24 noviembre 2009

CAROLINA TOVAL
Solidaridad con los descendientes
Extraído de "Los mejores cuentos juveniles de la literatura universal", 1965

     Un sultán salió una mañana de paseo rodeado de su fastuosa corte. Al poco rato se encuentró a un viejo campesino que estaba plantando afanosamente una palmera. El sultán al verlo, detuvo su séquito y, asombrado, se dirigió a él.
     -¡Oh anciano!, plantas esta palmera y no sabes quiénes comerán su fruto... necesita muchos años para que madure y tu vida se acerca a su término.
     El anciano lo miró bondadosamente y luego le contestó:
     -¡Oh sultán! Plantaron y comimos: plantemos para que coman.
     El sultán se quedó admirado por su gran generosidad y le entregó cien monedas de plata, que el anciano tomó haciendo una reverencia y diciendo:
     -¿Has visto, ¡oh mi gran sultán!, cuán pronto ha dado fruto mi palmera?
     Aún más asombrado, el sultán, al ver con qué sabiduría le había respondido todo un hombre de campo, le entregó otras cien monedas.
     El ingenioso viejo las besó y prontamente contestó :
     -¡Oh grandísimo sultán!, lo más extraordinario de todo es que, generalmente, una palmera sólo da fruto una vez al año y la mía me ha dado dos en menos de una hora.
     Maravillado el sultán con esta nueva salida del anciano, rió y exclamó dirigiéndose a sus acompañantes:
     -¡Vayámonos...vayámonos pronto! Si permanecemos aquí por mas tiempo este buen hombre se quedará, a fuerza de ingenio, con todo mi reino.

---Fin---

19 noviembre 2009

RUDYARD KIPLING (India, 1868-1936)
El camino a través de los bosques


Cerraron el camino que cruzaba los bosques
hace setenta años.
El tiempo y la lluvia lo han deshecho otra vez,
ahora ya no podrías saber
que una vez hubo un camino a través de los bosques
antes de ser los árboles plantados.
Está debajo de los sotos y de los brezos
y de las anémonas delgadas.
Sólo el guarda ve
allí, donde los pichones aprenden a volar,
y los tejones escarban con más facilidad,
una vez hubo un camino a través de los bosques.

Sí, si entras en los bosques
del verano, al anochecer,
cuando el aire de la noche se enfría en los estanques de truchas
donde la nutria silba a su pareja,
(no temen al hombre en los bosques
porque se ven tan pocos).
Oirás los golpes de la uñas de un caballo,
y el chasquido de unas faldas en el rocío,
firmemente a medio galope a través
de la soledad, de la bruma,
como si perfectamente conocieran
el viejo camino a través de los bosques…
Pero no hay camino que cruce los bosques


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THE WAY THROUGH THE WOODS

They shut the road through the woods
Seventy years ago.
Weather and rain have undone it again,
And now you would never know
There was once a road through the woods
Before they planted the trees.
It is underneath the coppice and heath,
And the thin anemones.
Only the keeper sees
That, where the ring-dove broods,
And the badgers roll at ease,
There was once a road through the woods.

Yet, if you enter the woods
Of a summer evening late,
When the night-air cools on the trout-ringed pools
Where the otter whistles his mate.
(They fear not men in the woods,
Because they see so few)
You will hear the beat of a horse's feet,
And the swish of a skirt in the dew,
Steadily cantering through
The misty solitudes,
As though they perfectly knew
The old lost road through the woods
But there is no road through the woods.


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14 noviembre 2009

LA LEYENDA DEL BAOBAB
Cuento adaptado del folklore africano
(Fuente: Francois Valleys)

