10/11/2014

DANITH URANGO TUIRAN (Colombia, 1951)
Bonga*

Gorda vegetal,
sinuanía redonda,
círculo gigante
donde cabe el lenguaje del Sinú.
Ábrete para meterme,
en tu mundo cerrado
labraré un verso fantástico.

Préstame tu anchura
préstame tu longevidad
para ser antiguo contigo,
saber la profundidad de la tierra,
el tiempo de la tierra,
y cuando el Sinú empezó su carrera hacia el mar.

Me iré por caminos
a escribir en cada bonga
la canción montuna,
la décima, el canto de vaquería,
el grito del monte,
la epopeya de los árboles,
la tragedia de las hojas,
la épica de las raíces.

Entrégame tu cuerpo
bonga de todos los caminos,
para tatuar los versos
sin erir tu carne,
para grabar
sin afectar tu corazón
poemas que den sentido
a la vida de los caminantes,
a la vida de los que cargan el hacha
para que no se ensañen,
de los que cargan la motosierra
para que no sean violentos.

Soplad sobre los frutos abiertos,
soplad oh viento,
llevad la semilla "más allá del río
después de los árboles"
los que aún no nos miran
conocerán la inmensidad de la sinuanía.

*Bonga = Ceiba petandra

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10/08/2014

IGNACIO ABELLA (Vitoria)
El gran árbol de la humanidad

Este es un libro que ya lleva unos meses en el mercado pero es ahora cuando lo he visto.

Ignacio Abella, a través de leyendas e imágenes del arte primitivo, nos ofrece un viaje en el tiempo, una panorámica de la memoria mítica colectiva protagonizada por los árboles.
Su lectura nos anima a echar de nuevo raíces y a recorrer el camino que nos devuelve hacia el bosque.

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10/05/2014

ANA MANZANO PERAL (Cantabria)
No es sencillo ser árbol
en www.iconosmedievales.blogspot.com

(Fragmento)

En realidad, ser árbol es agotador. Me refiero a ser árbol por parte de padre y de madre, anclado día y
noche a una tierra que se comporta caprichosa con los minerales y los nutrientes y también pendiente de un cielo inalcanzable, a la espera de lluvias que refresquen nuestras hojas.
Ser árbol significa estar siempre de pie y con los brazos abiertos, suspendidos, en tensión, aunque haya mañanas en las que no desees abrazar ni el musgo de tu corteza. Es clavar los pies al suelo, hundirlos muy hondo y nunca echar a andar. Ser árbol, como los de mi especie, es empezar a desnudarse en septiembre y soportar, sin morir, que el frío te congele hasta la savia, mientras el viento te azota su ira invernal.
     A veces somos testigos del amor si en nuestra sombra los amantes se roban un beso. Y otras veces, desecados por el tatuaje de un corazón en nuestra corteza, ese amor nos condena a morir sin remedio, aunque el amor ya no exista.
Ser árbol es también poner la mirada en el cielo, extender los dedos, las ramas, hacia las nubes, escuchar a los pájaros susurrar los secretos de sus vuelos y anhelar el azul, consciente del anclaje eterno.
     Los del mar. Tienen algo de tenebrosos esos troncos rotos que la mar deposita en las orillas. Traen en sus posturas forzadas e imposibles trazas de haber presenciado el horror de las corrientes en los abismos. Han perdido la candidez arbórea de nosotros, sus congéneres de los bosques, y su crujido aún duele días después de haber muerto de marea y sal. La vida va y viene, como las olas, como el mar.

      O los del fuego. Ennegrecidos, tiznados, torturados, asfixiados, retorcidos y en el peor de los casos acabados por delincuentes arbóreos. A éstos, ni agua. A los que los salvan, el homenaje del oxígeno limpio y el frescor de la sombra. (...)
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