06 julio 2022

BERNARDO FERRANDO (Uruguay)
El Cedrón


Hubo una época en el mundo, en que los seres humanos vivían en paz y armonía. Los conflictos se solucionaban pacíficamente y se disfrutaba del invierno así como del verano. El otoño era una época de recambio y la primavera, de renacer.
     Se olía el aire puro, los arroyos y los ríos eran transparentes y estaban llenos de peces que alimentaban a los indígenas que vivían en sus márgenes. En los montes había árboles grandes y hermosos, los pájaros cantaban los designios divinos. Los duendes y los seres elementales hablaban, jugaban, sonreían y compartían sus enseñanzas con los seres humanos.
     Los habitantes de estas tierras cosechaban los frutos de los árboles, cazaban para comer y usaban sus canoas para transitar por los arroyos y los grandes ríos como el Uruguay y el Paraná. Se curaban con hierbas y con flores. Disfrutaban al ver las estrellas y reverenciaban a la luna con ofrendas y ceremonias sagradas.
     Este relato sucede en esa época de la humanidad.
     Iba terminando el otoño, venía el invierno con sus lluvias y crecientes. Un día, dos niños Caboá y Tupí, fueron río arriba buscando frutos de los árboles. Hacía calor pero se avecinaba una tormenta. Ésta los sorprendió y los niños se refugiaron debajo de unos árboles para esperar que pasara. Las aguas del río pasaron de un caudal tranquilo a una corriente que arrollaba todo a su paso. El río se desbordó en plena noche.
     Caboá y Tupí se subieron a un Timbó para protegerse. Lloraban angustiados por la situación, veían cómo el agua arrastraba árboles y animales. Todo se transformaba en un inmenso mar. El árbol en el cual se cobijaban cedió a la correntada. Sus ramas sobresalían del agua varios metros y su tronco inmenso servía para que los niños permanecieran sentados. Sobre esa improvisada nave los dos niños emprendieron un largo viaje durante el cual la naturaleza los sometería a duras pruebas.
      Entre las hojas del inmenso árbol vieron nidos de pájaros y escondido, mirando fijamente, un yaguareté. La angustia de los niños se acercaba al límite.
     El duende del Cedrón llamado Oloxali también viajaba en ese árbol. Era una experiencia que los niños debían pasar para aprender y crecer.
     Le dijo Oloxali al yaguareté:
     -Has de ayudar a estos niños para que aprendan de tu valor.
     -Y tú les darás de comer y les enseñarás a vivir esta experiencia con serenidad y tranquilidad, le contestó el yaguareté.
     El yaguareté se acercó a los niños que lo miraban asustados y se refregó sobre ellos suavemente para que se dieran cuenta que los iba a cuidar y ayudar. El duende del Cedrón los miraba desde una rama y le ordenaba al animal cómo socorrerlos. El animal lamía con ternura los pies a los niños. Al ver esto se fueron tranquilizando. Poco a poco fueron entendiendo el lenguaje del animal, por lo que el miedo se les pasó y durmieron abrazados el resto de la noche.
     Paró la lluvia pero el enorme árbol de Timbó fue siguiendo el cauce del río. Al descender las aguas el Timbó tocó el fondo del río y Caboá, Tupí, el yaguareté y Oloxalí buscaron refugio. Se metieron dentro de una cueva. Las criaturas aprendieron muchas cosas del yaguareté y del duende del Cedrón: el valor, la astucia, la serenidad y la paz para enfrentar las situaciones de la vida. El animal les enseñó a cazar y a procurarse alimento, el duende les enseñó a comunicarse con las plantas y las flores para curar sus enfermedades.
     Llegó el día en que terminó el invierno, el yaguareté debía seguir su camino solitario, Oloxalí les había enseñado el secreto de las plantas, por lo que ya estaban prontos para enfrentar la vida y sobrellevar las situaciones con valor y serenidad.
     Era así como debían volver a sus tierras con su gente. Habían hecho un pacto con el yaguareté y el duende para aplicar sus enseñanzas. El duende los abrazó, el animal les lamió los pies, marchándose despacio entre los árboles del monte. Los niños se quedaron mirándolos, tristes y a la vez contentos.
     Luego emprendieron el regreso, pero ya no eran niños, habían crecido. Caminaron mucho hasta encontrar a los suyos que los esperaban ansiosos. Habían vivido una experiencia que serviría de ejemplo a quienes los rodeaban.

