25 mayo 2022

ÉLISABETH CHOUVIN
Culto a los árboles, Etiopía 

Jardin d'Église en Ethiopie centrale
Journal d'agriculture traditionnelle et de botanique appliquée Année 1999 41-2 pp. 101-123
Tomado de Krapo arboricole

La pintura representa una escena de adoración de los espíritus de los árboles llamada adbar y practicada, aquí, por cristianos ortodoxos. Una mujer unge con mantequilla un árbol, mientras que un hombre derrama en su pie la sangre de una cabra sacrificada para la ocasión. Una repisa con café se coloca al pie del árbol, revelando la dimensión social y doméstica de este culto a los espíritus de protección, ya que el café está en el centro de muchas reuniones. Alrededor, preparan un banquete y lo degustan: carne, cerveza, café, pasteles de trigo, frijoles cocidos (nefro) están en el menú.

Culto a los espíritus protectores del árbol (adbar)

El jardín de la Iglesia en Etiopía Central - Los árboles-tumba

     Mientras algunos miembros de la comunidad han optado por la tumba de piedra, otros han elegido perpetuar la costumbre de recolectar una planta joven de olivo o enebro en un bosque cercano para plantarla en la tumba. Las piedras que forman la elíptica de las tumbas protegen a las plantas jóvenes. Esta práctica está en el origen de los grandes enebros y olivos que se observan actualmente. Se llaman mababer zaf, "árbol de la tumba" o hawelt, "estatua" o "estela funeraria". La mayoría son memoria de los notables de la parroquia que murieron durante las guerras entre el emperador Tewodros y Hayla Mālāqot, hijo del rey Sahlā Sellasé. Otros más antiguos se remontan a la época en que la iglesia se encontraba en la ladera.
      Estos árboles altos protegen el edificio de fuertes vientos. Investidos del espíritu de San Miguel y de Dios, también representan una protección simbólica contra los espíritus malignos. Su disposición no es el resultado de la casualidad. Los sacerdotes eligen la ubicación de las tumbas y dictan mediante esta acción el desarrollo del ased. Se decidió que los siguientes enterramientos se instalaran en la parte sur del territorio, desprovista de  árboles.
      Después del funeral, en varias ocasiones y durante siete años, la familia viene a orar ante la tumba e implorar la salvación del difunto. Los sacerdotes que dirigen las oraciones y los amigos son invitados a reunirse en uno de los pequeños refugios de madera construidos para este propósito. Es una ocasión para comer y beber juntos y para que la familia recuerde la ubicación de la tumba.
      Durante estos primeros años, los parientes del difunto se ocupan de limpiar el espacio que se les ha asignado, pero rápidamente esta actividad la ejerce otra persona. Es el "guardián del exterior", yàweçç zàbànna, también conocido como däbtära. Éste se encarga del mantenimiento de la vegetación del segundo recinto del ased. La tierra removida durante los entierros proporciona una buena tierra, que se echará al pie de varias plantas jóvenes. Recoger las ramas que se rompen y cortar los árboles muertos también es parte de las responsabilidades de este dâbtàra. La madera recogida se utiliza en el monasterio que se encuentra cerca, y también sirve para el alumbrado y para las fumigaciones.
     De ordinario, los fieles no tienen derecho a tales privilegios. Después de un ritual de exorcismo, aquellos que practicaron cultos a espíritus malignos simplemente pueden llegar a colgar de las ramas de los árboles-tumbas sus viejos objetos favoritos. La intervención directa en la vegetación del ased requiere, por otro lado, una cierta elevación espiritual. Es en un estado de pureza alcanzado por el ayuno y la oración, al final de una peregrinación, por ejemplo, que los fieles pueden recoger ciertas plantas. Los musgos o líquenes que crecen en viejos olivos y enebros, llamados "vestiduras de árbol", yäzaf lebs, son muy buscados para las fumigaciones realizadas como parte de los rituales de curación o purificación.
     Son ciertos miembros del clero los que tienen el esencial derecho de la recolección de las muestras tomadas en el segundo recinto del ased. Son sacerdotes, monjes y sobre todo däbtära. Además de las funciones que desempeñan en la iglesia, muchos de ellos son terapeutas y, para algunos, la actividad médica es la única fuente de ingresos. Asistidos por  miembros de su orden (el guardián de la iglesia y el del jardín), hacen del ased su reserva de plantas mágico-medicinales.
     Los sacerdotes y los däbtära buscan las plantas de sus preparaciones mágico-medicinales en los montículos de tierra que cubren las sepulturas. Las plantas útiles para su actividad deben provenir de lugares que el profano no conoce. El feligrés, por su parte, cree en la prohibición de consumir lo que ha crecido sobre los cuerpos descompuestos. Las plantas de däbtära están así bien protegidas.

