13 diciembre 2024

RAFA RUIZ, Nov-2020
Viaje a un bosque con corazón
Los colores del otoño en Devesa da Rogueira, en los montes do Courel, en Lugo. Foto: FSC-España
 En ‘Bosques para Siempre’ viajamos este otoño a Lugo, a la Serra do Courel, a Devesa da Rogueira, uno de los bosques-tesoro de la Galicia Profunda, profunda porque nos toca lo más hondo, porque es un bosque con corazón (os vamos a explicar por qué). Para empezar, este es el bosque al que FSC ha concedido el primer sello de “Certificación de Servicios de los Ecosistemas en España”. Palabras mayores (ahora os explicamos en qué consiste). Acompañadnos al corazón del bosque con corazón.

Esta es la nota que lo avala: “El pasado marzo 2020 Enxeñería Forestal Asefor y la Comunidad de Montes Vecinales en Mano Común (CMVMC) de Rogueira e Cabana, integrada por 32 propietarios, vecinos de la localidad de Folgoso de Courel http://folgosodocourel.com/ , obtuvieron la Certificación FSC de Servicios del Ecosistema del Monte Vecinal en Mano Común de Rogueira y Cabana, de más de 600 hectáreas de masa forestal, que permite la declaración y demostración de los impactos positivos de sus prácticas de gestión forestal para la conservación y preservación de su biodiversidad”.

Así que en El Asombrario fuimos a conocer ese monte y en qué consiste ese certificado. Los datos aportados por FSC: “La Devesa da Rogueira es el mayor entorno forestal de la Serra do Courel, está integrada en la Red Natura 2000 y ha sido declarada por la Xunta de Galicia Zona de Especial Protección de los Valores Naturales. Tiene más de 440 hectáreas y está poblada por especies arbóreas de frondosas autóctonas con una finalidad estrictamente protectora y de conservación de la biodiversidad. Atesora 21 tipos diferentes de bosque, 900 especies de plantas, 25 especies de orquídeas, más de 400 especies de hongos y 200 especies de vertebrados, entre corzos, martas, comadrejas, turones, garduñas, gatos monteses, lobos, zorros y osos pardos. Devesa da Rogueira es considerada un enclave natural único en Galicia con una densidad arbórea y botánica inusual de gran valor patrimonial, cultural y ecosistémico”.

Pero más allá de estas cifras, ¿dónde está el verdadero corazón de este bosque? No está en su riqueza de orquídeas, no; ni en sus centenarios y sagrados tejos, ni en sus abundantes regatos y pequeñas cascadas, ni en esos enormes robles/carballos y hayas con líquenes barbas de viejo que les prestan un aspecto de sabios o magos, ni en las Fontes da Rogueria (ya sabéis, aquí también esa agua suertuda que te concede deseos). No. Sino que lo encontramos en la pequeña aldea de Moreda, donde habita ahora una treintena escasa de personas, que son los comuneros, los propietarios en régimen comunal del monte, y que hace ya décadas decidieron, en un alarde de adelantarse a los tiempos, en un triple salto de glocalidad (lo global visto desde lo local) que el principal valor del bosque no era ya su aprovechamiento maderero, sino su conservación para disfrute de todos y todas, del pueblo y del mundo, para poner su granito de hojas a la buena salud del planeta.

Senderismo por Devesa da Rogueira

Nos lo cuenta Lola Castro, alcaldesa del Concello de Folgoso do Courel, 45 núcleos de población, poco más de 1.000 habitantes (cuando a mediados del siglo pasado eran 10.000), solo 30 niños en el cole (cuando hace 40 años, cuando Lola era una rapaza, eran 250 y en dos escuelas); nos lo cuenta: “Desde pequeños nos inculcaron el amor al monte, estamos muy orgullosos de él. Creemos que los proyectos, poco a poco y desde abajo, es como llegan a ser grandes proyectos”. Pocas palabras y profundas. Con todo el sentido del mundo y de su tierra. Y por ese amor a su tierra y por sentirla de cerca, hace menos de dos años regresó a Moreda su hermano, José Antonio Castro; dejó la ciudad grande y su trabajo de soldador para dedicarse a la ganadería en extensivo, 44 vacas de monte que pastan por los alrededores de Moreda.

