8/27/2012

GABRIELA MISTRAL (Chile 1889-1957)
Selva austral 


Algo se asoma y gestea
y de vago pasa a cierro,
un largo manchón de noche
que nos manda llamamientos
y forra el pie de los Andes
o en hija los va subiendo...

Aunque taimada,  la selva
va poco  a poco entreabriéndose
y en rasgando su ceguera,
ya por nuestra la daremos.

Caen copihues rosados
atarantándome al  ciervo
y los blancos se descuelgan
con luz y estremecimiento.

Ella,  con  gestos  que vuelan,
se va a sí misma creciendo;
se alza, bracea,, se abaja,
echando, oblicuo, el ojeo;
abre apretadas aurículas
y otras hurta, con recelo,
y así va, la Marrullera,
llevándonos magia adentro.

Sobre un testuz y dos  frentes
ahora palpita entero
un trocado cielo verde
de avellanos y canelos,
y la araucaria negra,
toda brazo o  toda cuello.

Huele el  ulmo,  huele el pino,
y el humus huele tan denso
como fue el Segundo Día,
cuando el soplo y el fermento.
Por la merced de la siesta
todo, exhalándose, es nuestro,
y el huemul corre alocado,
o gira  y se  estruja en  cedros,
reconociendo resinas
olvidadas de su cuerpo...

Está en cuclillas el niño,
juntando piñones secos,
y espía a la selva que
mira en madre, consintiendo...
Ella como que no entiende,
pero se llena de gestos,
como que es cerrada noche
y hierve de unos siseos,
y como que está cribando
la lunada y los luceros...

Cuando es que ya sosegamos
en hojarascas y légamos,
van subiendo, van subiendo
rozaduras, balbuceos,
mascaduras, frotecillos,
temblores calenturientos,
pizcas de nido, una baya,
la resina, el gajo muerto...
(Abuela silabeadora,
yo te entiendo, yo te  entiendo...)

Deshace redes y nudos;
abaja,  Abuela,  el  aliento;
pasa y repasa las caras,
cuélate de sueño adentro.
Yo me fui sin entenderte
y tal vez por eso vuelvo,
pero allá olvido a la Tierra
y  en  bajando  olvido el  Cielo...
Y así, voy, y vengo, y vivo
a  puro desasosiego...

La  tribu de tus pinares
gime con oscuro acento
y se revuelve y voltea,
mascullando y no diciendo.
Eres una y eres tantas
que te tomo y que te pierdo,
y guiñas y silbas, burla,
burlando,  y hurtas el cuerpo,
carcajeadora que escapas
y mandas mofas de lejos...
Y no te mueves, que tienes
los pies cargados de sueño...

Se  está volteando el indio
y queda, pecho con pecho,
con la tierra, oliendo el rastro
de la chilla y el culpeo.
Que  te  sosiegues  los  pulsos,
aunque sea el puma-abuelo.
Pasarían   rumbo  al   agua,
secos y duros los belfos,
y en sellos vivos dejaron
prisa, peso  y uñeteo.

El puma sería  padre;
los  zorrillos  eran   nuevos.
Ninguno de ellos va herido,
que van a galope abierto,
y beberemos  nosotros
sobre el mismo sorbo de ellos...
Aliherido el puelche  junta
la selva como en arreo
y con  resollar  de  niño
se queda en pialas durmiendo...

Vamos a dormir, si  es dable,
tú, mi atarantado ciervo,
y mi bronce silencioso,
en mojaduras de helechos,
si es que el puelche maldadoso
no vuelve  a darnos manteo...

Que esta  noche no te corra
la manada por el sueño,
mira que quiero dormirme
como el coipo en su agujero,
con el sueño duro de esta
luna donde me recuesto.

¡Ay, qué de hablar a dos mudos
más   ariscos   que   becerros,
qué disparate no haber
cuerpo y guardar su remedo!
¡A qué dejaron voz
si yo misma no la creo
y los dos que no la oyen
me   bizquean  con  recelo!

Pero no,  que el  desvariado,
dormido   sigue   corriendo.
Algo masculla su boca
en jerga con que no acierto,
y el puelche ahora berrea
sobre los aventureros...

