26 enero 2018

GABRIEL ALONSO DE HERRERA (Toledo, 1470-1539)
En los árboles...



En los árboles hay más provecho y deleite… Y en los frutos, placer. Y en la frescura de las hojas, colores y olores de diversas maneras de flores… Sombras de verano, música suavísima de pajaritos que gorjean en los árboles.


Es una buena obra, poner un árbol. Aprovecha a presentes y venideros. Cuanto más vive el árbol, tanto más ayuda aquella buena obra. Poner árboles es para hijos, nietos y muchas generaciones. Y como otros plantaron para nos, y gozamos de su trabajo, cosa justa es que nosotros trabajemos y plantemos para nos, y para los que después vinieren…

Pues es bien que cada uno procure poner y plantar árboles.

En  “Agricultura general”, escrito en 1513. Libro con 29 ediciones, que llegó a ser una Biblia Agronómica Forestal.

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24 enero 2018

ALEJANDRA MANCILLA DRPIC (Chile)
El guardián del bosque
en Verdeseo

Foto: Tom Grube
¿Hasta cuándo seguirá la ley forzando un paradigma antropocéntrico que se queda corto por todos lados y que no puede ya dar sino respuestas forzadas?
     En 1972, un profesor de derecho en California publicó un ensayo que desafió un paradigma legal que, de tan afiatado, pasaba por cierto (y todavía pasa) sin cuestionamientos. “¿Deberían los árboles tener derecho a representación legal?”, fue la pregunta que planteó Christopher Stone, y la cual le dio una respuesta positiva.
     Su tesis era la siguiente: como objetos naturales, los árboles tienen derecho a representación legal, en cuanto pueden ser dañados directamente y en cuanto pueden beneficiarse también directamente en caso de reparación. La idea de Stone surgió como respuesta al bullado juicio de Sierra Club versus Hickel, que se decidía por esos días, y donde el grupo conservacionista Sierra Club demandó a Walt Disney, que pretendía construir un resort invernal multimillonario en un valle de la Sierra Nevada, único en cuanto a su biodiversidad.
     El proyecto significaba la destrucción de ese enclave natural, y las voces de los ambientalistas apuntaron al daño estético y al impacto en el balance ecológico. Sin embargo, su demanda fue rechazada, pues el grupo como tal no pudo demostrar que, de construirse, se vería dañado. Ante eso, Stone planteó la siguiente propuesta: ¿Por qué mejor no hacer que Mineral Valley (el valle en cuestión) sea el demandante –representado por un guardián o tutor legal–, si es a éste al que pretenden destruir? Después de todo, continuaba Stone, el desarrollo del derecho, así como el de la ética, ha sido el de una permanente ampliación del círculo de quienes consideramos objetos legales y morales. Y, por lo demás, otras entidades mucho más abstractas que un bosque o un valle poseen hace rato ya firmes derechos legales, como es el caso de los Estados y corporaciones.
     Aunque el fallo final fue contrario a Sierra Club, surgieron de él dos conclusiones importantes. Primero, el jurado sugirió que, si bien el grupo como tal no tenía derecho a representación legal en este caso, sus miembros individuales sí lo tenían, si hubieran podido demostrar que sus intereses individuales particulares saldrían dañados por la construcción del resort (por ejemplo, que ya no podrían pescar, avistar pájaros o hacer hiking en ese lugar).
     Este mecanismo se convirtió desde entonces en un nuevo instrumento legal para defender lo que antes parecía indefendible: árboles centenarios, ríos de aguas prístinas, etc. Segundo, haciendo propio el argumento de Stone, el juez disidente, William O. Douglas, apoyó la idea de considerar ciertos objetos naturales como poseedores de derechos legales, los que podrían ser ejercidos (como en el caso de los niños o de personas mentalmente discapacitadas) a través de un guardián o tutor legal. Éste, que conocería los intereses del objeto en cuestión, actuaría así en su defensa y, de haber reparación, podría administrar los fondos obtenidos para beneficio del objeto: en el caso de un río contaminado, por ejemplo, pagando para limpiarlo; o, en el caso de una especie en peligro de extinción, creando un santuario para protegerla.
     De esta idea surgió una avalancha de demandas, más o menos exitosas, con protagonistas tan disímiles como playas, pantanos, monumentos nacionales y una especie de pájaro hawaiano en peligro de extinción. En una edición para conmemorar los 35 años desde la publicación de su célebre ensayo, Stone reflexiona sobre lo que ha ocurrido en materia de legislación y juicios ambientales desde entonces, y se pregunta hasta cuándo seguirá la ley forzando un paradigma antropocéntrico que se queda corto por todos lados y que no puede ya dar sino respuestas forzadas a situaciones como la de Mineral Valley contra Walt Disney.
     Si bien se han visto avances en estas materias, concluye, todavía estamos lejos de sacudirnos la cosmovisión occidental predominante, que pone a los seres humanos como la cumbre teleológica de la Creación y considera, en la mayoría de los casos, que todo lo no humano es un objeto puesto allí para su caprichosa disposición.
     Sucede a veces que las preguntas filosóficas más fundamentales surgen de fuentes no filosóficas, y la de Stone es un ejemplo perfecto. Si bien su objetivo inmediato era un juicio ambiental preciso y concreto, las cuestiones que puso en el tapete aún alimentan a la naciente disciplina de la ética ambiental. Qué es un objeto natural, cómo podemos saber sus ‘intereses’, y quién debería ser su ‘guardián’ moral y ante la ley, son sólo algunas de las que se vienen a la mente. Por la vigencia de sus planteamientos, el artículo “¿Deberían los árboles tener derecho a representación legal?”, debería ser de lectura obligatoria para todos aquellos interesados en la correcta relación de los seres humanos con su entorno.
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Más información:
http://scielo.isciii.es/pdf/bioetica/n33/08_bioetica_animal.pdf
https://krapooarboricole.wordpress.com/2017/11/21/prejudice-ecologique-les-arbres-doivent-ils-pouvoir-plaider/#more-35636