Ese es el auténtico corazón del bosque, más allá de las retamas de arándanos, de los resbaladizos caminos de pizarra, de los bellísimos blancos troncos de abedul vestidos de verde-musgo, de la levedad flotante de las hojas amarillentas de las hayas, de los recovecos de helechos, acebos y avellanos, de los frutos rojos del serval de cazadores, de las comunidades bien avenidas de rebollos y brezos, de las escaramuzas de martas, zorros y armiños, de la presencia atávica de lobos y el paso mitológico del oso por estos territorios. El corazón está en esa gente que sí cree en que hay otra forma de habitar el planeta.

Pero, claro, llega el momento de preguntarse: ¿y qué rendimiento le sacan al monte que es suyo, si apenas lo explotan? Se lo preguntamos los periodistas que fuimos en este viaje otoñal organizado por FSC España y Asefor (Ingeniería Forestal). ¿Cómo hacer rentable esto? ¿Cómo hacer SOStenible la SOStenibilidad del bosque? Y algo de SOS hubo en sus respuestas. Necesitan darlo a conocer. Y necesitan que la sociedad entienda que el bosque requiere cuidados. Ahí es donde entra en acción, y por eso le damos tanta importancia, la etiqueta FSC por los servicios ecosistémicos que presta este bosque. Ya, el nombre no ayuda. Tan poco romántico resulta; incluso suena a esotérico. Pero hay que atenderlo y entenderlo: Porque hasta hace bien poco la etiqueta FSC –esa que nos encontramos en cajas y envases de cartón, y en las páginas de los libros, y en algunos muebles…– se centraba en reconocer la gestión, el aprovechamiento sostenible, maderero y de celulosa, de los bosques; pero hace bien poco llegaron a un punto en que reconocieron que eso no era del todo justo –ni del gusto de los tiempos que corren, de encrucijada y reto–, y que había que dar un paso más y valorar lo que aportan los bosques al planeta, a los ecosistemas, a nosotros, desde la retención de carbono –tan clave en la lucha frente a la crisis climática–, a la generación de agua, de paisaje, de biodiversidad, de ocio, de cultura, de símbolo, de memoria… Palabras mayores. Etiqueta que lleva ahora con orgullo la Devesa da Rogueira y que piensan que ha de servirles para llegar a acuerdos con esa otra parte de la sociedad que son las empresas, para que apuesten por invertir en ese bosque con corazón, o en ese corazón con bosque al que solo le faltan gnomos para ser mágico. O quizá ya los hay, aunque en este viaje, que duró poco, no tuvimos oportunidad de verlos. O meigas, que más que en aquelarre están de servicio de protección de la naturaleza. O la Santa Compaña, preservando las almas del monte. Inversiones en iniciativas imaginativas y pioneras que vayan más allá del turismo rural y de naturaleza, ¿por qué no atender, por ejemplo, al bosque como un laboratorio de investigación de aromas, sabores y fármacos?

Impresionante el bosque diverso y multicolor de la Devesa da Rogueira desde dentro. Foto: FSC-España

Si comenzamos con las cifras, terminamos ahora con las declaraciones: “La Certificación FSC de Servicios del Ecosistema, que en nuestro caso ha verificado la conservación de la biodiversidad, supone un orgullo para los comuneros y una forma de demostrar que nuestra actividad es necesaria para mantener, cuidar y preservar nuestros bosques”, nos contó Lola Castro, la alcaldesa y comunera y biznieta de comuneros. “El desarrollo rural, la fijación de población y la actividad económica local representan una necesidad básica sin la cual la conservación no sería posible. Por ello, nuestras poblaciones necesitan apoyo económico para impulsar nuestra economía local, puesto que nuestro objetivo es conservar estos bosques, compartirlos con la sociedad española y para generaciones futuras, tal y como hicieron nuestros antepasados. La Devesa da Rogueira es un legado y patrimonio natural y consideramos que la responsabilidad de conservarlo debería ser compartida”.

“La inversión en servicios del ecosistema es una excelente oportunidad para proteger el patrimonio natural de nuestro entorno dando, además, relevancia a la labor de los comuneros, que han sabido gestionar estos maravillosos montes durante toda su vida sin provocar alteraciones en el ecosistema”, añadió Severiano Ónega, CEO de la compañía lucense dedicada a la valorización de residuos biodegradables Agroamb, primera empresa que ha decidido patrocinar Servicios del Ecosistema en Devesa da Rogueira. “Además, es una enorme satisfacción apoyar proyectos que ayudan a fijar población en zonas como O Courel y con ello apoyar el desarrollo rural gallego. Esta iniciativa refuerza nuestro compromiso con el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible”.

