7/12/2022

JACQUES PRÉVERT (Francia, 1900-1977)
Le micocoulier 


A Antibes rue de l’hôpital
Où l’herbe à chat
Surgit
Encore indemne entre les pavés
Il y a un grand micocoulier
Il est dans la cour de l’asile des vieillards
Eh oui c’est un micocoulier
Dit un vieillard de l’asile
Assis sur un banc de pierre
Et sa voix
Est doucement bercée par le soleil

Micocoulier
Et ce nom d’arbre
Roucoule
Dans la voix usée

Et il est millénaire
Ajoute le vieil homme
En toute simplicité
Beaucoup plus vieux que moi
Mais tellement plus jeune encore.

Millénaire et toujours vert
Et dans la voix
De l’apprenti centenaire
Il y a un peu d’envie
Beaucoup d’admiration
Une grande détresse
Et une immense fraicheur.

Arbres (1976)

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7/09/2022

Faya de las vacas, del cronista de Canarias

JUAN GUZMÁN OJEDA (Ing. téc. forestal)
La Faya de las Vacas, “¡cristiano, fuerte árbol, qué hermosura!

Suele ocurrir con frecuencia que los nombres o topónimos que existen en los montes transcriben o encierran la propia historia de los mismos. Así, a mayor número de términos relacionados con la flora y fauna local –barranco del Cuervo, llano de los Poleos– mejor habrá sido el grado de conservación; mientras que si lo que predominan son los nombres propios o referencias directas a los aprovechamientos –El Cargadero, Pozo de la Brea, hoya de Félix, Los Timoneros– mayor habrá sido la intensidad de uso en el actual medio natural.


     Y pesar de ello existe hoy un abundante y cerrado bosque donde hace apenas un siglo la vista podía alcanzar desde el mar hasta la cumbre, allí no escapaba ningún animal del arma del cazador y “apañar unos palitos y unos puños” constituía la más cotidiana de las tareas. El hombre debe al bosque mucho más de lo que pudiéramos pensar, prácticamente en igual proporción con la que gran parte de la sociedad actual no valora su importancia.
     De entre los topónimos que proceden de aquella época de subsistencia y hambrunas, todavía persisten muchos en los montes de La Palma, los mismos que unen la costa con los bordes cumbreros de la Caldera de Taburiente por el este insular. A media altura de estas empinadas faldas del relieve palmero se nos repiten tres hitos con un mismo denominador: el lomo, el llano y la Faya de las Vacas. Aunque parezca difícil de imaginar, hubo un tiempo en el que estas laderas fueron pastadero de estos enormes rumiantes, cual estampa típica de muchos montes altos de la España peninsular. La raza vaca palmera se encuentra hoy reconocida como descendiente de las primeras rubias gallegas que llegaron tras la Conquista.
     Ya sin vacas, el nombre persiste. Todavía hay un lomo, un llano y también un gran ejemplar de Morella faya. La faya es uno de los árboles más abundantes de los montes canarios. En asociación con el brezo (Erica arborea) ocupa los lugares menos aptos para el desarrollo de la laurisilva, colándose también en las mezclas de los pinares húmedos. Normalmente, las fayas son árboles de escaso tamaño y altura, pero la protagonista de este artículo se sale de la norma.

Buena sombra y cualidad forrajera
      Se desconoce cuál sería la razón por la que la Faya de las Vacas evitó la roturación histórica. Debió ser una mezcla entre demasiado trabajo para la tala, la buena sombra, la estupenda cualidad forrajera, las condiciones de refugio para una chocita y un corral y, además, un “¡cristiano, fuerte árbol, qué hermosura!”
     En realidad, la Faya de las Vacas es un pedacito respetado del bosque primigenio que reinó en La Palma sobre la coordenada 28º 43´ 40″ N y 17º 47´ 40″ W. La faya en sí es un gran ejemplar constituido por cuatro potentes troncos principales, pero al este de la misma nacen otras dos, también multicaules (varios tallos). Todo el conjunto entrelaza una misma carpa verde de unos 20 metros de diámetro por 15 metros de altura.
     El bosquete se encuentra circundado por dos pistas forestales que se vuelven a interconectar, por pastizales en proceso colonizante por los helechos y el cortejo del pinar húmedo, así como con contadas parcelas de cultivo en las que algún resto de papas todavía se observa. Tal y como nos cuenta Fano Hernández, pariente cercano a la propiedad de los terrenos y ex trabajador de Medio Ambiente, es muy difícil sacar cosechas, porque a esta altitud (1.300 m) los arruís (Ammotragus lervia) suelen bajar de las cumbres y escarbarlo todo.
     También nos cuenta que cuando se aprovechaba todo el monte para pasto, madera y carbón, hubo un viejito que hizo un corral de cabras bajo la Faya de las Vacas, protegiendo la base de la misma con otro corral interior para que los animales no mordiesen la corteza. Fano nos dice que antiguamente la faya era hasta más esplendorosa y altiva, seguramente por el efecto de los estercolados gratuitos que recibía.
     Por otra parte, la falta de abrigo de la selva original que rodeó a este bosquecillo ha dejado notar su vulnerabilidad ante fenómenos adversos como fuertes vientos. Es por ello que aunque se trate de un árbol situado en propiedad privada, han sido varias las veces en las que la Administración ha realizado labores culturales de mantenimiento, recortando y retirando las ramas altas y desgajadas.

