3/07/2017

AL RESCATE DE LOS MANGLARES DE VERACRUZ, México
Fundación Pedro y Elena Hernández, A. C.

      La importancia de los manglares se fundamenta sus servicios ambientales, entre los que destacan: ser una barrera contra huracanes, mantener la línea costera estable, funcionan como importantes sumideros de CO2, son filtros de sedimentos y contaminantes que arrogan los ríos, son zona de crianza de infinidad de especies de peces, crustáceos, moluscos, muchos de los cuales tienen valor comercial y sustenta a la industria pesquera. Ponerle precio a todo lo anterior nos permite empezar a valorar a este hermoso ecosistema costero.
     Hasta hace poco se veía a los manglares como sitios pantanosos, insalubres e inútiles, por lo cual muchos fueron quemados, desecados y talados para convertirse en pastizales para ganado, aumentando así la frontera agropecuaria.
     La enorme riqueza pesquera de la Laguna de Tamiahua en el norte de Veracruz, está estrechamente ligada a los manglares que cubren, o cubrían, las costas de la propia laguna. Por lo anterior y ante la importancia de conservar los ecosistemas costeros como los manglares, desde hace poco más de cuatro años, la Fundación Pedro y Elena Hernández implementa en colaboración financiera con CONAFOR, un Programa de Pago por Servicios Ambientales por Conservación de la Biodiversidad (PSA), a través de Fondos Concurrentes, en cinco ejidos colindantes a la Laguna de Tamiahua Veracruz, o mejor conocido como el corredor costero de Tamiahua, con lo cual se protegen y conservan 2,780 hectáreas de manglares, selvas, encinares tropicales y otros humedales, así como diferentes cuerpos de agua conocidos como ciénegas, lagunas y esterillos, ayudando a los pobladores a entender su importancia y enseñando a generar un aprovechamiento responsable de los recursos.
Como parte de este programa se realizan trabajos de protección, conservación y restauración en cinco ejidos localizados en la franja costera de la Laguna de Tamiahua, con lo cual se han fomentado acciones como la limitación de pastoreo a través del refuerzo, construcción y mantenimiento de 15 km de cercado; protección y prevención de incendios mediante la capacitación y conformación de cinco brigadas contra incendios y la apertura de 7.9 km de brechas corta fuego, así como la colocación de señalamientos informativos y diversas actividades de vigilancia y monitoreo.
    Asimismo, se han realizado acciones que permiten la restauración de humedales, en los últimos tres años se ha aperturado y dado mantenimiento a varios esteros y esterillos locales, a través de desazolve, removiendo más de 2,900 m³ de sedimento, con lo cual se han reestablecido flujos hídricos con el consecuente aumento del hidroperiódo (período de tiempo durante el cual un humedal está cubierto por agua) y mejora en la calidad de agua, lo cual repercute en la recuperación de manglares e incluso en el aumento de producción pesquera de estos cuerpos de aguas someras.
Hoy ya existen sitios de manglar que antes fueron pastizal, sorprende navegar entre isletas en donde los manglares ya reverdecen e inician la conversión del paisaje en un laberinto de ramas y hojas, cuesta trabajo creer que en estos humedales repletos de biodiversidad hasta hace poco solo había una vaca por cada 10,000 metros de pastizal.
     Estas acciones han ya beneficiado directamente a 181 personas y a más de 500 de forma indirecta que viven en la zona. En tres años de trabajo esto ha implicado un trabajo exhaustivo de 6,242 jornales.
     Ante la importancia de continuar con la conservación, restauración y el uso sustentable de los humedales, Fundación Pedro y Elena Hernández, en Colaboración con CONAFOR, implementarán a partir del 2017 uno de los proyectos de restauración de manglares más ambiciosos de México en la Laguna Tamiahua, nombrado CUSTF (Programa de Compensación Ambiental por Cambio de Uso del Suelo en Terrenos Forestales ) que busca lograr una restauración comunitaria del ecosistema de manglar de a cuenca baja del Río Tancochin y porción norte del corredor costero de Tamiahua, en el estado de Veracruz, con lo que se pretende restaurar 1,453 hectáreas (Ha) de manglar y humedales, así como inducir y reforestar dentro de este espacio 118.5 Ha de manglar para recuperar la cobertura vegetal (...)
(...) La naturaleza podría restaurar el manglar en su totalidad solo al retirar los factores estresantes del ecosistema (ganado, tala, incendios, entre otros), pero esto tardaría muchos años, por lo que se interviene para acelerar el proceso, las principales acciones a implementar en la restauración será: roturar (arar o labrar) los suelos para descompactar décadas de pisoteo de ganado, esto con la finalidad de mejorar los suelos y disponer nutrientes y oxígeno a las plantas; así como la apertura de canales de agua primarios y secundarios mediante la remoción de sedimento, esto con la finalidad de mejorar el hidroperiódo de los sitios de re establecimiento de manglar.
     Con éstas acciones se espera que 1,453 Ha de terrenos dañados por décadas de pastoreo, recuperen la cubierta forestal de manglar, beneficiando a los ejidos de manera directa a través de la creación de empleos, y de manera indirecta con el mejoramiento de servicios ambientales que, de manera continua a través de la pesca, uso de recursos maderables y no maderables, y un manejo sustentable, mejoren la calidad y condición de vida de los dueños del territorio.
    Y todo porque ejidatarios en conjunto con Fundación Pedro y Elena Hernández ayudan a la naturaleza a recuperar un espacio, antaño compartido entre solo dos especies; pasto y vaca
s.
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3/05/2017