“La gestión forestal responsable tiene un gran impacto positivo en la conservación y protección de servicios de los ecosistemas”, concluyó Gonzalo Anguita, director ejecutivo de FSC España. “La demostración rigurosa y real de estos impactos mediante el Proceso FSC proporciona a las empresas comprometidas la posibilidad de invertir en la conservación y mejora de los servicios de los ecosistemas. En ese sentido muestra misión es la de conectar propietarios forestales con empresas, organizaciones y administraciones posibilitando la creación de alianzas estratégicas de alto valor en la sociedad”.

Se va levantando la niebla que quedó pegada al fondo de los valles, huele a frío y humedad, salimos de la pequeña aldea de Paderne, de una casita rural de piedra, pizarra y nutritivo desayuno con ese pan gallego que no conoce competencia. En las afueras del pueblo apiñado, los tendales, para que a la ropa le dé el sol en estos días tan cortos y llegue a secarse; y los castaños, que tanto acompañan a las casas en Galicia; y las huertas de grelos y de calabazas, que abultan, enormes, en la tierra.

Es hora de marcharse y dejar el corazón en manos de gente como la familia Castro que entienden, desde Folgoso de Courel y sin haber ido a ninguna Cumbre del Clima, lo que hay que hacer para que el puzle del planeta no pierda piezas y los baños de bosque que busca la gente de la gran ciudad sigan siendo así. Así de maravillosos y apaciguadores, que dejan esa íntima y profunda sensación de que el mundo nos lo dejaron bien hecho.

Lo hemos leído aquí

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10 diciembre 2024

Fotos de esta página

De pie, frente al Palacio de Justicia del Condado de Goliad, un edificio de piedra caliza particularmente hermoso terminado en 1894, hay un enorme roble* con ramas gruesas y bajas. Una placa histórica señala que a mediados del siglo XIX, cuando se dictaba una sentencia a muerte, ésta se ejecutaba inmediatamente en el inocente árbol. La placa también señala que algunos de los ahorcados no tuvieron derecho a juicio. No es de extrañar que al leer esto te entren escalofríos. Los Texas Rangers pusieron fin, formalmente, a los ahorcamientos en 1870, pero los atropellos siguieron sucediéndose.
      La historia no debe olvidarse para que no se repita. Hace dos años, una fraternidad (organización estudiantil) de la Universidad de Oklahoma fue noticia cuando fue captada por una cámara gritando un canto racista contra los afroamericanos, insinuando que el único buen lugar para un candidato fraternal de color era debajo de un árbol (es decir, linchado). Desde entonces, la fraternidad ha sido cerrada y se le ha prohibido la entrada al campus.
     El hecho de que semejante virulencia se pueda repetir en el siglo XXI es inquietante. Si bien la soga ha sido identificada como emblema de la violencia y la opresión hacia los afroamericanos, a menudo se pasa por alto que también fue un símbolo de terror para los mexicano-estadounidenses.
     Ninguna región vio más de cerca esta práctica contra los mexicano-estadounidenses que el sur de Texas. Entre 1846 a 1870 se dictaron sentencias de muerte a lo largo del césped del palacio de justicia, donde más de 100 víctimas fueron ahorcadas bajo el famoso "Árbol del Ahorcado", muchas de ellas linchadas y sin derecho a juicio. Otros muchos fueron azotados en “postes de azotes” por lo que se definieron como delitos contra la esfera pública. 
      Durante otros muchos juicios y ejecuciones públicas del siglo XIX, las familias anglosajonas presenciaron estas atrocidades en una atmósfera carnavalesca, llevando cestas de picnic y tomando fotografías. Estas acciones kafkianas son episodios que revuelven el estómago y no entiendo cómo el Árbol del Ahorcado de Goliad está etiquetado como una atracción turística, además de un lugar histórico.
     Los documentos registran 871 mexicano-estadounidenses linchados en 13 estados del oeste después de la Guerra Civil (1861-1865). Pero estas cifras no se pueden comparar con lo que se hizo en Texas. Según los historiadores William D. Carrigan y Clive Webb, entre 1910 y 1920, 5.000 mexicano-estadounidenses fueron asesinados en una ola de terror, muchos de ellos a manos de los Rangers de Texas. Éstos no eran ajenos a la injusticia colectiva y los linchamientos deliberados. Los Rangers comenzaron como una milicia, financiada y apoyada por ganaderos de la zona que querían más tierras y detestaban a sus vecinos de habla hispana.
      Los ahorcamientos entre mexico-americanos no eran exclusivos contra el género masculino. Josefa “Chipita” Rodríguez, la primera mujer "legalmente" ahorcada en Texas, fue ejecutada en 1863. Rodríguez vivía a orillas del río Aransas, en una humilde cabaña que también servía como casa de huéspedes para los excursionistas que buscaban comida y refugio en la costa del sur de Texas. En agosto de 1863, en el apogeo de la Guerra Civil, Rodríguez junto con Juan Silvera (presuntamente su hijo ilegítimo), fueron acusados de asesinar a John Savage, un comerciante de caballos. Ella fue sospechosa del crimen sólo porque encontraron el cuerpo en el río cerca de su casa. Savage, después de hacer un trato comercial con el ejército confederado, viajaba con las carteras llenas de oro. Debido a que muchos excursionistas frecuentaban la cabaña de Rodríguez, ella fue considerada la principal sospechosa. Si bien Silvera se declaró culpable de un cargo menor de asesinato en segundo grado, Rodríguez se negó a admitir un delito que no cometió y se declaró inocente. Negándose a dignificar estas acusaciones falsas y las burlas en un absurdo juicio, guardó silencio y mantuvo su dignidad. El hecho de que una mera evidencia circunstancial fuera suficiente para sentenciar a muerte a una anciana es una prueba histórica de la abominable justicia impartida hacia los mexicano-estadounidenses. 

