10/30/2009

ANA MARÍA MATUTE (Barcelona, 1963-2014)
 
Los árboles
de “El río”

     Desde muy niña me atrajeron con fuerza los árboles. Siempre supe sus nombres, pero durante mucho tiempo les llamé de otro modo, sólo para mí, que aún recuerdo. Los árboles de un bosque se diferencian claramente entre sí, como los hombres, a poco de pasar un tiempo entre ellos. Algo hay entre los árboles que no existe en parte alguna. Nada es igual a la sombra de los árboles, a su silencio, a su callada vida. Las hayas, los robles, los chopos, los álamos. Y cada uno de ellos tiene una expresión distinta entre sus hermanos de raza. Recuerdo las tardes, las mañanas, el anochecer, con la luz filtrándose entre los troncos. Aquella vida intensa y muda, tendida alrededor, alzada al cielo. Nunca se está enteramente solo entre los árboles. El viento, las ramas mecidas, el brillo de las hojas, los caminos de la lluvia, las grietas que recorren las cortezas de los árboles, me fascinan. Recuerdo que apoyaba la cabeza en los troncos y pasaba el tiempo como sumida en aquellas rutas enanas, como perdida en un sueño largo, que aún hoy no he podido desentrañar. Tampoco la lluvia entre los árboles es igual a ninguna lluvia. Y el sol, y los ruidos, y el color de todas las cosas.
     El tiempo, que todo lo vuelve ceniza, parece detenerse ante los árboles, y, como el viento, los abraza y se va. Ellos crecen ante nuestros ojos, pero nosotros no nos damos cuenta. Alargan sus ramas al cielo y no envejecen. Acaso, un día, alguien dice: “Ese árbol ha muerto.” Y entonces nos damos cuenta, de un modo brusco, total, de que el árbol ha dejado de vivir, de que sólo es un altivo cadáver en pie. Se deja arrollar cuerdas, cercenar. Cae sin dolor, levanta un polvo leve, caliente, y desaparece con su gran dignidad inmaculada. Nadie puede humillar a un árbol. Nadie le ha visto nunca agonizar. He amado siempre a los árboles y siento su nostalgia. Recuerdo a un árbol alto que se elevaba raramente solitario al principio del camino que iba desde el prado al jardín alto de la casa. Era un chopo de la clase llamada “Carolina”, con el tronco grueso y nudoso y las hojas muy grandes, que plantó un hermano de mi madre cuando era pequeño. En el tiempo en que yo lo conocí, me parecía el mástil de un barco gigante y extraño. Muchas veces, de niños, habíamos jugado a barcos debajo del árbol, o nos habíamos tendido bajo sus ramas, cuando volvíamos del río o de cualquier correría, para sosegarnos antes de entrar en casa y que no advirtieran en nuestra expresión fatigada las andanzas. Aquel árbol era para mí algo natural y solemne, inmune y sabiamente instituido. Inmutable como el sol, no sospechaba cuándo había nacido ni jamás pensé que un día podría morir. Sin embargo, un mañana, mi abuelo dijo, señalándolo con el bastón: “Ese árbol está muerto.”
     Fue para mí como una revelación. De golpe me di cuenta de que había crecido, de que ya no era una niña. De que faltaban seres, objetos, sensaciones e incluso sueños, a mi alrededor. De que ya nadie se tendía junto a aquel tronco para mirar correr a las nubes, entre las hojas anchas, como huyendo hacia un desconocido país. Sentí un dolor hasta entonces desconocido. Un dolor vivo, y, sin embargo, me atrevería a decir que bienhechor.
     Mi abuelo mandó derribar el árbol. Presencié la escena subida al muro de piedras que rodeaba la chopera. Golpearon su base con hachas, le rodearon el cuerpo con una soga. Había algo grande y triste, como de martirio, en todo él. El árbol no perdió un momento su apostura, su gran altivez, en su hermosa muerte. Los golpes de las hachas sonaban claros en la mañana. Dolían y hacían bien a un tiempo. “Ojalá –me dije– se hiciera siempre así, conmigo.” Deseé entonces que las malas nuevas, que los acontecimientos amargos, que la muerte, me llegaran de golpe, valientemente, sin anuncios lentos y falsamente caritativos. Si la muerte o el pesar nos llegasen como llegan al árbol nunca envejeceríamos.

--------------------Foto: Pepe Pascual H.

