12/29/2022

Libro de cuentos

SARA FDEZ. SAINZ Y SONIA ROIG
Entrevista de JAVIER PIZARRO
Siete maravillosos cuentos con árboles
Ilustración del libro ‘El bosque es nuestra casa’


(…) Gracias al trabajo de Sara Fernández Sainz y Sonia Roig, autoras del libro El bosque es nuestra casa, publicado por A buen paso, vamos a descubrir como funcionan, porque cada bosque es diferente, cómo debemos cuidarlo. Nos han hablado con tanta pasión de los bosques y de sus secretos en esta entrevista, que esperamos que su entusiasmo nos ayude a crear más conciencia medioambiental entre lectores de todas las edades.

Tras el verano que tuvimos, con más bosque quemado que nunca en las últimas décadas, ¿por dónde empezamos?

Somos bosquedependientes. Así que empecemos por acordarnos de los bosques no solamente en verano, cuando son protagonistas a causa de los incendios, sino durante los 365 días del año. Y empecemos también por darnos cuenta de que somos nosotros los que les necesitamos a ellos. Un incendio de sexta generación como los que hemos tenido este verano puede arrasar varias decenas de miles de hectáreas. Además, por las altísimas temperaturas que alcanzan (¡más de 2.000ºC!), destruyen también la mayor parte de bancos de semillas que guarda un bosque. Esto hace muy difícil que, tras el incendio, nazca vegetación de forma espontánea y el suelo fértil quedará totalmente desprotegido y expuesto. Las lluvias que vienen después arrastran ese suelo que tardó entre cientos y miles de años en crearse. Y, sin embargo, es más que probable que, pese a todo, dentro de varias decenas o de varios cientos de años, de forma natural, allí surja de nuevo un bosque. Pero la naturaleza tiene unas escalas de tiempo muy distintas a las nuestras y el verdadero problema lo tenemos nosotros, que no podemos esperar todo ese tiempo. Somos nosotros los que necesitamos los bosques para vivir y el ejemplo más claro lo tenemos en el agua potable, que es lo primero que perdemos tras un incendio.+

¿Qué tendríamos qué hacer para evitar nuevos veranos como el de este año?

En España no existen bosques vírgenes, todos tienen influencia humana desde hace miles de años. Y aunque el fuego siempre ha formado parte de nuestros ecosistemas, ya sea de una forma natural o provocada, nunca antes lo ha sido de este modo. Que los incendios que conocíamos se estén convirtiendo en estas bestias de fuego que se escapan a nuestra capacidad de extinción responde a un cúmulo de causas, todas ellas englobadas en el cambio climático y cambio global: sequías y olas de calor, abandono de usos y de paisajes culturales, despoblación rural, urbanismo desestructurado, auge de las macrogranjas en detrimento de una ganadería extensiva bien gestionada, etc…  Por eso no existe una simple, única y rápida receta para evitar que se vuelva a dar una situación como la de este verano y la solución no puede ser simplemente limpiar los bosques.

Cuando hablamos de incendios nos encontramos con varias paradojas, que contamos en nuestro libro. Una es que toda esa vegetación que queremos proteger es, a la vez, el combustible que utiliza el fuego para crecer y avanzar. Equilibrar estos dos platos de la balanza es de todo menos sencillo. Actualmente tenemos más y mejores medios de extinción y la mayoría de los incendios se apagan muy pronto. Pero cuando uno de estos incendios se desborda, nos encontramos ante situaciones como las que hemos visto este verano (y unos años antes en Australia, en California, en Portugal): incendios de unas dimensiones tan bestiales como nunca antes se habían visto y que, sencillamente, no podemos apagar. No somos capaces de diseñar y construir los medios para extinguirlos, es imposible. Por eso, los grandes expertos en este tema nos dicen que “la era de la extinción” ha llegado a su tope y que la solución pasa por centrarnos en la prevención, mediante gestión forestal sostenible, ganadería extensiva bien gestionada y gestión del paisaje. Es decir, saquemos algo de ese combustible, usando una pequeña parte de lo que los bosques nos ofrecen y nosotros necesitamos y, siempre, velando por su persistencia.