* No he encontrado referencias al tipo de roble ni de su edad. Probablemente ya estaba allí cuando se construyó el Palacio de Justicia

*Los Rodríguez fueron "indultados" después de un siglo, en 1985,  por el gobernador Mark White. Los texanos deben aprender a perdonar, pero nunca olvidar los pecados del pasado para que no vuelvan a repetirse estos hechos. 
  
 Información: 
Alfredo Torres Jr. es editor de CTN: a Journal of Pedagogy and Ideas, e historiador independiente que trabaja en Palo Alto College.
https://www.mysanantonio.com/opinion/commentary/article/The-noose-plagued-Mexican-Americans-too-12381761.php
Hay una entrada anterior en este blog que también aborda este tema y otra entrada con la
Canción del compositor  James Newton Howard     
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07 diciembre 2024

L. Reguero
HASIER LARRETXEA (Baztán, 1982)
Entrevista de LUIS REGUERO, febr-2019
"Escuchar a los bosques aclara el pensamiento"
Hasier junto a su padre, Patxi

Para Hasier Larretxea los latidos del bosque suenan a ese silencio que ha desaparecido a través de las dinámicas rutinarias “de cemento y hormigón” de las ciudades, donde la supervivencia “se pone a prueba y en muchas ocasiones nos saca lo peor de nosotros”. Para Larretxea, los bosques suenan a “honestidad, a robustez, a anclaje, a respiración entrecortada”, a recuerdos de caminatas con su padre, a recuerdos de familia por los valles del norte de Navarra que quedan plasmados en su nuevo libro, El lenguaje de los bosques (Espasa), una conversación con esos paisajes de los que nos hemos alejado, atraídos por la marea de la tecnología y el consumo, la automatización de la vida, la producción sin descanso, la vida rápida, excesiva, en permanente sobresalto.

Larretxea piensa que desde lo local se puede tejer toda una red de valores éticos, humanísticos y de justicia social. “Creo en la bondad y en el buen hacer del ser humano”, asegura durante esta entrevista, en la que sus palabras nos traen de inmediato el olor a madera cortada durante las noches anteriores a la Luna creciente, la esencia de esos lugares con alma del mundo rural, de la España cada vez más vacía, donde habita la belleza y la verdadera libertad.

