7/28/2011

AGUJA ESBELTA
R. Mendizábal

Aguja esbelta que, hilvanando estrellas,
estrella fuiste para mi destino,
muda y augusta, bella entre las bellas.
Tu línea recta marcará el camino
y tu silente vertical sin mellas
hará de cada estrella mi destino.

10-8-1972
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7/23/2011

CÓMO SURGIERON LOS ÁRBOLES
Nueva Zelanda

      Al principio, el Padre Cielo y la Madre Tierra estaban cerca, muy cerca el uno de la otra, abrazados con gran, gran fuerza. Estaban tan cerca y tan fuertemente abrazados que sus hijos, que vivían entre ambos, apenas podían respirar. Desesperados, éstos de retorcieron, empujaron, presionaron y lucharon hasta que consiguieron que el cielo se despegase de la tierra y se alejase, elevándose hacia lo alto, arriba, muy arriba.
      Desde allí, el cielo miró hacia abajo y vio a su esposa, la tierra, libre, hermosa, marrón, suave... pero tan vacía y sola que se sintió avergonzado por haberla dejado detrás, totalmente desnuda.
      De modo que le confeccionó unos adornos mezclando luz y polvo, los enrolló para crear troncos y ramas y los curvó para dar lugar a las hojas y flores. Combinó el marrón con el rojo y el gris con el verde; algunas de sus creaciones se volvían rosas al florecer, otras eran plateadas y tenían forma de estrella, y otras poseían bayas de un negro azulado o frutos dorados. Distribuyó aquellas exquisitas joyas por toda la superficie de la tierra.
      El cielo se sintió feliz y orgullosa de sus joyas.
      Los adornos se sintieron orgullosos y felices de decorar el suelo.
      Hundieron sus troncos en la tierra y elevaron sus ramas hacia el cielo. Y así, erguidos, han permanecido hasta nuestros días.
      Y fue así, según cuentan, como surgieron los árboles.

---Fin---

7/18/2011

Antonio Machado - Nuevas canciones


ANTONIO MACHADO (Sevilla, 1875-1939)
Nuevas canciones

(Olivo del camino)
                                                                              A la memoria de D. Cristóbal Torres

                      I
Parejo de la encina castellana
crecida sobre el páramo, señero
en los campos de Córdoba la llana
que dieron su caballo al Romancero,
lejos de tus hermanos
que vela el ceño campesino -enjutos
pobladores de lomas y altozanos,
horros de sombra, grávidos de frutos-,
sin caricia de mano labradora
que limpie tu ramaje, y por olvido,
viejo olivo, del hacha leñadora,
¡cuán bello estás junto a la fuente erguido,
bajo este azul cobalto,
como un árbol silvestre espeso y alto!

                      II

Hoy, a tu sombra, quiero
ver estos campos de mi Andalucía,
como a la vera ayer del Alto Duero
la hermosa tierra de encinar veía.
Olivo solitario,
lejos de olivar, junto a la fuente,
olivo hospitalario
que das tu sombra a un hombre pensativo
y a un agua transparente,
al borde del camino que blanquea,
guarde tus verdes ramas, viejo olivo,
la diosa de ojos glaucos, Atenea.

                      III
Busque tu rama verde el suplicante
para el templo de un dios, árbol sombrío;
Deméter jadeante
pose a tu sombra, bajo el sol de estío.
Que reflorezca el día
en que la diosa huyó del ancho Urano,
cruzó la espalda de la mar bravía,
llegó a la tierra en que madura el grano,
y en su querida Eleusis, fatigada,
sentóse a reposar junto al camino,
ceñido el peplo, yerta la mirada,
lleno de angustia el corazón divino...
Bajo tus ramas, viejo olivo, quiero
un día recordar del sol de Homero.

                      IV
Al palacio de un rey llegó la dea,
sólo divina en el mirar sereno,
ocultando su forma gigantea
de joven talle y redondo seno,
trocado el manto azul por burda lana,
como sierva propicia a la tarea
de humilde oficio con que el pan se gana.
De Keleos la esposa venerable,
que daba al hijo en su vejez nacido,
a Demofón, un pecho miserable,
la reina de los bucles de ceniza,
del niño bien amado
a Deméter tomó para nodriza.
Y el niño floreció como criado
en brazos de una diosa,
o en las selvas feraces,
-así el bastardo de Afrodita hermosa-
al seno de las ninfas montaraces.

