viernes, 24 de noviembre de 2017

El pinsapo de don Ramón, del narrador de historias

TOMÁS CASAL PITA nos propone este relato...

Un hombre, un árbol, ...una historia

Artículo publicado originalmente en la revista de la “XI Feria de la Plantación” (San Sadurniño, A Coruña, 2006) y de nuevo en 2011


     Ramón Otero Pedrayo (1888-1976), está considerado, junto con Rosalía de Castro, el patriarca de las letras gallegas. Miembro de la llamada generación “Nós”, profesionalmente fue catedrático de geografía en un instituto de Ourense y, años después, de la Universidad de Santiago. Su obra escrita abarca non sólo obras acerca da su especialidad si no también cuento, ensayo, poesía, teatro, novela y artículos de prensa. Fue miembro de la Real Academia de la Historia e de las Reales Academias Española y Gallega. Durante la segunda república fue también diputado en cortes, pese a no ser un político vocacional.
     Aunque vivió durante muchos años en Ourense capital, su lugar preferido fue siempre su casa del Pazo de Trasalba, a unos treinta Km de esta ciudad. Esta casa, heredada de su padre y a la que añadió una galería diseñada por Castelao, fue su refugio permanente. A su muerte, viudo y sin hijos, fue donada al pueblo gallego a través de la Editorial Galaxia de la que él fuera presidente. Allí, como le gustaba siempre contar a los amigos y a las numerosas visitas, en el llamado jardín de la Solaina, vivía su “Irmanciño” (Hermanito).
     El Irmanciño era un árbol que según contaba D. Ramón fuera plantado por su padre cuando él nació, siguiendo una costumbre familiar (cuando naciera su padre, su abuelo había plantado un naranjo, que puede ser uno que aún vive en el jardín). Como nunca tuvo hermanos siempre se refirió al árbol como su hermano, el "Irmanciño". Y a él se refirió en numerosas ocasiones en estos términos y otros parecidos: “Era una araucaria preciosa, yo la saludaba y hasta le daba abrazos, un día le puse un collar de flores”. Incluso le dedicó un cuento, ”Meu irmao”, escrito cuando ya el árbol cayera, y que se publicó en el periódico del Instituto Virgen de Covadonga de Ourense en 1976. En este cuento, Otero también hablaba de la muerte del árbol: “Cuando le abrí el pecho, con gran dolor, lloró lágrimas de una resina, de fino olor, gruesas como gotas de lluvia de tormenta”
     Tan allegado estaba al Irmanciño que, cuando cayó, tuvo un hondo pesar, y la premonición de que con la caída de uno de los hermanos no tardaría en seguir la del otro. Fue el día 5 de febrero del año 1972 cuando un violento temporal, que alcanzó máximas de hasta 150 km/h, tumbó al Irmanciño sobre el Pazo de Trasalba causando serios daños. Otero Pedrayo estaba en Ourense, donde recibió la noticia con pesar, desplazándose al Pazo para dar las oportunas instrucciones para retirar el árbol y arreglar los daños de la casa. Aún así, debido a su tamaño y a la falta de maquinaria adecuada, no se consiguió sacarlo hasta el verano.
     Mientras tanto, en un homenaje a Otero, sus amigos organizan la fiesta del árbol en Trasalba, al mes siguiente de la caída. De los viveros del Centro Forestal de Lourizán, se llevaron tres araucarias de especies distintas, porque nadie sabía realmente cual era la que cayera (y ninguna se le parecía). De ellas, una murió porque no era adecuada al clima de la zona, otra la tiró años después el ciclón Hortensia, de mal recuerdo en toda Galicia, y la tercera sobrevive en la actualidad a tres metros de donde crecía el Irmanciño.
     Otero le vende el tronco a un maderista, pero sus amigos, siempre sin su conocimiento, hablan con el tratante y lo convencen de deshacer el trato. Ellos mismos, a través de otro maderista que hizo de intermediario, mejoran substancialmente la oferta (Otero necesitaba efectivo de inmediato para arreglar el Pazo) y se quedan con el tronco del Irmanciño que, cortado en trozos, va al aserradero para ser transformado en tableros.
     Los tableros del Irmanciño quedan guardados y sin uso durante un tiempo, porque realmente no saben en qué usarlos. Dos años después a la esposa de Otero, Doña Fita, se le descubre un cáncer irreversible y los amigos de Otero, viendo lo que iba a suceder, deciden encargar un féretro con la madera del Irmanciño. El féretro quedó terminado a tiempo, pero el problema llegó a la hora de barnizarlo, la madera aún estaba verde, rezumaba resina, y no cogía el barniz. Encargaron otro igual, hecho en la misma fábrica y del mismo modelo, pero con otra madera, y aquel quedó esperando en la funeraria por quien, después de toda la vida juntos, habría de ser su usuario final: el hermano humano.