     El Baobab es un árbol que crece en las zonas de bosque claro de África. Posee un tronco muy grueso, una corteza muy dura y enormes ramas con hojas divididas como la palma de mano. Dicen que tiene un corazón, es una especie de núcleo bastante áspero, casi irrompible y, aunque ahora ese “corazón” sea sólo una bola oscura y vacía, hace bastante tiempo no era así..., definitivamente no lo era.
     Cuenta la historia que, en un paraje muy lejano de la enigmática África, hace muchísimo tiempo, vivía una familia de conejos muy pobres. Papá conejo se ganaba la vida como podía para llegar al anochecer a su casa con tan sólo unas cuantas monedas y así poder comer con su familia lo poco que podían comprar. La vida era muy difícil para esta familia de conejos. Mamá preparaba la comida para sus hijos con mucho cariño pero con pocas patatas y en una cocina ya demasiado vieja.
     Cierto día, papá conejo se cansó de tanto caminar por el caluroso desierto llevando unos recados que le habían designado y simplemente se echó a descansar bajo la sombra de un árbol grueso y de enormes ramas.
     - ¡Oh, qué buena sombra da este árbol! -dijo el conejo- creo que descansaré un rato, hace mucho calor y no he almorzado todavía.
     Y así, el conejo se sentó a la sombra del árbol a lamentar su suerte. Comenzó por maldecir al sol que tanto le quemaba, a la arena que siempre se le metía entre las patas, a la lluvia por inundar su aldea y todo el mundo. Cuando de pronto, el robusto árbol bajo el cual él estaba empezó a hablarle con una voz muy dulce.
     - Amigo conejo, ¿por qué te lamentas por tu suerte? ¿Acaso no estás contento de ser como eres? -replicó el árbol.
     - Vaya, qué triste y desdichada es mi vida. Si tan sólo pudiera ser un árbol como tú... ¡Claro!, todo el día ahí de pie, sin tener que trabajar, tan sólo estiras tus hojas y recibes el alimento del sol y de la lluvia. ¡Qué más podrías pedir! -se lamentaba el conejo.- En cambio yo, tengo que trabajar muy duro, tengo que padecer de hambre por dar de comer a mis hijos... ¡Qué triste es mi vida!
     El árbol se puso muy triste por las palabras del conejo y le dijo con su melodiosa voz:
     - ¿Sabes?, soy un Baobab, y, a pesar de que nunca hablo con los animales, me has conmovido mi joven amigo conejo.
     Después de estas palabras, el conejo se puso de pie y miró al árbol de arriba a abajo. El conejo no se había percatado de que aquel árbol era en realidad un baobab, y el conejo, que no era nada bruto, sabía lo que decían todos sobre el baobab : ”El baobab guarda muchas riquezas en su corazón, pero son pocas las personas que logran descubrir tal tesoro”. Después de esto, papá conejo se asustó mucho y se arrodilló ante el baobab.
     - Perdóneme señor baobab por maldecir a la naturaleza, le prometo que no volveré a quejarme de mi suerte, sólo déjeme ir, seguiré trabajando firme y no me lamentaré por lo que soy -dijo el conejo mientras se disponía a seguir con su trabajo.
     - Espera un momento amigo conejo, no te vayas aún...
     De pronto, el baobab estiró fuertemente sus ramas y dejó al descubierto el corazón que tenía entre ellas. Papá conejo se quedó asombrado, pero a la vez temeroso de que el baobab le hiciera alguna especie de daño por hablar mal de la naturaleza. El baobab, en cambio, dio un suspiro de regocijo y, después de unos segundos de silencio, el corazón del baobab se abrió lentamente. Ese oscuro núcleo comenzó a descubrir todo lo que tenía en su interior y ¡oh sorpresa!, el baobab tenía en el interior de su corazón muchos tesoros: joyas, diamantes, monedas de oro, perlas, rubíes, piedras preciosas, telas finas, etc. Papá conejo se quedó asombrado ante tal espectáculo y el baobab le dijo con voz tierna :
     - Toma lo que creas conveniente, vamos, acepta esta poca ayuda que quiero ofrecerte mi buen amigo conejo.
     El conejo, muy agradecido, cogió lo que cabía entre sus manos y se marchó contento después de darle las gracias al baobab por tal muestra de generosidad.
     Al llegar a su casa, les contó todo a su familia y, por fin, pudieron cambiar su forma de vida. Papá conejo iba en carro al trabajo, vestía bien, ya estaba muy gordito y siempre andaba limpio. Mamá usaba ropas finas, ahora podía cocinar ricos manjares para sus hijos, remodelaron su casa, y hacía todas esas cosas que hace la gente rica. Ahora mamá conejo llevaba siempre su collar de perlas a las reuniones de sus amigas, y fue en una de esas reuniones donde la señora hiena observó con mucha envidia las riquezas de mamá conejo. La señora hiena, que era muy autoritaria, le exigió a su marido que también le comprase a ella un collar de perlas, que le comprase un auto, que le comprase telas finas y todas las cosas que el marido de mamá coneja le había comprado a ésta.
