20 febrero 2009

RUBÉN DARÍO - Los olivos

RUBÉN DARÍO (Nicaragua, 1867-1916)
Los olivos

A Juan Sureda

Los olivos que tu Pilar pintó, son ciertos.
Son paganos, cristalinos y modernos olivos,
que guardan los secretos deseos de los muertos
con gestos, voluntades y ademanes de vivos.

Se han juntado a la tierra, porque es carne de tierra
su carne; y tienen brazos y tienen vientre y boca
que lucha por decir el enigma que encierra
su ademán vegetal o su querer de roca.

En los Getsemaníes que en la Isla de Oro
fingen, en torturada pasividad eterna,
se ve una muchedumbre que haya escuchado un coro
o que acaba de hallar l’agua de una cisterna.

Ni Gustavo Doré miró estas maravillas;
ni se puede pintar como Aurora Dupín
con comodidad, con prosa y con rencillas,
lo que bien comprendía el divino Chopin…

Los olivos que están aquí, son los olivos
que desde las pristinas estaciones están
y que vieron danzar los Faunos y los chivos
que seguían el movimiento que dio Pan.

Los olivos están aquí, los ejercicios
vieron de los que daban la muerte con las piedras,
y miraron pasar los cortejos fenicios
como nupcias romanas coronadas de hiedras.

Mas sobre toda aquesta usual arqueología,
vosotros, cuyo tronco y cuyas ramas son
hechos de la sonora y divina armonía
que puso en vuestro torno Publio Ovidio Nasón.

No hay religión o las hay todas por vosotros.
Las Américas rojas y las Asias distantes
llevan sus dioses en los tropeles de potros
o las rituales caminatas de elefantes.

Que buscando lo angosto de la eterna Esperanza,
nos ofrece el naciente de una inmediata aurora,
con lo que todo quiere y lo que nada alcanza,
que es la fe y la esperanza y lo que nada implora.

(Valldemosa, Mallorca, octubre 1913)
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19 febrero 2009

DIONISIO RIDRUEJO - A un pino

DIONISIO RIDRUEJO (Soria, 1912-1975)
A un pino

Pino esbelto y tranquilo,
soledad de la tarde,
tan concreto en la libre
desolación del aire,
tan alto cuando todo
se confunde y abate
y huye el sol a tu copa
tibio y agonizante.
.
Cómo me fortalece
la paz de tu combate,
ascensión sin fatiga,
raíz honda y constante.
.
Tu majestad envuelve
el cielo sin celaje
y en tu recio sosiego
la tierra se complace.
.
Mis ojos educados
en tu sediento mástil
ascienden y divisan
la soledad más ágil,
mientras sueña el silencio
sin astros y sin aves
como el solo decoro
de tu verde ramaje.
.
Pino esbelto y tranquilo,
tu soledad te guarde,
y consagre la mía
desunida y errante,
segada de su tierra,
extraña de su aire,
cuando aún es oro virgen
la cumbre de la tarde
y tú clamas e invocas
el tiempo de mi carne
y otro vuelo sin tiempo
que se sueña y se hace.
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18 febrero 2009

Mª PILAR LÓPEZ - Requien...

Mª PILAR LÓPEZ (Murcia)
Requien por un pino que tenía apellido


¿Cuántos años tenías?
¿O contabas por siglos tu singladura al cielo?
¿A qué altura pensabas dirigirte?
¡Qué risa te daríamos al vernos tan chiquitos,
tan a ras de la tierra!
¡Cuánto te habrás reído
de nuestras pretensiones de gigante!
Podías observarnos cuando apenas salíamos
de nuestros cuchitriles
y nos verías dar vueltas y más vueltas.
No podrías distinguirnos en aquel hormiguero.
¿Verdad que era distinto en tus años primeros?
Nada te costaría aprender de memoria
los nombres importantes.

Dirías: "¡Cómo mueren esos seres!"
Apenas tienen tiempo de respirar;
al contrario de mí, que soy eterno
y desconozco la muerte.
Ya ves, Pino Gómez, hasta tú, tan seguro,
tan arraigado, fuiste segado por la muerte.
Rugiste de dolor al partirse tu tronco.
No querías morir.
Y nosotros no pudimos evitar tu caída.
¡Teníamos los brazos tan pequeños!
Te habríamos librado de la furia del hacha,
pero no de ese golpe.
Te estaba destinada una tormenta
para que no te avergonzaras de tu muerte.
Tal vez el mismo rayo
cumpliría con pena su misión.
Fuiste siempre tan firme,
bonito y arrogante, Pino Gómez...


(Mil gracias a mis amigos de Cieza, Juanjo y Fina)

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17 febrero 2009

EL RODODENDRO Y EL PEQUEÑO ALISO
Nepal

Arriba, muy arriba, las montañas se encuentran con el cielo. La vida surge de una capa de tierra muy fina y depende de muy poco aire. El único árbol capaz de florecer orgulloso en un entorno así es el rododendro. Pero cuentan que, en una ocasión, el rododendro deseó intensamente tener compañía. Envuelto en los vientos del invierno, se dirigió hacia abajo, mucho más abajo, al lugar en el que el pequeño aliso luchaba por aferrarse a la ladera.
—Buen aliso —le dijo —, soy tu señor. Quiero honrar tu humildad. Nos unire­mos. Yo te ayudaré a escalar la montaña. Basta que digas que serás mío, y te condu­ciré hasta mis alturas.
El aliso miró a su alrededor. No vio más que un arbusto sin flores y con las hojas rizadas por el frío.
Orgulloso, estiró sus ramas y se giró hacia el arbusto:
—Mi savia contiene sangre real. ¡Tú no eres suficientemente bueno para mí! —espetó.
Pero cuando llegó el calor del verano, el rododendro, que estaba en las altas cumbres, floreció y se llenó de color carnesí, púrpura y blanco. Impresionado por la belleza de las flores, el pequeño aliso se enamoró del arbusto. El árbol hizo todo lo posible por llamar su atención, su corteza y sus hojas relucían, pero sus esfuerzos eran en vano. El rododendro seguía ofendido y no miraba siquiera al árbol.
AI final, el aliso, con el corazón destrozado, arrancó sus raíces y rodó montaña abajo. En su caída, sus ramas arrastraron rocas que provocaron avalanchas.
Así, en nuestros días, cuando se produce una gran avalancha, los nepalíes cul­pan al pequeño aliso. Y si te fijas, observarás que los alisos siempre están entre rocas, mientras que, en lo más alto, un rododendro mira en otra dirección.

---Fin---