                         V
Mas siempre el ceño maternal espía,
y una noche, celando a la extranjera,
vio la reina una llama. En roja hoguera
a Demofón, el príncipe lozano,
Deméter impasible revolvía,
y al cuello, al torso, al vientre, con su mano
una sierpe de fuego le ceñía.
Del regio lecho, en la aromada alcoba,
saltó la madre; al corredor sombrío
salió gritando, aullando, como loba
herida en las entrañas: ¡hijo mío!

                        VI
Deméter la miró con faz severa.
-Tal es, raza mortal, tu cobardía.
Mi llama el fuego de los dioses era.
Y al niño, que en sus brazos sonreía:
Yo soy Deméter que los frutos grana,
¡oh príncipe nutrido por mi aliento,
y en mis brazos más rojo que manzana
madurada en otoño al sol y al viento!...
Vuelve al halda materna, y tu nodriza
no olvides, Demofón, que fue una diosa;
ella trocó en maciza
tu floja carne y la tiñó de rosa,
y te dio el ancho torso, el brazo fuerte,
y más te quiso dar y más te diera:
con la llama que libra de la muerte,
la eterna juventud por compañera.

                         VII
La madre de la bella Proserpina
trocó en moreno grano,
para el sabroso pan de blanca harina,
aguas de abril y soles de verano.
Trigales y trigales ha corrido
la rubia diosa de la hoz dorada,
y del campo a las eras del ejido,
con sus montes de mies agavillada,
llegaron los huesudos bueyes rojos,
la testa dolorida al yugo atada,
y con la tarde ubérrima en los ojos.
De segados trigales y alcaceles
hizo el fuego sequizos rastrojales;
en el huerto rezuma el higo mieles,
cuelga la oronda pera en los perales,
hay en las vides rubios moscateles,
y racimos de rosa en los parrales
que festonan la blanca almacería
de los huertos. Ya irá de glauca a bruna,
por llano, loma, alcor y serranía,
de los verdes olivos la aceituna...
Tu fruto, ¡oh polvoriento del camino
árbol ahíto de la estiva llama!,
no estrujarán las piedras del molino,
aguardará la fiesta, en la alta rama,
del alegre zorzal, o el estornino
lo llevará en su pico, alborozado.
Que en tu ramaje luzca, árbol sagrado,
bajo la luna llena,
el ojo encandilado
del búho insomne de la sabia Atena.
Y que la diosa de la hoz bruñida
y de la adusta frente
materna sed y angustia de uranida
traiga a tu sombra, olivo de la fuente.
Y con tus ramas la divina hoguera
encienda en un hogar del campo mío,
por donde tuerce perezoso un río
que toda la campiña hace ribera
antes que un pueblo, hacia la mar, navío.
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7/13/2011

JOSEP CARNER (Barcelona, 1884-1970)
A un auro

Farà aviat un any que cada dia
et veig per la finestra al meu costat,
oh noble auró d'un jardinet, que muntes
més alt que no el teulat!

T'he vist perdre la fulla, trasmudar-te
de gronxada pintura en fi dibuix:
gran pomell d'angles, dominant el ròssec
de fulles en garbuix.

T'he vist, en afermada primavera,
movent a flocs el teu ramatge espès,
i entaforant-hi mes de cinc finestres
i retallant-ne tres.

Ja encambres dues merles amoroses;
gais, pluja i vent vanen ton delit;
mous fulles fosques i arracades tendres
i el sol juga amb ta nit.

I en l'alt escaig de la claror del dia,
quan als carrers la fosca, s'ajaçà,
dalt de ton cim els falciots fressegen
com dalt d'un campanar.

Sovint em veus entre papers i llibres,
arraconats de la cortina els plecs,
o cercant ton consol en la fatiga
o solament perplex.

Tu vas dir-me en hivern: —He de reviure;
tu no m'hauries d'envejar aquest do:
ara, en el fred i amb testa esblanqueïda,
encara dones flor—.

Oh noble amic sobre lilàs i hortènsies!
Si algú roba el meu nom, temps a venir,
que no retreguin una tasca incerta,
sinó el teu cor veí.
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