     El señor hiena, sintió curiosidad acerca de cómo el conejo había adquirido tantas riquezas así que un buen día se le acercó y le preguntó qué es lo que éste había hecho. Pues bien, papá conejo, que era de un corazón noble, le contó al señor hiena todo lo sucedido con el baobab. Le contó cómo había llegado a la sombra de éste árbol y el montón de tesoros que había en el interior de su corazón. El señor hiena se emocionó muchísimo y sin perder ni un segundo se fue hacia donde estaba el baobab para robarle todos los tesoros que había en su corazón y así llenarse de lujos como los que poseía el conejo.Esta malévola hiena fue hacia donde estaba el apacible baobab y sin perder mucho tiempo se echó bajo la sombra de éste, como le había indicado el buen conejo. Luego, empezó a gritar con voz muy fuerte:
     -“¡ Ay! ¡qué desdichada es mi vida, qué pobre soy, qué mala suerte la mía, soy tan desdichado!”. El baobab, empezó a sacudir sus ramas suavemente...
     - Mi buen amigo hiena, qué grata visita me has dado, ¿por qué te quejas de tu suerte?, ¿es que acaso no eres feliz con lo que eres? -dijo el baobab.
     - Pues no, la verdad no soy lo suficientemente feliz como debería, si tan sólo pudiera tener tantos tesoros como el conejo mi vida sería distinta. Si tan sólo fuese poseedor de las riquezas que tiene el conejo me sentiría más aliviado -mencionó la hiena con un tono muy sarcástico.
     De pronto, las hojas del baobab se estiraron muy fuerte y éste dio un gran y tierno suspiro. La hiena estaba impaciente, no podía dejar de caminar de un lado para otro sin dejar de pensar en lo que descubrirían las hojas del baobab. Entonces, como ya había sucedido antes, el corazón de este árbol se quedó a la vista de la hiena que lentamente empezaba a sacar las garras. El baobab dio otro suspiro y comenzó a abrir el oscuro núcleo que albergaba tantos tesoros, a los pocos segundos el corazón del baobab quedó totalmente al descubierto y, también, los tesoros que poseía en su interior. A la hiena se le salían los ojos ante tanta maravilla. El baobab dijo con su tranquilo tono de voz :
     - Toma lo que creas conveniente, vamos, acepta esta poca ayuda que quiero ofrecerte mi estimado señor hiena.
     El señor hiena, que tenía una intención muy distinta a la del conejo, pensó que si le arrancaba el corazón al baobab no sólo se llevaría lo que podrían contener sus manos, sino todos los tesoros del árbol. El señor hiena pensaba que el baobab tendría muchos tesoros mas escondidos en su interior, así que se lanzó salvajemente sobre el baobab y, con sus fuertes garras, empezó a desgarrar el corazón del árbol. Lo rasgó y lo rasgó, comenzó a hacerle mucho daño al pobre baobab; mordía e hincaba los dientes en la corteza del corazón para arrancárselo y así quedarse con absolutamente todos los tesoros que estaban en su interior.
     Fue un momento muy doloroso para el baobab, que lloraba de dolor y de tristeza por la decepción sufrida a causa de la hiena. De repente, el corazón del baobab se cerró bruscamente y se ocultó nuevamente entre sus hojas que se habían tornado de un verde muy tenebroso. La hiena, que no pudo conseguir ningún tesoro comenzó a maldecir al árbol, rasgó su tronco pero fue inútil, pues ahora el tronco del baobab se había vuelto áspero de nuevo y de un aspecto mucho más frío. El señor hiena, muy cansado, dio la media vuelta y se fue a su casa sin ninguna clase de tesoro ya que, a causa de su avaricia, no consiguió nada.
     Cuenta la leyenda que desde ese momento nadie ha vuelto a ver jamás el corazón del baobab y que éste ya no deja que se le acerquen muchos animales debido a que su áspero tronco emana mal olor. Cuentan también que las hienas siempre andan en manada por el desierto en busca de algún otro baobab para conseguir los tesoros que oculta éste árbol.
     Y cuentan también que el baobab se parece mucho a las personas ya que, a pesar de que éstas aparentan tener una corteza muy dura y áspera, poseen un corazón lleno de tesoros. Sin embargo, las personas, al igual que el baobab, tienen un corazón escondido, muy duro y muy difícil de abrir... ¿Por qué es tan difícil para las personas abrir su corazón?, ¿Por qué se les hace tan complicado demostrar las riquezas que hay en su interior? ¿Por qué ocultan tan gran corazón entre sus grandes hojas? ¿Por qué rehúsan a volver a entregar su corazón, como lo hicieron alguna vez, a cierto conejo? ¿de qué hienas se acordarán?

