6/30/2014

FELIX MARÍA DEL MONTE (Rep. Dominicana, 1819-1899)
El hombre, el árbol y el toro

En un áspero desierto,
lleno de maleza y  zarzas,
un árbol de fruto henchido
la enhiesta copa ostentaba.

Al pastor, al peregrino,
al rebaño sombreaba
y a muchas generaciones
muelle descanso brindaba.

Un hombre brusco, grosero,
que aquel yermo atravesaba
sin acordarse de ayer
y sin pensar en mañana;
de estos que toman la vida
como instrumento de holganza,
sin pensamiento, sin fruto,
sin lecciones ni mudanzas,
llegó al árbol secular,
tendió a su sombra la capa,
y al sueño más indolente
entregóse sin tardanza.
Transcurridas largas horas,
entre el descanso y la calma,
examinó los frutos
la profusión extremada,
e incitado el apetito
probó a trepar a las ramas;
pero juzgando más fácil
cortar el árbol, el hacha
despiadado observa,
y al rey del yermo descuaja.
Apenas probado había
el fruto que ambicionaba,
cuando un Toro montaraz
a aquel sitio se abalanza.

La tierra escarba altanero,
enardecido rebrama,
mientras el hombre en tal peligro
al débil tronco se agarra,
y en ademán convulsivo
y en fatídica plegaria
al cielo en amargas quejas
favor, piedad demandaba.

Paróse el Toro un momento,
y preguntóle la causa
de que aquel árbol decrépito
que al viajador de su saña
muchas veces socorriera
cortado en tierra se hallara:
" Mi inexperiencia, mi crimen,
ha causado esta desgracia.

Ansié comer de su fruto
y como en tierra apartada
resido, juzgué que nunca
su apoyo requeriría:
gocé de su grata sombra
y al despedirme, del hacha
probé los tajantes filos...
y derribé mi esperanza..."

"Eres ingrato, le dijo
aquella fiera, tu audacia
insensata y criminal
es digna de mi venganza.
Gozaste la fresca sombra
del árbol, bajo sus ramas
conciliaste el sueño dulce,
que el alma feliz restaura,
y creyendo que otra vez
a ti mismo no auxiliara
sin respeto a tanto bien,
su copa al cielo desgajas;
pues bien, malvado, perece,
que si yo te perdonara,
pronto, infame, algún yesquero
fabricarías de mis astas".
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6/27/2014

JAVIER ESTÉVEZ LOZANO
De "Días de paso" (mayo 2014)

Este canarión, natural de Guía, Gran Canaria, ambienta su novela en la convulsa España de 1812-1813. Está contada por un botánico, en forma de diario, que va camino de Nueva Granada (+/- actual Colombia). 
En la escala preceptiva que debe realizar en Tenerife desea escalar el mítico Teide pero...  las circustancias hacen que, antes, deba desembarcar en Gran Canaria. Una novela con ganas de vida.


Javier Estévez es autor también de "Gigantes en las Hespérides: árboles singulares y monumentales de las islas Canarias"

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- Ernesto ya me ha informado de la situación que padece uno de los bosques de esta isla. Doramas, ¿no?, pregunté mientras alzaba la taza hasta la altura del mentón para disfrutar con intensidad del aroma del café.
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1 de mayo
      Adentrarse en el bosque es como entrar en uno mismo y retroceder en un viaje alucinante hasta la raíz la propia existencia, a los inicios de la vida silvestre, cuando los árboles eran los reyes de la tierra, hoy vergonzosamente convertidos en súbditos del hombre. ¡Quién pudiera volver a aquel tiempo de libertad inicial cuando la única ley que imperaba sobre la tierra era la dictada por la propia naturaleza!.
      He de reconocer que el bosque de Doramas, que por fin he podido conocer, aún conserva el misterio y la sugestión que sólo son capaces de evocar los bosques que proceden de la misteriosa naturaleza primigenia, cada vez más reducida y día tras día cada vez más alejada del hombre y esta desnaturalizada civilización.
El relieve en el inerior de la isla es muy accidentado, tanto que no permite descubrir el bosque hasta que no estás prácticamente en él.
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6/24/2014

JOSÉ EUSEBIO CARO (Colombia, 1817-1853)
El Ciprés


¡Árbol sagrado, que la obscura frente,
inmóvil, majestuoso,
sobre el sepulcro humilde y silencioso,
despliegas hacia el cielo tristemente!