El bosque como lugar de encuentro y reencuentro con uno mismo, como lugar donde hallar cobijo, donde recuperar la calma. El bosque como guía, como brújula, como mapa para volver a las raíces de nuestra naturaleza. El bosque para contar y escuchar historias de una vida bella que está desapareciendo. Hemos olvidado los bosques en esta vida de explotación, autocensura, miedos y ruidos…

Sin duda. Además de olvidar sus elementos simbólicos y naturales, como consecuencia de los ritmos frenéticos de vida que nos exigen con esos horarios férreos y responsabilidades sobre todo laborales estamos sumergidos y absortos en las grandes ciudades en dinámicas de cemento y de hormigón. Por otro lado, está la gravedad de los índices de polución alarmantes. En ese día a día, inevitablemente, se va borrando y desfigurando ese territorio e imaginario de los bosques y de la naturaleza, llegándose a ubicar en ese no-lugar desconocido, en ese espacio intransitado, en los márgenes de lo exótico al estar sumergidos en dinámicas y hábitos alejados de todo lo que supone una convivencia sana y acorde con esos tiempos que marcan los latidos internos del paisaje de las estaciones y una vida en conexión con la tierra.

El bosque es esa sutileza que tanto nos hace falta en la vida cotidiana. Es esa calma y ese eje en el que reencontrarnos con esa voz interior a través de esos paseos y ese contacto con ese universo que crece en equilibrio y del que se desprende ese halo de paz. Al ser un gran conocedor y persona que ha estado desde niño en contacto directo desde diferentes vertientes, a la hora de hilvanar El lenguaje de los bosques (Espasa, 2018) hablaba con mi padre sobre muchos aspectos en relación a la naturaleza. Me llamaba la atención cómo me decía que él cuando se sumerge en esos bosques espesos de los Pirineos se le aclara el pensamiento y se le reordenan las ideas, además de disfrutar con los sonidos que acompasan esa voz interior. “El bosque te aclara el pensamiento”, me decía, cuando nos sumergíamos en caminatas largas a través de pendientes y lugares de difícil paso por los que nos llevaba y se forjó su infancia y su educación infantil.

El bosque para mí es hoja de ruta, álbum familiar, genealogía, idioma, reencuentro, asidero, esa manera de enraizarte en el mundo. La vista atrás, todo ese aprendizaje de valores en el entorno rural y la mirada afilada de mis antepasados para los que los bosques han ejercido de lugar de fuga, de hábitat transfronterizo y de una simbiosis poderosa y casi mística hasta llegar a representarlo a través del deporte rural vasco, donde sobre todo tanto mi padre y mi tío han sido figuras clave en esa transmisión y desempeño que en cierta medida mi hermano y primo le han dado continuidad. En mi caso ha sido desde un diferente dialecto, pero el mismo idioma.

En la actualidad vuelvo desde el prisma de disfrute a esas latitudes naturales. No obstante, para las generaciones anteriores como las de mis padres el bosque ha sido supervivencia, dureza, coraza. Ese paisaje de tránsito, superación y huida en el que llegaban a sortear disparos y persecuciones de la Guardia Civil que acechaban en ese entorno y se mantenían tras esos contrabandistas escurridizos y ese universo del silencio y familiar en los caseríos en los que se protegían mutuamente desde ese espíritu comunitario de apoyo mutuo.

Nos hemos ido alejando de esa vida familiar en torno a la chimenea, en torno al fuego, esa vida de la conversación, de la palabra lenta, que toca profundo como un océano en su cadencia. El fuego ha sido sustituido por la luz artificial de la pantalla de un teléfono. Los ojos hoy no ven, miran hacia el suelo, mientras deambulamos como fantasmas por las calles riendo solos, hablando solos. ¿Cómo fue que dejamos de ver con el corazón?

No es tarea fácil y es cierto que hay cierta lógica en esas acciones y decisiones cada vez más férreas a la hora de dejar atrás toda esa maraña que nos absorbe, nos hace perder el tiempo y que construye otro yo que realmente no llegamos a ser al mostrar toda esa cara A nuestra. No sé si somos capaces de establecer nuestras prioridades al respecto o de facto nos vemos sumergidos por un entramado que en cierta medida nos aporta beneficios pero que nos tiene atados y en muchos casos nos cuesta definir las prioridades y sortear la basura y lo perjudicial y dañino.

Los 13 años de vida en Madrid me han aportado, entre otras cosas, esa conexión con el lugar de origen y esa manera de apreciar lo que anteriormente ese entorno representaba era un simple decorado. Y creo que mi vida y obra serpentea e intenta realizar ese equilibrismo entre los significados y toda esa riqueza simbólica a través de la perspectiva que te dota la distancia física y emocional cuando llegas a poder construir el yo que tú mismo decides y no el que está impuesto por nacer en un lugar y en una familia en concreto.

¿A qué suenan los latidos del bosque?

