06 octubre 2009

ALFONSINA STORNI (Suiza, 1892-1938)

Paz

Vamos hacia los árboles… el sueño
Se hará en nosotros por virtud celeste.
Vamos hacia los árboles; la noche
Nos será blanda, la tristeza leve.
Vamos hacia los árboles, el alma
Adormecida de perfume agreste.
Pero calla, no hables, sé piadoso;
No despiertes los pájaros que duermen.

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03 octubre 2009

GUERAU DE LIOST (Barcelona, 1878-1933).
Pomera



L’herba dallada novament rebrota
els prats vestint d’una altra primavera.
Carregada de fruita, la pomera
s’hi aixeca al mig, esquarterant-se tota.
Com prolífica mare, consumida,
d’aspres en forza s’arrepenja lassa,
en fruites prodigant la vida escassa
amb una hermosa profusió de vida.
I la corona el devessall de pomes,
impregnant-la de rústiques aromes,
i criden per ses branques els aucells
disputant-se les fruites ja madures,
i somniant maternitats futures,
mor la pomera quan la diesen ells.
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30 septiembre 2009

GEORGES DUHAMEL (Paris, 1884-1966) 
Ma solitude


Comme deux arbres bien semblables
Tournés vers le même horizon,
Nous partageons les nourritures
Et plions sous les mêmes souffles.

Serai-je encore seul sur la terre
Maintenant que je t'ai nommée?
Ai-je abdiqué la solitude
Pour t'avoir prise entre mes bras?

Comme deux grands arbres voisins
Nous mêlons feuilles et racines,
Et la brise qui nous traverse
N'en a qu'une âme et qu'une odeur.

Je te prends dans ma solitude!
Elle est si profonde et si calme
Que le bruit de nos deux haleines
Est trop faible pour l'émouvoir.

Comme deux arbres vigoureux
Nous poussons dans un ciel limpide
Deux jets de sève parallèles
Eternellement exilés.

Pourtant, dès que le vent s'élève,
De nos frondaisons confondues,
Il chasse une musique unique
Qui ne trahit qu'un seul désir.

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24 septiembre 2009

RICARDO CODORNÍU Y STÁRICO (Cartagena, 
1846-1923) -"el apóstol del árbol"-
El árbol en maceta
A Carmen Hernández-Ros y Codorníu

(Este es el primer cuento que dedicó a uno de sus nietos)



     En cierto hermoso bosque de Asia, un árbol silvestre, cubierto de frutos maduros, servía de punto de reunión de las aves, que allí cantaban rebosando placer, y era entonces su repostería preferida.
     Pasó un jardinero de los imperiales palacios, y recogió no pocos de los frutos, con gran disgusto de la multitud alada, que veía disminuidas sus golosinas.
     Fueron colocadas las semillas en macetas con tierra, a las que se había mezclado algún mantillo, y recibían con regadera el agua necesaria. Germinaron las plantitas y al principio su vida fue fácil y grata, porque pasaban el estío en el umbráculo del jardín, defendidas del ardor de los rayos solares y la estación helada en el invernadero, donde no les molestaban los fríos, ni el viento les imprimía dolorosos vaivenes.
     Sin embargo, llegó un día en que las inocentes plantitas sufrieron la pena impuesta a los grandes criminales, pues fueron decapitadas... para injertarlas. Al pronto creyeron morir, mas se salvaron al fin, porque las raíces dieron agua y jugos de la tierra a las yemas del injerto, y además disponían de algunas substancias orgánicas, de esas que los arbolillos depositan a prevención en las celdillas de su tronco, para la época de escasez.
     Así se transformaron las yemas en ramillas con hojas, y éstas preparaban substancia vegetal, que enviaron a las raíces, para que pudieran ramificarse, producir nuevos pelos absorbentes y tomar más savia para las hojas.
     Pronto las raíces llegaron a la impenetrable barrera de tierra cocida que forma las macetas, y se vieron obligadas, muy a pesar suyo, a rodear las paredes, a manera de ovillo, lo que no dejaba de serles molesto.
     Desde entonces empezaron a sufrir escaseces; apenas se les proporcionaba agua y el alimento indispensable para que no se mustiasen los pobres vegetales, ya que vivían contrahechos, pues el objeto del jardinero era que permanecieran siempre enanos.
     A pesar de su pequeñez, uno de ellos llegó a producir algunas flores, lo que halagó su vanidad, y luego se regocijó más cuando se transformaron en bellos frutos. Ésto satisfizo al arbolillo, porque esperaba que acaso alguno de los huesos se desarrollaría al aire libre, produciendo una planta que no tuviera que soportar los tormentos y estrecheces de su progenitor, primero degollado, siempre medio emparedado y con el disgusto además de no ser un árbol, sino dos medios árboles porque a la mitad superior no agradaban los jugos que le daba la otra mitad, ni a las raíces los manjares preparados para ellas por los granos de clorofila de las hojas, que son las cocinas de las plantas, aunque otros, con más propiedad sin duda, los llaman pulmones y estómagos de los vegetales.
     Una tarde de otoño, poco tiempo después de ponerse el sol y cuando mas tranquilamente dormía el arbolillo su primer sueño, le despertó una desagradable impresión de frío, debida a que una joven de amarillenta tez y ojillos inclinados, lavaba su tronquito, sus ramas, hojas y frutos, con una esponja rebosando agua. Luego revistió la maceta con sederías bordadas y fue llevada por un palanquín... ¡al palacio del emperador!
     La pusieron en el centro de la mesa preparada para la comida oficial, en un salón cuya claridad era deslumbradora, y el arbolito empezó a absorber el anhídrido carbónico del aire, cual si fuera pleno día. Luego comenzó la música y el banquete, y la planta se hallaba gratamente entretenida, contemplando deslumbradores uniformes de los diplomáticos y palaciegos, cuando llegaron los postres.
      Entonces ¡qué gran sorpresa y mayor dicha! El mismo emperador, el hijo del sol, de la luna y de todas las estrellas del firmamento, extendió sus soberanos brazos, arrancó uno de los frutos, lo comió mostrando vivo placer y luego, cogiendo los demás, obsequió con ellos a la emperatriz y a los príncipes, sus hijos. Tan gran honra compensó al arbolito del dolor que le produjo el desgarre de sus frutos, mientras los cortesanos le envidiaban, pues con gusto hubieran sufrido que su majestad imperial arrancase una de sus orejas, si le vieran comérsela con la misma sonriente faz y alegres ojillos con que había saboreado el fruto.
     Después fue regalado el arbolito, como recuerdo, al primer ministro, y llevado al salón de su excelencia. Se le colocó en la mesa central, cuyos pies mostraban dragones admirablemente tallados, destacándose sobre rojo fondo de laca. Allí pasó algunos meses, casi adorado por la familia y por los visitantes; pero la falta de agua y, principalmente, la del sol hizo que se mustiara. Un servidor demasiado listo lo sustituyó por otro arbolito de la misma especie, sin que nadie advirtiese la superchería, y mientras los visitantes dirigían miradas codiciosas al sustituto, el auténtico entraba en putrefacción en un corral.

---Fin---