JOSÉ PLUMED(técnico n arboricultura del Jardín Botánico de València)
febrero 2017
Árboles monumentales
 
Los árboles monumentales de nuestros pueblos, nuestros patriarcas, ese patrimonio histórico, social y cultural que tanto estimamos los valencianos, están desde ahora más desatendidos y expuestos a los numerosos peligros que les rodean. Los malos augurios habían estado gestándose diez años, los transcurridos sin que los políticos hayan hecho prácticamente nada por aplicar y desarrollar la Ley que ellos mismos aprobaron por unanimidad en Les Corts. Pero últimamente ya no se limitan a no hacer, sino que parecen haber decidido deshacer lo poco hecho.
      La primera señal de alarma llegó el pasado otoño, cuando la Diputación de Valencia desmanteló el único departamento específico de árboles monumentales en toda España y despidió a su director, el botánico Bernabé Moya. En sus más de 20 años de existencia, el Departamento había realizado una valiosísima labor de investigación, formación y divulgación sobre numerosos temas relacionados con el medio ambiente, la arboricultura ornamental o la palmicultura. En colaboración con diversas instituciones nacionales e internacionales, fomentó de manera decisiva el conocimiento y la difusión de la arboricultura, aportando materiales y técnicas que revolucionaron este sector de tanta importancia en la economía de la Comunitat Valenciana.
      En este terreno, la Diputación y el Jardín Botánico de la Universitat de València´siempre se habían encontrado. Hace ya muchos años, organizaron juntos el primer intercambio europeo de formación, en el que se actualizaron los conocimientos y técnicas para realizar un trabajo de calidad sobre los árboles y palmeras. La labor formativa realizada por Bernabé Moya y el departamento que dirigía ha permitido que numerosos jardineros y podadores que trabajan en nuestros municipios tengan una visión actualizada de la arboricultura, con lo que mejora la calidad de sus trabajos, su seguridad laboral y la salud de nuestros árboles y palmeras.
      Bernabé Moya formó parte también del pequeño grupo de expertos que creó en 1994 la Asociación Española de Arboricultura, organización que ha permitido la difusión a lo largo de todo nuestro territorio de una cultura del árbol bien entendida. Incluyendo a las palmeras, que también estaban abandonadas a su suerte en toda Europa y eran objeto de continuos maltratos por una gestión inadecuada. En 1999, Bernabé, Claudio Littardi y otros científicos y técnicos europeos fundaron en la ciudad italiana de San Remo el Centro Studi e Ricerche per le Palme, organizador desde entonces de una bienal que se ha asentado como el encuentro europeo más importante sobre temas relacionadas con el fascinante mundo de las palmeras.
      Desde el departamento de árboles monumentales, Bernabé ha dirigido diversos proyectos europeos de investigación. Por ejemplo, Big Trees for Life, destinado a divulgar los árboles monumentales españoles y su importancia en la conservación de la biodiversidad. Este proyecto promovía el uso de estrategias sostenibles a aplicar sobre los árboles viejos y los bosques maduros en municipios de la Red Natura 2000, poniendo de manifiesto la importancia de estos árboles como refugios de biodiversidad, testigos del cambio climático, creadores del paisaje, motores para el desarrollo sostenible de las economías rurales y símbolos para el medio ambiente y la educación medioambiental.
      El proyecto más conocido en el que ha participado el Departamento ha sido CypFire-Barreras verdes de ciprés contra los incendios, una solución fiable, ecológica y económica para salvaguardar las regiones mediterráneas. Este proyecto ha sido cofinanciado por fondos de la Unión Europea y se desarrolla en colaboración con 12 centros de I+D+I de 9 países del arco mediterráneo). El proyecto ha presentado unos resultados esperanzadores para un país asolado por los incendios, como es el nuestro. Con el cierre del departamento se abandona el proyecto sin concluir y 7000 cipreses de diversas variedades desarrolladas específicamente para este fin corren riesgo de morir al estar depositados en un vivero desde hace varios años. Sólo faltaba plantarlos en áreas piloto donde comprobar si lo ocurrido en el incendio de Andilla, donde se quemó todo menos una parcela experimental de cipreses, fue un espejismo o puede convertirse en una realidad que genere futuro.
      Y cuando todavía estábamos recuperándonos de la sorpresa y la indignación por la decisión de cerrar el Departamento y despedir a Bernabé, la Generalitat, a la que la propia Diputación entrega las competencias en árboles monumentales, nos vuelve a sorprender. Hace pocos días anunció la inminente reforma de la Ley, pero no para extender la protección sino para restringir el número de árboles y palmeras que se pueden acoger a ella. Varios de los ejemplares del Jardín Botánico, por ejemplo, quedarían fuera, por no hablar de los cientos de olivos multicentenarios que volverían a quedar expuestos a ser arrancados y exportados. Cierto es que ahorraríamos algo de dinero a los maltrechos presupuestos públicos, pero ¿vale la pena abandonar a nuestros patriarcas por un puñado de euros? ¿Es ese el precio de nuestra ética? ¿Es, al menos, una política de futuro?

