viernes, 11 de febrero de 2011

RICARDO CODORNÍU Y STÁRICO (Cartagena, 1846-1923)
"el apóstol del árbol"
El árbol de la duna
A Mercedes H-R. Y C.

      La villa de Guardamar tiene historia tan larga como triste. ¿Estuvo allí la antiquísima Alona, cuidad griega fundada hace 40 siglos? ¿Fue la importante colonia romana llamada Ílice? Lo indudable es que, no lejos de la margen izquierda del Segura, a unos doscientos metros de la costa existió un pueblo árabe y en él cierta famosa mezquita, terminada en el siglo X y mandada construir por Ahmed, alto empleado de Abd-el-Rahaman II. Luego, conquistado por D. Pedro el Cruel tornó a ser cristiana la villa mora.
     Por las frecuentes incursiones de los piratas argelinos, fue más tarde reconstruída en la cumbre de un cerro, rodeada de muralla y defendida por un castillo, que tuvo relativa importancia hasta principios del siglo XIX. Pero sus fuertes muros de mampostería y sillería, poderosos contra el ataque de los moros, no podían defender a sus habitantes contra las fiebres palúdicas que los diezmaban..., ni tampoco  contra los terremotos  del año 1829, de triste recuerdo, que arruinaron casi por completo el caserío.
     Al reconstruirlo por cuenta de la Nación, se trató de librarlo del paludismo, y para ello lo reedificaron al pie del cerro que antes ocupaba y que lo protege contra las fiebres. Pero otro enemigo empezó por aquella época a preparar la destrucción del pueblo.
     Debido en gran parte a las talas efectuadas en las montañas que dan aguas al Segura, comenzó a bajar el río cada vez mas manchado por las tierras que arrastra y son pedazos de suelo fértil que pierde España…¡la patria que se va!
     El mar incesantemente devuelve a la playa las arenas que el río recibió y forman montículos que, al avanzar, van siendo cada vez más altos e invadieron los viñedos e higuerales situados en las mejores tierras del término que antes se extendían hasta la playa. Así penetraron tierra adentro, más de un kilómetro, arruinando treinta casas del pueblo, y todo él hubiera sido desaparecido, de no haber puesto dique al invasor, la ciencia forestal.
     Con débiles cañizos se impidió el avance del mar de arena y para fijar definitivamente su oleaje, hubo que acudir a vestirlo de aquella vegetación que poblaba las vertientes del Segura y cuya desaparición repercutió en el pueblo de la costa.
    El éxito ha sido completo, mas hoy sólo trataré de la titánica lucha que debieron sostener, para arraigar los pinitos procedentes de la primera siembra allí efectuada.
    Visité aquello cuatro años después de haber comenzado los trabajos y vi un grupo de pinos erguidos gallardamente sobre la tierra, y algunos que mostraban a mas de las hojas aisladas, propias de la primera edad, los hacedillos de la otras más largas que llevan el resto de su vida. El guarda que me acompañaba, en vez de fundar la causa del éxito en que, tras una corta capa de arena, habían encontrado las raíces buena tierra, lo atribuía a que fueron sembrados el Sábado Santo al toque de Gloria.
     El caso es que las otras siembras hechas en la inmediación, presentaban un aspecto totalmente distinto. Los pobres pinitos habían comenzado por alargar su raicilla, aún impropia para absorber los jugos del suelo, y luego lanzaron el aire, acaso para mostrar lo elevado de su alcurnia, la corona formada por sus hojas cotiledonales, que proceden de lo que constituye la parte más voluminosa del piñón. Después ahondaron de nuevo la raíz, aspirando a que su sistema radical alcanzase, lo antes posible, la capa de tierra que se mantiene húmeda aún durante el verano; mas poco agua hallaban en el suelo tan pobre, que entonces debían atravesar. En la porfía llegaron los calores del verano, secándose casi todas la pequeñas hojitas.
     Cayó el otoño una lluvia, que dio alguna humedad a la arena y pudieron brotar de nuevo varios pinitos, elevándose unos cuantos centímetros más, profundizando a la vez su raíz, que al retorno del estío, desgraciadamente no había logrado encontrar la ansiada humedad.
     De nuevo, no pudiendo absorber las raicillas suficiente agua para todas sus hojas, como de costumbre dejaron secar las inferiores. Apenas tenían los tallos cinco centímetros de largo, cuando en otoño volvió a humedecerse el suelo y brotando con mayor vigor los pinitos, habían duplicado su altura al llegar la primavera. Mas durante ella reinaron fuertes vendavales y las débiles plantitas eran furiosamente golpeadas contra el suelo por sotavento y apedreadas a barlovento por las arenas que el aire impulsa y arañan las hojas y liman la corteza, hasta el extremo de hacerla desaparecer en ocasiones por la parte que recibe el soplo marino.
     En compensación, al principio del cuarto verano hubo una tormenta que regó la tierra, y con el agua recibida, alguno de los pinos que habían sobrevivido a la terrible lucha lograron alcanzar la capa de tierra siempre húmeda, por lo que se mantuvieron verdes todo el verano, y cuando los visité, parecían cantar victoria.
     ¿No merecen tales arbolitos, distinciones de esas que se otorgan al hombre por mas fácil labor?

---Fin---

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