Tú, sí, tú, solamente
al tiempo en que se duerme el rey del mundo
tras las altas montañas de occidente,
me ves triste vagando
entre las negras tumbas,
con los ojos en llanto humedecidos
mi orfandad y miseria lamentando.

Y cuando ya de la apacible luna
la luz de perla en tu verdor se acoge,
sólo tu tronco escucha mis gemidos, 
sólo tu pie mis lágrimas recoge.

¡Ay! hubo un tiempo en que feliz y ufano
al seno paternal me abandonaba;
en que con blanda mano
una madre amorosa
de mi niñez las lágrimas secaba...

Y hoy huérfano, del mundo desechado,
aquí en mi patria misma
solitario viajero,
desde lejos contemplo acongojado
sobre los techos de mi hogar primero
el humo blanquear del extranjero!

Entre el bullicio de los pueblos busco
mis tiernos padres para mí perdidos;
¡vanamente... ! Los rostros de los hombres
me son desconocidos.

Y sus manes, empero, noche y día
presentes a mis ojos afligidos
continuo están, continuo sus acentos
vienen a resonar en mis oídos. 

¡Sí, funeral ciprés! Cuando la noche
con su callada sombra te rodea,
cuando escondido en el solitario búho
en tus obscuros ramos aletea;
la sombra de mi padre por tus hojas
vagando me parece
que a velar por los días de su hijo
del reino de los muertos se aparece.

Y si el viento sacude impetuoso
tu elevada cabeza,
y a su furor con susurrar medroso
respondes pavoroso;
en los tristes silbidos
que en torno de ti giran,
a los paternos manes
escucho que dulcísimos suspiran.

¡Árbol augusto de la muerte! ¡Nunca
tus verdores abata el bóreas ronco!
¡Nunca enemiga, venenosa sierpe
se enrosque en torno de tu pardo tronco!
¡Jamás el rayo ardiente
abrase tu alta frente!
¡Siempre inmoble y sereno
por las cóncavas nubes
oigas rodar el imponente trueno!

Vive, sí, vive y cuando ya mis ojos
cerrar el dedo de la muerte quiera,
cuando esconderse mire en occidente
al sol por vez postrera,
moriré sosegado
a tu tronco abrazado.

Tú mi sepulcro ampararás piadoso
de las roncas tormentas;
y mi ceniza entonces agradecida,
en restaurantes jugos convertida,
por tus delgadas venas penetrando, 
te hará reverdecer, te dará vida.

Quizá sabiendo el infeliz destino
que oprimió mi existencia desdichada,
sobre mi pobre tumba abandonada
una lágrima vierta el peregrino. 
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6/21/2014

SERGIO FDEZ. SALVADOR (León, 1973)
Poema al abedul


¿Y qué ambición más limpia,
mejor dotado premio que merecer cantarte,
cenizoso abedul que entre dos prisas
te cruzas en mi día?
¿No es suficiente pago el rumoroso
tintineo de las monedas de oro
que aún tiemblan en tus ramas
cuando están ya desnudos
los castaños, los álamos, los plátanos?

Se para uno a mirarte y ya le habla
del alma herida al alma tu tronco acuchillado,
la mirada espantada de tus ojos,
pero a la vez le cantas –si a escuchar acertamos– 
la melodía única
que brota de los surcos de tu blanca
corteza, tal de rollo de pianola.
¿Cómo no devolver canto con canto?

Cuando otros enmudecen esperando
la tarda primavera, tú creces hacia el frío,
y es clamor tu silencio y es abrigo
la lividez estoica de tus ramas,
la dignidad sufrida de tu invierno.

Tomáramos ejemplo de tu ejemplo
ante los fríos aires de la vida.
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