Por supuesto, la solución ha de tener en cuenta a las personas que trabajan en prevención y extinción, que se les reconozca su profesionalidad y no estén solamente contratadas en verano (tarde y mal). Yo añado que también hay que abrir la perspectiva más allá del límite del bosque: cualquier decisión que se tome no solo en el bosque, sino también en el resto del territorio rural (urbanismo, agricultura y ganadería, industria…) se debería tomar siempre con el fuego en mente. Y a todos, como ciudadanos, nos toca también darnos la vuelta para volver a vivir de cara a ese territorio que tenemos olvidado. En cualquier caso, el bosque no arde si no se prende y solamente el 10% de los fuegos son por causas naturales, el 90% restante se debe a causas humanas y, de estos, la mayoría se deben a accidentes de maquinaria que se usa en época de máximo riesgo, tendidos eléctricos, chispas de trenes, colillas voladoras, etc…

Sara Fernández Sainz y Sonia Roig, autoras del libro ‘El bosque es nuestra casa’.

Se habla mucho de que niñas y niños tienen ‘déficit de naturaleza’. De niñas y niños que ya no saltan en los charcos, que no se llenas los bolsillos de arena y de hojas, que no se manchan las manos de barro y que esto influye negativamente en su desarrolloVuestro libro invita a hacer todo lo contrario, a que se ponga a disposición del bosque y se dedique a realizar descubrimientos. ¿Cómo nació la idea del libro?

La idea surgió de unos talleres de ciencia, bosques y agua que empecé a dar en colegios hace unos nueve años. Ahí me di cuenta de que las niñas y niños son capaces de entender ciencia a un nivel muy profundo y de hacer unas deducciones asombrosas si se les plantea de forma adecuada. También me di cuenta de la necesidad de trabajar desde la perspectiva de la relación personas-bosque en un sentido amplio. Y de ahí fue surgiendo la idea (y la necesidad) de hacer este libro en el que, al igual que pasa en un bosque, todo está conectado.¡

 ¿Por qué son importantes los bosques?

Están presentes en nuestro día a día mucho más de lo que nos imaginamos, incluso en las ciudades. Muchas veces no somos conscientes de todo lo que hay en nuestras casas que procede de los bosques: el agua potable que bebemos, el papel higiénico… incluso la madera que se utilizó para encofrar los cimientos y estructuras de nuestras casas de hormigón, todo eso viene de los bosques. Insisto en nuestra total bosquedependencia, somos nosotros los que los necesitamos a ellos y por eso somos nosotros los que necesitamos cuidarlos, tenemos que asegurarnos de que persistan. Necesitamos los productos que nos ofrecen y todos sus servicios, porque son fundamentales para preservar los ciclos hídricos, los suelos fértiles, la biodiversidad… De hecho, hablamos ya de Una sola salud (One Health) en la que nuestra salud, la de los animales y la de los ecosistemas son interdependientes. Solo se cuida lo que se ama y solo se ama lo que se conoce, por eso es tan importante que niñas y niños conozcan los bosques. Para ellos, además, los bosques son uno de los mejores lugares para descubrir la naturaleza y lo que eso implica: también para descubrirse a sí mismos. Porque existimos en relación al otro, pero también en relación a nuestro medio.

Si no se tiene un bosque cerca, ¿vale con observar y sentir curiosidad por los árboles que nos rodean?

¡Por supuesto! Los bosques urbanos y periurbanos son lugares estupendos donde se puede disfrutar de la naturaleza y descubrir muchísimas especies de animales y plantas. Son espacios que presentan una gran biodiversidad y a los que se puede llegar con más facilidad, ya que es más probable que haya transporte público y no hay que invertir tanto tiempo en desplazamientos, sobre todo cuando hablamos de grandes ciudades. Además, son los lugares idóneos para practicar ciertas actividades en la naturaleza, como algunas prácticas deportivas que, si las hiciéramos en el bosque, tendrían más impacto ambiental

¿Qué huellas negativas dejamos en los bosques y de las que no somos conscientes?

Hay muchas… Pero una curiosa y de la que muy poca gente es consciente es la compactación del suelo por nuestras pisadas. No pasa nada porque una persona pase por allí, pero si esto se convierte en varias decenas (incluso centenas) de personas al día, la compactación puede llegar a ser considerable. Por eso es importante respetar los senderos. Y luego hay huellas que dejamos en los bosques sin ni siquiera pisarlos. Por ejemplo, cuando creemos que para cuidar y respetar un bosque no hay que tocarlo, muchas veces estamos haciendo todo lo contrario a nuestra intención. Ya he comentado que en nuestro país no existen bosques vírgenes. A menudo nos encontramos con que los árboles están demasiados juntos, no hay espacio ni agua para todos… lo más probable es que muchos mueran, se conviertan en un foco de plagas que ataque al resto y, con tanta madera seca en el bosque, el riesgo de incendios aumente muchísimo. Sin embargo, si cortamos alguno, estaremos permitiendo que los que quedan tengan más recursos, crezcan más sanos y fuertes, y también dejaremos sitio para que otros arbolitos nuevos puedan crecer: estaremos ayudando a que ese bosque tenga más diversidad de especies, de edades y a adaptarse al cambio climático y, además, podremos utilizar esa madera, que ya hemos visto que necesitamos. Otra huella es la que dejamos cuando vamos a comprar: cada vez que elegimos productos de ganadería extensiva bien gestionada (en la que se aprovechan los pastos y matorrales y se disminuye el combustible en los bosques) frente a productos de macrogranjas (en la que se utilizan toneladas de cereales importados), estamos contribuyendo a prevenir incendios forestales; cada vez que elegimos un producto procedente de un bosque bien gestionado frente a su homólogo de plástico, contribuimos a que nuestros bosques estén mejor cuidados…