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3/03/2017

JOSÉ M. ALCAÑIZ y BERNABÉ MOYA
Árboles Sagrados
De Dharma Nº2
 
Quizá sea porque le recuerda su pasado arbóreo, quizá porque los árboles le proveen de todo lo necesario para la vida, quizá porque le hacen soñar con las alturas, la especie humana siente una veneración especial hacia los árboles. Hay quien dice incluso que, en el plano energético, el árbol es la imagen especular del hombre. El árbol se ramifica hacia fuera y produce oxígeno; el sistema respiratorio humano absorbe oxígeno y se ramifica hacia adentro, con la tráquea como tronco, los bronquios haciendo el papel de las ramas principales y dividiéndose en infinidad de bronquiolos. Al tiempo, el sistema respiratorio humano expele dióxido de carbono, que es el alimento del árbol.

Una bonita imagen, sin duda, pero hay que ser prudentes a la hora de dejar volar la imaginación. Seguramente, sólo estamos ante un ejemplo de convergencia adaptativa: órganos que han de realizar la misma función acaban teniendo el mismo diseño. Al fin y al cabo, también nuestras redes de distribución de agua o de electricidad siguen el mismo esquema. Estas analogías, que a nosotros todavía nos conmueven, han tenido comprensiblemente un enorme impacto sobre mentes más primitivas. Para los indios de las praderas norteamericanas, el árbol era el eje del mundo; al fabricar sus viviendas de piel, situaban en el centro un tronco de abeto o de abedul, por encima del cual giraban las estrellas y por debajo las actividades humanas. Los árboles participan en los tres niveles de la existencia, el subterráneo, el terreno y el celeste; imposible no pensar también en los tres niveles de la psique que señala Freud.

