5/24/2012

GUERAU DE LIOST (Barcelona 1878-1933)
Albes
 
Vora els rierals
blanquegen les albes,
isolades, balbes
notes hivernals.
És llur cabellera
de glaç i d'argent.
Són la primavera
gairebé naixent.
En la tarda freda,
dins el blau intens
de la volta amplíssima,
les albes de seda
són un glop d'encens
sota una Puríssima.

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5/20/2012

PABLO NERUDA (Chile 1904-1973)
Oda a la Araucaria araucana

Alta sobre la tierra
te pusieron,
dura, hermosa araucaria
de los australes
montes,
torre de Chile, punta
del territorio verde,
pabellón del invierno,
nave
de la fragancia.

Ahora, sin embargo,
no por bella
te canto,
sino por el racimo de tu especie,
por tu fruta cerrada,
por tu piñón abierto.

Antaño,
antaño fue
cuando
sobre los indios
se abrió
como una rosa de madera
el colosal puñado
de tu puño,
y dejó
sobre
la mojada tierra
los piñones:
harina, pan silvestre
del indomable
Arauco.

Ved la guerra:
armados
los guerreros
de Castilla
y sus caballos
de galvánicas
crines
y frente
a ellos
el grito
de los
desnudos
héroes,
voz del fuego, cuchillo
de dura piedra parda,
lanzas enloquecidas
en el bosque,
tambor,
tambor
sagrado,
y adentro
de la selva
el silencio,
la muerte
replegándose,
la guerra.

Entonces, en el último
bastión verde,
dispersas
por la fuga,
las lanzas
de la selva
se reunieron
bajo las araucarias
espinosas.

La cruz,
la espada,
el hambre
iban diezmando
la familia salvaje.
Terror,
terror de un golpe
de herraduras,
latido de una hoja,
viento,
dolor
y lluvia.
De pronto
se estremeció allá arriba
la araucaria
araucana,
sus ilustres
raíces,
las espinas
hirsutas
del poderoso
pabellón
tuvieron
un movimiento
negro
de batalla:
rugió como una ola
de leones
todo el follaje
de la selva
dura
y entonces
cayó
una marejada
de piñones:
los anchos
estuches
se rompieron
contra la tierra, contra
la piedra defendida
y desgranaron
su fruta, el pan postrero
de la patria.

Así la Araucanía
recompuso
sus lanzas de agua y oro,
zozobraron los bosques
bajo el silbido
del valor
resurrecto
y avanzaron
las cinturas
violentas como rachas,
las
plumas
incendiarias del Cacique:
piedra quemada
y flecha voladora
atajaron
al invasor de hierro
en el camino.

Araucaria,
follaje
de bronce con espinas,
gracias
te dio
la ensangrentada estirpe,
gracias
te dio
la tierra defendida,
gracias,
pan de valientes,
alimento
escondido
en la mojada aurora
de la patria:
corona verde,
pura
madre de los espacios,
lámpara
del frío
territorio,
hoy
dame
tu
luz sombría,
la imponente
seguridad
enarbolada
sobre tus raíces
y abandona en mi canto
la herencia
y el silbido
del viento que te toca,
del antiguo
y huracanado viento
de mi patria.

Deja caer
en mi alma
tus granadas
para que las legiones
se alimenten
de tu especie en mi canto.
Árbol nutricio, entrégame
la terrenal argolla que te amarra
a la entraña lluviosa
de la tierra,
entrégame
tu resistencia, el rostro
y las raíces
firmes
contra la envidia,
la invasión, la codicia,
el desacato.
Tus armas deja y vela
sobre mi corazón,
sobre los míos,
sobre los hombros
de los valerosos,
porque a la misma luz de hojas y aurora,
arenas y follajes,
yo voy con las banderas
al llamado
profundo de mi pueblo!
Araucaria araucana,
aquí me tienes!

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5/12/2012


SILOS-KO ZLIHAITZARI
Donostiako apaizgaiak

Gaur arte ez zaitugu ezagutu,
eta horrelako handia zinela ez genuen uste.

Inoiz, ixiltzen zarenean
eta lehiotik begira jartzen
sure ederrez txorarazten gaituzu,
geu bezain atsipen handiz
geu bezain etsipen zaharrez.

Ez da orduan atseginik,
hartatik libra gaitzakeenik
ez eta musu bat ere
ez eta hizt bat bakarrik.

Zu ikustera behartua egote honek
zuregandik bereizteko, bakarrik, gure begiak izanik,
gure ondoan zu sumatze honek,
baina guregandik urrun zarelarik, gu gabe jaioa zarelarik,
erdiminez urratzen zaizkiguzu erraiak.

Ixilik, handitasunez begiranen duzu.
Haizeak, terteka, ilea astintzen dizu:
ur baretan, kainaberak bezala,
zure bekoki gainean emana.

Inoiz, hodei bat txirristatzen duk zeruan,
eta haren errainua ikusten dugu zure aurpegian.
Orduan, betikotasuna zarela iruditzen zaigu,
eta une batez bakarrik
bizi gaitezkeela zure ondean,
geure aldikortasuna bide dela.
Orduan aurpegia amaten diguzu
eta zure irribarra ikustera eman…

19-2-1977
Autor: Federico Vélez - 2008, restauración del Ciprés

AL ÁRBOL DE SILOS
Seminarista de San Sebastián

Hasta hoy no te hemos conocido
y no creíamos que eras tan grande.