Libros:

SHOULD TREES HAVE STANDING? LAW, MORALITY, AND THE ENVIRONMENT
STONE, CHRISTOPHER D. Ed: OXFORD UNIVERSITY PRESS













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22 enero 2018

LEO PRIETO
El mayor tesoro de Chile, del diario "Opinión"

     Con más de 3646 años de edad, el árbol más longevo de todo el hemisferio sur y el tercero más antiguo en todo nuestro planeta, se encuentra en Chile, Región de Los Ríos, provincia de Valdivia.
     Desde pequeño siempre escuchaba que en Chile crecían algunos de los árboles más antiguos del planeta, pero recién hoy me enteré a cuantos milenios se referían. En este rincón del planeta existe una especie única que la comunidad endémica llama lahuán o lawal, aunque casi todos lo conocen como alerce patagónico (Fitzroya cupressoides). A pesar de su nombre, no tiene ningún parentesco con los alerces del hemisferio norte, razón por lo que en esa parte del mundo lo llaman ciprés patagónico. Pero aquí le diremos simplemente, alerce.     
     En 1993, los científicos Antonio Lara y Ricardo Villalba de la Universidad Austral de Chile en Valdivia, estaban buscando registros de precipitación y temperatura para una investigación sobre el cambio climático. Aunque existen registros bastante completos en el hemisferio norte, en esta parte del mundo con suerte se empezó a documentar hacia fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Por lo tanto una de las formas más comunes de realizar una investigación cronológica es obteniendo muestras de los anillos de los árboles más antiguos.
     Fue así como descubrieron al “Gran Abuelo”, un alerce en el Parque Nacional Alerce Costero en la Región de Los Ríos, que al momento de fechar tenía 3622 años.
Si estás leyendo esto en 2018, significa que hoy tiene 3647 años.
El Gran Abuelo mide 30 metros de alto y 11 de perímetro. Crece apenas 1 mm por año. Foto: Rodrigo Jiménez M.
     Hay sólo dos árboles vivos con mayor antigüedad confirmada. Ambos son Pinus longaeva de California, Estados Unidos. El primero con 5062 años y el segundo, bautizado Matusalén, con 4845 años, ambos más antiguos que las pirámides de Egipto.
     Pero hay otro dato de la investigación de Lara y Villalba que es impresionante. En su investigación, también tomaron muestras de los tocones de árboles talados entre 1970 y 1975, últimos años en que su corte era legal
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     Examinaron 38 árboles con edades calculadas entre 325 y 2248 años. Reitero, el alerce más joven que examinaron tenía más de 3 siglos de edad. De hecho esa investigación concluyó que eso convertía a esta especie en la planta más longeva después del Pinus longaeva. Desde 1976 es ilegal talar un Fitzroya cupressoides en Chile, pero aunque todavía existen talas ilegales de ejemplares que fácilmente pueden tener varios siglos de antigüedad, por suerte está disminuyendo.
El Parque Nacional Alerce Costero -Los Ríos- tiene una extensión de 24.694 hectáreas, 74 km al sur de Valdivia. Foto: Sernatur Los Ríos
     En 2012 las tierras donde se encuentra el Gran Abuelo, junto a varios otros alerces que superan los 2000 años de edad, fue declarado el Parque Nacional Alerce Costero gracias a la donación de casi 10.000 hectáreas de la fundación estadounidense The Nature Conservancy (TNC) al Estado de Chile.