Los árboles han tenido un valor crucial para la humanidad desde el mismo momento de su aparición sobre la tierra. Incluso desde antes, dado que los primeros homínidos proceden de simios arborícolas que a lo largo de millones de años se adaptaron a vivir en el suelo. Quizá por eso, el Dios hebreo crea los árboles de manera previa a cualquier animal, antes aún que el Sol y la Luna. Después, el cristianismo acentúa este papel central de los árboles. La historia bíblica de la redención bascula sobre dos árboles: el de la fruta prohibida, origen del pecado, y la cruz de Cristo, fuente de la salvación. El paso de los siglos ha desvirtuado ambos símbolos hasta hacerlos casi irreconocibles. Es lógico en el caso de la cruz, que sólo desde la elaboración simbólica puede ser visto como un árbol. “Fiel cruz, árbol sobre todos noble: ningún bosque ofrece algo similar en hojas, flores o semillas”, dicen los oficios de Viernes Santo, pero es comprensible que pocos fieles hayan reparado en ello.

En cambio, resulta sorprendente el error generalizado sobre el árbol del Edén cuyo fruto come Eva y hace comer a Adán, atrayendo con ello la ira divina y su expulsión del Paraíso. La inmensa mayoría de las personas a quienes preguntemos nos dirán que se trababa de un manzano, porque así lo han representado los pintores a lo largo de la Historia del Arte. Una simple lectura del Génesis demuestra, en cambio, que el Libro no habla de ningún árbol conocido hasta que menciona la higuera. Con sus hojas tapan Eva y Adán su desnudez, súbitamente vergonzosa tras comer el fruto prohibido. Miguel Ángel, en los frescos de la capilla Sixtina, es uno de los pocos artistas que no representa el árbol de la Ciencia del Bien y del Mal como un manzano, y probablemente el único que lo pinta como una higuera. Una brillante intuición: el árbol que causa la vergüenza proporciona también los medios para ocultarla.

La higuera bajo la que Buda recibió la iluminación

Una higuera, aunque de especie distinta, es el árbol bajo el que Sidharta se convierte en Buda, en el lugar llamado Bodhagaya. No se trata de la higuera mediterránea, Ficus carica, sino un pariente muy próximo, de hojas en forma de corazón con la punta muy alargada. Conocido en su lugar de origen como bodhi, Linneo lo bautizó Ficus religiosa en reconocimiento al carácter sagrado que este árbol tenía y sigue teniendo en la India. Buda medita a su sombra, protegido por sus ramas y hojas, seguramente en el seno de las poderosas y extensas raíces que recorren el suelo bajo su ser. Las raíces aéreas cuelgan de lo alto de la copa, formando pilares que se funden con el entramado radicular.

En el Islam no hay un árbol sagrado como tal, aunque dos especies muy resistentes a la sequía tienen una consideración especial, como cabe esperar de una religión nacida en el desierto. Son la palmera y el olivo. En el centro del paraíso musulmán brilla eternamente, sin fuego ni humo, la luz de un olivo convertido en gigantesco candil de su propio aceite. En cuanto a la palmera, ya en el siglo VII a.c. se escribía en la India sobre sus hojas secas, que luego se cosían formando libros. Herodoto dejó escrito que los griegos habían tomado de Asia Menor no solo el culto y la cultura de la palmera sino también el alfabeto, que pasaría a ser la matriz de las escrituras del mundo occidental. En el libro sexto de la Odisea, Ulises cuenta que se detuvo largo tiempo ante la palmera que crecía junto al altar del dios del Sol, pues en ningún lugar de la Tierra había un tronco semejante. Al parecer fue aquí, en el templo dedicado a Apolo en Delos, donde nació la costumbre de entregar palmas a los vencedores, aunque sin duda presenta influencias semitas. Teseo fue quien organizó los primeros juegos en honor del dios, recompensando a los campeones con palmas del árbol sagrado.