8/22/2012

RICARDO CODORNIU Y STÁRICO (Cartagena, 1846-1923)
El último árbol

A María  Teresa H-R. y  C

Lugar sagrado es un bosque
¡infeliz quien no lo aprecia!
Maldita de Dios la mano
que lo tala o que lo incendia
(Ricardo Sánchez Madrigal)


      El gigante de la selva había nacido en una época de prosperidad para la familia. Cayó un piñón en suelo enriquecido por el mantillo que formó la hojarasca desprendida en los últimos años, halló humedad suficiente cuando las primeras brisas del otoño refrescaron la tierra, y brotó lanzando al aire algunas hojas. Luego, contando ya con ellas para preparar los alimentos, empezó a trabajar con fe, profundizando cuanto pudo la raíz central, sin cuidarse de crecer hasta contar con sólida base, y tomando posesión  del suelo que le había de sustentar y mantener, con tan sabía precaución, que cuando las raíces adquirían alguna fuerza las contraía, para quedar bien sujeto, sujetando a la vez la tierra de la empinada ladera a la roca subyacente.
      Vinieron las suaves temperaturas primaverales, que avivando la actividad de la planta le hicieron producir nuevas hojas, y aunque llegó el verano con sus ardores, como los grandes árboles próximos la resguardaban de los ardientes rayos del sol, conservaba una atmósfera húmeda que convenía a su vida.
      Por ello también eran abundantes los rocíos y las lluvias que empapaban la hojarasca, y se filtraban lentamente en la tierra, dando agua cristalina a los arroyuelos y enriqueciendo los manantiales.
      Como crecía ansioso por hallar la luz, sintió placeres inefables cuando, alzando su delgado tronco limpio de ramaje, joven aún y como en recompensa de su noble aspiración de elevarse al cielo, pudo contemplar sin obstáculo el verde manto que cubría la ladera, y a la vez admirar lo numerosa que era su familia.
     Pero sin duda su mayor encanto era albergar entre sus ramas los pintados pajarillos, que  en ellas colgaban los nidos de sus amores y le recreaban con trinos, ¡y qué espléndidamente pagaban su alojamiento los cantores, librándole de los insectos que aspiraban a vivir a costa del árbol!
     Mas ¡hay! la dicha no es eterna en el mundo. Años tras años pasaron, y empozó a ver que en la base do la montana se aclaraban los árboles. Al principio, gracias a la sombra proyectada, conservaban los pastos su verdura durante el verano; mas a medida que los troncos de pino, bajaban, los claros iban ascendiendo y se convertían en calveros y luego hasta se agostaban los pastos. Por fín, disminuyeron los manantiales, las lluvias ahondaron el lecho de los barrancos y asurcaron las laderas: el aire en verano se hacía abrasador y aunque el pino cerraba sus boquitas de los numerosos estomas de sus hojas, para disminuir la evaporación, apenas podía defenderse de los ardores estivales.
      Además, pasaban las nubes sobre la montana. y en vez de resolverse como antes, en benéfica lluvia, por encontrar la húmeda atmósfera del bosque, hallaban ahora reflejados los rayos del sol ardiente y en el sequísimo aire se disolvían, o bien el exceso de calor originaba tempestades, con los torrenciales aguaceros.
      Viendo el pobre árbol tan mermada su familia, esparcía prodigiosamente sus piñones, aspirando a reproducirse, pero en vano, que el suelo privado de la hojarasca absorbía, al enfriarse por la noche, y esparcía, al calentarse a los rayos del sol, grandes cantidades de aire, que le robaban la humedad, endureciéndolo y dejándolo como calcinado. Si  algún pinito nacía, a pesar de todo, una cabra de satánicos cuernos le hacía objeto de sus mordeduras y lo abrasaba con el fuego de su cáustica baba.
      Los pájaros también huyeron y como consecuencia, se llenó el árbol de bolsas en que habitaban millares de orugas, que le devoraban las hojas apenas nacidas, quitándole los medios de respirar y aún de vivir.
      Por fin se vio sólo en la ladera; para amargar su doloroso aislamiento, un leñador le hizo objeto de bárbaras mutilaciones, y por las anchas heridas penetró el agua, produciendo las caries. Así fue manchando su antes limpio tronco, y dio gracias al cielo cuando, apiadado de sus infortunios, en una tormenta, recibió un rayo, que dio honrosa muerte al gigante de la selva.
      La cabra quedó reina y señora del espantoso erial, del cadáver de la montaña, asesinada por la impiedad, la ignorancia y la codicia del hombre, y hoy muestra al desnudo su esqueleto de rocas.