A ese silencio que no nos permitimos. Al euskera de mi familia. Porque para mí el idioma materno se acompasa a esos recorridos a través de los bosques y la naturaleza. Suenan a honestidad, a robustez, a anclaje, a la respiración entrecortada. Al sonido de la naturaleza que se queda como eco en el pensamiento. A Baztan. A permanencia y regeneración. A vida y esencia. A reencuentro. A remanso. A paz. A estación. Al sosiego que recompone.

Estamos saturados por la irracionalidad de un sistema capitalista que ha enterrado cualquier atisbo de belleza, cualquier posibilidad de libertad. “El mundo siempre se engaña con el ornamento”, escribió Shakespeare. Se palpa más que nunca la necesidad de reflexionar en torno a la vida de hoy, a la vida automatizada y comprimida de hoy, la vida desnarrativizada, donde hemos perdido nuestro espacio en el mundo y, alienados, somos simples sujetos de rendimientos sin rumbo…

El pulso de la productividad, de la inmediatez y del capitalismo han ido transformando esas capas de las personas y de la vida en sí. Ahí estaría, como comentaba, la dicotomía, ese puente, ese tránsito entre la vida rural y la vida en la ciudad. De cómo idear ese equilibrio a la accesibilidad a la tecnología sin convertirnos en ese brazo de la máquina o la máquina misma sin obviar los avances que nos benefician.

No sé si es porque he crecido en un entorno rural rodeado por bosques y esa tranquilidad que le caracteriza, pero es cierto que llevo tiempo reflexionando sobre cuánto nos afecta la contaminación acústica y en general, esa espiral en la que estamos sumergidos y donde realmente no llegamos a desconectar de esas dinámicas que empequeñecen la visión que tenemos sobre la vida o que nos consumen hasta tal punto de transformar y mutilar esos tiempos interiores de cada uno y hasta el carácter. La ciudad es la verdadera jungla donde la supervivencia se pone a prueba y en muchas ocasiones nos hace sacar lo peor de nosotros.

La contemplación de la vida y de la cuestión más intranscendental se realiza desde una calidez y una calma en ese entorno rural que propicia esa conexión con uno mismo y con el cambio de las estaciones.

En la sobreabundancia de lo idéntico, de lo que se repite sin descanso, en la sociedad estandarizada, violenta, sin alma, el otro es el enemigo a batir, nuestra competencia. Tenemos una necesidad imperante de demostrar, una necesidad imperiosa de exhibir lo que tenemos por encima del otro. El tener apaga el ser. ¿Hacia dónde vamos?

Hacia esa proyección de las carencias y taras de uno en el otro. No creo que sea algo nuevo en el ser humano ni en cuanto al momento histórico. Vamos hacia esa fragmentación e individualización generalizada de la sociedad donde los extremos son los que en gran parte dotan de identidad a esa masa de personas necesitadas de nuevos gurús y profetas. Tengo miedo a que la hiper-tecnologización nos vaya a traicionar y nos convertimos en protagonistas de cualquier capítulo de Black Mirror, atrapados tras esa pantalla de cristal y siendo protagonistas de nuestra propia farsa. No pierdo la fe en que desde lo local se puede tejer toda esa red de lo global desde redes con valores éticos, humanísticos y de justicia social. Creo en la bondad y en el buen hacer del ser humano, y que para ello hay que propiciar escenarios y situaciones. No creo que por ahora, vayamos encaminados hacia ese escenario.

En las performance familiares que realizan, Hasier termina partiendo el tronco que ha cortado su padre mientras él lee textos y poemas.

En tu nuevo libro señalas que la distancia es una manera de volver. Te fuiste hace más de 12 años a la ciudad, dejando atrás la vida rural del pueblo de Arraioz, en el valle de Baztan, para vivir en Madrid. “Porque para volver a un lugar y estar presente y apreciar los valores que ofrece, primero hay que marcharse y mantener una distancia”. Para alguien que ha nacido y crecido en conexión permanente con la naturaleza, llegar a la ciudad supondría una metamorfosis interior, un choque de mundos…

Sin duda. La verdad es que no sé cómo pude. Todo se me hizo cuesta arriba. Fue un reto tremendo. Un cambio radical. En un principio no me hacía con la ciudad, con sus ritmos, con su dinámica, impersonalidad y con esa transformación tan a lo bestia del horizonte. Con el tiempo, he llegado a la conclusión que es de las mejores cosas que he hecho en mi vida, porque ese cambio de vida me dio oportunidad de fortalecer aspectos personales y poder forjar mi identidad equilibrando toda esa energía concéntrica que desprendía mi padre y su sueño de que continuara con la tradición del deporte rural y mis intereses relacionados con la lectura, el cine, la música o el arte, que en un principio él no entendía. No había mucho lugar para la ficción en mi infancia. Para mí la literatura y la escritura supusieron un ejercicio de resistencia, todo un fuerte, una cabaña donde me resguardaba y me sentía a salvo de esa dureza y de lo que se esperaba de mí. En ese espacio de mi habitación me sentía seguro y salvo.

