05 septiembre 2024

FERNÁN SILVA VALDÉS (Uruguay, 1887-1975)
El sauce

El sauce es el afiche de la melancolía;
sella sus actitudes un luto espiritual;
vive ensayando un gesto cansado de apatía
y verano e invierno le resultan igual.

El sauce me parece el bohemio de la flora;
con su melena rítmica él barre su solar;
a mediodía sueña, a medianoche llora,
y lo demás del tiempo lo emplea en meditar.

El viento lo despeina en desiguales blondas.
La laguna es el paño de sus lágrimas hondas.
En su historia hay dos hechos de amor y de emoción

que son dos sensaciones en su vida sin ruido:
un pájaro, que hizo entre sus ramas nido,
y un hombre, que en el tronco le grabó un corazón.

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02 septiembre 2024

La Sequoia de "Magisterio", Pamplona, Navarra
20 años desde que en 2004 un rayo destrozó su copa
 
Esta emblemática sequoia de la "Antigua Escuela de Magisterio", es (o era) el alma gemela de la que todo pamplonés admira, la que se encuentra en los jardines del Palacio de la Diputación. Ambas fueron plantadas en 1855 por José María Gastón y Echevertz, que trajo las semillas de California y que sembró las semillas en su casa de Irurita, antes de repicar los vástagos para llevarlos a Pamplona cuando fue nombrado diputado foral.
      La sequoia de la Diputación fue alcanzada por un rayo en 1933 que le destrozó la copa, por lo que se colocó un grueso aro de hierro, forzando así que una de las ramas tomara el relevo en la formación de una nueva copa. En el 2007 se le instaló un pararrayos para su protección. 
     También la de Magisterio fue alcanzada por otro rayo en 2004 que obligó al corte de las ramas más altas del árbol a fin de reducir su peso y aliviar la presión sobre el tronco central. La gravedad de los hechos hizo que posteriormente se le redujera su altura a la mitad, pero los males no han cesado. El estado en el que se encuentra es penoso, muy grave, parece su final, aunque los árboles tienen su propio ritmo en el tiempo para fenecer. Las autoridades no han sabido atajar los males y no le han defendido de la compactación del suelo producida por el aparcamiento que da privilegios a unas cuantas personas en detrimento de este árbol emblemático. Pero ni siquiera se protege a las personas o bienes porque se permite aparcar debajo del árbol cuyas ramas pueden caer sin previo aviso.

Origen de las sequoias
 
     La sequoia (Sequoia giganteum) es un árbol de hoja perenne, originario del oeste de los Estados Unidos, que tiene un crecimiento rápido, puede llegar a vivir más de 1000 años y alcanzar los 100 m de altura. La corteza es rojiza y acolchada y las hojas aparecen agrupadas en dos hileras opuestas. Florece a finales del invierno y las piñas maduran en otoño. El nombre del género conmemora a Sequoiah (1770-1843), jefe indio de la tribu cherokee que inventó un alfabeto para el dialecto de su tribu. Debido a su gran interés económico, fue explotada abusivamente en el pasado, quedando actualmente limitada a unas escasas reservas. 

30 agosto 2024

Sequoias con historia

ANTONIO MADRIDEJOS
Portolá y el descubrimiento de las secuoyas

De cómo los europeos observaron los primeros "palos colorados"



En 1768, Carlos III ordenó a José de Gálvez, su virrey en la ciudad de México, la organización de cuatro expediciones -dos por tierra y dos por mar- para consolidar la presencia española en la Alta California y así evitar el desembarco de colonos ingleses y rusos. Una de ellas, bajo el mando de Don Gaspar de Portolá (o Portolà), un prestigioso militar leridano, debía salir de La Paz (Baja California) y dirigirse primero a San Diego y luego a la llamada Bahía de los Pinos, hoy Bahía de Monterrey (Monterey Bay), un fértil enclave costero conocido vagamente tras las expediciones marítimas de Juan Rodríguez Cabrillo (1542) y Sebastián Vizcaíno (1602).