«Lugar sagrado es un bosque
¡Ay de quien no lo venera!
¡Bendita de Dios la mano
que las montañas repuebla!

---Fin---

8/17/2012

FRANCECS ALMELA I VIVES (Vinaròs 1903-1967)
Cant de la garrofera

     Ja havem cantat massa vegades
les oliveres argentades,
i les palmeres gràcils que tenen penjolls d'or
i els ametllers plens de joguines,
i els tarongers de flors albines,
i les figueres gegantines,
 i els pins catedralicis que sonen com un cor.

     Ara cantem amb veu sincera,
plena de fe, la garrofera,
aliena a les cantúries, dejuna de l'estramp,
espècie tota proletària,
titllada a voltes d'ordinària,
que ocupa el lloc humil d'un pària
dins l'aspra jerarquia que hi ha damunt del camp.

     Sa copa, obrant com una escombra,
fa un arreplec de tota l'ombra
que vola disfrassada pels àmbits de la llum
i la projecta en els terrossos,
amb vermellor de sang i grossos,
on les vesprades jauen cossos
que lligen o assacien la dèria del costum.

     Sa copa, obrant com un paraigües,
desvia el ròssec de les aigües
que cauen en les tristes diades de l’hivern.
I sots ses branques s'aixopluga
una vellarda fredeluga
o el llaurador que sol remuga
o el sec home captaire que té boca d'infern.   

     I, en acostar-se el temps d'autumne,
la garrofera —bon alumne—
barreja entre ses fulles verdoses la negror
de les garrofes encerades,
de les garrofes engordades,
de les garrofes ensucrades
que semblen dits llarguíssims d'un monstre de color.

     Tot recollint la presentalla,
la joventut balla que balla,
entona cants eròtics, diu mots rublerts de mel.
I, en desmaiar-se les campanes,
els carros van per vies blanes
cap a les cases llunyedanes
tallades de manera roenta sobre el cel.

     Hi restaran amuntegades
dins de les cambres ofrenades
al vent que corre i passa llançant udols i crits
i que s’emportapel vilatge,
en un subtil pelegrinatge,
el fum eteri del solatge
dque el vulgus anomena —com tot el món...— perfum.

     I acabaran essent delícia E
estimulant i alimenticía
dels àsens i les egües, de mules i cavalls
que en cercaran plens de frisança,
que en menjaran amb delectança,
que en pairan sense recança
com mengen els burgesos perdius, liebres i galls.

    Ja havem cantat massa vegades
les oliveres argentades,
i les palmeres grácils que tenen penjolls d'or,
i els ametllers plens de joguines,
i els tarongers de flors albines,
i les figueres gegantines,
i els pins catedralicis que sonen com un cor.

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8/12/2012

JOSÉ HIERRO (Madrid 1922-2002)
II. Alucinación

Me acuerdo de los árboles de Dublín.

(Imaginar y recordar
se superponen y confunden;
pueblan, entrelazados, un instante
vacío con idéntica emoción.
Imaginar y recordar…)

Me acuerdo de los árboles de Dublín…
Alguien los vive y los recuerdo yo.
De los árboles caen hojas doradas
sobre el asfalto de Madrid.
Crujen bajo mis pies, sobre mis hombros,
acarician mis manos,
quisieran exprimirme el corazón.
No sé si lo consiguen…

Imaginar y recordar…
Hay un momento que no es mío,
no sé si en el pasado, en el futuro,
si en lo imposible… Y lo acaricio, lo hago
presente, ardiente, con la poesía.

No sé si lo recuerdo o lo imagino.
(Imaginar y recordar me llenan
el instante vacío.)
Me asomo a la ventana.
Fuera no es Dublín lo que veo,
sino Madrid. Y, dentro, un hombre
sin nostalgia, sin vino, sin acción,
golpeando la puerta.

                        Es un espectro
que persigue a otro espectro del pasado:
el espectro del viento, de la mar,
del fuego -ya sabéis de qué hablo-, espectro
que pueda hacer que cante, hacer que vibre
su corazón, para sentirse vivo.


De “Libro de las alucinaciones” 1964
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