¿Quién es esa niña pelirroja de melena infinita que nos acompaña por todo el libro?

Esa niña se llama Silvia. Acompaña a los lectores y va descubriendo los secretos del bosque a la vez que ellos, con una mirada científica pero también emocional. Es un personaje que no hemos querido definir muy bien, pero que podría ser una pequeña Basandere (de la mitología vasca) o una pequeña  Anjana (de la cántabra) o quizás una mezcla de ambas. Aunque en versión moderna, porque a lo largo de todo el libro aparece, además, como naturalista, investigadora, operaria en campo, técnica especializada, directora de operaciones en incendios forestales, comunicadora, analista de datos, calculando estructuras y un muy largo etcétera. Y es que queríamos que, además, fuera un modelo para que las niñas se acerquen a todas las profesiones relacionadas con los bosques y las carreras STEM (de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas).

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12/26/2022

Chopo o Álamo

PIRINEA, LA MAGIA DE LOS ÁRBOLES
Chopo o Álamo, Populus sp.

Presentación del género

El significado del género Populus, del latín, es popular y responde a la relativa abundancia con que se encontraba en la mayoría de las poblaciones entorno a los cursos de agua (en diferentes ambientes). El género Populus comprende unas 40 especies de árboles y arbolillos de las zonas templadas y frías septentrionales, en concreto las que se conocen vulgarmente como álamos o chopos. Además, presentan muchas hibridaciones entre ellas y se han generado multitud de clones para su cultivo productivo. Las tres principales especies naturales presentes en nuestra provincia son: P tremula, P alba y P nigra.
      Otros nombres utilizados en la Península Ibérica para referirse al chopo son:

  • Populus alba: Álamo. Alba, Arbre blanch (Cataluña). Peralejo (Granada). Zumarra (País Vasco). Albar, Chopo blanco, Álamo blanco (Aragón).
  • Populus tremula: Chopo tembló, Tremolín, Temblón, Tremoleta, Trémul, Tiemblo, (Pirineo Aragonés). Tiemblo (Navarra). Tremul (Cataluña). Lertxun, Zunzun (País Vasco).
  • Populus nigra. Álamo negro. Poll, Xop (Cataluña). Clupus (Val de Arán). Eltzuna (País Vasco). Chopo negro, Chopina, Chopo royo (Aragón)

Características principales

      Árboles de hoja caduda, simple, alterna, generalmente anchas. Sus yemas están cubiertas por escamas. El peciolo es largo y en varias especies, como en el temblón, aparece comprimido lateralmente formando un ángulo recto con la superficie foliar lo que da a las hojas una gran movilidad. Con brisas suaves, el golpeteo de las hojas de estos árboles se asemeja al sonido del agua. Las copas presentan formas variables, desde alargadas a globosas. Son especies de crecimiento rápido, llegando a alcanzar algunos clones hasta 30 metros de altura y diámetros de más de 1 metro en algo más de un decenio. Tienen una corteza lisa, de blanquecina a gris. En otoño, con la caída de las hojas, éstas se tornan de color marrón o amarillento.

  • Populus alba: Es la especie de distribución más meridional formando bosques de galería en las orillas de los grandes ríos, barrancos, etc a moderada altitud, generalmente por debajo de 600 msnm aunque se ha plantado a mayores cotas. Hojas con un haz verde oscuro y un envés blanco tomentoso, hojas grandes trinerviadas palmeado-lobuladas o dentado-angulosas. Alcanza una altura de entre 15 y 30 metros.
  • Populus tremula: Es la especie que más asciende, encontrandosé en nuestra provincia entre los 800 y los 1600 msn. Vegeta en laderas  frescas,  junto a fuentes o colonizando con vigor claros del bosque. Lo encontramos generalmente en umbrías y barrancos del Pirineo y Prepirineo. Sus peciolos largos y aplanados en sentido perpendicular al limbo permite que, con brisas suaves, generen un sonido parecido al de un curso de agua.
  • Populus nigra. Es la especie de bosque de ribera más común en el Pirineo y Prepirineo, vegetando en cursos fluviales o siendo plantado en la llanura de inundación y terrenos de cultivo de regadío. Lo encontramos en cauces entre los 400 y los 1400 msnm. Se ha hibridado y clonado para la selección de individuos productores de madera. La hoja es verde por ambas caras y de forma aovado-triangular o aovado-rómbica, acuminadas o festoneado-aserradas. El arbolado natural adulto alcanza entre 20 y 30 metros de altura.