Alguna vez, cuando te callas
y te miramos por la ventana,
nos enloquecemos con tu hermosura,
con agrado grande como nosotros,
con viejo agrado como nosotros

Entonces no hay placer
que nos libre de aquel enloquecimiento,
ni un beso siquiera,
ni una sola palabra.

El tener que estar contemplándote
siendo nuestros ojos lo único que nos diferencia de ti,
este sentirte junto a nosotros,
pero estando lejos de nosotros,
habiendo nacido sin nosotros,
nos parte por medio nuestras entrañas

En silencio miras con grandeza,
el viento, de vez en cuando, te sacude el cabello
como una caña en aguas mansas
que pega encima de tu frente.

Alguna vez un rayo brilla en el cielo
y vemos un resplandor de tu rostro.
Entonces no parece que eres la eternidad
y parece que un momento sólo
podemos vivir a tu lado,
dada nuestra temporalidad.
Entonces nos muestras tu rostro
y nos das a ver tu sonrisa.
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5/04/2012


DON RICARDO CODORNIU Y STÁRICO  (Cartagena 1846-1923)  
"El Apóstol del Árbol"
 El árbol de la fiesta

A María del Dulce Nombre H-R y C.
      El día era hermoso. Terminada la misa acudió el pueblo a la  escuela, donde se celebraba una exposición de arbolitos y plantas de adorno, que habían sido cultivados por los niños y se otorgaron premios a los más bellos.
       Luego se reunieron en la plaza, empezando la procesión cívica precedida por los   alumnos, ataviados con los trajecitos de gala, y llevando cada uno de los niños el árbol que debía plantar, y las niñas regaderas adornadas con cintas y flores. Seguían las personas más importantes de la población y cerraba la marcha el ayuntamiento en pleno, precedido del pendón municipal.
       Al partirse entono el himno y la bandera, siguieron los cantos escolares de los  niños y al llegar al lugar de la plantación, que estaba adornado con banderitas, guirnaldas y escudos, se lanzaron multitud de cohetes, entre los atronadores vivas de la multitud que allí esperaba. Cantose el himno al árbol, el párroco bendijo los que se habían de plantar, dedicó una sentida plática a los niños rogándoles al terminar que, cuando muriera, pusieran árboles sobre su tumba, a fin de que se alimentasen de su polvo, como recuerdo del gran cariño que les profesó en vida.
       Luego comenzó la plantación, dirigida por el sobreguarda de montes, mientras los maestros explicaban a los niños la razón de lo que efectuaban.
       El alcalde plantó el primer árbol, dedicándolo á la memoria de un bienhechor del pueblo, recientemente fallecido. Llenas de agua las regaderas, que las niñas llevaban, cada una vertió el precioso líquido sobre uno de los arbolitos, y así tuvo padrino y madrina que le protegiesen.
       Nuevos vivas, un discurso del alcalde, reparto de meriendas,.., y los muchachos a soñar con que la fiesta se repetiría al año siguiente.
       No se pusieron a los árboles tablitas, con los nombres de los padrinos, ¿Para qué? Bien sabía cada niño qué árbol era el suyo, y allí después regándolos, enterrando a su alrededor un puñado de ceniza, quitándoles la oruga que roía una hoja y la ramita chupona, apenas se permitía iniciar el primer brote; y cuando no, los contemplaban embelesados como si sus miradas los hicieran creer.
       Siempre que les era posible veíse  Juan y  Pedro en el camino del sitio de la plantación, para hacer una visita a sus árboles, y a Fuensanta y a Martina con sus cantaritos de agua, para regar los que aquellos habían plantado.
       Pasaron años y las visitas no cesaban, creyendo advertir ir algunos maliciosos que, al principio, Juan miraba a Fuensanta tanto como al árbol y después más, mucho más.
       Llagó la quinta; Juan y Pedro fueron llamados al servicio de las armas, y Juan y Fuensanta se despidieron al pie de su árbol. Pedro se despidió sido del suyo, pues Martina andaba algo distraída y ya rara vez lo visitaba. Marcharon a Madrid los dos amigos y poco después a Melilla, donde la Madre Patria les enviaba a pelear.  Allí, al hablar los dos de su pueblo, de su familia y aún de sus árboles, algunas lágrimas asomaban a sus párpados, con intención de regar sus rostros, atezados por el sol africano; pero las contenían juzgándolas debilidad impropia de soldados. En tanto los árboles no estaban desatendidos, pues Fuensanta visitaba el suyo con harta frecuencia, y más de una vez se halló con la madre de Pedro, que acudía a contemplar el que su hijo había plantado.
      Pasó tiempo, Juan volvió al pueblo, ostentando en su pecho la medalla de África y una cruz del mérito militar. Pedro no volvió, porque había dado toda su sangre por la Patria.
      Una tarde Juan y Fuensanta se hallaban al pie de un árbol, formando risueños proyectos para el porvenir, mas de pronto se anublaron sus ojos, porque vieron a la madre de Pedro que estaba regando con sus lágrimas el árbol plantado por su hijo; del tronco pendía una corona de laurel con negro crespón, que el alcalde había colocado allí solemnemente. El árbol se había convertido en un monumento dedicado al obscuro héroe.
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