      Desde la perspectiva del terapeuta, cada uno de los árboles, arbustos y plantas herbáceas en esta segundo recinto tiene un interés específico que justifica su conservación, y también la selección de especies que proporcionan los productos deseados. Las plantas que crecen en las tumbas fueron sembradas, plantadas o mantenidas cuando provenían de la flora espontánea. Teniendo en cuenta los árboles-tumba, estos también pueden ser objeto de muchos usos. Así los frutos de Podocarpus gracilior se extrae un aceite medicinal que nos ha sido señalado como la panacea para los males relacionados con los oídos (problemas auditivos, diversos dolores). El olivo es el árbol de la unción: de su madera se extrae un aceite sagrado que sólo unos pocos monjes especializados tienen el secreto de su elaboración. Alguna vez se usó para la consagración de reyes y emperadores y todavía se usa en la ordenación de religiosos. Se emplea también para la iluminación de las iglesias en oficios nocturnos. Finalmente la madera se utiliza para la fumigación en rituales de purificación o como una ofrenda dirigida a los espíritus.

Chouvin Élisabeth. Jardin d’Église en Ethiopie centrale. Journal d’agriculture traditionnelle et de botanique appliquée, 41ᵉ année, bulletin n°2,1999. pp. 110-112.
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22 mayo 2022

Etiopía y sus escasos bosques

ALEJANDRA BORUNDA y fotografías de KIERAN DODDS
Los bosques de las iglesias protegen los frágiles paisajes de Etiopía

Sacerdotes, científicos y comunidades locales colaboran para salvar el cinco por ciento de los bosques que quedan en el norte de Etiopía
La iglesia Debre Mihret Arbiatu Ensesa, que se parece a un molinillo de colores desde arriba, está rodeado de árboles. Pero los campos secos y cálidos están a pocos pasos de distancia.

De niño, Alemayehu Wassie Eshete iba a la iglesia todos los domingos. Caminaba por carreteras de tierra seca entre campos de trigo en su provincia natal del norte de Etiopía. Al final del viaje le esperaba un premio: la entrada a otro mundo, literalmente.
     Las iglesias de la Iglesia Unitaria Ortodoxa Etíope —el grupo religioso dominante en Etiopía, con casi 50 millones de fieles— casi siempre se encontraban en bosques vitales y sombríos. Los bosques, según la creencia religiosa, eran como ropa que rodeaba la iglesia que albergaban en su núcleo, tan integrantes del espacio religioso como el mismo edificio eclesiástico. Wassie salía del cálido sol y entraba en un mundo hermoso y fresco, lleno de cantos de pájaros y plantas aromáticas, un pequeño punto caliente de biodiversidad y espiritualidad.
      «Desde una perspectiva ecológica, es como pasar del infierno al cielo», afirma. «Vas de los campos secos y cálidos al precioso bosque. Cualquiera puede verlo como algo solo hermoso, pero el bosque significa más. También es un lugar espiritual donde la naturaleza es perfecta y puedes rezarle a Dios». 

Un sacerdote vestido con túnicas ceremoniales frente a un mural de vivos colores en la iglesia de Robit Bahita, cerca de Bahir Dar.
     Pero cuando Wassie empezó a estudiar biología y ciencia en la escuela, se dio cuenta de que los bosques que amaba eran pocos y distantes. En la escuela, aprendió lo importante que eran los bosques para la salud ecológica de las diversas partes del mundo y se preguntó: ¿dónde están nuestros bosques, los del norte de Etiopía? ¿Por qué quedan tan pocos?.
     En el último siglo casi todos los bosques autóctonos de la provincia de Gondar del Sur han desaparecido. Los han talado para dejar espacio a campos de trigo y pastos, empresas agrícolas que sustentan el rápido crecimiento demográfico de la región. Con todo, aún quedan muchos de los bosques de las iglesias de Etiopía, protegidos por sus guardianes religiosos y las comunidades que los rodean. Estos son fragmentos diminutos de un pasado perdido y el núcleo de la esperanza de la conservación y la restauración futura.
Los campos cerca de la iglesia de Gebita Giyorgis invaden la franja de bosque eclesiástico.