El más longevo
     Actualmente presenta un estado saludable, aunque resulta patente el paso de los años. Ya que esta frondosa se renueva por cepa, es difícil calcular su edad, pero no tememos equivocarnos al afirmar que se trata del ejemplar de Morella faya más longevo, desarrollado y grueso que exista en su especie.
     Con el tiempo, el trajín de los aprovechamientos forestales ha ido cesando, ya no existe carboneo y el pastoreo y la agricultura tienen un carácter testimonial. Poco a poco el espacio se va transformando hacia una naturaleza cercana al estado original. Un tipo de monte con mayor riesgo de incendio y a su vez hacia una preocupante naturaleza de carácter insostenible. La idea nostálgica de que el monte se recupere no debe confundirnos con la necesidad de la gestión forestal que requiere el territorio, incluyendo, cómo no, la preservación de nuestros árboles más admirables e insignes.

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7/06/2022

BERNARDO FERRANDO (Uruguay)
El Cedrón


Hubo una época en el mundo, en que los seres humanos vivían en paz y armonía. Los conflictos se solucionaban pacíficamente y se disfrutaba del invierno así como del verano. El otoño era una época de recambio y la primavera, de renacer.
     Se olía el aire puro, los arroyos y los ríos eran transparentes y estaban llenos de peces que alimentaban a los indígenas que vivían en sus márgenes. En los montes había árboles grandes y hermosos, los pájaros cantaban los designios divinos. Los duendes y los seres elementales hablaban, jugaban, sonreían y compartían sus enseñanzas con los seres humanos.
     Los habitantes de estas tierras cosechaban los frutos de los árboles, cazaban para comer y usaban sus canoas para transitar por los arroyos y los grandes ríos como el Uruguay y el Paraná. Se curaban con hierbas y con flores. Disfrutaban al ver las estrellas y reverenciaban a la luna con ofrendas y ceremonias sagradas.
     Este relato sucede en esa época de la humanidad.
     Iba terminando el otoño, venía el invierno con sus lluvias y crecientes. Un día, dos niños Caboá y Tupí, fueron río arriba buscando frutos de los árboles. Hacía calor pero se avecinaba una tormenta. Ésta los sorprendió y los niños se refugiaron debajo de unos árboles para esperar que pasara. Las aguas del río pasaron de un caudal tranquilo a una corriente que arrollaba todo a su paso. El río se desbordó en plena noche.
     Caboá y Tupí se subieron a un Timbó para protegerse. Lloraban angustiados por la situación, veían cómo el agua arrastraba árboles y animales. Todo se transformaba en un inmenso mar. El árbol en el cual se cobijaban cedió a la correntada. Sus ramas sobresalían del agua varios metros y su tronco inmenso servía para que los niños permanecieran sentados. Sobre esa improvisada nave los dos niños emprendieron un largo viaje durante el cual la naturaleza los sometería a duras pruebas.
      Entre las hojas del inmenso árbol vieron nidos de pájaros y escondido, mirando fijamente, un yaguareté. La angustia de los niños se acercaba al límite.
     El duende del Cedrón llamado Oloxali también viajaba en ese árbol. Era una experiencia que los niños debían pasar para aprender y crecer.
     Le dijo Oloxali al yaguareté:
     -Has de ayudar a estos niños para que aprendan de tu valor.
     -Y tú les darás de comer y les enseñarás a vivir esta experiencia con serenidad y tranquilidad, le contestó el yaguareté.
     El yaguareté se acercó a los niños que lo miraban asustados y se refregó sobre ellos suavemente para que se dieran cuenta que los iba a cuidar y ayudar. El duende del Cedrón los miraba desde una rama y le ordenaba al animal cómo socorrerlos. El animal lamía con ternura los pies a los niños. Al ver esto se fueron tranquilizando. Poco a poco fueron entendiendo el lenguaje del animal, por lo que el miedo se les pasó y durmieron abrazados el resto de la noche.
     Paró la lluvia pero el enorme árbol de Timbó fue siguiendo el cauce del río. Al descender las aguas el Timbó tocó el fondo del río y Caboá, Tupí, el yaguareté y Oloxalí buscaron refugio. Se metieron dentro de una cueva. Las criaturas aprendieron muchas cosas del yaguareté y del duende del Cedrón: el valor, la astucia, la serenidad y la paz para enfrentar las situaciones de la vida. El animal les enseñó a cazar y a procurarse alimento, el duende les enseñó a comunicarse con las plantas y las flores para curar sus enfermedades.
     Llegó el día en que terminó el invierno, el yaguareté debía seguir su camino solitario, Oloxalí les había enseñado el secreto de las plantas, por lo que ya estaban prontos para enfrentar la vida y sobrellevar las situaciones con valor y serenidad.
     Era así como debían volver a sus tierras con su gente. Habían hecho un pacto con el yaguareté y el duende para aplicar sus enseñanzas. El duende los abrazó, el animal les lamió los pies, marchándose despacio entre los árboles del monte. Los niños se quedaron mirándolos, tristes y a la vez contentos.
     Luego emprendieron el regreso, pero ya no eran niños, habían crecido. Caminaron mucho hasta encontrar a los suyos que los esperaban ansiosos. Habían vivido una experiencia que serviría de ejemplo a quienes los rodeaban.