      Se desconoce el motivo, pero Portolá no localizó el puerto de Monterrey y pasó de largo en dirección a lo que luego serían Santa Cruz y San Francisco. Los expedicionarios, esencialmente soldados y padres franciscanos, entre ellos Junípero Serra, acamparon cerca de la actual ciudad de Watsonville y visitaron el lago Pinto (Pinto Lake), donde el padre Juan Crespí, cronista mallorquín de la expedición, anotó la existencia de unos «árboles muy altos de color rojo» que recordaban a los cedros. «Estos árboles son muy numerosos en la región», proseguía Crespí. Como nunca se habían observado especímenes de esa especie, fueron bautizados escuetamente como «palos colorados», equivalente a «troncos rojos», denominación que luego dio origen el inglés «redwood».

El martes 10 de octubre, Crespí escribió:

"Como a las ocho de la mañana salimos tomando el rumbo al noroeste; no pudimos andar toda la jornada que se pretendía por ver a los enfermos más agravados, y que cada día se iba aumentando el número de ellos, y así andaríamos poco más de una legua por llanos y lomas tendidas muy pobladas de unos palos muy altos de madera colorada, árboles no conocidos que tienen la hoja muy diferente de la de los cedros, y aunque la madera en el color se le asemeja, pero es muy diferente sin tener el olor del cedro (…). Hay por estos parajes mucha abundancia, y porque ninguno de los de la expedición los conoce se les nombra con el nombre de su color. Paramos cerca de una laguna que tiene mucho pasto y mucha arboleda del palo colorado; por esta jornada se han encontrado muchos rastros de ganado que parece vacuno (…)"
     La escueta anotación es la primera prueba documental del avistamiento por parte de europeos de secuoyas, o más concretamente de secuoya roja o de costa (Sequoia sempervirens), puesto que el descubrimiento de la secuoya gigante o de sierra (Sequoiadendron giganteum) fue aún más tardío y no aconteció hasta 1833. Con toda seguridad, Rodríguez Cabrillo, Vizcaíno y otros marineros que navegaron por la zona con anterioridad, entre ellos el pirata inglés Francis Drake, debieron de observar secuoyas, puesto que los inmensos árboles llegaban prácticamente hasta la costa, pero no dejaron la más mínima constancia del hallazgo de una nueva especie. La única mención corresponde al sacerdote Antonio Asunción, miembro de la expedición de Vizcaíno, que se refirió en un cuaderno de viaje a la presencia de «grandes pinos cuya madera podría ser útil en la reparación de buques», aunque de sus palabras no se deduce que hubiera observado algo extraordinario.
     Con posterioridad, la expedición de Portolá estableció un campamento al pie de una inmensa secuoya que fue bautizada como el Palo Alto, denominación que con posterioridad dio nombre a la ciudad de Palo Alto. En recuerdo de sus orígenes, la Universidad de Stanford, que allí tiene su sede principal, cuenta con una secuoya en su emblema. El árbol sigue vivo tras unos trabajos de poda selectiva que le salvaron la vida a finales del pasado siglo.
     Obviamente, los árboles gigantes ya eran conocidos para la docena de tribus indígenas que vivían en el territorio potencial de secuoyas, desde la bahía de Monterrey hasta el sur del estado de Oregón, entre ellas los ohlone, los yurko, los miwok, los pomo y los shasta. Las tribus vivían esencialmente de lo que les aportaban el mar o los ríos y tenían un uso limitado de los recursos del bosque denso, circunscrito a la confección de canoas y algunas construcciones. Además, como talar un árbol de esas dimensiones no era nada fácil, parece ser que en la mayoría de los casos lo que hacían era emplear ramas y troncos caídos.


