WADE DAVIS
¿Cómo salieron las semillas del caucho de la Amazonia?
De "El río (One river)"
Reseña del libro
Es un poco extenso el relato pero es muy clarificador. Es una de tantas falsas creencias que todos transmitimos como ciertas. No hubo ningún robo, ni expolio, ni soborno...
¿Cómo salieron las semillas del caucho de la Amazonia?
De "El río (One river)"
Reseña del libro
Es un poco extenso el relato pero es muy clarificador. Es una de tantas falsas creencias que todos transmitimos como ciertas. No hubo ningún robo, ni expolio, ni soborno...
Alumno y profesor |
(...) Al decidir entonces romper el monopolio
brasileño, Markham recurrió a Sir Joseph Hooker, el director del
Jardín Botánico Real de Kew. Desde hacía unos meses Hooker se
había comunicado con un excéntrico plantador inglés, Henry Wikham,
que estaba viviendo en Santarém, un pueblecito amazónico situado
a seiscientos cuarenta kilómetros río arriba de Belém. Hijo de un
sombrerero de Londres y artista en ciernes, había huido de
Inglaterra siendo aún muy joven y vagado durante varios años en las
selvas de Nicaragua y de Venezuela, y finalmente por el Orinoco y el
Amazonas hasta llegar a Santarém, donde estableció una pequeña
granja. Una relación de sus viajes se publicó en Londres en 1872.
Era un libro más bien mediocre, pero repleto de muchas atractivas,
aunque imprecisas, referencias al caucho hebea, que interesaron a los
botánicos de Kew. En 1874, Hooker y Markham acordaron pagarle a
Wickham diez libras por cada mil semillas del caucho que pudiera
enviar del Amazonas.
El primer intento fracasó. Las
semillas, ricas en aceite y en látex, que se fermenta rápidamente y
se pone rancio, no pudieron resistir la larga travesía del Atlántico
en velero. De las diez mil semillas recogidas en 1875, ni una sola
germinó en los invernaderos de Jardín Botánico. La suerte de
Wikham no cambió hasta febrero de 1876, cuando recibió una
invitación de último minuto para cenar en el S.S. Amazonas,
un transatlántico de mil toneladas que hacía el viaje de
inauguración de la línea Liverpool-Manaos. Era el primer vapor que
navegaba en el Amazonas. Wikham pasó una noche agradable con el
capitán Murray, pero no pensó más en el barco hasta que un mes
después le llegó la noticia de que unos socios deshonestos de
Murray en Manaos lo habían dejado sin una onza de carga para su
viaje de vuelta.
Wikham actuó con rapidez. Aunque
sin un centavo, envió un mensaje a Manaos ofreciendo fletar el navío en
nombre del gobierno de la India. Luego partió de Santarén antes del
alba y recorrió cien kilómetros en canoa hasta Tapajós, un puesto
comercial donde contrató a unos indios tapuyos para que recogieran
cuanta semilla madura encontraran en la selva. Por casualidad el
barco había llegado en el momento perfecto del año, y los ruidos de
los frutos de la hevea al explotar y lanzar las semillas hasta
treinta metros a la redonda de los altos y plateados árboles rompían
el silencio de la selva al mediodía. En menos de dos semanas había
reunido más de setenta mil semillas y las había hecho empacar
cuidadosamente en serrín húmedo y hojas de banano, puestas en
canastas tejidas por mujeres tapuyos allí mismo.
La forma como él y el capitán
Murray se las arreglaron para sacar las semillas del Brasil y
transportarlas a Inglaterra sigue siendo objeto de polémicas. Los
brasileños, olvidando por conveniencia que toda su economía agraria
se basa en seis plantas importadas -la palma africana, el café de
Etiopía, el arroz de la India, el cacao de Colombia y el Ecuador, la
soja de China y la caña de azúcar del Sureste Asiático-, todavía
hablan de “robo del caucho” y lo califican como un hecho infame.
El mismo Wickham, en sus Memorias, le da al asunto un toque de
misterio, sin duda para ganar prestigio ante sus camaradas. De hecho,
todas las evidencias sugieren que la exportación fue un negocio
común y corriente realizado en forma abierta y con activa ayuda de
las autoridades brasileñas de Belén.
No había en esa época ninguna
ley que prohibiera la exportación de semillas del caucho hevea. En
el manifiesto aduanero, Wickham describió la carga como “especímenes
botánicos extraordinariamente delicados con destino al Jardín
Botánico Real de Kew, de la propia Majestad Británica”.
Perfectamente consciente de la fragilidad del envío, el funcionario
brasileño a cargo hizo pública la naturaleza de la carga. Por
cierto que sólo ocho años después empezó el país a cobrar un
pequeño impuesto por la exportación de las semillas, y pasarían
cuatro décadas antes de que se prohibiera su comercio. En esa época
los brasileños desdeñaban como una fantasía la idea misma de
establecer plantaciones de caucho productivas. Un miembro de la
Cámara de Comercio de Manaos declaró que “si no fuera nuestro
deber estar al tanto de los desarrollos científicos, podríamos
perfectamente pasar por alto esas plantaciones extranjeras”.
