16 enero 2009

WILLIAN WORDSWORTH - Lines left...

WILLIAN WORDSWORTH (England, 1770-1850)
Lines left upon a seat in a yew tree


Nay, Traveller! rest. This lonely Yew-tree stands
Far from all human dwelling: what if here
No sparkling rivulet spread the verdant herb?
What if the bee love not these barren boughs?
Yet, if the wind breathe soft, the curling waves,
That break against the shore, shall lull thy mind
By one soft impulse saved from vacancy.
-------------------Who he was
That piled these stones d with the mossy sod
First covered, and here taught this aged Tree
With its dark arms to form a circling bower,
I well remember.--He was one who owned
No common soul. In youth by science nursed,
And led by nature into a wild scene
Of lofty hopes, he to the world went forth
A favoured Being, knowing no desire
Which genius did not hallow; 'gainst the taint
Of dissolute tongues, and jealousy, and hate,
And scorn,--against all enemies prepared,
All but neglect. The world, for so it thought,
Owed him no service; wherefore he at once
With indignation turned himself away,
And with the food of pride sustained his soul
In solitude.--Stranger! these gloomy boughs
Had charms for him; and here he loved to sit,
His only visitants a straggling sheep,
The stone-chat, or the glancing sand-piper:
And on these barren rocks, with fern and heath,
And juniper and thistle, sprinkled o'er,
Fixing his downcast eye, he many an hour
A morbid pleasure nourished, tracing here
An emblem of his own unfruitful life:
And, lifting up his head, he then would gaze
On the more distant scene,--how lovely 'tis
Thou seest,--and he would gaze till it became
Far lovelier, and his heart could not sustain
The beauty, still more beauteous! Nor, that time,
When nature had subdued him to herself,
Would he forget those Beings to whose minds,
Warm from the labours of benevolence,
The world, and human life, appeared a scene
Of kindred loveliness: then he would sigh,
Inly disturbed, to think that others felt
What he must never feel: and so, lost Man!
On visionary views would fancy feed,
Till his eye streamed with tears. In this deep vale
He died,--this seat his only monument.
If Thou be one whose heart the holy forms
Of young imagination have kept pure,
Stranger! henceforth be warned; and know that pride,
Howe'er disguised in its own majesty,
Is littleness; that he, who feels contempt
For any living thing, hath faculties
Which he has never used; that thought with him
Is in its infancy. The man whose eye
Is ever on himself doth look on one,
The least of Nature's works, one who might move
The wise man to that scorn which wisdom holds
Unlawful, ever. O be wiser, Thou!
Instructed that true knowledge leads to love;
True dignity abides with him alone
Who, in the silent hour of inward thought,
Can still suspect, and still revere himself
In lowliness of heart.
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15 enero 2009

EL ÁRBOL ENCANTADO, México
Recopilación de María Candelaria Báez Cruz, en el pueblo de San Lucas Tecopilco