      La primera descripción científica del árbol no llegaría hasta 1791, de manos del botánico checo Tadeas Haenke, científico a bordo de la expedición Malaspina, que además recogió semillas que bien podrían haber servido para traer las primeras secuoyas a España y a Europa. En cuanto al origen de la palabra secuoya, es motivo de controversia: lo único que está claro es que el botánico austriaco Stephan Endlichler (1804-1849) fue el primero en emplearla científicamente para referirse a los grandes árboles californianos -Haenke los llamó «cipreses rojos»-, pero no dejó por escrito el motivo de la elección. La etimología más popular sostiene que la palabra procede de Sequoyah (1770-1843), un famoso líder indio hijo de un comerciante blanco y una indígena cherokee, aunque la realidad es que el susodicho nunca llegó a pisar California.

Entre secuoyas rojas. Crédito foto: Humboldt State University Library

     Las secuoyas rojas superaron con buena salud la convivencia con los indígenas americanos y luego la colonización española, con poca tradición en el uso de madera para la construcción. Antes del inicio de la fiebre del oro, se calcula que existían en la costa norte de California unas 800.000 hectáreas, pero la instalación de aserraderos para satisfacer las necesidades de los nuevos asentamientos costeros redujo la extensión drásticamente. A finales del siglo XIX, el 97% del territorio de la omnipresente secuoya roja había sido talado para obtener tablas con la que construir casas de todo tipo, mástiles de barcos, traviesas de ferrocarril y acueductos.

Lo hemos leído aquí 

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27 agosto 2024

El enigma de la sequoia de La Alhambra

JAVIER JIMÉNEZ en Xakata, junio 2024
El enigma de la secuoya de la Alhambra: el árbol que se plantó en Granada años antes de que los botánicos las descubrieran

En 1926, llegó una carta al botánico W. L. Jepson. Empezaba un misterio que aún no hemos resuelto

En 1926, ya de vuelta en su casa de Sevilla tras un viaje por Granada, Harriet N. Dimond escribió una carta a un conocido botánico californiano, Willis L. Jepson, que en aquella época ya era profesor en Berkeley. En ella, Dimond describía un "cedro centenario" (como lo llamaba el guía) que medía "unos 38 metros de altura, quizá un metro veinte de diámetro y ya se elevaba por encima de los demás de la ladera". Además, le enviaba una hoja.
      Jepson se dio cuenta en seguida que no era un cedro. Las hojas eran de Sequoia sempervirens, la descomunal secuoya roja de la costa de California. No obstante, eso no era ni siquiera raro: para 1926 las secuoyas costeras llevaban casi un siglo documentadas en la literatura botánica anglosajona y había muchos jardines europeos llenos de ellas. 