Los primeros indicios sugirieron que
los brasileños tenían poco de qué preocuparse. Después de una
rápida travesía, el Amazonas atracó en Le Havre el 9 de junio de
1876. Wickham se apresuró a cruzar el Canal de la Mancha, despertó
a Hooker en mitad de la noche y le pidió con insistencia que
despachara de inmediato un tren real a Liverpool, donde el barco
llegaría por la mañana. Durante la siguiente semana los jardineros
de Kew trabajaron las veinticuatro horas, desocupando los
invernaderos, preparando los arriates y sembrando las semillas. Para
el 15 de junio las habían sembrado todas. Los primeros brotes
surgieron el 19. Para el 7 de julio, centenares habían germinado. En
total crecieron dos mil ochocientas plantas, notable promedio de
supervivencia del cuatro por ciento. El primer envío de plantas de
semillero con destino al Jardín Botánico de Colombo, Ceilán,
partió de Inglaterra el 12 de agosto, protegido por invernaderos
portátiles y escoltado por la Marina Real. El costo total de toda la
operación, incluido el pago a Wickham, fue de poco más de mil
quinientas libras.
Aunque toda la industria del
caucho del Lejano Oriente se basaría en la progenie de las semillas
de Wickham, su introducción inicial en Ceilán fue una desilusión.
Convencidos por la Oficina de Colonias de que el Amazonas era un
vasto pantano, los cingaleses plantaron las primeras plantas de
semillero asiáticas a lo largo del río Kaluganga, región que
recibe cuatro mil milímetros de lluvia anuales. Las inundaciones se
llevaron más de treinta mil plantas jóvenes. Aun en áreas
apropiadas para el caucho, no les fue fácil a los ingleses convencer
a los campesinos de que ensayaran el nuevo cultivo. El té de Ceilán
y el café de Malaya eran productos establecidos y productivos, y
nadie sabía muy bien qué hacer con el caucho. Un plantador en el
norte de Bormeo tuvo cien árboles que crecieron plenamente y luego
les ordenó a sus trabajadores que treparan. Como no aparecieron
bolas de caucho colgando de las ramas, ordenó talarlos. Otros
insistieron en que no tenía sentido cultivar caucho en Oriente,
puesto que en América se podía sacar de la tierra. Pasarían veinte
años antes de que se dieran cuenta del potencial de la planta.
Los acontecimientos cruciales
tuvieron lugar durante la última década del siglo. En 1888 Henry N.
Ridley, un joven protegido de Sir Joseph Hooker, se hizo cargo del
Jardín Botánico de Singapur. En en inventario había nueve cauchos
maduros y mil plantas jóvenes, todas descendientes de las veintidós
semillas llevadas al Estrecho de Malaya en 1877. Con un presupuesto
anual de no mas de cien libras, Ridley se dio a la tarea de crear una
industria. Importó semillas de Ceilán y de inmediato cultivó ocho
mil plantas adicionales. Luego se dedicó al problema de la
producción.
En ese tiempo los hacendados sostenían
que sólo se podían talar los árboles de veinte años, y además
sólo cada dos años. Para hacerlo cortaban segmentos del tronco o
usaban un hacha para hacer incisiones profundas a lo largo. Ambos
métodos formaban grandes protuberancias que a la larga hacían
imposible sangrarlos. Ridley demostró que al cortar láminas muy
delgadas del tronco era posible cortar al través los vasos con látex
sin dañar el cámbium, la capa de células que es base del
crecimiento de la corteza. Con cuidado, los árboles se podían
sangrar diariamente desde los cuatro años, y en forma casi
indefinida. Probó que el rendimiento era mayor si la incisión se
reabría por la mañana, en espiral y cortando de derecha a izquierda
y al sesgo el canal portador del látex. Para 1897, todo el sangrado
del caucho de Asia se basaba en el método Ridley. Otra innovación
suya fue el empleo de ácidos para espesar el caucho, permitiendo así
que el látex se pudiera procesar a escala industrial.
Richard Evans Schultes |
Fue en esta época, mientras Ridley
abogaba por el establecimiento de plantaciones, cuando convergieron
tres factores importantes: el precio del té se desplomó, un hongo
devastador atacó la cosecha de café de Malasia y los
norteamericanos adoptaron el automóvil. En noviembre de 1895, Ridley finalmente convenció a dos
jóvenes agricultores de café de que sembraran dos acres de cauchos,
y en 1907, apenas doce años después de este experimento inicial,
las plantaciones de Ceilán y Malaya tenían diez millones de cauchos
heveas en trescientos mil acres. En ese mismo año, una oleada de
inmigrantes tamiles y chinos se volcó sobre Singapur para trabajar
en las plantaciones. Para 1909 Malasya había sembrado más de
cuarenta millones de cauchos, a una distancia de tres metros y en
hileras rectas, lo que permitía que un solo trabajador pudiera
sangrar cuatrocientos árboles cada día; cada uno producía
dieciocho libras de látex al año, más o menos cinco veces el
producido por las más fértiles heveas silvestres del
Amazonas. (...)
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