Se cuenta que a las afueras de un pueblo llamado El Pirú hay un árbol muy grande y viejo: es el pirú. Y dicen que esconde tantos secretos, que la gente tiene miedo de pasar por ahí. Y no precisamente durante la noche, sino al mediodía: es la hora en que el tronco del árbol se abre y se oye el repicar de unas campanas. Pero eso no sucede todos los días. Según algunas personas, sólo el 24 de agosto, días de San Bartolomé.
      Una vez, un vecino del poblado fue al campo muy temprano a cortar elotes. Con su burro se introdujo en medio de las milpas u ahí estuvo mucho rato buscando las mejores mazorcas. Cuando tenía una buena cantidad de maíz, se puso a cargar el burro para regresar al pueblo. Eran casi las doce del día. De pronto, al pasar cerca del árbol encantado, oyó en repique de campanas.
      “No puede ser que hasta acá se escuchen las campanas de la iglesia”. Pensó sorprendido el hombre.
      Se detuvo un momento y volvió a escuchar las campanas más cerca.
      “Tal vez sean las campanas de la vieja hacienda. ¿Pero quién andará por ahí, si son puras ruinas?” siguió pensando aquel hombre, tratando de darse una explicación.
      Caminó, entonces, muy despacio con su burro y paró más la oreja. Seguía escuchando el repique.
      “Además, lo que queda de la hacienda está todavía muy abajo y las campanas se oyen arriba. ¿Qué será…, qué será?”, se preguntaba, ahora con un poco de miedo.
      De pronto, el hombre se quedó quieto, muy quieto.
      -Ahora sí, como quien dice, ya me dieron las doce- dijo, al advertir, por fin, que las campanadas salían del viejo pirú.
      Se armó de valor y decidió acercarse poco a poquito, muy quedito. Pero ya no alcanzó a oír nada. En eso estaba cuando comenzó a acordarse de todo lo que su abuelo le decía del pirú encantado:
      -Ese árbol escoge a las personas, permitiéndoles escuchar las campanas de la iglesia –contaba su abuelo.
      -Y si alguien oye las campanadas, ¿qué tiene que hacer? –preguntaba él.
      -Debe regresar al pirú en la noche, exactamente a medianoche, pero con un niño recién nacido.
      -¿Y eso para qué abuelo?
      -Para dejar el niñito junto al árbol durante toda la noche; solito, sin compañía. Así, aquella persona que dejara al niño debía regresar al día siguiente luego que amaneciera.
      -¿Y llevar a otro recién nacido?
      -No, solamente para ver el pueblo que aparecería. Dicen que es un poblado muy grande, con iglesia y todo. En esa iglesia retechula se venera a San Bartolomé. Eso cuentan.
      -¿Y qué se supone que le pasaría al recién nacido que hubiera dejado aquella persona?
      -No sé, pues al niñito ya no lo hallarían nunca, figúrate nada más. El árbol lo habría tomado a cambio de permitirle ver el pueblo encantado.
      Así recordaba el hombre las palabras de su abuelo. Parecía que se lo estaba contando nuevamente, con todos sus detalles. Entonces pensó para sus adentros:
      “Estaría yo turulato si dejara a un pobre inocente tirado ahí, junto al árbol encantado. ¿Qué ganaría? A ver, ¿qué ganaría? Seguro que nada bueno…En fin, lo mejor es que me vaya de aquí, no vaya a ser que se me aparezca el pueblo aunque no traiga niño ni nada”.
      Y se fue, casi corriendo, hacia su casa. Cuando llegó le platicó a su mujer todo lo que había oído cerca del pirú. Y también le contó lo que le había dicho su abuelo hacía mucho tiempo.
      -¡Ah! Pues fíjate, viejo, que también mi abuela me contó toda esa historia del árbol y el pueblo encantado. Sólo que me platicó de otra manera –le dijo su mujer.
      -¡Qué! ¿Es otra historia diferente?
      -No, es la misma, nada más que mi abuela sabía otras cosas. Contaba que el día que se oían las camaradas aparecía una iglesia con los portones abiertos. Era la iglesia de San Bartolomé, como toda la gente sabía. Y la persona que la llegara a ver tenía que entrar corriendo y sin perder ni un minuto. Y adentro, debía tomar los dos únicos candelabros del altar y salir otra vez corriendo.
      -Mira nada más. ¿Y para qué diablos iba a querer esos candelabros?
      -Pues dicen que de esa manera el pueblo se desencantaría y aparecería con todas sus casa e iglesia en el mismo terreno donde está ahora el pirú.
      -Eso sí no te lo creo, vieja. Que el árbol deje ver el pueblo, bueno. Pero que el pueblo aparezca y se quede, eso sí que no.
      Y así continuaron discutiendo aquellos señores sobre las historias del árbol encantado.
Todos los que viven en El Pirú cuentan los secretos del árbol encantado de un modo u otro. Pero lo cierto es que a las doce del día se oye muy clarito el repique de las campanas.
      Si algún día quieres oírlo, no tienes más que ir a El Pirú y visitar el árbol encantado a mediodía. Y si quieres ver el pueblo que aparece a esa hora, tendrás que ir solo; si no, nunca verás nada…
 
Glosario
Elote: Maíz
Milpa: Plantío de maíz

---Fin---

14 enero 2009

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FRASES Y ÁRBOLES (2)
 
Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol.
MARTIN LUTHER KING (1929-1968) religioso norteamericano


“Creo que nunca podré ver ninguna valla publicitaria tan hermosa como un árbol. De hecho, a no ser que se caigan no podré ver ningún árbol.”OGDEN NASH, ‘THE OPEN ROAD’, (1902-1971)poeta norteamericano


ÓSPERO (A ARIEL): Si murmuras mal, partiré un roble y te clavaré a sus nudosas entrañas hasta que hayas gritado durante doce inviernos.
WILLIAN SHAKESPEARE, ‘LA TEMPESTAD’ (1564-1616)



“Estos árboles que a todos pertenecen, al cuidado de todos se confían”
Cartel en un parque de Estella, Navarra


“Un castaño dura siglos, tiene una vida extraña. Más que un árbol es una fuerza. Vive en los montes. Sus raíces se arrastran voraces, sus ramas tocan el cielo.”GUERRA JUNQUEIRO (1850-1923) poeta portugués


“A la contemplación de un árbol podría dedicarse la vida entera”
FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS (1839-1915)

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13 enero 2009

CARL SAGAN (New York, 1934-1996)
Cosmos


…Los hombres crecieron en los bosques y nosotros les tenemos afinidad natural. ¡Qué hermoso es un árbol que se esfuerza por alcanzar el cielo! Sus hojas recogen la luz solar para fotosintetizarla, y así los árboles compiten dejando en la sombra a sus vecinos. Si buscamos bien veremos a menudo dos árboles que se empujan y se echan a un lado con una gracia lánguida. Los árboles son máquinas grandes y bellas, accionadas por la luz solar, que toman agua del suelo y dióxido de carbono del aire y convierten estos materiales en alimento para uso suyo y nuestro. La planta utiliza los hidratos de carbono que fabrica como fuente de energía para llevar a acabo sus asuntos vegetales. Y nosotros, los animales, que somos en definitiva parásitos de las plantas, robamos sus hidratos de carbono para poder llevar a cabo nuestros asuntos. Al comer las plantas combinamos los hidratos de carbono con el oxígeno que tenemos disuelto en nuestra sangre por nuestra propensión a respirar el aire, y de este modo extraemos la energía que nos permite vivir. En este proceso exhalamos dióxido de carbono, que luego las plantas reciclan para fabricar más hidratos de carbono. ¡Qué sistema tan maravillosamente cooperativo!...

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