---Fin---

11 noviembre 2009

EL CIPRÉS DE MI CLAUSTRO
Fray Justo Pérez de Urbel

Silencioso ciprés que en la limpia tersura
del estanque retratas tu severa figura,
que levantas la cresta, por la luna argentada,
el magnífico enigma de la noche azulada,
besando las arcadas de oro con tu sombra
y barriendo luceros en la celeste alfombra;
algo grande hay en ti, que me invita a pensar,
y a soñar, y a sentir, y a morir y a cantar:
algo grande y divino que endulza el sufrimiento,
que en las horas de angustia y de aniquilamiento,
aquel lácteo camino me señala el cielo,
y levanta mis ansias y despierta mi anhelo;
cual si hubiese en tus frondas algo que sueña y siente
el latido fraterno de un corazón ardiente…

Silencioso ciprés, cuya negra silueta,
como un dedo gigante me señala la meta
allá lejos, muy lejos…: un palacio de bruma,
una isla de oro, una ilusión de espuma,
la sombra imperceptible de una forma querida
que sin cesar persigue el alma dolorida.

¡Oh, galán de la noche! Árbol dulce y amigo,
compañero del monje, de sus luchas testigo:
tú recoges sus rezos y sus pálidos cantos;
te envuelven sus miradas, sus anhelos de santos,
y te asocias, muy grave, a sus mil postraciones,
cuando el viento te agita mientras sus oraciones.
Tú compartes sus éxtasis, con sus pesares lloras
y en la esfera estrellada enumeras sus horas;
desgarras los cendales de la desesperanza,
el corazón le llenas de una dulce añoranza
y el sueño le vigilas, quieto, inmutable y fuerte:
-el sueño de la vida y el sueño de la muerte.

¡Oh, ciprés, que en la página de la noche infinita
deletreas la “Summa” con luceros escrita…!
Grave seor teólogo, árbol dulce y amigo,
de los monjes hermano, de sus dichas testigo:
tal vez roza la gracia divina tu espesura,
pues comprendes lo cuerdo de su excelsa locura,
el orgullo celeste que vibra en su humildad,
el ardor de sus frías llamas de castidad,
la gloria de su ayuno, su coro y su cilicio,
la cumbre de deleite, que hay en su sacrificio.
Y un día dedujiste, ciprés meditabundo,
que eran los aristócratas del amor del mundo.
A unos pálidos príncipes, por amor encantados,
guardas, como el dragón de los cuentos dorados…

Ciprés fuerte, a las furias ideleble y estático,
como la verdad santa, santo ciprés dogmático,
nuestro hermano más viejo, con ese gran sayal
y con tu puntiaguda capucha monacal…
En tu espesura cónica y alargada, maestro,
¿no hay un secreto oculto, que es el secreto nuestro?
No es secreto de miedo, no es secreto de llanto,
de vana podredumbre, de olvido y camposanto.
Ciprés de la esperanza, pocos han comprendido,
por no saber oírte, tu profundo sentido,
tu profundo sentido de un claro más allá
en el que la alegría no se marchitará.

¡Oh, grave anacoreta de infinitos desiertos
que guías por la senda de la vida a los muertos!
Viejo ciprés del claustro, que en los días de oro
lleno de luz, de alas y de salmos del coro,
esponjas el ramaje, vibras como un salterio
y eres el corazón del viejo monasterio…
¡Oh, chorro de nostalgias! Gigantesco ciprés,
la cabeza en el cielo y en la tierra los pies…
Yo te adoro por alto, por piadoso, por bueno,
por tu actitud señera, por tu aspecto sereno,
porque huyes de la vida en tu recta ascensión,
y te das al ensueño y a la contemplación;
te canto por poeta, por místico te quiero,
compañero del monje, dulce y fiel compañero…

Febrero 1923

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