---Fin---

7/03/2022

La Olivera 'de les Quatre Soques', Premio AEMO 2022


P. SELLÉS, en "Las Provincias"
Una olivera pone a Benimassot, Alicante, en el mapa medioambiental de España
Este árbol milenario de 15 metros de perímetro ha sido premiado en un certamen por su monumentalidad

    El mantenimiento es otros de los factores a tener en cuenta. El agricultor benimassoter procura no podar en exceso su árbol, y es que como él mismo reconoce, «si lo cortas mucho acaba empobreciéndose y envejeciendo más rápidamente». Lo más adecuado, según él, es podar las ramas justas para que circule más aire entre ellas y así se prevenga la aparición de hongos.
      También alude al elevado coste que supone la poda de estos ancestrales árboles. «Si contratara a alguien para que lo hiciera, debería invertir como mínimo 2.000 euros anuales para los 46 olivos que tengo en el terreno». La Olivera 'de les Quatre Soques', localizada en Benimassot, Alicante, ha sido reconocida como la más monumental de todo el país en 2022. Así lo ha decidido la Asociación Española de Municipios del Olivo, que desde hace 15 años reconoce el valor de estos árboles mediante un concurso. Se trata del segundo olivo de la provincia de Alicante en recibir el reconocimiento. Anteriormente (en 2010) ya lo consiguió uno de Gorga, localizado también en la comarca de El Comtat.
      El olivo que ha sido premiado este año es una pieza milenaria que pertenece al benimassoter Samuel Piera. Su propiedad ha pasado por la familia Piera de generación en generación hasta llegar a él, que lo mantiene junto a otros 45 olivos en dos hectáreas de terreno.
      El origen del nombre (de los cuatro troncos, en castellano) se remonta a principios de siglo XIX, en tiempos del tatarabuelo de Samuel. Por lo visto, fue este antepasado el que cortó uno de los cuatro troncos que formaban el olivo, dejando la base en los actuales tres. A pesar de aquella merma, el árbol ha seguido manteniendo su nombre con el paso de las décadas.
      Si bien Samuel no se aventura a determinar la edad de su olivo, todo apunta a que tiene carácter milenario. A esa notable cifra se suman otras dos que denotan su monumentalidad: Una altura de siete metros, y un perímetro aproximado de quince.
      El árbol ya era célebre antes incluso de recibir el reconocimiento, puesto que servía de imagen para el sello 'Castell de la Costurera', una empresa familiar del vecino municipio de Balones que se dedica a la producción de aceite de oliva.
      De hecho, fue un miembro de esta empresa el que presentó el árbol a concurso. Lo hizo bajo el nombre 'L'olivera de Sam' (en referencia a su propietario), en vez de con el apelativo original. El galardón ha sido entregado en el marco de la 21ª edición de la Feria del Olivo de Montoro.


Producción y mantenimiento

     Piera cuenta que su árbol tiene tres variedades de aceituna, entre ellas la Grossal y la Villalonga (en referencia al pueblo del que es originaria). Esta última es la que más predomina en 'la olivera de les quatre soques', y se encuentra en sus ramas superiores. Esta diversidad de especies en un mismo árbol responde a los procesos de injerto ('empelt' en valenciano) a los que ha sido sometido a lo largo de los años.
      Además, el árbol puede llegar a producir 120 kilos de aceitunas en un mismo año; «pero eso si hablamos de un año de carga máxima» reconoce Piera, ya que a mayor longevidad del árbol, la producción merma progresivamente. Esto hace que el volumen de aceitunas que se puedan recoger de él sea muy variable, alternando años de carga máxima, con otros de carga media, y en ocasiones con una producción ínfima.
      A su vez, la longevidad y fragilidad del árbol conllevan que se deban aplicar procesos manuales para la recogida de la aceituna, más costosos y lentos que los mecánicos.


   
Fotos de Venerables Árboles - junio 2022
Más información:
https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/olivera-de-les-quatre-soques-de-benimassot-alicante-108803608
https://www.aemo.es/page/historial-de-premios-olivos
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