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10/26/2009

JOSÉ ANTONIO DEL CAÑIZO - Palmeras

JOSÉ ANTONIO  DEL CAÑIZO (Valencia, 1938)
Palmeras

"No tengo más remedio que empezar este libro con una declaración de amor.
...
Las amo tan entregadamente, las admiro tan rendidamente y las contemplo con tal embeleso que, si yo supiera que ellas me corresponden, abandonaría a todas las demás plantas y no haría más que jardines llenos de palmeras, salpicaría las calles y plazas de palmeras, poblaría los apartamentos, los salones de los hoteles, las oficinas, los edificios de los aeropuertos, ...
...

Pero estas preferencias -mías y de muchos- se refieren sólo a su indiscutible atractivo físico, a su valor ornamental, siendo así que las palmeras, además de bonitas, resultan utilísimas para el hombre, pudiendo asegurarse que lo que para nosotros es mero objeto de adorno, para muchos millones de habitantes de los trópicos es el alimento y la casa, la barca y la techumbre, el cesto y el sombrero, la ropa, la cuerda, la madera, el mueble, la fibra y el papel, el aceite y el azúcar, el vino y el licor, el pienso del ganado, la rafia, la miel, el lugar donde colgar la hamaca, la cera, el fruto seco, el almidón, el marfil vegetal, el bastón y la cerbatana, el arco y las flechas, el tinte, la sombra, el esbelto faro de las islas perdidas, la bebida refrescante... y casi todo lo demás."

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10/21/2009

Michel, un amigo argentino, me manda este cuento, gracias...


Y DIOS REPARTIÓ SUS DONES A LOS ÁRBOLES ...
Apólogos y cuentos criollos


Dios repartía sus dones a los árboles y éstos se adelantaban a elegir tributos y belleza.
Yo quiero ser fuerte -dijo el Ñandubay- y más duro que la piedra, más resistente que el hierro.
-Mi ideal es ser saludable -dijo la Anacahuita, y lo consiguió.
Al Jacarandá se le concedió esa agilidad de verso temblante, lírica en la primavera cuando luce su penacho lila maravilloso.
Ombú en un parque de Buenos Aires
El Laurel reclamó hojas oscuras y lustrosas. El Espinillo se adornó con sus áureos pompones perfumados. La Pitanga y el Guabiyú, pidieron azucarados frutos. El Ceibo se decoró de hermosas flores rojas. El Tala quiso rudeza india de nudos y espinas. El Sauce llorón poesía...La Aruera un poder misterioso para castigar a los inciviles que no le rindieran homenaje... Y las Tacuaras, esbeltas y musicales, solicitaron ser útiles para las picanas de trabajo y para arrancar una sonrisa de júbilo a los niños como armazón de la luminosa cometa.

- ¿Qué te puedo ofrecer, pobre Ombú?
- Sombra para el descanso de los hombres.
- Todos la poseen.
- Corpulencia, para ser un índice en la vastedad de la llanura, para que el gaucho desde la lejanía sienta la emoción del hogar tibio que lo espera.... 
Ombús en Sant Just Desvern (Barcelona)
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10/18/2009

MICHEL MANOLL - Bouquet d'arbres

MICHEL MANOLL (France, 1911-1984) 
Bouquet d'arbres


Il faut parler des ifs comme on parle des morts
Du pelage d'automne enrobant l'eau qui dort

Le lilas oiseau-lyre ouvrant ses ailes blanches
C'est un flocon de neige qui plane sur les branches

Et le doux peuplier les calèches du vent
L'entraînent au galop de leurs chevaux piaffant

Ambre liquide ourlant la rive des forêts
L'écorce du bouleau tisse sa voie lactée

Le sapin familier de ses aiguilles brunes
Faufile la voilure attachée à sa hune

Et la pluie dans les mains frêles des marronniers
Glisse et s'effrite comme la vie du prisonnier

Mais le chêne fixé sur un socle de marbre
Semble un berger figé parmi son troupeau d'arbres

Si je nomme le charme une allée se dénoue
Une source enchâssée à son collier de houx

Et je ne sais que dire à ces obscurs témoins:
Tilleuls rompant le soir leur graine de parfums

Pommiers de gloire au flanc des collines couchés
Saules tremblants comme une fille effarouchée

A tous ceux qui s'en vont cherchant dans la nuit noire
La charnelle vêture et l'humaine mémoire

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