 Entre los pueblos celtas, el árbol sagrado era el roble, y de ellos procede la tradición de ornamentar un árbol en Navidad. Como el roble pierde las hojas en invierno y parece muerto, los celtas y otros pueblos centroeuropeos le ofrendaban frutos y luces para que reviviera, y con él toda la naturaleza. El cambio del roble al abeto procede de San Bonifacio, un misionero inglés que evangelizó Alemania en el siglo VIII y que derribó un inmenso roble consagrado a Thor para demostrar que no era sagrado ni intangible. El abeto, con su hoja perenne, representaba mejor la omnipresencia de Dios, cuya faz nunca se oscurece. Para los pueblos situados más al norte, en la península escandinava, el árbol sagrado era el fresno. Para los chinos, como cabe esperar de un pueblo tan abundante y tan variado en lenguas y en creencias religiosas, hay tres árboles sagrados. El bambú, el ciruelo y el pino son los Tres Amigos, que representan respectivamente la flexibilidad, la belleza y la verde lozanía. Son tres de las cualidades que el taoísmo consideraba indispensables para vivir una vida sana y longeva.

Encontramos ejemplos similares en Sudamérica y en Oceanía; sería muy larga la enumeración porque, con la excepción tal vez de los esquimales por razones obvias, cada pueblo ha venerado el árbol que le ha resultado más útil.

Conforme avanza la mal llamada civilización, la humanidad va trastocando el delicado equilibrio que mantenía con el bosque. La relación simbiótica va derivando hacia el parasitismo. Pero el hombre ni siquiera es un buen parásito. Pocos parásitos matan a su víctima, porque morirían con ella al quedarse privados de alimento. El hombre, en cambio,

“el hombre de estas tierras que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra”.
 
describe Antonio Machado con más concisión y más fuerza que cualquier historiador. Y también, con mayor precisión que cualquier científico, establece las consecuencias de este comportamiento suicida:

Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra

por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra”.

Raer los encinares. Hacía falta un poeta para definir con tal exactitud lo que el hombre hizo con estos árboles casi indestructibles, arrancando incluso las raíces que les hubieran permitido rebrotar después de la tala a matarrasa. Una tal rapiña tenía explicación en tiempos de hambruna; ahora continúa por motivos mucho menos nobles. No contenta con haber exterminado la vegetación originaria de la mayor parte de España –y de toda Europa occidental en mucho mayor grado todavía– la ambición humana se dirige ahora a los pocos supervivientes de la hecatombe. Y sin ningún respeto por la edad, el simbolismo o la historia de algunos ejemplares. Ya no hablamos de los árboles que han quedado sumergidos bajo las aguas de un embalse o que han cedido el paso, y la tierra que ocupaban, a una carretera o un polígono industrial. No contamos los que han desaparecido víctimas de un incendio forestal, en más de una ocasión provocado con intereses urbanísticos. Ni siquiera aquellos que han quedado convertidos en vulgares tablones. Nos referimos a los que están pereciendo por razones tan lamentables como son la ostentación, el lujo y el esnobismo. La vanidad, en suma.
 
Uno de los motivos más absurdos es el que conduce a la tala de castaños multicentenarios en León, en Asturias y en Galicia. El castaño proporciona una de las mejores maderas para la construcción y ha sido usado ampliamente en estas y otras regiones, pero normalmente dentro de explotaciones sostenibles. Cada año se cortaba sólo los que alcanzaban una edad determinada y se plantaba otros en su lugar. Y, sobre todo, se respetaba a los que por alguna razón -normalmente la de estar destinados a la producción de fruto- habían alcanzado dimensiones extraordinarias. Porque, además, su madera carcomida ya no podía servir más que para mala leña. Ahora, la insaciable vanidad humana ha encontrado un uso más rentable para una pequeña parte de estos colosos. Igual que el hombre mata tiburones para aprovechar sólo las aletas, o rinocerontes para usar únicamente el cuerno, arranca estos árboles sólo para obtener una pocas rodajas de raíz, usadas para adornar los salpicaderos de coches de alta gama. Que, además, a los pocos años van a parar al desguace.

Peor, incluso, es lo que está ocurriendo con los olivos de la costa mediterránea. Peor porque, con una de las perversiones del lenguaje propias de la sociedad de consumo, no se habla de tala, ni siquiera de arranque. Los que se benefician de este tráfico lo denominan recuperación. Bajo este paraguas tan ecológico, en los últimos veinte años han desparecido centenares de ejemplares que superaban los mil años de vida. Así como en otras especies se aplica con demasiada alegría el adjetivo centenario, en el caso de los olivos podemos hablar con toda seguridad de individuos milenarios. Algunos se acercan a los dos milenios; son árboles, por tanto, plantados por los romanos, con frecuencia a la vera de la Vía Augusta. En algún caso podría tratarse incluso de supervivientes de la época fenicia, porque el olivo es un árbol prácticamente inmortal si no hay una excavadora de por medio. Cuando el tronco principal está exhausto y troceado por las tempestades, la ancha cepa de la que brota se yergue de nuevos brotes que son, con toda propiedad, el mismo árbol.
 