---Fin---

03 julio 2022

La Olivera 'de les Quatre Soques', Premio AEMO 2022


P. SELLÉS, en "Las Provincias"
Una olivera pone a Benimassot, Alicante, en el mapa medioambiental de España
Este árbol milenario de 15 metros de perímetro ha sido premiado en un certamen por su monumentalidad

    El mantenimiento es otros de los factores a tener en cuenta. El agricultor benimassoter procura no podar en exceso su árbol, y es que como él mismo reconoce, «si lo cortas mucho acaba empobreciéndose y envejeciendo más rápidamente». Lo más adecuado, según él, es podar las ramas justas para que circule más aire entre ellas y así se prevenga la aparición de hongos.
      También alude al elevado coste que supone la poda de estos ancestrales árboles. «Si contratara a alguien para que lo hiciera, debería invertir como mínimo 2.000 euros anuales para los 46 olivos que tengo en el terreno». La Olivera 'de les Quatre Soques', localizada en Benimassot, Alicante, ha sido reconocida como la más monumental de todo el país en 2022. Así lo ha decidido la Asociación Española de Municipios del Olivo, que desde hace 15 años reconoce el valor de estos árboles mediante un concurso. Se trata del segundo olivo de la provincia de Alicante en recibir el reconocimiento. Anteriormente (en 2010) ya lo consiguió uno de Gorga, localizado también en la comarca de El Comtat.
      El olivo que ha sido premiado este año es una pieza milenaria que pertenece al benimassoter Samuel Piera. Su propiedad ha pasado por la familia Piera de generación en generación hasta llegar a él, que lo mantiene junto a otros 45 olivos en dos hectáreas de terreno.
      El origen del nombre (de los cuatro troncos, en castellano) se remonta a principios de siglo XIX, en tiempos del tatarabuelo de Samuel. Por lo visto, fue este antepasado el que cortó uno de los cuatro troncos que formaban el olivo, dejando la base en los actuales tres. A pesar de aquella merma, el árbol ha seguido manteniendo su nombre con el paso de las décadas.
      Si bien Samuel no se aventura a determinar la edad de su olivo, todo apunta a que tiene carácter milenario. A esa notable cifra se suman otras dos que denotan su monumentalidad: Una altura de siete metros, y un perímetro aproximado de quince.
      El árbol ya era célebre antes incluso de recibir el reconocimiento, puesto que servía de imagen para el sello 'Castell de la Costurera', una empresa familiar del vecino municipio de Balones que se dedica a la producción de aceite de oliva.
      De hecho, fue un miembro de esta empresa el que presentó el árbol a concurso. Lo hizo bajo el nombre 'L'olivera de Sam' (en referencia a su propietario), en vez de con el apelativo original. El galardón ha sido entregado en el marco de la 21ª edición de la Feria del Olivo de Montoro.


Producción y mantenimiento

     Piera cuenta que su árbol tiene tres variedades de aceituna, entre ellas la Grossal y la Villalonga (en referencia al pueblo del que es originaria). Esta última es la que más predomina en 'la olivera de les quatre soques', y se encuentra en sus ramas superiores. Esta diversidad de especies en un mismo árbol responde a los procesos de injerto ('empelt' en valenciano) a los que ha sido sometido a lo largo de los años.
      Además, el árbol puede llegar a producir 120 kilos de aceitunas en un mismo año; «pero eso si hablamos de un año de carga máxima» reconoce Piera, ya que a mayor longevidad del árbol, la producción merma progresivamente. Esto hace que el volumen de aceitunas que se puedan recoger de él sea muy variable, alternando años de carga máxima, con otros de carga media, y en ocasiones con una producción ínfima.
      A su vez, la longevidad y fragilidad del árbol conllevan que se deban aplicar procesos manuales para la recogida de la aceituna, más costosos y lentos que los mecánicos.