     Probablemente existan ejemplares aún más antiguos que el Gran Abuelo, por lo que es importante nunca olvidarnos que Chile es el hogar de varios de los seres vivos más antiguos del planeta. Sumado eso a nuestros glaciares, que representan un tercio de las reservas mundiales de agua dulce, nos recuerda que nuestro patrimonio natural es fácilmente el mayor tesoro que debe cuidar Chile para el mundo.
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     Este otro artículo del periódico "La Nación" de Argentina también habla de otro árbol insigne:  "El Alerce Abuelo, un árbol de 2600 años en Esquel".
     Excursión fantásticamente dominguera. Lo pintan maravilloso pero en realidad apenas se puede ver el alerce. Te dejan cinco minutos, hay otros turistas en la cola y te obligan a marcharte rápidito. Imposible una foto de recuerdo en soledad... cosas de nuestros tiempos.
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20 enero 2018

IGNACIO ABELLA, (Álava, 1961)
¿Cuánto vale un bosque?", de El Bosque Habitado"

     Podemos elucubrar sobre las funciones de un árbol o un bosque y entenderemos que es imposible evaluar en su totalidad los beneficios que genera un ecosistema, a nivel más o menos local o global.
      Sólo el necio confunde valor y precio, decía Machado y pese a la moderna tendencia de evaluar en euros la biodiversidad y la naturaleza, creemos que es imposible valorar lo que sólo conocemos parcialmente y siempre hay beneficios y significados que resultan invisibles e incalculables.
     Aquí mismo, en la montaña de al lado, el bosque garantiza el suministro constante de agua sin necesidad de embalses, a las localidades cercanas, y además produce un excedente para sostener una planta embotelladora.
      Pero no es sólo el bosque y su atmósfera y el suelo que crea, lo que atrae y regula los ciclos del agua. Es el propio musgo que el bosque favorece, el que retiene ingentes cantidades de agua, creando unas condiciones de elevada humedad atmosférica favorables a su vez al bosque y de gran importancia para los manantiales.
      El sistema atrae las nubes, las ordeña y retiene el agua para liberarla lentamente, a la atmósfera y al suelo. Incluso se ha descubierto que determinadas especies de árboles, pueden provocar la lluvia, cuando la necesitan, emitiendo partículas gaseosas capaces de condensar a su alrededor minúsculas gotitas de humedad atmosférica que terminan precipitando.
      Mucho más conocidos son los efectos de las masas arboladas sobre la renovación del aire que respiramos y la retención del CO2 que, por sí misma, se ha convertido en un valor crematístico, por la necesidad de contener las emisiones de este gas en nuestra atmósfera y frenar el cambio climático.

      Pero también podríamos hablar de otros efectos sobre la salud, bien conocidos, como la capacidad de crear barreras contra el ruido, de retener plagas y hacer las veces de filtro muy efectivo contra la contaminación, de equilibrar la electricidad atmosférica, de alojar una gran diversidad de formas de vida, de regular el viento y otros fenómenos atmosféricos…

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Otro artículo (aquí) sobre el "dinero y los árboles"
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