¿Será por dinero?

Pues bien, la inmensa mayoría de estos olivos, los seres vivos más viejos de Europa, ya no están donde nacieron, sino en chalés de muchos millones, en la fachada de empresas de postín, en parques temáticos, en rotondas… o muertos. Muchos de los que siguen vivos en estos lugares exóticos para ellos morirán también en los próximos años, cuando agoten las reservas que les permiten resistir incluso un quinquenio. Será una larga agonía mientras intentan a la desesperada rehacer un sistema radicular que ha sido prácticamente eliminado durante un proceso que sólo con enorme imaginación podríamos calificar de trasplante. Porque a estos venerables ancianos se les trata con la misma delicadeza que si operáramos un cerebro humano con unas tijeras de podar. Sus raíces pueden alcanzar un radio de 20 o más metros, pero son seccionadas a ras de tronco mediante una pala excavadora. Como se le va a dejar sin raíces que extraigan agua del suelo, previamente se le ha privado también de hojas que la evaporen. El resultado es un muñón sin ramas ni raíces, que una grúa coloca sobre un camión camino de La Junquera, y que tiene unas reducidísimas esperanzas de vida. Desde luego, no tiene ninguna de recuperar su porte original: bastante hará con sobrevivir unos cuantos años, mientras libra una batalla perdida de antemano con legiones de insectos y oleadas de hongos que se aprovechan de su debilidad.

Detrás de todo, además, hay una estafa flagrante al propietario del árbol. El agricultor recibe, como mucho, dos o tres mil euros por el olivo, mientras que el intermediario se embolsa varias decenas de miles sin más gasto que el de la excavadora, la grúa y el tráiler. Y aun así, para el agricultor no es mal negocio. Aparte de cobrar por librarse de un árbol complicado de trabajar, plantará cuatro en su lugar y en pocos años obtendrá la misma cantidad de aceite. Incluso más, si tenemos en cuenta que no plantará la misma variedad sino nuevos híbridos más productivos, aunque de menor calidad. Pero el colmo estriba en que, además, recibirá más fondos públicos en concepto de subvención que antes, porque la Unión Europea paga las ayudas al olivar en función del número de árboles, no de la producción. Podemos concluir sin faltar a la verdad que los poderes públicos no sólo no están haciendo nada para impedir este expolio del patrimonio arbóreo, sino que lo están incentivando.

Este saqueo de árboles, hábitats y culturas también afecta de forma singular a las palmeras de todo el mundo. La palmera es un símbolo de larga tradición. Y late con tanta fuerza que le ha llevado a adueñarse del imaginario colectivo de los países más septentrionales, en los que palpita la añoranza por el cálido sur. Pocas plantas tienen en la actualidad una imagen tan publicitaria, asociada a paraísos, vacaciones y éxito personal.

La palmera simboliza el triunfo de la luz; quien haya estado alguna vez en un palmeral un día soleado comprenderá al instante la estrecha relación que existe entre ellas y la luz. Al entrar se produce un deslumbramiento y es difícil no soñar con el Nilo o el Ganges. O, para los menos místicos, con un utópico mundo tropical. Es fácil dejarse cegar por la victoriosa luz. Esta ceguera ha llevado a que palmeras de todo el mundo sean arrancadas de cuajo, sin importar su zona de origen, tamaño o variedad, causando la destrucción de sus ecosistemas y de la cultura nativa. Vienen a nuestros países a decorar edificios emblemáticos, exposiciones universales o cualquier calle banal. Pero, con ellas ha llegado además toda una amplia y variada serie de nuevas plagas y enfermedades, también lejanas, desconocidas y exóticas, que hoy amenazan la supervivencia de las palmeras de este Mediterráneo global.