     Cuando en abril de 1976, murió D. Ramón el féretro estaba listo y, aunque él nunca llegó a saberlo, compartió su última morada con su Irmanciño. En la oración fúnebre pronunciada en la Catedral de Ourense, se dijo, entre otras cosas: “Dentro del ataúd también se guardó tierra de Trasalba, con un manojo de camelias blancas, de su jardín, que besaban los pies de D. Ramón. Y, en el sepulcro se le juntó tierra de Padrón, un ramo de laurel de la huerta de Rosalía y también una palma perfumada por los aires de las masías catalanas y por la brisa del mar de la cultura occidental: griega y latina.”
     Esta historia, con muchos más pormenores que los aquí comentados, era conocida al detalle sólo por los que fueron sus protagonistas: los amigos íntimos de D. Ramón. Para los demás era desconocida o sólo sabían una parte y, a veces, parecía que había una especie de leyenda alrededor de la figura del insigne erudito.
     Treinta años después de caer el árbol, otro erudito, en este caso el doctor en botánica D. Carlos Rodríguez Dacal, investigador de la flora de los pazos de Galicia, dirigió su atención a la historia del Irmanciño. Quedó intrigado por ella cuando, en una de sus visitas al Pazo de Trasalba, alguien que recordaba el árbol aún en pié, le enseñó otro árbol del jardín de la Solaina que, al parecer, era igual al que cayó. La sorpresa fue que el otro árbol no era una araucaria, sino un tipo de abeto poco frecuente en Galicia, llamado pinsapo.
     A partir de este momento Rodríguez Dacal, dirige todo su esfuerzo investigador a conocer la realidad del Irmanciño. Puesto a buscar, localiza fotografías en viejos archivos, recortes de prensa, personas que fueron protagonistas de la época de la que hablamos, gente que trabajó en el Pazo y conocían el árbol, el aserradero donde se hicieron los tableros, la fábrica donde se hizo el féretro, etc...y hasta localizó dónde quedaron guardados ¡los tableros no usados del Irmanciño!.
     Con todos los datos y la madera, no sólo recompuso toda la historia, también pudo comprobar que la datación cronológica de la madera correspondía con el nacimiento de D. Ramón, con una pequeña variación de 3 ó 4 años que tendría ya el árbol cuando fue plantado en el jardín. La sorpresa inicial del botánico, de que el Irmanciño no era una araucaria si no un pinsapo, también se ve confirmada por la documentación fotográfica, los testigos vivos y el análisis de la madera. El pazo de Trasalba fue durante décadas un punto de encuentro de la elite cultural de Galicia, pero nadie sacó a Otero Pedrayo de su error. Puede que no pasase por allí ningún conocedor de los árboles, o tal vez que no quisieran contrariar al ilustre geógrafo, eso nunca lo sabremos.
     Después de tener realizada toda la investigación, el profesor Rodríguez Dacal, escribió con todos los datos recogidos un hermoso libro “O IRMANCIÑO DE OTERO PEDRAYO, Pinsapo memorable de Galicia (*)” editado por la Diputación Provincial de Ourense.
     Una tarde de sábado, a finales de la primavera, visité junto a un grupo de estudio de los jardines, el Pazo de Trasalba. Allí, al calor de la tarde, sentados en el jardín de la Solaina, tuvimos la honra de escuchar el cuento “Meu irmao”, leído nada menos que por el hombre que, después de D. Ramón, mejor llegó a conocer al Irmanciño: el profesor Rodríguez Dacal. Mientras el leía, y nosotros escuchábamos en silencio, vi lágrimas en algunos, tristeza en otros y emoción en todos. Yo sentí que aquellos momentos eran mágicos, que a nuestro alrededor parecía haber mucho más de lo que veíamos, espíritus del pasado, del más remoto y del más reciente, de toda Galicia, y la propia tierra gallega, juntándose con nosotros en homenaje a dos de sus hijos: Ramón Otero Pedrayo y el Irmanciño.
(*) -Fotos tomadas del libro con el permiso del autor, D. Carlos Rodríguez Dacal

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Segundo pinsapo caído en el pazo de D. Ramón


Notas de Internet: 

O temporal tumba o pinsapo de Trasalba, árbore coa que se identificaba Otero Pedrayo (25-1-2009)


Esta entrada está relacionada con la del 26/11/17

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