El enigma del tamaño

     En su carta, Dimond explicaba que, según el guía, los árboles los había plantado el Duque de Wellington. Entre otras muchas cosas, Wellington es recordado como el comandante inglés que derrotó a Napoleón en Waterloo; pero antes de eso tuvo un papel destacado en la Guerra de la Independencia y, en agradecimiento, las Cortes de Cádiz le regalaron una enorme finca en el corazón de la vega granadina conocida como "el Soto de Roma".
     Desde entonces el 1er Duque, sus descendientes y el resto de la nobleza británica han tenido una relación bastante estrecha con la ciudad de Granada. La historia popular sobre el origen de los árboles era, como poco, plausible. De hecho, aunque ni Dimond ni Jepson lo supieran, al norte de la provincia había otra plantación de secuoyas cuyo origen también se ha relacionado con Wellington.
     El problema es que por el tamaño y el grosor del árbol que vio Dimond, las fechas no cuadraban. Según los cálculos de Jepson, el árbol de la Alhambra debía tener 120 años. Eso no solo era previo a la primera vez que Wellington pisó la península, sino que era contemporáneo de la 'Expedición Vancouver' en la que Archibal Menzies había recogido los primeros especímenes de la especie. ¿Qué hacía una secuoya en la Alhambra a finales del siglo XVIII?
     ¿Qué hace un árbol como tú en un sitio como este?
      Jepson tardó tres años en encontrar una explicación razonable. Menzies no había sido el primero en recolectar (botánicamente hablando) muestras, semillas y hojas de la secuoya roja. El primero, por lógica, debía de haber sido Thaddaeus Haenke, el botánico 'jefe' de la expedición Malaspina que, entre 1789 y 1794, realizó un "viaje científico [...] alrededor de todo el Imperio".
      Y digo "por lógica", porque la expedición llegó a la bahía californiana de Monterey en 1791 y Haenke recolectó material en septiembre, durante la temporada seca. El momento perfecto para pillar las enormes secuoyas que había en la zona en el momento perfecto.
      El problema es que cuando Jepson repasó el "material californiano" de Haenke que había publicado C. B. Presl muchos años después, no pudo encontrar ninguna referencia a las secuoyas bajo ninguna denominación conocida ni, de hecho, pudo identificar ninguna conífera que cuadrara con el tipo de árbol que estaba buscando. O sea, era una hipótesis brillante, pero una hipótesis sin pruebas al fin y al cabo.
     Por eso, cuando años después de la carta de Dimond, Jepson visitó los Jardines de Kew en Inglaterra (uno de los centros botánicos de referencia en el mundo), no dudó en revisar el Epimeliae Botanicae del mismo Prels. El listado más completo de todas las cosas que había recolectado Haenke a lo largo del viaje. Allí, en la página 237 del libro, encontró lo que buscaba: efectivamente, Haenke había recolectado semillas de secuoya y otras muestras de los árboles para investigarlas en un futuro. 

La conexión española

     Para Jepson, aquello no sólo confirmaba su teoría sobre el 'descubrimiento botánico' de las secuoyas rojas, sino que permitía explicar el misterioso árbol de la Alhambra. Al fin y al cabo, como reconocía el mismo Jepson en su artículo de 1929, "algunos oficiales de marina, como es bien conocido, también recolectaban sus propias semillas de árboles nativos". Solo hacía falta que algún miembro de la Malaspina hubiera acabado pocos años después en la ciudad de Granada.

      En los últimos años hemos sabido que, de hecho, los españoles habían tenido algunas oportunidades previas para recolectar semillas y llevarlas de vuelta a la península.
     Como cuenta Antonio Madridejos, en 1768, "Carlos III ordenó a José de Gálvez, su virrey en la ciudad de México, la organización de cuatro expediciones -dos por tierra y dos por mar- para consolidar la presencia española en la Alta California y así evitar el desembarco de colonos ingleses y rusos".
     En unos de esos viajes, el comandado por Gaspar de Portolá, los expedicionarios acamparon cerca de la localización actual de la ciudad de Watsonville y visitaron el Lago Pinto. Allí, en la entrada del 10 de octubre, Juan Crespí escribió que se habían encontrado con "mucha abundancia" de "unos palos muy altos de madera colorada, árboles no conocidos que tienen la hoja muy diferente de la de los cedros". Curiosamente ese parece ser el origen de Palo Alto; que fue como los expedicionarios llamaron al siguiente campamento, ya en la bahía de San Francisco.

Entonces, ¿hay una secuoya en la Alhambra?

      Con todo esto en mente y, aunque pueda parecer sorprendente, la pregunta relevante no es si hay una secuoya en la Alhambra. Hay secuoyas en el conjunto monumental de la Alhambra, tanto en el Generalife como en otras zonas de la ciudad. El problema es que, según el Patronato del monumento, esas secuoyas fueron plantadas entre 1854 y 1856, coincidiendo con la construcción de los Jardines altos del Generalife (que, en aquel momento, pertenecían a un particular).
     Sin embargo, estas no pudieron ser las secuoyas de las que hablaba Dimond porque no podían tener ese tamaño cuando la vio. Por eso la pregunta relevante es si existió esa secuoya en 1926 y ahí la situación se complica.

Lo hemos leído aquí

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