   
Fotos de Venerables Árboles - junio 2022
Más información:
https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/olivera-de-les-quatre-soques-de-benimassot-alicante-108803608
https://www.aemo.es/page/historial-de-premios-olivos
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30 junio 2022

OCTAVIO PAZ (México, 1918-1998)
Perpetua encarnada


Tiemblan los intrincados jardines
juntan los árboles las frentes
cuchichean
El día
arde aún en mis ojos
Hora a hora lo vi deslizarse
ancho y feliz como un río
sombra y luz enlazadas sus orillas
y un amarillo remolino
una sola intensidad monótona
el sol fijo en su centro
Gravitaciones
oscilaciones de materia impalpable
blancas demoliciones
congregaciones de la espuma nómada
grandes montañas de allá arriba
colgadas de la luz
gloria inmóvil que un parpadeo
vuelve añicos
Y aquí abajo
papayos mangos tamarindos laureles
araucarias excelsas chirimoyos
el baniano
más bosque que árbol
verde algarabía de millones de hojas
frutos negruzcos bolsas palpitantes
murciélagos dormidos colgando de las ramas
 
Todo era irreal en su demasía
Sobre la pared encalada
teatro escrito por el viento y la luz
las sombras de la enredadera
más verde que la palabra marzo
máscara de la tarde
abstraída en la caligrafía de sus pájaros
Entre las rejas trémulas de los reflejos
iba y venía
una lagartija transparente
Graciosa terrible diminuta
cambiaba de lugar y no de tiempo
subía y bajaba por un presente
sin antes ni después
Desde mi ahora
como aquel que se asoma a precipicios
yo la miraba
Mareo
pululación y vacío
la tarde la bestezuela mi conciencia
una vibración idéntica indiferente
Y vi en la cal una explosión morada
cuántos soles en un abrir y cerrar de ojos
Tanta blancura me hizo daño
 
Me refugié en los eucaliptos
pedí a su sombra
llueva o truene
ser siempre igual
silencio de raíces
y la conversación airosa de las hojas
Pedí templanza pedí perseverancia
Estoy atado al tiempo
prendido prendado
estoy enamorado de este mundo
ando a tientas en mí mismo extraviado
pido entereza pido desprendimiento
abrir los ojos
evidencias ilesas
entre las claridades que se anulan
No la abolición de las imágenes
la encarnación de los pronombres
el mundo que entre todos inventamos
pueblo de signos
y en su centro
la solitaria
Perpetua encarnada
una mitad mujer
peña manantial la otra
Palabra de todos con que hablamos a solas
pido que siempre me acompañes
razón del hombre
 
el animal de manos radiantes
el animal con ojos en las yemas
 
La noche se congrega y se ensancha
nudo de tiempos y racimo de espacios
veo oigo respiro
Pido ser obediente a este día y esta noche
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27 junio 2022

Las catalpas de Chatham Manor, Virginia, EE.UU.

WALT WHITMAN (1819-1892)
Las catalpas testigos de la Guerra Civil Americana (1861-1865)

En diciembre de 1862, Walt Whitman, después de ver el nombre de su hermano en una lista de heridos en la batalla de Fredericksburg, Virginia, salió corriendo de su casa en Brooklyn para buscarlo en los hospitales cercanos al lugar de una de las batallas más mortíferas de la Guerra Civil Americana, enfrentándose a la espantosa realidad de la guerra.
     Walt Whitman llegó a
la mansión georgiana de Chatham Manor convertida en hospital improvisado de campaña. Esta mansión había sido construida en 1771 por trabajadores y artesanos esclavizados, bajo la dirección y financiación de William Fitzhugh. 
     Ayudando como enfermero vio allí cómo brazos y piernas amputados eran arrojados por una ventana a una pila creciente bajo dos catalpas y en el cercano jardín cómo se estaba formando una hilera de tumbas.

"At the foot of a tree, immediately in front, a heap of feet, legs, arms, and human fragments, cut, bloody, black and blue, swelled and sickening–in the garden near, a row of graves."