Usos y curiosidades 

     Presenta una madera blanda, porosa, ligera, frágil y poco resistente pero que presenta unas elevadas producciones en turnos cortos, entorno al decenio, por lo que es muy interesante. Es buena para trabajos de carpintería ligera, cajero, embalajes, ebanistería basta, etc. Es buena también para la fabricación de pasta de celulosa. Se empleaba en forjados interiores en Monegros con buenos resultados.
      Se cultiva mucho como árbol ornamental y para la creación de amplios paseos arbolados (de hecho, las alamedas son grandes paseos donde la especie principal es el chopo o álamo). Asimismo, se usan como cortavientos y generación de setos en zonas venteadas y cerca del mar.
      Se suelen multiplicar por esquejes y por renuevos que brotan de manera abundante alrededor de un pie adulto. En Teruel, era muy normal la práctica del desmoche de los denominados chopos cabeceros, que permitían ofrecer ramón a los ganados en un medio muy deforestado.

Leído aquí

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12/23/2022

Baobabs de Madagascar, del narrador de historias

TOMÁS PITA CASAL
Los baobabs del Castillo de Windsor


Hablar de los baobabs del castillo de Windsor siempre nos traerá a la memoria a la reina de Inglaterra y su impresionante residencia, pero en este caso, por una broma de los exploradores, hablaremos de Madagascar. 

      En el extremo norte de la isla, se halla la ciudad y bahía de Diego Suárez (desde 1975, ambas se llaman Antsiranana). Diego Suárez fue un navegante portugués que la visitó en 1543 (en esa época sólo españoles y portugueses sabían y podían llegar tan lejos) y del que tomó el nombre con el que fue conocida la zona durante siglos. En 1824 -también se habla de 1827-, los ingleses entraron en la bahía a las órdenes del capitán de nave e hidrógrafo inglés Owen, explorando la bahía y levantando unos mapas de la zona. Quizás fuese como una broma, pero lo cierto es que le dieron el nombre de “Castillo de Windsor” a un monolito de roca caliza situado a unos veinte kilómetros al oeste de Diego Suárez. Sería en 1880 cuando Francia puso sus ojos en la bahía para usarla como un punto de abastecimiento de carbón para sus barcos de vapor, y cinco años después firmó un protectorado que incluía la bahía y sus alrededores. El monolito rocoso, el “Castillo de Windsor”, de 395 metros de altura ofrece uno de los panoramas más hermosos de esta parte de la isla, pero hacen falta al menos dos horas llegar a la cima por una empinada pendiente donde el sol golpea sin piedad, aunque afortunadamente, cuanto más arriba, más baja la temperatura por el viento. La ascensión comienza con un hermoso manglar y continúa con una sabana arbolada para dar paso luego a un bosque seco que alberga muchas plantas suculentas, algunas exclusivas de la zona, incluyendo una especie rara y amenazada de baobab: el Adansonia Suarezensis o boabab de Suárez, una especie en peligro de extinción que es el más pequeño de los baobabs de Madagascar. Alcanza de 4 a 5 m de altura, aunque pueden encontrarse ejemplares de hasta 20 metros de altura. Son gruesos, con una corteza de color marrón rojiza y se estrechan antes de las ramas, dándoles una forma de botella muy especial. Aunque son una importante fuente de alimentación para los lémures, no hay mucho en ellos que recuerde a los grandes boababs. 

   La cima de este monte (cuyo nombre oficial, una vez pasada la época colonial es “monte Andramaimbo”, pero sólo para los locales), está ocupada por las ruinas de un puesto de observación construido por los franceses en 1900, que tiene una vista completa sobre muchos kilómetros a la redonda. Los legionarios franceses, mandados por el capitán De Metz realizaron un trabajo genial, aprovechando todas las grietas de este promontorio de piedra caliza. Más de cien escalones están tallados directamente en la roca. En una primera terraza, construyeron un edificio residencial con una cocina y un sistema de recolección de agua de lluvia, y en la cumbre plana, una torre de 5 por 5 metros, hecha completamente de piedra seca y que sería el Centro Óptico del Castillo de Windsor con el único propósito de informar a la ciudad de cualquier intrusión desde la costa. 
     En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, la zona estaba bajo control de las tropas francesas de Vichy y los ingleses invadieron la zona. Después de más de cuarenta años de vigilancia, y por un corte en la línea telefónica, el Castillo de Windsor no pudo avisar a nadie y fue escenario de sangrientos enfrentamientos antes de caer en manos inglesas. Y, por esta vez, en contra de mis habituales escritos, la historia no se halla en los árboles, testigos mudos de una historia de hombres. Que sigan por siempre allí, los boababs de Suárez y del Castillo de Windsor.