El corazón de la Comunidad

     Las iglesias y los bosques que las envuelven han servido de núcleos para comunidades locales, partes integrantes de la vida religiosa y secular, desde el siglo IV d.C. Los bosques aportan una especie de «cobertura de respeto» para las iglesias y las riquezas que albergan. Se estima que algunos de ellos tienen 1.500 años de antigüedad: son islas diminutas y antiguas de hábitat histórico en un paisaje cambiado.
      A principios del siglo XX, se estima que un 40 por ciento de Etiopía estaba cubierto de árboles. Pero a lo largo del siglo pasado, con el aumento demográfico, la demanda de alimentos se disparó. Las hectáreas de bosque se vieron reemplazadas por campos agrícolas. Poco a poco, con el paso de décadas, la cantidad total de tierra cubierta de árboles disminuyó. Ahora se sitúa en torno al 4% del país. En Gondar del Sur, los fragmentos de bosque están separados en casi 1.500 franjas diminutas.
      Las franjas forestales restantes —lugares fundamentales para la biodiversidad— están amenazadas. Especies invasoras como el eucalipto, que son valiosas porque crecen rápido y sirven como leña, están entrando en algunas de ellas. El ganado, que vaga en los bosques sombríos y frescos, pisotea plantas jóvenes y daña árboles antiguos.

Defensores del bosque

     Al principio, Wassie centró su investigación en comprender qué vivía en los bosques y cómo podrían convertirse en lugares fundamentales para preservar lo que quedaba del hábitat forestal etíope restante. Como parte de sus estudios de doctorado, contó las diferentes especies de flora y fauna. También contó las semillas presentes en el suelo, lo que le revelaría qué bosques podían recuperarse y generar árboles nuevos en el futuro. Primero, midió si estaba germinando algún árbol nuevo y rastreó cómo el ganado estaba dañando el delicado sotobosque.

El santuario de la iglesia de Ural Kidane está decorado con pinturas narrativas ornamentadas muy elaboradas ante las que reza un sacerdote.

La multitud observa cómo devuelven una réplica del Arca de la Alianza a su santuario dentro de la iglesia al final del festival de Timket, iglesia en la que se celebra la Epifanía
     En algún momento, Wassie decidió que quería dedicar su energía a proteger los bosques, no solo a estudiarlos y ver cómo mermaban. Quería ayudar a las comunidades que amaban y respetaban los bosques a salvaguardarlos, restaurarlos y quizá, incluso, ampliarlos. Se había ganado la confianza de los sacerdotes y las comunidades que cuidaban de los bosques que estudiaba y se dio cuenta de que podía colaborar con ellos para conservar los espacios salvajes.

Dos mujeres caminan por el bosque de la iglesia de Betre Mariam cerca de Zege
    
Un sacerdote de la iglesia de Robit Bahita sostiene una cruz en el bosque.

     En una conferencia académica en México, Wassie conoció a Meg Lowman, una bióloga estadounidense, y captó su interés con su presentación acerca de los bosques de las iglesias. Lowman invitó a Wassie a visitar su laboratorio para hablar más del proyecto. Cuando llegó utilizó Google Earth para imprimir imágenes de los bosques de las iglesias desde arriba. Se les ocurrió que podrían colaborar para estudiar y conservar los bosques, Lowman tenía contactos en la comunidad científica estadounidense para respaldar la investigación y Wassie contaba con un amplio conocimiento de los bosques y había establecido relaciones con los sacerdotes que cuidaban de ellos. Wassie llevó a Lowman a Etiopía, donde organizaron un taller para más de 150 sacerdotes, muchos de los cuales caminaron durante días para asistir. Los científicos proyectaron las fotografías de Google Earth en una sábana y mostraron a los sacerdotes cómo habían mermado los bosques con el paso del tiempo.

Un joven novicio se apoya en un árbol que crece en el bosque que rodea la iglesia de Robit Bahita.