‘El lenguaje de los bosques’ es sobre todo el retrato de una vida familiar en proceso de demolición, en fase de extinción, un estilo de vivir en convivencia con un entorno natural donde la esencia de uno mismo no se trastoca, no se desvirtúa, no pierde su pureza, su misticismo. Es una vida de amor al árbol, a la tierra, a lo sencillo, ajena a las tecnologías, una vida de contacto con la madera, de trabajos en el bosque durante semanas, de deporte rural. ‘El lenguaje de los bosques’ es un canto a la naturaleza y a tu familia, es un canto a la figura del padre, “heredero del espíritu de la vida tranquila y sin muchos sobresaltos del caserío”…

Diría que es mi libro más luminoso y quizá más tierno. Como comentas, es todo un homenaje a mi familia, a todo ese entramado de vida de los valles del norte de Navarra; de los antepasados y todas esas personas que trabajan en relación a la madera y a los bosques. Es un canto a ese paisaje que también ha forjado mi identidad. He intentado recoger la sabiduría de todas esas personas que están relacionadas de alguna manera con ese universo. He querido también no ceñirme solamente a una narrativa, a esa narrativa de la tradición y que proviene de todas las personas que he entrevistado. Me ha interesado plasmar mi mirada y mis inquietudes en relación a ese ámbito desde diferentes perspectivas donde también tienen su lugar la música, el cine, la fotografía, lo socio-político, las historias de contrabandistas, y sobre todo esa narrativa familiar que parte de lo autobiográfico y es la celebración de ese reencuentro entre un padre y un hijo que con los años se dan cuenta que tienen más aspectos en común que diferencias que los mantenían un poco alejados o sumergidos cada uno en su ámbito.

De hecho, las performances que realizamos juntos y con mi madre y en los que también ha participado mi hermano suponen esa representación familiar de esa convivencia y de esa pluralidad, de ese respeto y cariño y de esa lección de tolerancia que nos da en este caso mi padre. El 17 de marzo lo haremos en el auditorio del Guggenheim de Bilbao dentro del Festival de cultura vasca Loraldia. Mi marido, Zuri Negrín, también estará presente con su propuesta sonora experimental y ambiental, por lo que se fusionarán de esa manera los dos mundos, la tradición y la vanguardia, lo clásico y lo experimental.

En nuestra huida hacia la urbe, hemos dejado una España hermosa y vacía…

Y abandonada. Comenta mi padre y muchas personas cómo ha cambiado el cuidado hacia los espacios comunes como caminos y que la despoblación de las zonas rurales tiene relación directa con el cuidado de ese entorno natural y de los bosques. Por eso la importancia de iniciativas comunitarias en las que los vecinos se reagrupan y realizan tareas de limpieza y de adecuación del entorno. El paisaje también va cambiando con el transcurso del tiempo. Caminos por los que transitábamos antes están cerrados. Es lógica esa correlación entre la despoblación y la falta de cuidados hacia ese entorno. Al preguntarle a mi padre por ese paisaje y si contemplaría hipotéticamente la posibilidad de una vida sin bosques, no entraba en su cabeza esa posibilidad. Sí que relata el abandono generalizado y de las administraciones hacia el sector de la madera en comparación con décadas anteriores. Parece que a sus pulmones les falta oxígeno cuando se aleja de ese epicentro que marcan los Pirineos.