Adansonia suarezensis, zona del Monte de los Franceses
Mismos baobabs de la zona del Monte de los Franceses
 
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12/20/2022

Un toque de atención a las autoridades...

FRANCISCO ORTIZ, en Nova Ciencia 2019
El último madroño de Cabo de Gata

El último pie de madroño del Cabo de Gata 

     El descubrimiento de hace 25 años del que seguramente es el último pie de este arbusto resume, en cierto modo, el potencial botánico de una zona compleja de la geografía almeriense desde el punto de vista de la biodiversidad.
      La olvidada y desinteresada labor de naturalistas anónimos y su lucha por buscar un punto de apoyo, no solo a la salvaguarda del planeta sino también a la salvaguarda de los recursos naturales locales , marca lo estimulante de un paisaje que a todas luces puede representar una vara de medir el cambio climático a nivel local. 

Foto en detalle del madroño hallado por Francisco Ortiz en Cabo de Gata. Foto: Francisco Ortiz.

Especies forestales en el Cabo

     Las duras condiciones de aridez, vigentes también hoy, no impidieron observar al naturalista y académico Simón de Rojas en el siglo XIX la presencia en abundancia de especies forestales comunes, como la encina (Quercus ilex L.), el pino (Pinus halepensis Mll.), el enebro (Juniperus oxicedrus L.), el madroño (Arbutus unedo L.), la sabina (Juniperus phoenicia L. ) o el durillo (Viburnum tinus L.).
     A pesar de su escasa pluviometría se dio la existencia natural de esta y otras especies forestales en un emplazamiento imposible de reconocer por los especialistas actuales. Sin tener en cuenta nuestras percepciones a primera vista sobre el paisaje actual, se pueden citar estas especies forestales hoy en día en día también aunque pasen inadvertidas para los botánicos convencionales.

Descubierto en 1996

     En el año 1996, ante el asombro de los especialistas que pudieron avalar el hallazgo, el naturalista Francisco Ortiz descubre la presencia de un último impensable pie de madroño en la zona sur de Cabo de Gata. Lo recóndito de la zona presuponía una relativa proliferación de mas pies que nunca fue refrendada. La existencia de esta especie nos habla de unas condiciones climáticas que conectan nuestro paisaje actual desde el punto de vista medioambiental con el pasado más cercano. Las referencias históricas y los topónimos confirman en Níjar varias zonas con madroñales, los auténticos bioindicadores de suelo forestal fértil.
     A pesar de todo, los clichés administrativos no impiden que la contribución privada ni la acción de reproducir variedades vegetales y animales en peligro de extinción prescriba nunca y se vea frenada. Sin tener en cuenta la coyuntura que supone no haber encontrado más pies en una zona donde las datos históricos de esta planta son más que constatados, ante el hecho de encontrar una subespecie, o variedad, en peligro, el naturalista y el hombre deben asumir su responsabilidad y actuar de modo propio para salvar cualquier herencia genética que se encuentre en el máximo nivel de extinción para intentar su reintroducción genética lo mas pura posible. A día de hoy se dan unas condiciones más mejoradas en este sentido; pero no mucho más porque se han podido sacar de semillas sólo siete ejemplares nuevos.

Madroño criado con las semillas del ejemplar hallado en Cabo de Gata. Foto: Francisco Ortiz.

     La falta de interés por parte de las instituciones de todo tipo a nivel local no ha impedido la reproducción con éxito de esta planta autóctona en condiciones muy artesanales y en un estadio inicial, pero si no se toman medidas institucionales mas contundentes los siguientes pasos para poder salvar esta planta autóctona, muchos mas complejos y elaborados, se verán frenados y abocarán al final de la “zona de madroños” que supone la zona de Cabo de Gata. Esperemos que una vez mas no se hable de un extraño y curioso descubrimiento que no sirvió para nada: un extraño y curioso suceso mas para los anales, en un punto sin retorno mas hacia un planeta deshumanizado y destruido por el cambio climático y sus devastadores efectos humanos y biológicos.

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