Un sacerdote de la iglesia de Robit Bahita, cerca de Bahir Dar, posa para un retrato.
     «Les apasionó desde el principio porque se consideraban guardianes de todas las criaturas de Dios», afirma Lowman. «Yo, como científica de conservación, creo que tenemos la responsabilidad de salvar la biodiversidad. Tenemos el mismo objetivo»

Construir una solución

      Los científicos decidieron con los sacerdotes que lo más eficaz y directo que podían hacer para preservar los bosques era construir muros bajos que demarcaran los bosques y evitasen la entrada de los animales.
     El año siguiente Wassie y Lowman habían recaudado el dinero suficiente para dar comienzo a la construcción. Descubrieron que esta sencilla solución resultó ser increíblemente eficaz. Cada vez más sacerdotes empezaron a pedir ayuda para construir sus propios muros.
     Ahora, unos pocos años después, el dúo científico ha ayudado a más de 20 comunidades a erigir muros alrededor de sus bosques y tienen una lista mucho más larga de lugares donde querrían construir más. En los lugares donde han construido muros, los bosques prosperan tanto que los sacerdotes han decidido ampliarlos para que los bosques puedan expandirse aún más. En los bosques de las iglesias intactos, la calidad del agua es mejor que en los campos circundantes, los plantones de árboles sobreviven mejor, y los polinizadores —importantes tanto para las especies de los bosques como para la agricultura que los rodea— abundan. 
Muchas iglesias han erigido muros que impiden que el ganado entre en los bosques. En esta foto, ha caído un gran árbol y ha dañado uno de esos muros. Una mujer que se dirige a la iglesia entra por el agujero creado por el árbol caído.
 
     «Nos dijeron que la mayor parte de los bosques habían quedado destruidos y parecía que no quedaba esperanza», afirma Wassie. Pero hay miles de bosques de iglesias repartidos por el paisaje y cada uno representa, para él, un alfiler de esperanza de la restauración futura. A continuación Wassie quiere averiguar cómo conectar algunas de esas motas de bosque para reconstruir una vasta red por toda la provincia, tarde lo que tarde. «Tenemos todas las piezas», afirma. «Tengo esperanza gracias a haber trabajado con los sacerdotes. Aunque las iglesias están presionadas, trabajan para proteger lo que tenemos. Podemos recuperar aún más».
 

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic en 2019
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19 mayo 2022

EL BOSQUE SUMERGIDO DEL LAGO KAINDY, Kazajistán

El Lago Kaindy (en kazajo, 'Қайыңды көлі', Qayıñdı köli, significa "abundancia de abedul") es un lago de 400 metros de largo en Kazajistán con una profundidad máxima de 30 m en algunas áreas. Está ubicado a 129 kilómetros dirección este-sudeste de la ciudad Almatý y a 2.000 metros sobre el nivel del mar.


Una de las teorías es la de que el lago fue creado como resultado de un enorme derrumbe de caliza, provocado por el terremoto de 1911 en Chon-Kemin. ​ Otra teoría dice que el terremoto tapó el desfiladero creando el pequeño lago sumergiendo el bosque. El camino hacia el Lago Kaindy tiene varias vistas panorámicas hacia el Cañón Saty, el Valle Chilik, y el Cañón Kaindy. El lago tambien es conocido como "Bosque hundido" debido a su aspecto surrealista. Desde su superficie turquesa, como mástiles de barcos hundidos, los troncos sumergidos de los árboles secos de Picea schrenkiana se elevan sobre la superficie.

    Los lagos Kolsay y el Kaindy son parte de un único parque natural nacional, establecido en 2007.
     Sorprende, como se aprecia en el vídeo, que la parte sumergida de los abetos conserve sus ramas, colgando de ellas rosarios de algas color esmeralda que cuelgan como estalactitas en las cuevas.
     Bucear aquí requiere preparación y trajes especiales, pues la temperatura del agua en verano no supera los 6º y el aire sólo llega a los 23º.