Quizá también este movimiento de personas y cosas está en la base de la plaga, aparentemente natural, que está acabando con los olmos. Una enfermedad llamada grafiosis ha dejado sin olmos
Constable: “este paisaje me ha convertido en pintor.”
centenarios España y toda las regiones europeas donde crecían. Muy especialmente Inglaterra: aquellos paisajes que Constable o Turner dejaron para la historia de la pintura son ya hoy historia de la botánica. En este caso, poco puede hacer el hombre como no sea investigar y tener confianza en que aparezcan variedades resistentes, como sucedió en el siglo XIX cuando otra plaga, la tinta, amenazó con dejarnos sin castaños.

La combinación entre las causas naturales y la acción del hombre vuelve a ser la responsable de que los tejos estén desapareciendo. El tejo es un árbol, si no estrictamente sagrado, sí cargado de magia y de simbolismo. Ya los sacerdotes de Eleusis se coronaban con ramas de mirto y de tejo. Árbol de la Muerte lo llamaron los griegos y latinos; Ovidio y Lucano representan el camino del infierno bordeado de tejos. En Roma y en honor de la diosa Hécate, reina de los infiernos, se sacrificaban toros negros con guirnaldas elaboradas con ramas de tejo, para que las ánimas pudieran lamer la sangre que derramaban. En los países anglosajones, es el árbol de los cementerios. Tiene su lógica esta vinculación con la muerte, bien alejada de la aspiración a la vida eterna que invocan los cipreses mediterráneos con su crecimiento vertical hacia el cielo. Todas y cada una de las partes de un tejo son altamente tóxicas, incluso mortales. Todas excepto la única que lo parece, la carne escarlata que envuelve las semillas.

Los tejos necesitan ambientes húmedos, de manera que el cambio climático está reduciendo drásticamente los lugares donde pueden vivir con dignidad. Los registros paleobotánicos parecen marcar con claridad cómo desde que se puso en marcha el sometimiento de la naturaleza por parte del hombre, a través del fuego, se inicia el declive de la especie. Tampoco hay que olvidar la utilización de su madera desde tiempos neolíticos para elaborar utensilios. Ni que los mejores arcos hayan sido los de tejo: conocida la afición de los humanos por matarse entre sí, ésta ha sido una causa no despreciable de exterminio de los tejos. No parece pues que este árbol guste de los sitios elevados y escarpados, los únicos donde crece en la actualidad de forma silvestre. Antaño fue mucho más común en toda España y en Europa, pero poco a poco hemos destruido su hábitat de tal forma que sus actuales refugios han sido aquellos a los que el fuego, la mano del hombre o el diente del ganado no han podido llegar.

Un respeto


¿Qué podemos hacer por estos ancianos? Como mínimo, no perjudicarlos todavía más. Es fácil, incluso inevitable, dejarse llevar por un sentimiento fraternal, que cubra a la vez nuestra necesidad de energía, paz y armonía con el entorno natural. O quedar deslumbrados ante la demostración de supervivencia, grandiosidad y fuerza protectora de uno de estos árboles, sintiendo el irreprimible deseo de abrazarnos a ellos y fundirnos con una sabiduría universal que nos libere y reconforte. Pero, a pesar de su aparente solidez, son criaturas frágiles. En su gran mayoría necesitan de cuidados y atenciones especializadas que no reciben. Muy pocos tienen la ley de su parte. En realidad, se encuentran inermes ante nuestra capacidad de sobrepasarlo todo. Ni siquiera pueden acudir a los juzgados, esconderse o correr para salvar la vida.

Por eso, a la hora de realizar una visita a cualquiera de estos sagrados árboles debemos tomar algunas precauciones. Hay que evitar subirse al tronco y a las ramas, pisotear la base o peana y las raíces, ya que estas acciones -periódicamente repetidas, puesto que no somos sus únicos visitantes- les ocasionan daños muy graves y difícilmente reparables. Hay que evitar coger del árbol frutos, hojas, ramillas o tierra vegetal. Por supuesto, marcar la corteza es dañar su sistema vital, su corazón y sus venas, que en el caso de los árboles permanecen a flor de piel. Conviene dejar los vehículos motorizados lo más lejos posible. Hay que acercase a ellos paseando, respirando, integrándonos poco a poco en su ambiente. Este proceder, además, nos evitará tensiones como buscar un lugar donde aparcar, girar donde apenas hay sitio para ello o tener que cruzarnos con otro vehículo al borde del despeñadero.