Biografía
Lo hemos leído aquí

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04 diciembre 2024

Los Tejos de La Haye-du-Routot, del narrador de historias

TOMÁS CASAL PITA 
Los tejos de La Haye-du-Routot

Este pueblecito de La Haye-du-Routot, que está en la región de Normandía (Departamento de Eure, Francia), muy próximo a la desembocadura del río Sena, es famoso por los dos tejos de su iglesia. A este respecto hay que decir que, así como Inglaterra tiene un buen número de tejos milenarios, en Francia su número no llega a treinta. 
     Los tejos de La Haye du Routot (escrito con guiones o sin ellos) son anteriores a la existencia del propio pueblo y, como buenos ejemplares de tejo que son, de edad desconocida, aunque hay unanimidad para otorgarles al menos 1.000 años, de ahí en adelante, cada uno con su opinión. Dado que crecen en el centro del pueblo, en el cementerio, entre la iglesia y la calle principal, queda claro que el pueblo se formó alrededor de ellos. Los dos tejos están huecos en su interior (como todo tejo milenario) y para hablar de ellos los nombraremos como tejo de la capilla y tejo del oratorio. 
     Aunque hay diferencias a la hora de otorgarles una medida perimetral, variable en función del punto donde se tome, parece unánime la opinión de que el tejo de la capilla supera los 11 metros y el del oratorio no llega a diez. El tejo de la capilla se llama así por tener en su interior, desde 1866, una pequeña capilla dedicada a Santa Ana. La capilla está abierta todos los domingos por la mañana y el día 16 de julio (en España es el día del Carmen, patrona de los marinos) cuando allí celebran la fiesta de Saint Clair. Este santo, en la actualidad ya no tiene culto en el pueblo, tan sólo un día de celebración y según se dice fue un santo conocido por su piedad, que predicó durante toda su vida, realizando milagros y curaciones, incluyendo dolor de ojos y ceguera. Pero según dice otra versión, Saint Clair fue un monje galés que, después de llegar al pueblo, fue decapitado por sus creencias y, según la leyenda, tomó su cabeza entre sus manos y continuó predicando. En la actualidad tiene estatua en la iglesia del pueblo y en su honor se celebra una antigua ceremonia, de origen desconocido pero que al parecer se remonta al siglo XV y de la que hablaré luego. 
 
     El otro tejo, el del oratorio, también presenta una oquedad interior, que se puso de manifiesto en 1832 cuando una tormenta desgajó una parte del árbol y quedó así expuesta. En 1897 se instaló allí un oratorio dedicado a la Virgen de Lourdes, con un altar completo. Estos árboles fueron en 2015 candidatos a “Árbol del Año”, y aunque no resultaron elegidos, ayudó a darlos a conocer y seguramente, también a su protección. Naturalmente, si la protección a los árboles monumentales siempre es necesaria, más lo es en este caso. En el otoño de 2013 una parte del tejo del oratorio comenzó a morir, lo que se hizo muy evidente por las agujas marrones. El análisis de las mismas mostró un contenido extremadamente alto de glifosato, un herbicida que de otra manera no daña los árboles porque no actúa a través de las raíces, sino solo directamente a través de las partes verdes de la planta. Para causar un daño como este, el veneno tuvo que ser rociado directamente sobre la copa del árbol o inyectado a través de una raíz principal. Si bien se supuso que el autor del atentado fue el dueño de una propiedad cuyo jardín está directamente adyacente a la iglesia, no había pruebas directas y quedó sin castigo. Al menos no siguió haciéndolo, y el árbol está intentando recuperarse. Una consecuencia de esto fue la creación al año siguiente (septiembre de 2014) de la asociación “Los amigos de los tejos”, al estilo de las organizaciones de este tipo existentes en otros países. 
 
     Terminaré hablando ahora de la celebración de Saint-Clair, el 16 de julio de cada año para celebrar el solsticio de verano. La ceremonia comienza con la tala de un álamo el domingo anterior a la fiesta, el jueves siguiente se corta el árbol en troncos. Luego, el día de la fiesta por la mañana, se forma una pira en forma de pirámide de 15 metros de altura que lleva en su centro un árbol recién talado, al que se fija en la parte alta una cruz. La pira permanece vigilada hasta la noche, en la que se celebra la ceremonia religiosa, seguida de una procesión y la bendición de la pira. Luego, con la ayuda de una vela, una personalidad prende fuego a una brazada de paja. Solo el mástil central que lleva la cruz en su parte superior no debe arder, si esto sucede se considera un mal presagio para ese año. Los asistentes tratan de conseguir luego un pedazo de madera carbonizada para llevarse luego a su casa, puesto que se supone que este carbón la protege de los rayos. Por si a alguien le interesa, el año 2019, la cruz ardió. En 2020 no hubo celebración.
 
 
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