Información y fotos de Internet 
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16 mayo 2022

"Acercando mimbre a mi padre, aprendí", la memoria del bosque

YURI MILLARES
José Correa, cestero en La Gomera: “Acercando mimbre a mi padre, aprendí”
José Correa
 

El barrio donde vive y trabaja Pepe Correa –como lo conocen sus vecinos– tiene sus casas en el cauce alto del barranco de Vallehermoso, en torno a una ermita consagrada a una virgen marinera como es Nuestra Señora del Carmen: se llama Ingenio, nombre con reminiscencias de la caña de azúcar que, sin duda, crecía en sus fértiles tierras siglos atrás. “Acercándome a mi padre para darle mimbre fui aprendiendo”, explica en la puerta de su taller, de sólidas paredes aunque, recuerda, “antes no trabajábamos como ahora, en un cuarto; trabajábamos en un barranco que hubiera apenas sombra, no había dónde meterse uno”. Como su padre, artesanía y agricultura (papas, millo, naranjas, manzanas, viña) han llenado una larga vida de laboriosa actividad en un pasado cercano más propicio a estas tareas.
      El mimbre crece en un estrecho y discreto cauce que conoce como barranco del Carmen, por el que se adentra caminando en el mismo borde por un sendero que permite ver las ranas saltar y esconderse en las charcas más hondas, en cuanto oyen pasos acercarse. El camino pasa junto a huertas de papas y, tras un paso estrecho, desciende con cuidado a sus mimbreras, que cuida y atiende para obtener de ellas la materia prima de, por ejemplo, grandes cestos de vendimia, con capacidad para 50 kilos de uva, que los agricultores de la isla le han comprado, tradicionalmente, durante décadas.

Ramas gruesas

      De los troncos de los mimbres corta las ramas más gruesas empleando unas tijeras de podar de gran tamaño; con otras más pequeñas corta las ramas más finas. La poda que realiza sirve tanto para coger varas, como para limpiar la mata y que siga dando buen material con el que trabajar. Y si se trata de plantar una nueva mimbrera, sólo tiene que enterrar una vara en la húmeda tierra: no tardará en echar raíces y ponerse a crecer. Las varas que corta para trabajar, en cambio, las lleva un poco más abajo en el mismo barranco, a un lugar más accesible que la enmarañada mimbrera. Aquí pone las varas, amarradas y de pie, en el agua que circula limpia y fresca. Cuando empiezan a aparecer raíces entre el agua y vuelven a retoñar las varas, José Correa las pela y traslada a su taller.
     Para cortar espera a los días del “menguante de febrero o de marzo. Aunque a la mimbrera no le pasa nada por cortarla en creciente (ella retoña igual), la mimbre no sirve: la que uno se lleva así se parte (para la parte de alrededor, a lo mejor se puede usar, pero para el remate y el asa no se puede, porque al retorcer se parte)”.

Negra, dura menos

     El mimbre que da forma a sus cestos lo pela, dura más y es más bonito. “Si es negra, la mimbre dura menos”, afirma, “es sin pelar y se pica más pronto”, añade. Él defiende las ventajas de sus cestos de vendimia o, más pequeños, los de fruta, frente a los baldes: “En la agricultura hace falta, porque usted va a coger un poco de fruta y, aunque esté mojada, la cesta bota el agua. En el balde no, se queda toda mojada y se arde más porque no le entra aire”. Conocedor del cada vez menor uso que la cestería tiene en la agricultura, con o sin baldes, le busca y ofrece otros usos: “Para maceta y que no se vea más que la flor, para revistero, para coger lapas”.

Trapo mojado

     Pepe Correa recuerda que antes, en los veranos, cuando la cesta que se está haciendo se pone “bronca”, había que humedecerla y “no había más que un trapo mojado o un saco”. Ahora tiene una “máquina” que la rocía con agua y vuelve a tenerla mojada para trabajar mejor.

1. En agua

Antes de empezar, hay que poner el mimbre sumergido en agua, para que se ablande. Si es mimbre negra, 12 a 15 días; si es mimbre blanca, basta de un día para otro. “Si, por casualidad, está haciendo una cesta y se va a quedar a medias, pone un poco mimbre y lo tapa con un saco, calienta agua en un caldero y se la bota encima: así se amorosa”.

2. La cruz y el fondo

Ya puesto a hacer una cesta, coloca unas varas entrecruzadas en el suelo formando una estrella. Es lo que llama “hacer la cruz” para preparar el “fondo”.

3. Arco para las paredes

Hecho el fondo, puede levantar las tiras radiales sobre las que tejerá las paredes. Pone un arco (aro de alambre) para sujetar el mimbre en la forma que tendrá la cesta y comienza a “levantar”.

4. Remate y asa

Para terminar, hace el “remate” (borde de la cesta), retorciendo y enlazando entre sí las varas que venían del fondo. Según las asas que lleva, deja algunas de esas mismas tiras del fondo que retuerce con este fin.

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