12/01/2008

DIEGO HURTADO DE MENDOZA (Guadalajara, 1503-1575)
Coxante

A aquel árbol que mueve la foxa
algo se le antoxa.

Aquel árbol del bel mirar
que face de maniera flores quiere dar:
algo se le antoxa.

Aquel árbol del bel veyer
face de maniera quiere florecer:
algo se le antoxa.

Face de maniera flores quiere dar:
ya se demuestra: salidlas mirar:
algo se le antoxa.

Face de maniera quiere florecer:
ya se demuestra; salidlas a ver:
algo se le antoxa.

Ya se demuestra; salidlas mirar.
Vengan las damas las fructas cortar:
algo se le antoxa.

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LUIS CERNUDA - El magnolio

LUIS CERNUDA (Sevilla, 1904-1963)
El magnolio

      Se entraba a la calle por un arco. Era estrecha, tanto que quien iba por en medio de ella, al extender a los lados sus brazos, podía tocar ambos muros. Luego, tras una cancela, iba sesgada a per­derse en el dédalo de otras callejas y plazoletas que componían aquel barrio antiguo. Al fondo de la calle sólo había una puertecilla siempre cerrada, y parecía como si la única salida fuera por encima de las casas, hacia el cielo de un ardiente azul.
      En un recodo de la calle estaba el balcón, al que se podía tre­par, sin esfuerzo casi, desde el suelo; y al lado suyo, sobre las tapias del jardín, brotaba cubriéndolo todo con sus ramas el inmenso magnolio. Entre las hojas brillantes y agudas se posaban en primavera, con ese sutil misterio de lo virgen, los copos neva­dos de sus flores.
      Aquel magnolio fue siempre para mi algo más que una her­mosa realidad: en él se cifraba la imagen de la vida. Aunque a veces la deseara de otro modo, más libre, más en la corriente de los seres y de las cosas, yo sabía que era precisamente aquel apar­tado vivir del árbol, aquel florecer sin testigos, quienes daban a la hermosura tan alta calidad. Su propio ardor lo consumía, y brota­ba en la soledad unas puras flores, como sacrificio inaceptado ante el altar de un dios.
Placa a Luis Cernuda en la calle Judería de Sevilla

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EMILIO PRADOS (Málaga, 1899-1962)
Vega en calma

Cielo gris.
Suelo rojo...
De un olivo a otro
vuela el tordo.

(En la tarde hay un sapo
de ceniza y de oro.)

Suelo gris.
Cielo rojo...

Quedó la Luna enredada
en el olivar.

¡Quedó la Luna olvidada!
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MIGUEL HERNÁNDEZ (Orihuela, 1910-1942)
Aceituneros

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.

Levántale, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,
no la de! explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.

No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza
que os pisoteó la frente
que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava,
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.

Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.
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