Respetemos las distancias, como hacemos con una obra de arte. De otra forma, alteraremos el equilibrio no sólo del árbol, sino de los miles de seres que viven en él, de él y para él. Porque un árbol centenario, más que una individualidad imponente, es una sociedad de insectos y de arañas, de algas y de hongos, de musgos y de líquenes, de helechos y enredaderas, de aves, reptiles y mamíferos que lo trepan, lo perforan, lo habitan, lo devoran, lo abonan, lo recorren y lo llenan de sonidos, de flores, de tactos y de perfumes.

Si un árbol puede ser un generoso maestro, un guía sabio, la conducta apropiada con él no es tomarlo al asalto. Es preferible plantar nuestro propio maestro y crecer con él. Abracémonos... a la vida.

Para más información:
Bernabé Moya, José Moya y José Plumed, Árboles monumentales de España.
Bernabé Moya, Pascual Mercé y otros, Olivos de Castellón: Paisaje y Cultura.
Ignacio Abella, La magia de los árboles.
Mircea Eliade, Tratado de historia de las religiones.
Roger Cook, El árbol de la vida. 
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3/01/2017

OLMOS RESISTENTES A LA GRAFIOSIS
Casa de Campo
Donados por la Dirección General de Desarrollo Rural y Política Forestal del Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente

     La Casa de Campo contará en breve con 50 nuevos ejemplares, dentro del Programa Nacional de Mejora y Conservación de los Recursos Genéticos de los Olmos Ibéricos.
     La grafiosis es una enfermedad causada por un hongo, que transporta y propaga un tipo de escarabajo (escolitidos) y que ha provocado la muerte de millones de olmos en Europa y Norteamérica en las últimas décadas, de la que los ejemplares madrileños no se han librado.
     La colaboración entre las dos administraciones ha hecho posible esta donación, que viene a paliar, de alguna manera, la gran cantidad de bajas de olmos (Ulmus minor) que se están produciendo en la Casa de Campo, a razón de 1.000 por año, y que hacen necesaria la toma de medidas urgentes de repoblación de especies resistentes a la enfermedad en este parque forestal.
     Los 50 olmos donados se plantarán en la zona del Bosque del Molinero, junto al lago, y en sus proximidades.

Más de 100.000 olmos en la ciudad
     En Madrid, existen aproximadamente unos 60.000 entre calles y parques menores. Además, hay plantados cerca de 13.000 en parques históricos y singulares.
     En la ciudad, el avance del hongo es más lento a causa de la dificultad que tienen los escarabajos para desplazarse de árbol a árbol, pero la enfermedad va matando poco a poco los ejemplares a los que llega (si bien muchas veces los olmos se eliminan antes, por su posible peligrosidad para la seguridad de las personas).
     A su vez, en la Casa de Campo existen 30.000 olmos entre los adultos existentes y los ejemplares jóvenes, que han nacido y rebrotado recientemente, por lo que se puede garantizar la especie durante los próximos 10 años. El problema es que los rebrotes podrían no llegar a adultos porque la enfermedad, que es implacable, actúa sólo cuando los árboles tienen suficiente grosor.
     En la actualidad hay unos 10.000 olmos adultos aún vivos, pero las bajas por la enfermedad son de aproximadamente 1.000 al año. Los tratamientos fitosanitarios que realiza el Ayuntamiento (5 al año) retrasan el posible contagio de la enfermedad, y han conseguido prolongar la vida de las olmedas del parque. Sin embargo, el riesgo para esta especie continúa siendo muy alto, por lo que es necesario ir sustituyendo los ejemplares actuales por otros resistentes a la grafiosis como los que ha donado el Ministerio.
     El futuro Plan Estratégico de Zonas Verdes, Arbolado y Biodiversidad del Ayuntamiento de Madrid, contemplará este tipo de actuaciones en las que se utilizan especies idóneas para cada uno de los ecosistemas urbanos, de modo que, por un lado se asegure la sostenibilidad del arbolado y por otro la viabilidad de la biodiversidad asociada al mismo.

Información

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