     Su hermano, que sólo había sufrido una leve herida en la cara, no estaba allí, pero Whitman se quedó el resto del mes curando las heridas de los soldados y leyendo y escribiendo cartas para ellos. Después fue a Washington y siguió atendiendo a los heridos. Escribió sus pensamientos en trozos de papel manchados de sangre. Sus impresiones, publicadas en un libro de versos en 1865, tomaron forma en su poema tierno, compasivo e inquebrantable, “The Wound-Dresser".
     Hoy esas decrépitas catalpas son los árboles más famosos y queridos de la región. Desde que NPS (National Parks Services) adquirió Chatham en 1975, se han realizado grandes esfuerzos para mantener los árboles en posición vertical. Aún así, uno de ellos se mantiene solo gracias a una enorme abrazadera de metal encajada debajo de una de sus ramas. El otro se sostiene solo.
     En circunstancias normales el NPS, probablemente, habría derribado los árboles hace años. Pero estas catalpas de Chatham no son árboles cotidianos. Y allí siguen adelante, en silencio, como lo han hecho durante tantos años.

Dos árboles Catalpa, jóvenes y fuertes, sobrevivieron cuando Chatham fue devastada por la guerra.

Hoy, las mismas Catalpas, ahora nudosas y curtidas, siguen en pie.
Fotos e información de internet
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24 junio 2022

Palmeras del pasado al presente

ARABA INSTITUTE
La palmera de Judea

En los últimos años el cine, la literatura, e incluso la ciencia, le ha dado vueltas a la posibilidad de resucitar especies extintas, como los mamuts o los dinosaurios, mediante la integración de su ADN en embriones de especies similares.
     La resurrección de la Palmera Datilera de Judea no tiene nada ver con esta técnica, pero el resultado es el mismo: una especie que se había extinguido vuelve a la vida gracias a la ciencia... y a la asombrosa capacidad de supervivencia de sus semillas.
     La Palmera Datilera de Judea era muy popular en Asia, hace 2.000 años. Aparece citada en la Biblia y el Corán, y hay escritos en donde se explica su uso como alimento, medicina, construcción, y confección de muebles, ropa y calzado.
     Los historiadores han resuelto grandes misterios de tiempos remotos, como el de los jeroglíficos egipcios o el de los orígenes de la Humanidad. Pero hay otros muchos para los que no hay respuestas. Vamos a echar un vistazo a algunos de los más desconcertantes.
     Era un árbol esencial en la economía de Judea cuando los romanos conquistaron la región, por eso se dedicaron a destruirlo, para acelerar la rendición de sus enemigos. Las continuas guerras en siglos sucesivos y el abandono de las plantaciones hicieron que la Palmera Datilera de Judea se diera por casi extinguida en el siglo XIV, y ya no hay referencias suyas al menos desde el siglo XIX.
     Los biólogos la daban por desaparecida pero en 1963, excavando en una fortaleza que resistió la invasión romana durante años, en Masada, el arqueólogo Yigael Yadin encontró una jarra con semillas que fueron datadas con una antigüedad de más de 2.000 años.
     Las semillas permanecieron en un cajón durante décadas, olvidadas, hasta que en 2005 la botánica Elaine Solowey decidió plantar una, a ver lo que pasaba. Y para su sorpresa, germinó una palmera de una especie que no existe en la actualidad, y que los científicos han confirmado que es la Palmera Datilera de Judea. El análisis también confirmó que era una palmera macho, por eso la bautizaron con el nombre de Matusalén, en honor al personaje de la Biblia que vivió 969 años.
     Para recuperar la especie se necesiban palmeras hembras, así que la botánica Sarah Sallon contactó con arqueólogos para ver si habían encontrado más semillas en otras excavaciones. Aparecieron 30 más en Qumran.
     En 2011 plantaron varias de ellas, y germinaron varias palmeras datileras de Judea, machos y hembras, que también recibieron nombres bíblicos: Jonás, Adán, Judith, Uriel, Booz y Hannah.
     En 2017, cuando los árboles ya producían flores, polinizaron a la palmera Hannah con el polen de Matusalén, y en 2018 germinaron los primeros frutos. Sus semillas ya se han plantado y ya se han obtenido nuevas palmeras. En este vídeo puedes ver la recolección de dátiles de algunas de ellas.
     Ahora el futuro de las Palmeras Datileras de Judea parece asegurado. Todo gracias a unas semillas de hace 2.000 años, que consiguieron germinar dos milenios después de abandonar el árbol. Un auténtico milagro de la Naturaleza, con un poco de ayuda de la ciencia. ¿Ocurrirá algún día lo mismo con los mamuts o los dinosaurios?

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