de corcho natural «es totalmente reciclable», asegura Hereu. Sin embargo, el cierre del círculo aún no está sellado.
     Estos pequeños objetos han de ser desechados al contenedor marrón de orgánico, en las ciudades o comunidades donde exista, porque, una vez recogidos se pueden triturar y destinar a la confección de productos de corcho no destinados a alimentación, como materiales para la construcción.

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